En este artículo se intentará analizar una de las instituciones más conocidas de la República Islámica de Irán, la Guardia Revolucionaría, desde una perspectiva política y se tratará de comprender cómo ambas entidades forman parte de una misma visión político-cultural. La mayor parte de los análisis sobre la Guardia Revolucionaria suelen poner el foco en sus capacidades militares, tanto internas como externas, pero olvidan en la mayoría de los casos intentar entender esta institución desde los principios políticos que articulan el país.
La mayoría de estudios lo hacen siempre sin tener en cuenta su dimensión islámica, más allá de cierto simbolismo. Esta omisión invisibiliza cualquier posibilidad alternativa a la hora de comprender los orígenes del grupo, así como su peso político, económico, cultural y social. En otras palabras, podemos decir que el aspecto político de la Guardia Revolucionaria permanece sin estudiar o se ha hecho desde las mismas líneas ideológicas –aquellas que consideran que lo “político” solo es posible encontrarlo en Occidente–. Por otro lado, podemos señalar que la mayor parte de fuentes utilizadas para analizar a la entidad iraní son o bien secundarias o bien descontextualizadas de su entorno político-islámico.
Origen y fundamentos políticos de la Guardia Revolucionaria
La idea de crear un cuerpo como la Guardia Revolucionaria surge un año antes del establecimiento oficial de la República Islámica en 1979 dentro del entorno más cercano de Ruhollah Khomeini, que en aquel entonces se encontraba en el exilio en Francia. La propuesta es expresada por primera vez por Mohamed Montazeri, el hijo mayor del Ayatolá Hussein Ali Montazeri, uno de los colaboradores más importantes de Khomeini y nominado como sucesor por el propio Khomeini antes de caer en desgracia.
El motivo principal se debía a que el ejército regular iraní –Artesh– no era una institución fiable en esos momentos por las muestras de lealtad que una parte de sus integrantes, especialmente los altos mandos, continuaban mostrando hacia el Shah. Asimismo, el ejército regular iraní era el mayor importador de armas estadounidenses en la región y mantenía una estrecha colaboración con Israel, país que para los revolucionarios islámicos simbolizaba –y sigue simbolizando– la opresión producto de una mentalidad colonial.
La cuestión, por tanto, desde el punto de vista del islam político, era la necesidad de crear una institución político-militar que no estuviese “intoxicada” por lo que, en su opinión, eran principios contrarios al Islam. También cabe destacar que, para los revolucionarios islámicos, el ejército, como el resto de instituciones bajo control del Shah, formaba parte de una articulación colonial que negaba cualquier posibilidad de desarrollar una identidad islámica propia.
El acto fundacional del grupo tuvo lugar el 9 de marzo de 1979, según su propia historiografía, y entre los fundadores se encuentran el ya citado Montazeri, Akbar Hashemí Rafsanjani, Mousavi Ardebil, el Ayatolá Ali Khamenei –el actual Líder Supremo–, Mohsen Rafigh y el Ayatolá Mohammad Behesti. Es también en este momento, a petición de Khomeini, cuando el grupo adopta su nombre oficial: Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica (Sepāh-e Pāsdārān-e Enghelāb-e Eslāmi, en farsi). Ya en 1980 se establecen los objetivos y funciones generales del grupo, que utilizaremos para realizar su análisis desde la perspectiva político-islámica.
Luchar contra “elementos anti-revolucionarios”
Las primeras operaciones del grupo fueron contra el grupúsculo Mojahedin-e-Khalq (MKO), que desde la instauración de la República Islámica desató una campaña de ataques contra dirigentes políticos en su intento por derrocar al recién establecido gobierno. El grupo contaba con el apoyo del primer presidente de la República Islámica, Abolhasan Bani-Sadr, que ostentó el cargo durante 18 meses antes de su destitución. Bani-Sadr había mostrado su desacuerdo con la toma de la embajada estadounidense en Teherán al considerar que alejaría al país de la comunidad internacional. Para los islamistas, Bani-Sadr era percibido como un liberal que no pretendía instaurar una República Islámica basada en el lenguaje del Islam y alejada, por tanto, de la ideología occidental. La etiqueta “liberal” es una de las más utilizadas por los islamistas para referirse a la ideología occidental, que consideran como hegemónica.
El MKO comenzó su actividad en 1965 como una guerrilla armada de corte secular y sin relación con los islamistas revolucionarios de Khomeini. Las autoridades iraníes acusan al grupo –que en la actualidad continúa activo en el exterior– de ser una secta responsable de la muerte de al menos 17.000 personas, muchos de ellos fruto de su alianza con Saddam Hussein durante la invasión de Irán llevada a cabo por Irak. El MKO fue declarado ilegal y desmantelado casi al completo: la mayor parte de sus integrantes fueron condenados a muerte por los llamados tribunales revolucionarios.
Asimismo, durante esos años y aprovechando la inestabilidad que se vivió en la etapa pos-revolucionaria, los kurdos se rebelaron contra el gobierno central. La Guardia Revolucionaria fue desplegada para paralizar y reprimir el movimiento secesionista. Para muchos analistas, como por ejemplo Afshon Ostovar, autor de un estudio sobre la Guardia Revolucionaria, esta función opresora sería la principal del grupo desde sus orígenes hasta la actualidad.
Combatir la ideología “contra-revolucionaria”
La Revolución había sido, para los propios islamistas, una lucha contra el eurocentrismo encarnado en las políticas de los Pahlavi. Fue una revolución que a diferencia de la francesa, rusa o china no compartía los principios occidentales. Para la historiografía islamista, fue una de naturaleza epistémica, no “simplemente” un movimiento en términos de liberación nacional. Es por esto por lo que la “lucha contra los elementos contra-revolucionarios” no se puede entender simplemente desde una perspectiva material.
La idea de lucha está aquí anclada en la misión de construir un nuevo sistema político basado en el Islam y que rompiese con lo que se conoce como “kemalismo”, es decir, el nombre de la modernidad occidental en contextos islámicos –la dinastía Pahlavi en Irán, Ben Ali en Túnez, Ataturk, por supuesto, en Turquía, e incluso la dinastía Saud en Arabia Saudí, forman parte de ese grupo “kemalista”–. De lo que se trataba, principalmente, era de una lucha discursiva que evitase la reapertura del espacio político desde articulaciones consideradas occidentales. La Guardia Revolucionaria, a este respecto, funcionaba como una vanguardia ideológica cuya labor principal era la de evitar la disolución de la narrativa islámica.
Defender el país de cualquier ataque, ocupación o infiltración de fuerzas extranjeras
Hay que recordar que en septiembre de 1980 las tropas iraquíes invadieron Irán dando lugar a una guerra que duró ocho años. La llamada “guerra impuesta” supuso la consolidación de la Guardia Revolucionaria como puntal de la defensa del territorio iraní, así como de sus ofensivas, muchas de ellas sin éxito, en suelo iraquí. Gracias a los asaltos masivos de miembros del grupo y de voluntarios de la fuerza Basij se consiguió repeler la operación iniciada por Bagdad y recuperar la totalidad del territorio iraní. Eso sí, con un altísimo número de muertos –considerados como mártires en el lenguaje islamista–.
La guerra no se produjo por una enemistad entre árabes y persas. El conflicto se originó por el miedo de la comunidad internacional, principalmente los países de la región de Oriente Medio, a la Revolución Islámica y a su posible influencia política. Para la República Islámica, la contienda no fue solamente contra su vecino con aspiraciones expansionistas, Irak, sino un conflicto contra el bloque “kemalista” y contra Occidente.
Cooperación y coordinación con las Fuerzas armadas regulares
Esta colaboración entre ambos grupos es fundamental para conseguir una integración militar, pero principalmente política. Para ello fue necesario, primero, efectuar una purga –varios autores prefieren emplear la palabra “des-occidentalización”–, dentro de las filas del ejército. Para los mandos de la Guardia Revolucionaria, así como para los dirigentes de la República Islámica, el principal objetivo, una vez derrocado el Shah, era el de intentar crear una política islámica. El mayor problema, a su modo de ver, era la influencia de Occidente en Irán, que ya en la década de 1960 había sido catalogada como una “enfermedad” –el escritor Jalal Al-i Ahmad acuño el término “Occidentosis”, gharbzadegi en farsi, para referirse al estado de alienación en el que vivía Irán bajo la influencia occidental–. La revolución Islámica y la propia Guardia Revolucionaria fueron vistos como un remedio político a esa “enfermedad”.
Formación de los miembros de la Guardia Revolucionaria
La idea de la formación política es vital para comprender tanto las funciones como el funcionamiento de la Guardia Revolucionaria dentro de un sistema islámico. Desde la visión política sobre la que se articula la República Islámica lo importante no era el recambio en las instituciones utilizadas por los Pahlavi. Lo principal era la construcción de nuevas posibilidades políticas. La Guardia Revolucionaria tenía, y tiene, si hacemos caso a los análisis islamistas, una función que va mucho más allá de la meramente militar. De hecho, su cometido principal sería el de materializar los principios políticos sobre los que se sustenta la República Islámica. De ahí la necesidad de que sus miembros conozcan esos principios en profundidad.
Durante la guerra contra Irak se crearon las llamadas unidades educacionales, cuya finalidad primordial era la elaboración de material ideológico-político dirigido a los miembros del grupo desplazados en el frente. La labor cultural de la Guardia Revolucionaria durante la guerra se concretó además en la creación de 2.400 bibliotecas repartidas por todo el país, así como la publicación de unos 482.000 folletos informando sobre la situación en el frente. Al terminar el conflicto se crearon universidades para la formación teórica de los guardias revolucionarios, siendo la más importante la Universidad Imam Hossein de Teherán, fundada en 1986.
Asistir en la implementación de la República Islámica
Esta “asistencia” tiene un aspecto político-ideológico, que va mas allá de sus concreciones materiales. Una parte muy importante de los estudios sobre la Guardia Revolucionaria se centran en su implicación en los sectores económicos más diversos del país, desde las obras públicas, a la ingeniería civil, pasando por las telecomunicaciones. En esos estudios, la mayoría realizados por autores occidentales, se pone de relieve que el control que el grupo tiene sobre amplios sectores de la economía nacional, lo que ha llevado a algunos a concluir incluso que la entidad iraní, gracias a su vasta red económica, forma un Estado dentro del Estado. Esta visión simplifica la realidad de la institución y no tiene en cuenta las cuestiones políticas que son las que articulan su visión y sus objetivos.
Estos objetivos pueden resumirse en la máxima islámica de “promover la virtud y prohibir el vicio”. Los principios de la Guardia Revolucionaria son los mismos que estructuran a la República Islámica. Y por eso mismo carece de sentido hablar de dos Estados paralelos. No obstante, este análisis no pretende negar la implicación del grupo en la economía iraní, que abarca prácticamente todos los sectores. Uno de sus ejemplos más significativos es el campo de la ingeniería civil y obras públicas. La empresa Khatam al Anbia, una de las muchas compañías del conglomerado controlado por la Guardia Revolucionaria, ha llevado a cabo cientos de proyectos desde su creación en 1990 con Rafsanjani como presidente.
Rafsanjani, uno de los padres del neoliberalismo en Irán, abrió la puerta a que la Guardia Revolucionaria tuviese un papel fundamental en lo que se conoció como la etapa de reconstrucción, una vez finalizada la guerra con Irak en 1988. Para la mayoría de autores occidentales, esta etapa marca el período de crecimiento y de consolidación económica del grupo, e incluso encontramos a quien habla de que este se convierte en una amenaza para el Estado. Para ciertos expertos iraníes, por otro lado, esto era un desarrollo normal de la actividad de esta institución durante los años de guerra. Esta implicación económica venía a ser la materialización de su implicación política en la construcción y defensa de la República Islámica. Con Rafsanjani como presidente es cuando el grupo adquiere su forma definitiva. Se constituyeron las cinco ramas en las que se divide la Guardia Revolucionaria actualmente: tierra, mar, aire, Fuerza Basij –vista como una fuerza auxiliar o como fuerza paramilitar–, y por último, la Fuerza Al Quds, encargada de operaciones en el extranjero.
Es también bajo la administración Rafsanjani cuando adquieren mucha importancia los llamados bonyads. Podemos definirlos como fundaciones islámicas encargadas de dar servicios de todo tipo, principalmente sociales, a millones de iraníes. Los bonyads no son ni públicos ni privados y son vistos muchas veces como fuente de corrupción y clientelismo –aunque hay autores como Sarah Marusek que defienden que los bonyads son alternativas económicas al orden neoliberal–. Durante la década de 1990, el gobierno cedió los bonyads más importantes a la Guardia Revolucionaria para que lo gestionase de forma casi independiente.
Dar apoyo a grupos “oprimidos” fuera de Irán
Este es un punto fundamental para comprender la implicación exterior de la institución, así como sus relaciones con otros grupos de características similares. En términos políticos los revolucionarios islámicos dividen el mundo en dos categorías: por un lado, el mostazafin –que podemos traducir como oprimido/a–, y por otro, el mostakberin –que pude ser traducido como opresor/a–. Hay que entender esas dos categorías no en términos materiales, sino en términos existenciales. Es decir, conforme a esta perspectiva, el mostazafin es el “otro islámico” de Occidente. En otras palabras, es una categoría política que incluye a aquellos musulmanes que asumen la necesidad de articular el orden político alrededor del Islam y de este modo rechazar las manifestaciones hegemónicas occidentales.
Esta división en dos categorías sirve para entender cómo la Guardia Revolucionaria ve el mundo y cómo interviene políticamente en él. Para la Guardia Revolucionaria su misión no se puede ceñir al territorio nacional iraní porque se ve como representante político de toda la comunidad musulmana. Es decir, Teherán se considera a sí mismo como un “gran poder islámico que representa a la totalidad de la Umma”. Por tanto, que el grupo desde sus inicios tuviese una dimensión no nacional forma parte esa autopercepción. La creación de la Fuerza Al Quds, con presencia en Siria, Líbano o Irak, es un ejemplo paradigmático. El hecho de que el campo de acción del grupo no se limita al territorio nacional iraní ya se ejemplificó durante la guerra contra Irak, cuando se hizo uso del lema “el camino a Jerusalén pasa por Bagdad”.
Esta defensa de la Umma es la que llevó al grupo a establecer contactos y relaciones con varios y diversos grupos en la región: Hezbollah, Hamas, Hutíes o grupos de resistencia filipinos, entre otros. Precisamente es esta perspectiva de la República Islámica la que es considerada como una intromisión iraní en la política interna de varios países en su búsqueda por desestabilizar la región.
Podemos, por tanto, concluir que la Guardia Revolucionaria no puede ser analizada solamente prestando atención a sus aspectos militares. Aún sin negar que estos sean los más relevantes, no se puede desatender el análisis de sus principios políticos, que son los que la hacen una institución política islámica. La Guardia Revolucionaria es una herramienta más, quizá las más conocida, de la visión islamista de Teherán y no pueden ser entendidas de manera independiente.
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