La Operación Inundación al-Aqsa está marcando un punto de inflexión en la configuración regional en Oriente Medio. Desde la óptica internacional e inmediata, la repercusión más llamativa del inesperado, aunque planeado, ataque lanzado por Hamás sobre Israel ha sido la paralización del acuerdo de normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel a instancias de Riad, que ha condenado vehemente la reacción israelí y apoyado el “derecho de Palestina a defenderse”. Sin embargo, desde el punto de vista de las dinámicas regionales y el propio equilibrio de fuerzas existente, destaca el posicionamiento y cierre de filas unánime por parte del llamado Eje de la Resistencia en apoyo a la Operación Inundación al-Aqsa y a la defensa de la legitimidad de Hamás a lanzar la misma. Este respaldo no es baladí puesto que el Eje de la Resistencia está compuesto por diferentes organizaciones paraestatales asentadas en El Líbano, Siria, Irak y Yemen que tradicionalmente se han organizado en torno a la dirección de Irán.
Sin entrar en el grado de implicación de Teherán en la planificación y preparación de la operación, así como de su visto bueno, lo que permite hablar de una resurrección del Eje de la Resistencia es el apoyo tajante que las principales fuerzas que lo constituyen han dado a Hamás. Desde los Houthies yemeníes, hasta el grupo armado libanés Hezbollah, pasando por las principales facciones chiíes de Iraq y Siria, todas han asegurado que si Israel “cruza algunas de las líneas rojas” saldrán en defensa de las facciones palestinas. De forma tanto explícita como implícita, el Eje de la Resistencia por primera vez en años ha actuado de manera cohesionada y unánime al situar como líneas rojas el apoyo militar directo de Estados Unidos a Israel o el inicio de una operación terrestre sobre Gaza.
A diferencia de en otras ocasiones donde particularmente Irán y Hezbollah han adoptado cierta posición ambigua llamando a la desescalada una vez que los choques entre Israel y Hamás amenazaban con aumentar en exceso, durante toda la operación Inundación al-Aqsa el apoyo dentro del Eje de la Resistencia hacia Hamás sólo ha ido en aumento. De forma escalonada, todas las facciones, incluso hasta Irán, han llegado a afirmar que intervendrán en el conflicto si Israel no cesa sus ataques contra Gaza. Es de por sí evidente la implicaciones que estas declaraciones tienen, pues de suceder, la guerra de Sucot desembocaría inmediatamente en una de naturaleza regional. Uno de los motivos del cambio en el comportamiento en Teherán es el deterioro que han experimentado sus relaciones con Occidente en los últimos meses, dinámica que se cristaliza en el fracaso del acuerdo nuclear Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA por sus sigas en inglés).
Esto ya de por sí nos habla de los efectos y consecuencias regionales en el corto, medio y largo plazo de la acción coordinada por parte del Eje de Resistencia. Pero es aún más emblemático si consideramos que desde el asesinato de Qassam Soleimani, general de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Iraní, las relaciones entre Irán y los diferentes grupos del Eje de la Resistencia se debilitaron significativamente en beneficio de una mayor autonomía de los segundos al margen de Irán y, por lo tanto, en detrimento de la capacidad iraní para fijar la agenda.
Los equilibrios de poder en Oriente Medio
Ahora bien, la “reemergencia” del Eje de la Resistencia responde no tanto a una renovada capacidad de Teherán para dirigir a las facciones paramilitares chiíes que lo componen, sino como una reacción de estos actores –incluido Irán– a la Guerra de Sucot, cuyos efectos amenazan con alterar profundamente la correlación de fuerzas en Oriente Medio. En este sentido, es importante diferenciar la forma o el discurso que han adoptado los comunicados de apoyo a Hamás del contenido y objetivos reales de los mismos. Por decirlo de forma directa: la reacción conjunta del Eje de la Resistencia en apoyo a Hamás ni mucho menos tiene que ver –o es resultado– de una solidaridad musulmana por la causa palestina, pese a que sea bajo esta narrativa como se esté presentando y justificando las posibles acciones que puedan adoptar.
Empezando por Hamás y aplicándolo al resto de facciones del Eje de la Resistencia, la égida de la liberación de Palestina lejos de ser el objetivo real de la actividad de estos actores ha sido más bien el envoltorio a través del cual han presentado la defensa de sus propios intereses particulares y exclusivos. Ante el pleno reconocimiento por parte de Israel de Fatah como el único interlocutor válido para Palestina, Hamás ha sabido dirigir la resistencia palestina, en Gaza especialmente, para ejercer presión tanto sobre la Autoridad Nacional Palestina como sobre Tel Aviv y obtener prebendas y beneficios de esa capacidad constatada para asegurar su liderazgo del movimiento de resistencia palestino en Gaza.
Sin embargo, hasta el inicio de la Operación Inundación al-Aqsa, las acciones de Hamás –y no sólo suyas – han estado enmarcadas y orientadas a mejorar su posición de cara a negociar con Israel y competir con Fatah por la hegemonía política del movimiento palestino en Cisjordania, buscando desbancarles como ese interlocutor privilegiado y reconocido.
El cambio que encontramos con la Operación Inundación al-Aqsa es la respuesta de Hamás ante un escenario político marcado por la emergencia dentro de Israel y su llegada al Gobierno de los sectores más ultraortodoxos judíos. Estos sectores, frente a una suerte de solución binacional e integración de los palestinos en el Estado israelí, apuestan por constituir un Estado netamente judío establecido sobre el apartheid y expulsión absoluta de la vida política de los palestinos. Tal escenario dejaba muy poco margen a un Hamás que ya tras los enfrentamientos con Israel en mayo de 2021 definitivamente reconocía las fronteras palestino-israelíes firmadas en 1967; algo que en 2017 anunció por primera vez.
Pese a ello, la ofensiva del sector ultraortodoxo contra los palestinos en Cisjordania y el rechazo permanente de Israel a permitir que Hamás sea algo más que el gestor del erial que es Gaza –con cada vez menos espacio para la negociación– es lo que en última instancia ha obligado a Hamás a revolverse contra este escenario y lanzar la operación Inundación al-Aqsa. A través del ataque a gran escala, Hamás está apostando por romper la correlación de fuerzas existente y forzar a unas nuevas negociaciones entre las facciones israelíes y palestinas bajo un equilibrio de fuerzas totalmente nuevo y asentado sobre los resultados de la guerra de Sucot.
No obstante, esta apuesta plantea no sólo un nuevo equilibrio dentro de Israel y Palestina, sino que mediatamente está apuntando a nuevo orden regional. Esta es la razón de fondo del apoyo a Hamás del resto de facciones del Eje de la Resistencia y del mismo Irán. La respuesta militar de Israel que amenaza con borrar a Hamás como entidad política en Gaza supone un punto de inflexión regional en la medida que Gaza ha sido y es un enclave de importancia geopolítica fundamental para el Eje de Resistencia y para Teherán. La desaparición de este bastión no sólo reduce notablemente la profundidad regional de Irán sobre Oriente Medio, sino que indirectamente debilita las respectivas posiciones del resto de grupos paramilitares chiíes.
Pues aunque cada organización chií alineada con el Eje de la Resistencia ha tendido a desvincularse de una actividad regional conjunta en beneficio de una mayor estatalización del territorio sobre el que operan –Hezbollah, las milicias iraquíes que actualmente se encuentran en el Gobierno o los Houthies, por no hablar de Hamás, son claros de ejemplos de ello–, su propio peso estatal particular actúa como punto de apoyo para la actividad local del resto en cuanto que respaldo y garantía de la política que desplieguen.
Si bien en los últimos años el vínculo entre los diferentes actores del Eje de la Resistencia se ha debilitado y el efecto aglutinador de Irán no es tan fuerte como en tiempos pretéritos, sí ha continuado existiendo un relativo apoyo recíproco entre ellos. Este mismo respaldo –fundado sobre la existencia de intereses políticos comunes que se expresa en la defensa del espacio político-social específico conquistado y la aspiración por ampliarlo– es lo que en última instancia ha motivado a que todos los actores del Eje de la Resistencia se movilicen en torno a la operación de Hamás y estén dispuestos a incluso involucrarse en el conflicto. A diferencia de otros enfrentamientos anteriores entre Hamás e Israel, lo que en la guerra del Sucot está en juego es la redefinición de todo un nuevo equilibrio regional que, por extensión, afecta a las posiciones del conjunto del Eje de la Resistencia.
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