En diciembre de 2021 la constitución del gobierno Scholz puso fin a la era Merkel y dio inicio a una nueva etapa política en Alemania. Sin embargo, el nuevo gabinete de coalición (integrado por tres partidos) ha visto como en pocos meses la situación interna y externa ha dado un importante vuelco. La reciente invasión rusa de Ucrania parece anunciar una nueva etapa en la línea de actuación de Berlín.
Un nuevo gobierno alemán
A comienzos de 2021 los resultados de las encuestas alemanas hacían pensar que el líder socialdemócrata Olaf Scholz estaba lejos de poder alcanzar la Cancillería. Los vientos del cambio parecían soplar a favor de la líder de Los Verdes, Annalena Baerbock. No obstante, el resultado de las elecciones federales celebradas en septiembre acabó dejando un mapa político que favorecía las opciones de Scholz. Cierto es que el Partido Socialdemócrata (SPD) no obtuvo unos resultados brillantes, pero la suma con Los Verdes y los liberales (FDP) le permitía tener una cómoda mayoría en el Bundestag, el parlamento germano.
El nuevo gobierno alemán, conocido coloquialmente colo el gabinete «semáforo», reflejaba ese carácter de coalición: el SPD ostentaba el control de la Cancillería y de carteras como Interior o Defensa, mientras que Los Verdes se hacían con la Vicecancillería o las carteras de Economía y Asuntos Exteriores; los liberales, por su parte, detentaban el control de Hacienda y Justicia. Aun con este reparto de los departamentos ministeriales, dentro del gabinete Olaf Scholz retiene un gran poder de decisión. El nuevo canciller tiene en su favor la imagen pública de gestor y su experiencia al frente de altos puestos del Estado, pues Scholz ha ocupado durante los últimos años los cargos de vicecanciller y ministro de Hacienda.
El gobierno Scholz se presentó como un gabinete del cambio que daría inicio a una nueva etapa política y dejaría atrás los años de Merkel. En este sentido, la política energética constituye uno de los pilares de la línea de actuación, con el abandono del carbón y un fuerte impulso a las renovables como metas futuras. También se apuesta por el impulso del transporte ferroviario y del vehículo eléctrico, en consonancia con los postulados “verdes”. Reformas, pero con una política presupuestaria bajo la senda de la austeridad. Esta era una de las líneas rojas del sector “liberal” de la coalición, aunque compartida también por el propio canciller.
Ya durante la campaña electoral se habló mucho del carácter continuista de Scholz respecto a Merkel, más allá de su perfil político. La clase media alemana se siente cómoda ante una sucesión “tranquila” y con visos a seguir por la senda de las últimas dos décadas. Las características de la coalición semáforo, la primera que se forma en Alemania a nivel nacional, tampoco suponen un riesgo a esa esperada continuidad. Los tres miembros del gobierno tienen entre sí más puntos de encuentro que motivos para el desencuentro, con Scholz como correa de la hebilla.
La política exterior de Berlín
La dirigente “verde” Annalena Baerbock estaba llamada a tener un papel notorio desde su puesto como ministra de Asuntos Exteriores. Se esperaba que marcase distancias con la línea de actuación de su antecesor, el socialdemócrata Heiko Maas, especialmente respecto a Moscú o Beijing. No hay que olvidar que durante las últimas décadas los Verdes alemanes han mantenido en política exterior una postura abiertamente atlantista. La propia Baerbock abogó en una entrevista por regresar “a una política exterior alemana más activa” que debía estar guiada por “principios morales”.
Las expectativas eran altas y Baerbock no ha defraudado. Desde el primer momento la nueva ministra de Asuntos Exteriores dejó claro que Berlín adoptaría una postura más dura frente a Rusia o China, al tiempo que apostaba por reforzar los vínculos atlánticos con Estados Unidos y la OTAN. El proyecto del gasoducto Nord Stream 2 se convirtió en la diana de los ataques tanto de Baerbock como del vicecanciller y ministro de Economía, Robert Habeck, que abogaban sin ambages por bloquear su puesta en funcionamiento. En el trasfondo de estas declaraciones se encontraba la creciente crisis ruso-ucraniana, que en opinión de los ministros “verdes” debía llevar a un cambio de actitud frente a Moscú. Igualmente dura se ha mostrado Baerbock con China, país al que criticó no respetar las leyes internacionales o los derechos humanos.
La retórica de Baerbock no tardó en encontrar las primeras respuestas dentro de Alemania. A finales de diciembre Roland Busch, un alto ejecutivo de Siemens, criticó públicamente lo que calificó como “política exterior confrontativa” y abogó por una actitud más respetuosa hacia China. No pasa desapercibida la posición de Busch como presidente del Asien–Pazifik Konferenz der Deutschen Wirtschaft, un grupo de presión formada por empresas alemanas con presencia en Asia oriental que teme las posibles respuestas de Beijing ante la nueva postura de Berlín. Paralelamente, desde las filas del Partido Socialdemócrata también se desautorizó la línea de actuación que ha desplegado Baerbock respecto al Nord Stream 2, apostándose por seguir adelante con el proyecto.
En línea con la nueva política energética germana, Berlín marcó distancias respecto a la política energética francesa, cuya principal baza era el programa de centrales nucleares. Situación similar se ha dado con Polonia, otro país recientemente que ha apostado por la construcción de centrales nucleares como una vía mediante la cual reducir su dependencia del carbón. Esta eventualidad, sin embargo, no despertó simpatías en Alemania, especialmente ante la posibilidad de que se puedan construir centrales nucleares cerca de la frontera germano-polaca. Durante una visita a Varsovia la ministra germana de Medio Ambiente, Steffi Lemke, esta declaró ante los periodistas que Berlín “actuaría con los medios legales apropiados” si se se construyeran estas centrales nucleares.
La postura de Olaf Scholz ha contrastado de forma manifiesta con la de Annalena Baerbock y otros, pues se ha mantenido al margen de estas polémicas en un discreto segundo plano. Cuando el canciller ha intervenido públicamente, lo ha hecho desempeñando un papel conciliador y alejado de controversias. Con Rusia convertida en el gran punto de desencuentro con sus socios de gobierno, Scholz y los ministros del SPD han mantenido una postura conciliadora hacia Moscú. A mediados de febrero la visita a Moscú del canciller evidenció hasta qué punto Scholz difería en público de su ministra de Asuntos Exteriores.
La invasión rusa de Ucrania
El pasado 24 de febrero, tras varios meses de fuertes tensiones entre Kiev y Moscú, tropas rusas iniciaron una invasión a gran escala de Ucrania. Poco después vinieron los paquetes de sanciones económicas de la Unión Europea contra el gigante ruso, a las que Alemania se ha sumado con ímpetu. Fuera cual fuese el rumbo del gobierno germano antes de esta fecha, el conflicto armado en Ucrania ha supuesto un bandazo en la postura de Berlín. No son solo las palabras de Baerbock, quien llegó a declarar el mismo día 24 que “el nombre de Rusia se verá manchado durante décadas”. Todo el gobierno, con Scholz a la cabeza, ha endurecido su discurso frente a Putin.
Este cambio de postura se materializó de forma drástica con el anuncio de que Berlín congelaría indefinidamente la entrada en servicio del gasoducto Nord Stream 2. Una decisión que, sin embargo, pronto se vio sobrepasada por los acontecimientos. El 26 de febrero el canciller Olaf Sholz dio un discurso en el parlamento federal durante el cual expuso el rearme del ejército alemán: un aumento del gasto en Defensa hasta alcanzar el 2% en 2024 y la propuesta de crear un fondo estratégico de 100.000 millones. Ello constituye un salto cualitativo respecto a la línea de actuación que ha seguido Berlín durante las últimas décadas. Scholz también ha anunciado un paquete de medidas destinadas a reforzar la autonomía energética de Alemania, así como el despliegue de energías renovables o un incremento de las reservas suplementarias de carbón y gas.
El paquete europeo de sanciones a Rusia constituye otro cambio de calado respecto a lo que se vio en 2014, tras la anexión de Crimea: además de sanciones individuales a un buen número de funcionarios, políticos y oligarcas rusos, se ha incluido la prohibición de utilizar el espacio aéreo germano a los aviones rusos. Así mismo, se han aprobado medidas que afectan al sector financiero y a las exportaciones comerciales. Por ejemplo, se ha prohibido el envío de semiconductores o de repuestos de Airbus. En línea con estas políticas las grandes empresas alemanas, como Volkswagen, también han anunciado que dejan de operar en Rusia con carácter temporal.
Si nos atenemos al volumen de las inversiones germanas en Rusia, cabe decir que Berlín también ha dado un paso importante. Se estima que las empresas alemanas tienen en Rusia unas inversiones de 20.000 millones de euros, si bien solo una tercera parte de ese dinero estaría cubierta por aseguradoras. Con la situación actual esos activos se encuentran bloqueados en suelo ruso, expuestos ante una situación peliaguda. El panorama en casa tampoco pinta mucho mejor. El ministro de economía, Robert Habeck, ha llegado a reconocer que las sanciones tendrán un importante impacto sobre la propia Alemania. En fechas más recientes Habeck también ha reconocido que un boicot al gas ruso podría dañar a su país más que a Vladimir Putin.
Recapitulando
Hasta hace apenas unas semanas Berlín había primado las relaciones comerciales con sus socios estratégicos por encima de otras cuestiones. Sin embargo, la reciente invasión de Ucrania parece haber supuesto un cambio de paradigma en su política exterior. Alemania aspira a tener un mayor papel como potencia militar y geopolítica. Se han marcado las líneas maestras de lo que debe ser la dinámica de actuación en el futuro. Está por ver que durante los próximos años se mantenga y ejecute esta nueva agenda, dado que el camino no será fácil. Una eventual desconexión económica ruso-germana es difícil que no tenga un alto coste tras varias décadas de importantes contactos e intercambios mutuos.
La decisión sobre el Nord Stream 2 ha sido especialmente celebrada desde el sector “verde” del gobierno, considerada la culminación de una vieja aspiración. No obstante, en caso de que el gasoducto acabase cancelado definitivamente, ello no será a coste cero para Berlín. Cabe recordar que en la construcción han intervenido empresas de Alemania, Austria, Países Bajos o Francia. Como parte de esta colaboración en 2017 se firmó un acuerdo por el cual estas asumirían un 50% de la financiación del proyecto. Una vez hecho este desembolso de capital, no parece esperable que las empresas afectadas acepten sin más perder una inversión cercana a los 5.000 millones de euros.
Quizás por todas estas cuestiones Berlín no parece haber cerrado la puerta del todo. Por petición alemana, las sanciones occidentales ligadas al sistema bancario Swift no afectarán a los pagos o transacciones de tipo energético. Por el momento tampoco se ha cerrado al tráfico el gasoducto Nord Stream 1, que desde 2011 viene suministrando importantes cantidades de gas para Alemania. Y el antiguo canciller Gerhard Schröder, que se ha mantenido al margen del contexto actual, sigue fungiendo como discreto interlocutor entre Berlín y Moscú. Según medios alemanes, hace apenas una semana Schröder se habría reunido con Putin.
En cuanto a China, es previsible que la postura de Baerbock tropiece con la poderosa industria alemana. Las empresas germanas han sido las que más se han beneficiado del crecimiento económico chino en las últimas dos décadas y no parece que quieran perder los lucrativos negocios en el gigante asiático. Si desde Berlín se acaba imponiendo una línea dura contra China, ello podría conllevar para estas empresas la pérdida de la cuota de mercado que actualmente controlan.
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