Primera parte – Segunda parte
El 23 de junio el Consejo Europeo concedía el estatus de país “candidato” para su ingreso a la Unión Europea a Ucrania y Moldavia. De esta manera Kiev y Chisinau se unían a la larga lista de capitales que seguían en espera para la apertura de puertas de Bruselas: Serbia, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte y Turquía como candidatos; y Georgia y Bosnia y Herzegovina como potenciales candidatos.
Las puertas de la OTAN ya se habían cerrado para todos los países con disputas territoriales abiertas, en este caso, con Rusia. Si Ucrania, Moldavia o Georgia entraban en la OTAN, la presencia de tropas rusas en su territorio contra la voluntad de sus capitales podría transformarse en un casus belli instantáneo bajo el efectivo paraguas militar de la OTAN. Los países occidentales lo saben y por eso la promesa se quedó en un olvidado documento de Bucarest con fecha de 2008. El mundo ha cambiado sustancialmente y la falta de acoplamiento entre Rusia y Occidente en torno a un concierto de seguridad en Europa llevó a posiciones revisionistas sobre Georgia o Ucrania, precisamente los dos países a los que se daba la bienvenida en diferido desde la cumbre de Rumanía en 2008.
Desde antes de la guerra ruso-ucraniana, Volodímir Zelenski ha insistido a los países europeos en la imperiosa conveniencia para Ucrania del ingreso en la OTAN. Especialmente tensa fue la conversación con los socios europeos en la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero de 2022. Alemania se situaba en el ojo del huracán para no salir de él durante la guerra: el no a sancionar los sistemas de pagos internacionales, el no a tocar los flujos de gas desde Rusia, el no al embargo petrolero, el no al envío de armas pesadas, el no a Ucrania en la OTAN… Muchas líneas rojas se rompían primero en Berlín y luego se expandían al resto de socios bajo coordinación de Bruselas y presión de los bálticos y Polonia. Aunque se cedió en los asuntos referentes a las sanciones y a la interdependencia por el comercio energético, el bloqueo de las armas pesadas viró desde tolerar el envío de algunos obuses hasta varios anuncios sobre fuerzas antiaéreas y tanques cuyos envíos se dilatarían hasta perderse en el tiempo.
Emergió una gran tensión entre los improperios lanzados desde las autoridades ucranianas contra cualquier político que se saliera mínimamente del nuevo rumbo euroatlántico del continente. A pesar del tiro fácil que la viceprimera ministra ucraniana, Iryna Vereshchuk, lanzaba contra Hungría acusándoles de querer quedarse Transcarpatia por no apoyar el envío de armas y el paso desde Occidente hacia Ucrania, de nuevo el principal punto débil era Alemania. El embajador ucraniano en Alemania, Andri Melnik, cargaba duramente contra cuadros de AfD, Die Linke, la CDU o el propio SPD de Olaf Scholz, destacando figuras como el ex canciller Gerhard Schröder o el presidente vigente Frank-Walter Steinmeier. Pero también entraba en conflicto con Polonia e Israel en su defensa de figuras históricas colaboracionistas nazis como Stepan Bandera, negando su papel en masacres de polacos o judíos.
Berlín anunciaba los envíos de antiaéreos Gepard o vehículos de infantería Marder para su envío a Ucrania, con el amago de la llegada de tanques Leopard, pero nada de esto se materializaría en el corto plazo. Desde Kiev se sumaban a la tensión criticando a los políticos alemanes no dispuestos a forzar el envío. Sin embargo, Alemania ya adolecía tensiones durísimas a nivel interno por parte de varios líderes empresariales que veían en la política de sanciones y la prolongación de la guerra una vulnerabilidad para Alemania como motor industrial. Perfiles del SPD y la CDU se sumaron a estas preocupaciones.
El gobierno con presumible mayor vocación “verde” de la historia de Alemania terminaba recuperando el carbón para sus centrales térmicas, evitando el escalado de los precios de la energía en un contexto en el que Rusia había recortado sustancialmente los envíos de gas y ya se habían acordado desde Bruselas sendos embargos de carbón y petróleo rusos. Si el precio del combustible se había disparado en el viejo continente a falta de materializarse el esperado embargo petrolero, los problemas con el gas ruso ya no solo afectaban a Polonia, Bulgaria o Finlandia por negarse a pagar en rublos sino que afectarían a Italia o Alemania.
El pretexto ruso pasaba por la imposibilidad del mantenimiento y las reparaciones técnicas debido a las sanciones europeas, por lo que terminaría afectando al propio Nord Stream 1 y al flujo con Alemania. Pero los cortes parciales o totales ya afectaban casi a la mitad de países comunitarios. Una posibilidad es que Rusia buscase mantener los flujos de gas con Europa pero sin permitir que se llenen las reservas para poder fortalecer su mano negociadora de cara al fin del verano, cuando se agudizarían las necesidades energéticas en Europa. Y así Países Bajos, Austria o Alemania autorizaban el recurso del carbón, mientras Hungría había logrado evadir el embargo petrolero por oleoducto –e incluso por barco en caso de incidentes con el oleoducto-, y Polonia buscaba reforzar su capacidad energética nuclear.
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Alemania se comprometió a aumentar su presupuesto en Defensa hasta el 2% del PIB, incrementando su compromiso con la OTAN tras décadas de insistencia estadounidense que encontraban su ventana de oportunidad con la guerra de Ucrania. Sin embargo, los anuncios de Berlín para enviar armas pesadas a Ucrania decaerían, esperando cuanto antes un final de la guerra necesario para sus intereses. Para ello se volverían a bloquear envíos de armamento con componentes alemanes como el que España pretendía realizar. Tras el parón de la transición ecológica y del envío de armamento pesado, Olaf Scholz alcanzaba a lograr la esperada visita a Kiev que se le estaba complicando sobre todo por las tensiones de Ucrania con el presidente Steinmeier. Llegaría acompañado a Kiev con los líderes de Francia, Emmanuel Macron; de Italia, Mario Draghi; y de Rumanía, Klaus Iohannis. El deseado puesto de Ucrania en la OTAN también había sido descartado meses atrás después de las sucesivas exigencias de claridad de Zelenski a los líderes europeos. Pero a cambio, y mientras se avanzaba para desatascar el bloqueo turco de Suecia y Finlandia, la apuesta occidental por el siguiente golpe de efecto diplomático debía pasar por la UE.
Para ampliar: La OTAN seguirá expandiéndose. ¿Qué han puesto en juego Turquía, Suecia y Finlandia?
Ucrania buscaría en Bruselas el siguiente de los pasos en torno a una integración en el concierto occidental, aunque sus mecanismos de defensa mutua no conllevasen una concreción con un protocolo de actuación como sí se especifica en el paraguas militar de la OTAN. Países como Polonia o Dinamarca se habían expresado en los primeros estadios de la guerra como partidarios de una posible intervención militar en Ucrania. Pero parecía del todo improbable que países como Francia o Alemania apoyasen meterse en un atolladero de tal calibre que hasta la OTAN y el presidente Joe Biden habían calificado de posible desencadenante de una III Guerra Mundial.
Por ello, las esperanzas de Alemania residían en un final temprano de la guerra, el regreso de cierto pragmatismo comercial, si es que era viable salvar algo de lo heredado por Merkel en política exterior, y la negociación. Durante los compases del Maidán en 2013-2014, Alemania deseaba una rebaja de las tensiones en Ucrania y una negociación entre Kiev y Moscú, lo cual tardíamente se trasladaría en la presencia de Berlín y París en los Acuerdos de Minsk. Sin embargo, Estados Unidos expresó contrariedad frente a los deseos de la Unión Europea, con aquel “que se joda la UE” de la demócrata Victoria Nulland cuando presuntamente delineaba quién debía ocupar el poder en la Ucrania post-Maidán tras el derrocamiento al gobierno. Por lo que la visita de Olaf Scholz a Kiev en un contexto donde los postulados de Washington hacía tiempo que habían barrido a los de París o Berlín era clave. Los crecientes editoriales entre sectores atlantistas sobre la necesidad de que Ucrania negocie la paz con Rusia y los deseos de buena parte de la élite económica alemana acercaban la presión de Alemania y Francia para un inicio real de las consideraciones diplomáticas.
Para ampliar: Ucrania. El camino hacia la guerra
Los intentos destacados en Bielorrusia y Turquía fueron infructuosos por el carácter maximalista de ambos actores. Desde las sesiones en Turquía las posiciones han continuado en el mismo lugar: Ucrania demanda la salida completa de Rusia de su territorio, incluyendo Crimea; mientras Rusia demanda el reconocimiento de independencia del Donbás, el reconocimiento de soberanía rusa sobre Crimea, la neutralidad y la desmilitarización de Ucrania. Ninguna de estas demandas podía ser aceptada por la contraparte por lo que el conflicto seguiría a marchas forzadas. Las mayores evidencias serían las campañas de destrucción que la guerra de artillería rusa dejaban por las localidades que pretendían liberar, con el añadido de las declaraciones en favor de la anexión a Rusia de las regiones de Jersón y Zaporiyia desde las autoridades de ocupación y sin declarar repúblicas como en Donetsk y Lugansk.
El mejor ejemplo de lo enconado desde el lado ucraniano era el envío de refuerzos continuos a la triple bolsa de Sieverodonetsk, Lysichansk y Zolote (todas en Lugansk) incluso cuando se cerraban las infraestructuras de evacuación: la cobertura total con artillería de las vías de Lysichansk-Artemivsk y del paso de Siversk, o la voladura del puente de Sieverodonetsk-Lysichansk. Todo ello hacía ver que Ucrania no estaba dispuesta a ningún escenario que no fuera la apuesta completa y decidida por la resistencia de cada palmo y en el incentivo de que esta actitud, sin evacuaciones ni rendiciones, ayudaría a que Occidente –principalmente la Alemania de la discordia- desbloquease el envío de armas pesadas.
La ampliación de la Unión Europea tenía una parte de realidad bloqueada durante años, postergada entre reformas insuficientes, y otra de teatro donde los actores a integrar no habían resuelto sus bloqueos internos. Pero la guerra de Ucrania movía todas las dinámicas entonces, tanto hacia adelante con accesos que no se habrían permitido en otra época, como hacia detrás con advertencias de que era realmente complejo que cualquiera de los procesos acabase en buen puerto en el futuro cercano. Mientras se daban esos pasos para ampliar el futuro europeo, la crisis se cocinaba también desde dentro, como se ha visto con el caso alemán explicado previamente o como irían apuntando otros actores a continuación.
El propio Emmanuel Macron mencionó la inconveniencia de dar pasos de integración apresurados creando una vía rápida de adhesión a la UE. Si algunos de los países balcánicos llevan más de una década en procesos de negociación, reformas y bloqueos –algunos de ellos por la propia Francia-, Ucrania tendría un camino aún más largo dada su deriva autoritaria tanto antes como después del Maidán en distintas formas. El control de la justicia, las injerencias ejecutivas en procesos judiciales, la corrupción, la ilegalización y suspensión de partidos políticos, la detención de políticos opositores antes y después del Maidán en distintas formas, la persecución de ciertos pesos económicos en el país frente a otros –luchas de oligarcas-, el cierre de medios de comunicación opositores y/o rusófonos, así como los problemas étnicos con las minorías eran solo una parte de los ejemplos a pulir por el gobierno ucraniano para alcanzar los criterios de convergencia comunitarios. La propia Serbia ha tenido que realizar profundas reformas judiciales mediante referéndum para poder avanzar en lentísimos pasos. Y Francia reincidió poco después del anuncio en la visita de Kiev sobre que dicho proceso de adhesión a la UE deberá seguir los cauces procedimentales y no podrá realizarse de manera apresurada, es decir, el proceso de incorporación de Ucrania y Moldavia a la Unión Europea podría durar décadas.
No obstante, la candidatura en tiempo récord de Ucrania y Moldavia sentó muy mal entre Macedonia del Norte, Serbia o Albania, los candidatos bloqueados por distintos motivos. Serbia seguía denunciando duras presiones desde Bruselas. Pero especialmente dura fue Albania en palabras de su primer ministro, Edi Rama, que consideraba que su candidatura estaba “secuestrada” por Bulgaria. Asimismo, Eslovenia y Croacia se quejaron de que Bosnia y Herzegovina no lograse el estatus. Por otro lado a Georgia se le ofrecía un reconocimiento a su camino europeo sin darle el estatus de candidato oficial, inconexo con territorio europeo, igualmente con grandes carencias para los estándares de Bruselas y con acusaciones de la oposición pro-occidental contra el gobierno de Garibashvili por servir de puente para evadir las sanciones contra Rusia. Ser candidato oficial no garantizaba nada, como mostraba el caso de falta de interés mutuo con Turquía, pero apaciguaba los ánimos propagandísticos de la diplomacia occidental con respecto a su falta de apoyo a Ucrania en ciertas áreas.
Cabe señalar en este punto el foco de desgaste de algunos gobiernos en relación con estas sensibilidades geopolíticas. Los opositores a Irakli Garibashvili en Georgia se estaban manifestando de manera masiva contra el gobierno, tratando de capitalizar el descontento en un fuerte euroatlantismo como el del ex presidente Mijail Saakashvili, vinculado con Ucrania como fuerte apoyo y ex gobernador de Odesa. También es resaltable que las nuevas autoridades de Osetia del Sur cancelaron el referéndum de anexión a Rusia y, aunque el Kremlin apoyó a los partidarios del proceso, Rusia no mostró apoyo notable al referéndum, encontrándose en un momento político no tan desfavorable en Georgia como el que podría llegar con el entorno de Saakashvili.
Pero si las calles se movían en Georgia, también ocurría en Moldavia contra la europeísta Maia Sandu. El expresidente Igor Dodon, que protagonizó un fuerte enfrentamiento político con Sandu entre 2020 y 2021, había sido detenido. Pero la cuestión de Transnistria y Gagauzia seguía planteando trabas a un avance ordenado hacia la Unión Europea, con ambas regiones en contra. En el caso de Transnistria ni siquiera existía un acuerdo político para el reconocimiento interno del Estado moldavo. Por todo ello el estatus de candidato oficial a la entrada en la UE presume complicaciones mayores incluso que un país cuya candidatura no es oficial como Bosnia y Herzegovina. Sin solución para el problema político moldavo, el viraje hacia la Unión Europea pasaba de soslayo ante la atención mediática sobre Ucrania, pero amenazaba con una nueva agudización de tensiones en Moldavia, con Rusia, con Transnistria y con Gagauzia.
Para ampliar: El conflicto de Transnistria en la geopolítica del espacio exsoviético
La ampliación de la Unión Europea tenía una parte de realidad bloqueada durante años, postergada entre reformas insuficientes, y otra de teatro donde los actores a integrar no habían resuelto sus bloqueos internos. Pero la guerra de Ucrania movía todas las dinámicas entonces, tanto hacia adelante con accesos que no se habrían permitido en otra época, como hacia detrás con advertencias de que era realmente complejo que cualquiera de los procesos acabase en buen puerto en el futuro cercano. Mientras se daban esos pasos para ampliar el futuro europeo, la crisis se cocinaba también desde dentro, como se ha visto con el caso alemán explicado previamente o como irían apuntando otros actores a continuación.
Para ampliar: La Unión Europea ante el bloqueo de su futuro (II): la fatiga por la guerra de Ucrania
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