Las últimas dos semanas han constatado un aumento de las tensiones en la Península Coreana. El bloque de Estados Unidos, Corea del Sur y Japón ha visto cómo se enrarecía el clima bélico con Corea del Norte. Aunque las tensiones intercoreanas no han cesado desde que la guerra de Corea se viese interrumpida en 1953 por un armisticio, puede señalarse al portaaviones estadounidense USS Ronald Reagan como uno de los causantes de la reanudación de los movimientos este septiembre.
El buque llegó al mar coreano para realizar maniobras conjuntas con Corea del Sur, molestando a Pyongyang. Como respuesta, el martes 27 de septiembre Corea del Norte lanzó un misil hacia el mar del Este, dando comienzo a una semana en la que el tira y afloja fue la tónica general. En este marco, la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris visitó el sur, se reunió con altos cargos del gobierno surcoreano y visitó la –mal llamada– Zona Desmilitarizada en Panmunjom, en la frontera entre las dos Coreas. Harris se refirió al gobierno norcoreano como una “dictadura brutal” y el Presidente Yoon Suk-yeol dijo que Estados Unidos y Corea del Sur responderían “resuelta y abrumadoramente” si el norte quisiese emplear su armamento nuclear. A su vez, Pyongyang lanzó seis misiles más: dos el miércoles, dos el jueves y dos el sábado. Y, para terminar de caldear el ambiente, Japón se sumó realizando junto a Estados Unidos y Corea del Sur los primeros ejercicios anti submarinos trilaterales desde 2017.
Para hacer una aproximación al porqué de esta reciente escalada, conviene repasar cómo se han movido internamente los distintos actores, a saber: Corea del Norte, Estados Unidos, Corea del Sur y, lateralmente, Japón.
La parte que requiere quizá menor profundización es la República Popular Democrática de Corea –el norte–. Por la configuración interna de su sistema político, lo que acredita la historia es un severo continuismo en sus posicionamientos en materia de política exterior. Su regimentación de la propiedad y la producción no da lugar a una burguesía nacional con intereses discordantes. Además, una amplia capa de campesinos y trabajadores parece apoyar –aparatos ideológicos y represivos del Estado mediante– en conjunto a un sector político-militar bastante monolítico que sigue los lineamientos de las doctrinas juche (주체) y songun (선군정치). Su postura en las relaciones intercoreanas se ha guiado por una serie de ideas fuerza: según esta óptica Estados Unidos es un actor imperialista injerencista, Corea del Sur es un subordinado militar e ideológico y Japón es un aliado regional anti coreano. Así, el norte suele ejercer presión militar en términos defensivos: reacciona, como en esta ocasión, a lo que percibe como amenazas o provocaciones del eje Washington-Seúl-Tokio.
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Lo que Pyongyang observa como amenazas son los movimientos conjuntos, acercamientos diplomáticos o acuerdos militares entre las partes del bloque agresor. Y, en este sentido, sí ha habido modificaciones cruciales en los últimos tiempos. La victoria electoral de Yoon Suk-yeol en las elecciones presidenciales surcoreanas de marzo de 2022 precipitó la situación en la Península. Yoon es un firme anticomunista, contrario a la Política del Sol y defensor de un afianzamiento del tridente EEUU-Corea del Sur-Japón. Siempre ha defendido un mayor vínculo militar entre Seúl y Washington. Esto no es un dato menor, sino que modifica respecto a la anterior presidencia de Moon Jae-in el marco en el que se desenvuelven las tensiones intercoreanas. Con Yoon todo acercamiento entre Estados Unidos y Corea del Sur adquiere un cariz de mayor confrontación con el norte.
En este sentido, la llegada de la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris a Seúl, su visita a la Zona Desmilitarizada y la llegada del USS Ronald Reagan al mar coreano merecen especial atención. Estos hechos ven una firme reacción desde Pyongyang por dos motivos: el primero es la mayor receptividad de Seúl con respecto a todo lo que venga de Washington. La postura de Yoon frente al gobierno norteamericano afianza en Corea del Norte la idea de que el sur es poco más que un socio menor de Estados Unidos. El segundo es un hecho más estructural, una condición más sistémica del orden internacional: el viraje de Estados Unidos a Asia-Pacífico. La presencia de Harris en Corea ha tenido lugar en el marco de un proceso de mayor alcance. Estados Unidos ha realizado acercamientos a varias islas del Pacífico como parte de su estrategia de contención frente a la influencia china, así como ha reafirmado la importancia de su alianza con Japón. Además, la situación en Taiwán está en un pico de tensión no visto en años, luego de la visita de Nancy Pelosi a la isla. En suma, Estados Unidos está cerrando filas en Asia-Pacífico, tratando de reagrupar esfuerzos en la región.
Por último, Japón juega un papel importante en las relaciones intercoreanas. En tanto firme aliado del bloque internacional de Estados Unidos, los distintos gobiernos nacionales han compartido por lo general la agenda norteamericana en materia de Asia-Pacífico. No obstante, sus relaciones con Corea del Sur, el otro gran actor en las confrontaciones con Corea del Norte, han sido siempre bastante tensas. Fruto de elementos no resueltos de la ocupación imperialista de Japón sobre Corea durante la primera mitad del siglo XX, ambos Estados han mantenido profundas tensiones pese a la aparente convergencia de sus agendas regionales. No obstante, con Yoon Suk-yeol parece estar habiendo un acercamiento considerable, lo que podría reforzar el papel de los nipones en lo que a la presión sobre Pyongyang refiere.
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En resumen, la mirada norcoreana respecto al conflicto peninsular no parece cambiar con el paso del tiempo. No obstante, sí varía el grado y la intensidad de sus reacciones frente al eje Estados Unidos-Corea del Sur-Japón. Este bloque, a su vez, modifica sus acercamientos con Pyongyang –en el sentido de un mayor o menor belicismo– en función de sus variaciones político-electorales internas. Lo que muestra la actualidad es lo que probablemente deparará el tiempo que dure Yoon Suk-yeol como presidente de Corea del Sur: un reforzamiento del vínculo Washington-Seúl-Tokio y un empeoramiento (y posible escalada) de las tensiones entre estos y Corea del Norte.
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