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El conflicto de Transnistria en la geopolítica del espacio exsoviético

Esta región moldava, independiente de facto desde 1990, sufre un conflicto congelado cuya resolución pacífica está lejos de alcanzarse

“Día de la República de Transnitria” en Tiraspol, septiembre de 2021. Vía president.gospmr.org

Al hablar de Transnistria nos referimos a la franja de 4,163 km² separada del resto de Moldavia por el río Dniéster y a su vez fronteriza con Ucrania. Con una población de unas 550.000 personas y capital en la ciudad de Tiráspol, se halla dividida étnicamente entre moldavos (38%), rusos (28%) y ucranianos (26%), según datos del Departamento de Estadísticas de Moldavia. La independencia de facto de este territorio a partir de la desintegración de la Unión Soviética supuso el inicio de un juego de intereses geopolíticos entre varios actores, fundamentalmente entre Rusia y la Unión Europea, en un área de especial importancia geoestratégica al hallarse al inicio del “extranjero próximo” ruso y en su tradicional órbita de influencia.

Independencia, guerra e inicio del statu quo

Para abordar los orígenes del conflicto de Transnistria hemos de remontarnos al mes de agosto de 1989 cuando, en plena oleada nacionalista en la Unión Soviética, el Soviet Supremo de la República Socialista Soviética de Moldavia adoptó el moldavo como lengua oficial, volviendo al alfabeto latino y optando en 1990 por la bandera tricolor como bandera oficial, además de asumir el himno rumano como propio. El transcurso de los hechos llevó a que en la ribera oriental del río Dniéster, con una mayoría de población rusa y ucraniana, comenzaran a suscitarse los temores con respecto a una futura unificación con Rumanía que pudiera dejar a estas poblaciones en una situación de marginación –debido a la identidad compartida de los moldavos con los rumanos y a los llamamientos a esta unificación por parte de grupos nacionalistas moldavos– y el 2 de septiembre de 1990 queda proclamada la República Socialista Soviética de Transnistria como entidad independiente del resto de Moldavia, pero aún dentro de la URSS. Es necesario señalar que antes de la incorporación de Moldavia a la Unión Soviética, en 1940, Transnistria ya formaba parte de la URSS y anteriormente del Imperio ruso, por lo que la identidad compartida y la identificación de este territorio con Moscú venía de lejos. Tras el fallido golpe de Estado contrarreformista en la URSS, el 27 de agosto de 1991 el parlamento moldavo emitió su declaración de independencia, habiendo modificado en mayo el nombre del país a República de Moldavia, y rompió cualquier lazo con el gigante soviético, siendo Rumanía el primer país en establecer relaciones diplomáticas con el nuevo estado independiente. En 1992, ya desintegrada la Unión Soviética, el gobierno moldavo, tras declarar el estado de emergencia en el país, intentó retomar la franja de territorio perdida por la fuerza y el 2 de marzo de ese año –el mismo día que Moldavia entró a formar parte de Naciones Unidas– comenzó un conflicto armado en territorio transnistrio. La intervención del 14º Ejército ruso –que seguía estacionado en la zona a pesar de la disolución de la URSS– en apoyo de las milicias separatistas, fue crucial para evitar que las tropas moldavas retomaran el territorio y el 21 de julio de 1992, tras cuatro meses de hostilidades que dejaron alrededor de 1.500 víctimas mortales, se alcanzó un alto al fuego ante la evidencia para Moldavia de que le sería imposible retomar el territorio rebelde por la fuerza. Hay que decir que la firma de la convención sobre los principios de una resolución pacífica del conflicto fue firmada en Moscú, lo cual muestra la implicación directa de Rusia, y con esta convención se creó una Comisión de Control Conjunto y un grupo de fuerzas de paz –compuestas por rusos, moldavos y transnistrios– que legitimaron de algún modo la presencia de tropas rusas en el territorio. Esta independencia de facto de Transnistria no significó, por otra parte,  la llegada del reconocimiento internacional, ya que tan solo Abjazia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj –tres regiones independientes de facto surgidas en el Cáucaso tras del final de la URSS– reconocieron su independencia, si bien su desarrollo social y político desde entonces ha sido completamente autónomo.

Desde el inicio de esta independencia el poder en el país lo asumió Igor Smirnov, uno de los impulsores de la independencia del territorio, que obtuvo la victoria electoral en las primeras elecciones en 1991 y fue reelegido tres veces consecutivas en su puesto, en 1996, 2001 y 2006, consolidándose como figura carismática y líder del país, con el apoyo ruso y de los grupos de interés de la zona. Su estrategia de Gobierno se basó fundamentalmente en la “despolitización”, con un discurso inicialmente centrado en la seguridad del territorio y su supervivencia, ante la posibilidad de absorción por parte de Rumanía si volvían a formar parte de Moldavia, y, posteriormente, tras descartarse esa primera posibilidad, en la defensa de la economía de Transnistria frente al pobre desarrollo del país vecino, algo que muchas veces se basó en la presentación de una imagen idealizada de la situación del país. La casi inexistencia de grupos organizados de la sociedad civil en Transnistria y la concentración de la economía en pocas manos fueron otros dos aspectos clave bajo el Ejecutivo de Smirnov. El mantenimiento del statu quo, por otra parte, ha beneficiado a diversos grupos de interés, no solo en Transnistria sino también en Ucrania y Moldavia, y este hecho ha dificultado indudablemente el desarrollo de las negociaciones hacia la resolución del conflicto, que hasta el momento no han sido efectivas.

Moldavia ante la secesión de Transnistria

Desde el inicio del conflicto en 1992 la República de Moldavia ha reclamado el respeto a su integridad territorial y su soberanía, si bien su postura en relación a una futura incorporación de Transnistria al país ha ido variando, normalmente condicionada por la propia evolución política moldava. En un inicio, las autoridades del país abogaron por conceder un estatuto de autonomía a Transnistria, mientras que el Gobierno de la región separatista promovía la idea de dar forma a una confederación en la cual Transnistria gozara de una amplia autonomía y del derecho a veto en las cuestiones fundamentales.

Mapa de Transnistria. Vía arainfo.com

La principal divergencia, sin embargo, vino de la cuestión de la presencia de tropas rusas en territorio transnistrio, algo fundamental para las autoridades separatistas –que ven en esta presencia una garantía de seguridad- mientras que Moldavia se opone firmemente al mantenimiento de tropas extranjeras en lo que considera parte de su territorio, algo que vulnera la Constitución moldava de 1994. Además, desde el inicio de las negociaciones el Gobierno moldavo realizó grandes concesiones que supusieron que su posición se debilitase. Entre estas cabe mencionar la eliminación de barreras aduaneras internas en febrero de 1996, que permitió a Transnistria usar los sellos aduaneros moldavos, o el conocido como “Memorándum Primakov” de mayo de 1997, a través del cual Moldavia reconoció el derecho de Transnistria de “establecer contactos internacionales independientes en lo económico, técnico, científico, cultural y en otras áreas”.

La victoria del Partido Comunista moldavo en febrero de 2001, que llevó a la elección de Vladimir Voronin como presidente, abrió un nuevo periodo de negociaciones con una política más pragmática por parte del nuevo Ejecutivo moldavo. Se iniciaron en ese momento contactos más directos con los líderes transnistrios y con el Gobierno ruso, si bien los contactos de alto nivel se suspendieron en el verano de 2001. En 2002 comenzaron discusiones sobre varios proyectos acerca del concepto de “federación asimétrica” y un borrador sobre el futuro estatuto de Transnistria fue desarrollado por expertos internacionales dirigidos por la OSCE y presentado en Kiev en julio de 2002. En este contexto se lanza el  conocido como “Memorándum Kozak”, en noviembre de 2003, que se basaba en la creación de una federación asimétrica como nueva forma estatal para Moldavia y en el mantenimiento de las tropas rusas en la franja oriental del río Dniéster durante un periodo adicional de 20 años. Esta forma estatal concedía gran poder a Transnistria, con capacidad de veto en las leyes federales y en los cambios constitucionales, y el presidente Voronin, finalmente, ante la oposición interna y externa, se vio obligado a no firmar el memorando en el último momento, alegando que violaba la neutralidad moldava. Este hecho marcó el inicio de un distanciamiento entre el Gobierno comunista moldavo y el Ejecutivo ruso, debilitando además el proceso negociador. Ejemplo de ello fue la “crisis de las escuelas” del año 2004, con el cierre por parte de las autoridades transnistrias de varias escuelas que usaban el moldavo con grafías latinas en la enseñanza, a lo que Moldavia respondió intentando impulsar un bloqueo en la franja. A pesar de todo, desde septiembre de 2005 se abrió una nueva esperanza en las negociaciones con la introducción del método 5+2, ya que a Moldavia, Transnistria, Rusia, Ucrania y la OSCE se sumaron la Unión Europea y Estados Unidos como observadores. La realidad, en cambio, no cumplió las expectativas, y en febrero de 2006 los encuentros entre las partes se suspendieron. En las elecciones de 2009 la victoria de la proeuropea Alianza por la Integración Europea desalojó a los comunistas del poder y el nuevo Ejecutivo se mostró partidario de un mayor acercamiento a la Unión Europea, abandonando las negociaciones directas con Moscú sobre Transnistria y poniendo el énfasis en el formato 5+2. A pesar de esto, no sería hasta noviembre de 2011 cuando las negociaciones en este formato se reanudarían, coincidiendo con el cambio de Gobierno en Tiráspol, abriendo nuevas oportunidades para el diálogo constructivo entre las partes. Con todo, las rondas de negociaciones de Viena en 2014 y de Berlín en 2016 concluyeron sin resultados concretos, en un contexto de mayores reticencias ante el estallido del conflicto de Ucrania y la recuperación por parte de Rusia de su papel en la escena internacional, tras su intervención en Ucrania y Siria.

Rusia y sus intereses geoestratégicos en Transnistria

Tras el inicio del statu quo con el alto al fuego de 1992, Rusia se mostró siempre claramente partidaria del lado transnistrio y nunca dudó en expresar su solidaridad y simpatías para con Transnistria, existiendo, de hecho, un gran lobby transnistrio[1] y una comisión especial relativa a este conflicto en el seno de la Duma Estatal rusa. Buena prueba de esta influencia rusa en el territorio es también el hecho de que las tropas rusas, en un número aproximado de 1.100 efectivos, continúen estacionadas en el territorio, a pesar de los intentos por parte de Moldavia de revertir esta situación. Además, la capacidad de Moscú de influir llegó hasta el punto de promover el cambio de Gobierno en 2011 en la franja[2], cuando el antiguo dirigente Igor Smirnov ya no servía de manera adecuada a sus intereses. Para ejercer presión durante el proceso electoral Rusia llegó a instar a Smirnov a no tomar parte en los comicios y, ante su negativa, usó todas sus armas publicitarias y mediáticas para favorecer a los candidatos del partido opositor “Renovación”. Pero el interés ruso por mantener su influencia sobre el territorio no se debe solo a motivos identitarios –ya que la población transnistria  es mayoritariamente de origen eslavo y habla lengua rusa– si no que existen evidentes intereses geoestratégicos relativos a cuestiones de seguridad y económicas ya que Rusia, un país que históricamente se ha sentido amenazado por Occidente, observa como la OTAN ha expandido su presencia hasta las repúblicas bálticas y como la Unión Europea ha hecho lo propio, promoviendo la firma de Acuerdos de Asociación con países del “extranjero próximo” ruso como Ucrania, en 2017, o Moldavia en 2016. De especial importancia, en lo que concierne al conflicto de Transnistria, es la firma del Acuerdo de Libre Comercio y Circulación entre la Unión Europea y Moldavia de 2014, que acercó aún más a Moldavia a la Unión e hizo temblar los cimientos de este “cinturón sanitario” por parte de Rusia, algo que unido a la implantación en Kiev de un Gobierno proeuropeo, tras el conflicto de 2014, hizo sentir peligrar a Rusia su influencia en una zona que siempre ha sido de vital importancia para Moscú. Es por ello por lo que Transnistria goza de gran valor para el Gobierno ruso, ya que es una de las principales herramientas para impedir la completa europeización de Moldavia, y a su vez están interesados en un mantenimiento del statu quo ya que un completo reconocimiento de la independencia transnistria permitiría dar vía libre a la incorporación de Moldavia a la Unión Europea.

En cuanto a los factores económicos, hay que decir que Transnistria posee una enorme dependencia económica con respecto a Rusia y que las ayudas que recibe de Moscú sustentan en gran parte su economía. Es importante, en relación a este hecho, el sistema de subsidios que Rusia usa en el suministro del gas a Transnistria, que desde el año 2009 es enviado de forma gratuita a la franja. Esto ha propiciado la acumulación de una gran deuda de las autoridades transnistrias con la compañía rusa Gazprom, algo que es utilizado por Rusia como elemento de presión hacia Moldavia ya que, al no haber reconocido hasta ahora la independencia de Transnistria oficialmente, podría reclamar el pago de esta deuda a las autoridades moldavas. Por tanto, a través del control político y económico de Transnistria, y de la presencia militar permanente en la franja, Rusia ha conseguido bloquear y contrarrestar toda iniciativa que haya podido amenazar la permanencia de un statu quo que, al menos hasta ahora, ha favorecido el mantenimiento de sus intereses en la zona.

Contexto actual: cambio de gobierno y “apertura”

A comienzos de la segunda década del siglo XXI se produjeron una serie de cambios en la política interna de Transnistria que deben tenerse en consideración. En primer lugar, el Gobierno de Igor Smirnov dejó de gozar del apoyo de las élites económicas del grupo Sheriff –el conglomerado empresarial que controla la mayor parte de los negocios del país– y de otros representantes de las élites del territorio, que consideraban que la gestión de Smirnov estaba atentando contra la propia autonomía económica de Transnistria y ponía en peligro la perspectiva de estatalidad del país. Desde entonces, el apoyo de estos grupos comenzó a dirigirse al partido “Renovación”, que abogaba por la puesta en marcha de reformas internas y de una mayor apertura, y que desde el año 2000 tenía representación parlamentaria. Desde el parlamento, este nuevo partido intentó limitar la autoridad del presidente y participó por primera vez en unos comicios presidenciales en el año 2011. Por otro lado, la influencia de Rusia en el cambio de Gobierno fue fundamental, debido a que comenzó a apoyar a “Renovación”, llegándose incluso a un acuerdo de cooperación entre Rusia Unida –el partido del presidente Vladimir Putin, que gobernaba Rusia desde diciembre de 1999– y este partido en noviembre de 2007. La apuesta por este partido se debió a que Smirnov comenzó a ser considerado un obstáculo para el diálogo entre las partes y el interés de Rusia en prevenir el estallido de algún tipo de “revolución de color” como las que se dieron en Ucrania o Georgia en los primeros 2000, debido al autoritarismo del presidente transnistrio. Por otra parte, el acercamiento de Moldavia a la Unión Europea y la apuesta cada vez más firme de su Ejecutivo por una futura integración comenzaron a hacer pensar al Gobierno ruso que un estado unificado en el que pudiera influir tendría más sentido que el mantenimiento del statu quo. Finalmente, las elecciones de diciembre de 2011 trajeron la victoria del joven político Yevgeniy Shevchuk, antiguo miembro de “Renovación” que se alejó del partido al observar que iba convirtiéndose en un elemento más del Gobierno de Transnistria, debido a su control del parlamento, que revalidaría en las elecciones de 2016 obteniendo 33 de los 43 representantes del Consejo Supremo de Transnistria. Bajo el Gobierno de Shevchuk se abogó de manera más clara por un enfoque integral para la resolución del conflicto, llevándose a cabo un primer encuentro entre Shevchuk y el primer ministro moldavo, Vladimir Filat, en enero de 2011, acordándose la reanudación del transporte ferroviario de mercancías entre ambos países, que había sido suspendido en 2006. Debe mencionarse además que, mientras la opinión pública de Transnistria se orienta hacia Rusia, los intereses empresariales del territorio se centran fundamentalmente en la Unión Europea, que supone para ellos un mercado de exportaciones más importante que el ruso o el ucraniano. El acceso al mercado europeo, por otra parte, depende del acercamiento a Moldavia, y buena muestra de ello es que la encendida retórica independentista de tiempos de Smirnov se viera aminorada bajo el Gobierno de Shevchuk. En este nuevo contexto político, en el que los grupos de trabajo se intensificaron, se reanudaron las negociaciones 5+2 en Vilna (Lituania) en noviembre de 2011, dándose un encuentro posterior en Irlanda en febrero de 2012 y en Viena en el mes de abril de ese mismo año. A pesar de los intentos, la cuestión de la sustitución de las fuerzas de paz rusas por un contingente civil internacional, algo apoyado por Moldavia, Ucrania, la Unión Europea y Estados Unidos, se ha mostrado como el principal obstáculo de las negociaciones, ya que tanto Rusia como el Gobierno transnistrio se oponen a ello, e incluso el presidente Shevchuk solicitó la ampliación de la misión de paz rusa en 2012. Las diferencias en torno a la cuestión del estacionamiento de tropas y de la nueva forma estatal surgida tras una hipotética resolución del conflicto han lastrado las últimas rondas de negociaciones prácticamente desde su comienzo y han complicado la puesta en marcha de un mecanismo resolutorio efectivo. Los últimos intentos en Viena en 2014 y en Berlín en 2016 también fueron infructuosos y la situación quedó prácticamente congelada de nuevo tras la derrota de Shevchuk en las elecciones de diciembre de 2016 y la elección de Vadim Krasnoselsky, de “Renovación”, como nuevo presidente de Transnistria.

Vadim Krasnoselsky, actual presidente de Transnistria. Vía: Новости Приднестровья

El nuevo líder transnistrio es un claro partidario de la integración del país en Rusia y ha mostrado en varias ocasiones su admiración por figuras históricas del Imperio ruso como el general Aleksandr Suvórov. Además, los hechos acaecidos en Ucrania desde principios de 2014, y que evidenciaron la voluntad de Rusia de no permitir la intromisión de Occidente en su “extranjero próximo”, hacen ver aún más difícil la resolución del conflicto entre una Transnistria que quiere aprovechar los últimos acontecimientos para adherirse definitivamente a Rusia y una Moldavia que, a pesar de las reservas de parte de su población, se muestra cada vez más convencida en su camino hacia la integración europea.


[1]  George Balan, “Place of the Confidence Building Process in the Policy of Solving the Conflict in the Eastern Region of Moldova”, Institutul de Politici Publice, Chisinau, 2010, pág 3.

[2]  A. Devyatkov y M. Kosienkowski, “Testing Pluralism: Transnistria in the Light of the 2011 Presidential Elecciones”, Social Science Research Network, 2012, pág 315.

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