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Al contrario de lo que se pudo asumir, el rechazo a las propuestas económicas del aspirante demócrata engrosó las filas conservadoras con el voto latino y moderado
Por Óscar Bernárdez
Economía o salud. Esa era la disyuntiva que había que resolver en Estados Unidos el pasado 3 de noviembre. Falta de políticas públicas, la campaña para la reelección de Donald Trump había apostado por el discurso de ley y orden y el pragmatismo, a caballo de los excelentes datos del paro en estados clave; mientras, una constelación mediática adicta a la agenda presidencial canalizaría la desinformación, solapando escándalos y debates. La estrategia saltó por los aires con la pandemia, obligando a tensionar al electorado para que la no-gestión sanitaria se convirtiese en una discusión partidista. Los republicanos emplearon entonces la descalificación del adversario, alimentando el miedo a un candidato carente de propuestas creíbles para atajar la pandemia sin castigar el empleo. Ese miedo a Joe Biden caló especialmente entre los hispanos de Florida y Texas, hasta el punto de casi salvar el plebiscito sobre Trump.
La carrera electoral se desarrolló en un contexto de supervivencia a corto plazo, lo que explica la movilización sin parangón en tiempos recientes y lo ajustado de los resultados en los estados bisagra. La economía fue el factor decisivo para un tercio de los votantes (según las encuestas a pie de urna de la CNN), empujados a escoger entre mantener el país abierto durante la tercera ola de la Covid-19 o abrir las puertas a un posible cierre de la actividad, ello en un sistema desigual y sin red de seguridad, en el que la pérdida del empleo supone la pérdida de la cobertura sanitaria y la amenaza de la insolvencia para la clase baja, porque el consumo lleva décadas apoyándose en la generación de deuda. En una coyuntura en la que millones de familias están al borde del desahucio, las promesas demócratas de una sanidad cuasi universal quedaban demasiado lejos. A nadie se le escapa que el Affordable Care Act (Obamacare) tardó más de un año en legislarse y otros cuatro en aplicarse en toda su extensión.
Tampoco ayudaron los mensajes contradictorios del tándem Biden-Harris. A lomos de una carísima campaña virtual ––sin duda una desventaja frente a los mítines de Trump––, las fechas del Green New Deal fueron cambiando hasta situar finalmente el hito de la transición ecológica en 2050, lo suficientemente lejos de una ciudadanía incapaz de asumir cambios bruscos en los hábitos de consumo y los desplazamientos, porque las ciudades están diseñadas para el automóvil. La medida más ambiciosa del aspirante consistió en la reforma y potenciación de Buy American, un decreto de la administración saliente con ecos proteccionistas, y fue recibida con tibieza en un momento en el que los paquetes de estímulo económico llevan meses congelados en el Congreso. Otro tropiezo comunicativo estribó en la postura sobre el fracking, una técnica de extracción considerada como la clave de la soberanía energética y que revitalizó estados con pasado industrial, justo los que decidieron las elecciones en 2016 y 2020, como Pensilvania.
Dijo Robespierre en 1794 que «al pueblo se lo conduce por la razón, y a los enemigos, por el terror». Trump hizo justo al revés, pues atacó las inconsistencias demócratas con un discurso pragmático, pasando de refilón por la crítica al establishment, y aterrorizó a su base con teorías inverosímiles sobre la llegada de un régimen comunista, un temor instalado desde comienzos de los cincuenta, cuando la caza de brujas del senador McCarthy. Al bloque de votantes fieles sumó a otros más moderados y proclives a la continuidad, elevando su techo electoral con electores que ni tan siquiera habían dado su aprobado al mandato de Trump. De forma simultánea, desplegó un discurso radical contra la inmigración y una línea dura en política internacional, sobre todo al respecto de Cuba y Venezuela, que sedujo a parte de la cohorte hispana.
El voto latino fue capital en estas elecciones, porque por primera vez superó como conjunto electoral al afroamericano, con algo más de treinta millones de hispanos elegibles para el censo electoral. Demostraron, otra vez más, que el latino es un conglomerado, más que un bloque homogéneo: en Florida y Texas compensaron con creces los avances de Biden entre la población blanca y con estudios, solidificando en Miami Dade y los condados del río Grande la mayoría republicana. Sin embargo, los demócratas sí fueron capaces de llegar a esta minoría mayoritaria en Nevada, gracias a los sindicatos de Las Vegas, y en Arizona, que como el resto del cinturón del sol experimenta intensos cambios demográficos por la deslocalización tecnológica y la migración. De tradición republicana, el estado de Arizona llevaba tres cuartos de siglo sin decantarse mayoritariamente por otra opción, con la excepción de 1996, cuando el voto conservador se dividió entre dos candidatos afines, propiciando la victoria de Bill Clinton.
La tendencia dispar de los latinos en los estados sureños contrasta con la principal víctima del racismo sistémico, el votante negro. Pese a los datos que arrojaban las encuestas a pie de urna ––a menudo sesgadas, y desde luego cuestionables en unas elecciones marcadas por el voto por correo––, la movilización de la comunidad afroamericana fue superior a las anteriores elecciones y dio la victoria a Biden, por la mínima, en el cinturón del óxido, los estados de los Grandes Lagos, donde la industria manufacturera vive un declive inexorable. Lo mismo sucedió en Georgia, merced a la labor organizativa de Stacey Adams. El estado de los melocotones vuelve a las raíces que abandonó hace ya tres décadas, e incluso podría acabar dando una mayoría senatorial a los demócratas, con dos asientos que se decidirán en segunda vuelta. Atlanta, Philadelphia, Milwaukee, Detroit; cuatro cidades donde la victoria demócrata es incontestable gracias, en enorme medida, a la población negra.
Es indudable que la estrategia nixoniana de ley y orden como respuesta a las protestas contra el racismo se volvió contra Trump, al activar movimientos sociales como el Black Lives Matter justo en un momento en el que los demócratas estaban teniendo problemas de movilización entre la minoría afroamericana, sin que sirviera para taponar las vías de agua de los republicanos entre la mayoría blanca. El racismo fue la segunda causa que más impulsó el voto en estas elecciones, según la CNN. El presidente trató de instalar el miedo a los protestantes, incluido el colectivo Antifa, para frenar la sangría en los suburbios, volviendo a trazar las líneas rojas de la segregación.
Así las cosas, la población cada vez más diversa y mejor educada de las conurbaciones hizo mejorar en un cinco por ciento el margen demócrata en estos condados, un avance sensible sobre todo entre los más mayores. El acceso a la sanidad es un asunto donde las bases de los dos grandes partidos parecen estar más de acuerdo y, por más que ese debate quedase sepultado por la economía, la cohorte de más edad, la más afectada por el coronavirus, ciertamente percibió más empatía por parte de Biden. Cuatro de cada cinco votantes demócratas citaron la pandemia como una de las razones para el voto. ¿Los estados con peor tendencia de contagios? Pensilvania, Michigan, Illinois, Wisconsin y Minnesota.
Estos no fueron unos comicios en los que contraponer ideas de futuro, porque apenas estuvieron presentes en el debate. Tampoco se trató de enfrentar al pueblo y al establishment, porque Trump ya nunca más podrá ser un outsider. La pandemia siguió una lógica partidista, la desigualdad quedó aparcada, y la corrupción, que marcó el mandato y llevó al impeachment del presidente, ni siquiera figuró entre las cinco primeras razones para votar, soterrada por otra sopresa de octubre, la nominación al Tribunal Supremo de la jueza Amy Coney Barrett. Se impuso el corto plazo, la competencia por los recursos, la pura superviviencia; un juego de suma cero que choca con la pulsión reformista de los demócratas. La coalición reune tanto a liberales, como Pete Buttigieg, como al movimiento radical Sunrise, que lidera Alexandria Ocasio-Cortez, quien llegó a decir que en cualquier otro país estaría en un partido diferente al del candidato. Entre estas tensiones, Biden nunca ofreció un plan consistente y las elecciones devinieron en un plebiscito sobre el presidente. La campaña del miedo a punto estuvo de girar las tornas pero, aun con la fragilidad de los demócratas, a Trump sólo le quedó la venenosa acusación de fraude electoral para aferrarse al poder.
Bibliografía
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CNN (actualizado a 9 de noviembre de 2020). Encuestas a pie de urna (infográfico). https://edition.cnn.com/election/2020/exit-polls/president/national-results/6
Cobb, Jelani (12 de agosto de 2019). La lucha de Stacey Abrams por un voto justo. New Yorker https://www.newyorker.com/magazine/2019/08/19/stacey-abrams-fight-for-a-fair-vote
Collins, Keith (9 de noviembre de 2020). Los votantes hispanos dan a Trump la victoria en Texas. New York Times https://www.nytimes.com/interactive/2020/11/05/us/texas-election-results.html
Levitz, Eric (17 de julio de 2020). La teoría unificada de la política estadounidense de David Shor. New York Magazine https://nymag.com/intelligencer/2020/07/david-shor-cancel-culture-2020-election-theory-polls.html
Vox (7 de noviembre de 2020). Lo que Joe Biden ganó – y lo que no (en Youtube). https://youtu.be/S4ugBZmctKA
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