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Afganistán: ofensiva talibán ante la retirada de Estados Unidos

Un combatiente de una milicia afgana vigila en un puesto avanzado en la provincia de Balkh, Afganistán. Foto: Farshad Usyan / AFP

Por Alejandro López.

Afganistán se ha estado enfrentando a multitud de guerras desde 1978, con numerosas fases entre las que destacan la intervención soviética contra los insurgentes muyahidines apoyados por Estados Unidos, el surgimiento de Al-Qaeda y los talibanes del mulá Mohammad Omar, la guerra civil entre grupos islamistas tras el derribo de la República Socialista de Afganistán, la intervención estadounidense en 2001 para combatir a los talibanes y la entrega del control gubernamental a las autoridades afganas en 2014.

Para saber más: Tras las huellas de los gigantes: Afganistán.

Acuerdo y desacuerdo para la salida de tropas extranjeras

Posteriormente a la creación del nuevo régimen afgano, Estados Unidos y sus aliados continuaron en Afganistán en el marco de la OTAN hasta que Donald Trump comenzó a negociar para anunciar un acuerdo directo con los talibanes, sin la presencia del gobierno de Ashraf Ghani. La enorme corrupción en el gobierno y las disputas internas con el líder opositor, Abdullah Abdullah, dejaron en una posición muy debilitada los apoyos sociales del gobierno de Kabul. Abdullah Abdullah denunció fraude electoral en 2014 y se autoproclamó vencedor de las elecciones en 2019, finalizando la disputa con un gobierno de unidad bajo la presidencia de Ghani. En 2020 Abdullah pasaría del gobierno a liderar el Alto Consejo Nacional de Reconciliación.

Las conversaciones con los talibanes se habían estado dando en Doha, para tratar de pasar posteriormente a otros formatos como el de Estambul. Pero en absoluto se cumplieron los acuerdos. Desde el principio no hubo concreción de los números o plazos para la liberación de prisioneros entre Estados Unidos, vía gobierno afgano, y los talibanes. Donald Trump avanzó la retirada paulatina de efectivos de Afganistán, que era la demanda principal de los talibán. Pero solo llegó a materializar su salida de Somalia, dejando a Joe Biden un problema sobre la mesa. Los talibanes no se comprometieron con el alto el fuego y prosiguieron con su campaña poniendo fechas límite a la retirada de las tropas estadounidenses, como la del 1 de mayo de 2021, en base a las conversaciones de Doha.

Para saber más: Acuerdo de ¿paz? en Afganistán.

Joe Biden no aceptó esa fecha y el 14 de abril realizó su propio anuncio: el 11 de septiembre, fecha límite simbólica por los atentados yihadistas que dieron origen a la “guerra contra el terror” en Afganistán. Pero ni los estadounidenses cesaron en sus ataques aéreos y bombardeos sobre posiciones talibanes ni éstos cumplieron con el compromiso de no atacar las capitales, de las que no controlaban ninguna.

De hecho, una de las novedades asociadas a la decisión de Biden frente a la Administración Trump fue la salida “sin condiciones” de Afganistán, dada la extrema necesidad de evitar la pérdida de más vidas y el envío de una nueva generación de soldados a una guerra interminable. Detrás de Estados Unidos irían los demás socios de la OTAN como Alemania, Francia o España, con reticencias en Reino Unido y la duda de los efectivos de Turquía en torno al aeropuerto de Kabul. Estados Unidos y Turquía siguieron negociando de espaldas a la realidad social la cuestión de Kabul, tratando de involucrar otros problemas bilaterales como las sanciones por la compra de antiaéreos rusos, pero los talibanes rompieron el clima negando cualquier posibilidad de permanencia de Turquía. Pero la decisión de Biden respondía a la voluntad por finalizar un conflicto donde Estados Unidos había quedado lejos de vencer a los talibanes pero necesitaba un pretexto para salir del barrizal, tras una década queriendo dirigir sus prioridades sobre Asia-Pacífico.

Para saber más: Afganistán: ¿hay posibilidades de paz tras la retirada de las tropas extranjeras?

Diplomacia para todos

Ambas partes dejaron el acuerdo de Doha en papel mojado al incumplir también la fecha del 1 de mayo, pero Biden la tomó como inicio de la retirada. Aunque se dijo que el apoyo estadounidense quedaría limitado a la ayuda económica y el mantenimiento de instalaciones, con la prórroga se quería evitar un vacío que los talibanes pudieran ocupar con facilidad. La idiosincrasia de las guerras precedentes al 2001 y la caída del Emirato Islámico habían dejado a los talibanes con su apoyo mermado al sur, con epicentro en Kandahar, y las zonas rurales. Sin embargo, en apenas 2 meses desde el anuncio de la retirada a mediados de abril, los talibán habían pasado de unos 70 distritos bajo control a superar el centenar, tras el empujón de su campaña al sobrepasarse la fecha que consideraban límite del 1 de mayo. Y no solo lograrían un fuerte impulso en el sur sino también en el norte, donde nunca habían logrado imponerse con firmeza durante la etapa del Emirato Islámico. Tanto fue así que el número de distritos se habría duplicado para julio de 2021.

Entre los importantes avances se encontraban puntos fronterizos con todos sus países vecinos: Pakistán –actor estratégico para Estados Unidos y los talibanes durante décadas-, Irán –muy interesado en la normalización de relaciones para un acuerdo por suministros en la región-, China –se ofreció como mediador y comprometió importantísimas inversiones para el país en el marco de la Ruta de la Seda, ganando la influencia de los talibanes y el abandono de la causa uigur desde Afganistán-, Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán. Estos tres últimos de gran importancia al haberse dado entradas de personal leal al gobierno hacia sus territorios por dichos pasos y haberse sufrido experiencias islamistas previas, especialmente en Uzbekistán.

Delegación talibán junto al Ministro de Exteriores chino, Wang Yi, en Tianjin. Fuente: Ministerio de Relaciones Exteriores de China.

El caso de Pakistán sería crítico ya que el rechazo de Islamabad sobre un gobierno talibán terminaría con su consolidación, punto en el cual Pakistán negó ofrecer apoyo pero afirmó que tampoco “combatiría” a los talibanes una vez asentasen su poder. El gobierno afgano de Ghani, de hecho, acusaba a Pakistán de colaborar con los talibanes. La vista de la diplomacia talibán hacia el este se volvía así estratégica tras la cuestión pakistaní, la inaudita sintonía con China y la apertura no reconocida de un canal de conversación con India, rival histórico. La tensión con Turquía seguiría hasta que Ankara decidiese adoptar un enfoque pragmático como el que a Irán le ha costado reproches internos, pero los talibanes seguían negando la posibilidad de permanencia de tropas turcas en Kabul. Esta situación sería especialmente relevante en la eventual geopolítica y diplomacia talibán ya que el Afganistán de Ghani había ingresado al Consejo Túrquico como miembro observador.

No obstante, la relación con Irán adolece de una ambigüedad controvertida. La división entre moderados favorables al acuerdo nuclear con Estados Unidos y la línea dura de los principalistas ha tenido sus reflejos en Afganistán. La normalización con Estados Unidos sirvió para que Irán relativizase sus intereses económicos en Afganistán occidental, con Helmand como región estratégica para los suministros de agua al Baluchistán iraní. La financiación iraní al tayiko Abdullah Abdullah se moduló con un apoyo a facciones menos radicales talibanes para combatir al Estado Islámico de Jorasán –ISIS en Afganistán-, mucho más beligerante que los talibanes con los grupos chiíes. Todo esto se enmarcó en la carrera por la influencia en Afganistán que mantenían Irán y Pakistán, ofreciendo los persas un nuevo punto de apoyo ajeno al Baluchistán pakistaní, a cambio de no ofrecer apoyo a los insurgentes baluches de Irán, que suponían un problema para Teherán.

Para saber más: La estrategia de Irán en Afganistán.

Con la llegada del acuerdo de Doha entre Estados Unidos y los talibanes, Irán perdió parte de la potencial influencia en favor de Pakistán. Las facciones talibanes firmantes se posicionarían en contra de alojar o favorecer a grupos yihadistas, a diferencia de lo ocurrido en el Emirato Islámico de los 90, buscando que la comunidad internacional adoptase un enfoque pragmático a la nueva relación con ellos tras la eventual salida de tropas extranjeras. La crisis de Irak que llevó al asesinato de Qassem Soleimani supuso el auge del ala dura iraní y la tensión con Estados Unidos complicó su posición en Afganistán. Este ala había sido partidaria durante mucho tiempo de favorecer el armamento de grupos chiíes en Afganistán, así que se potenció la inversión de su entorno en el Afganistán occidental, así como se preparaban posibilidades armadas desde las brigadas traídas de Siria. Sin embargo, Irán mantuvo e incrementó su pragmatismo tratando de mediar, garantizar sus intereses tanto con el papel futuro de los talibanes en Afganistán, con las élites tayikas –pueblo persa-, con los grupos chiíes y con el control de los recursos de Helmand.

Las conversaciones con Rusia, igual que las de China por el corredor del Badajshan, serían clave al servir para asegurar la normalidad de la frontera con los países de Asia Central. Esto serviría especialmente para pacificar los ánimos desde Tayikistán, único miembro de la alianza militar rusa CSTO (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), y cuya frontera con Afganistán sería fortificada ante amenazas talibanes. Esta retórica serviría por un lado para dar fortaleza a Tayikistán frente a sus problemas con Kirguistán, a Rusia frente a la influencia perdida en Afganistán desde la aventura soviética, a los talibanes para normalizar relaciones de su hipotético gobierno consolidado con un actor de calibre, y a las minorías étnicas afganas para tratar de buscar un contrato social que les permita convivir en un escenario de superación del nacionalismo pastún. Esta última cuestión sería de difícil encaje pero había sectores talibanes más moderados –dentro del fundamentalismo religioso- y que seguían proponiendo conversaciones de paz.

De especial importancia sería la cuestión étnica en el norte del país, donde varios grupos de muyahidines y minorías ya habían amenazado con levantarse de nuevo contra los talibanes. En agosto de 2021 se uniría Uzbekistán a las maniobras militares rusas y tayikas cerca de la frontera afgana, devolviendo a Uzbekistán un contrapeso ruso en la región que amenazaba Turquía y se acentuó desde la salida del país de la CSTO en 2012. Otro dato de interés está en que Afganistán es miembro observador de la CSTO desde 2013, así que las relaciones que teja con Rusia son esenciales para entender lo que haría un eventual gobierno talibán, al igual con el comentado estatus en el Consejo Túrquico. A pesar de todo, Turquía trataría de mover su influencia tras el fiasco de la OTAN hacia la mediación vía Pakistán, aliado estratégico turco. Además de grupos uzbekos o tayikos, los hazara chiíes serían la minoría más beligerante, pero desde el centro del país.

Para saber más: Chiíes en Afganistán.

Perspectiva

El hecho de que los talibanes siguieran presentando propuestas de paz hacía pensar que podía no resultar de su interés un ataque sobre las capitales por su falta de capacidad para consolidar territorios poblados o su debilidad para el asalto de las mismas. Asimismo, el alto número de distritos escondía la proporción de territorio estratégico y de población bajo su control, que aún contemplaba posibilidades del gobierno de Kabul para aguantar la campaña. Esto ocurre por la concentración de población en ciudades, donde los pocos derechos sociales que había ganado el país desde 2001 más se hacían ver. El fundamentalismo islámico de los talibán era especialmente cruento en las zonas rurales, donde ejercían mayor control pero también donde menos avance social había habido en las dos décadas desde la caída del Emirato. Las mujeres y las minorías serían de los sectores más afectados, como venían siéndolo de manera generalizada desde 1992.

La caída de las primeras capitales provinciales abriría un nuevo escenario donde cada vez más actores se abrían a normalizar el Emirato talibán y competir por atraerles hacia sus intereses de futuro.

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