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Por Alejandro López.
La cuestión del estatus de las autoproclamadas repúblicas del Donbás es un asunto delicado y muy calibrado desde Moscú. Existe un consenso general en que si Rusia, Ucrania y Bielorrusia son el mismo pueblo –con el ruso como lengua principal-, obviamente también lo son los territorios en disputa. Numerosos han sido los intentos de la oposición por endurecer el mensaje en torno a Moldavia y las repúblicas del Cáucaso y de apostar por restaurar parte de los territorios del Imperio Ruso. El paralelismo con la Unión Soviética es menos acertado dada la federación junto a Rusia y no dentro de ella, pero el área de influencia en sí se ha ido diluyendo desde la decadencia rusa en los 90, sufriendo cambios apoyados por Occidente en Lituania, Georgia, Ucrania, Armenia o Moldavia.
El movimiento de Occidente hacia el este se ha visto marcadamente claro en las últimas décadas, con la entrada no solo en los países del antiguo Pacto de Varsovia sino también en parte de la misma Unión Soviética, con la entrada en los bálticos y el aislamiento por tierra de Kaliningrado entre territorio OTAN. Todo esto habría ocurrido entre revoluciones liberales que, en muchos casos, irían acompañados de movimientos nacionalistas duros, e incluso de postulados antirrusos. La promoción de estas revueltas iría acompañada de un exacerbamiento en las tensiones por territorios en disputa tras la disolución de la URSS, como en el caso de Georgia. A pesar de las supuestas promesas que argumenta Rusia recibió en los años 90, la debilidad rusa y su concentración en los problemas internos de Boris Yeltsin permitieron en parte esa expansión de la OTAN.
El punto de inflexión de las protestas en Bielorrusia también tuvo lugar con la entrada de Occidente en juego con la oposición. Asimismo, de carácter residual han sido los intentos, pero se han vivido movimientos de ese color en Kazajistán durante la toma de Alma-Ata, con el oligarca opositor situado en Kiev. También se han vivido episodios fuertes de retroalimentación en cada paso que perdía Rusia sin proteger su área de influencia: Lituania colaborando con Tikhanovskaya o Saakashvili colaborando con Ucrania. Sin embargo, tras años de decadencia que dejaron sin resolver muchos de los conflictos, Rusia se encuentra en una etapa de marcada fortaleza como se ha visto en el viraje que se ha logrado de las autoridades armenias, el fortalecimiento de un debilitado Lukashenko o el cierre de filas de Tokayev tras la crisis kazaja.
Para saber más: La revuelta que desbordó Kazajistán.
¿Hacia un reconocimiento del Donbás?
Ante este escenario, Rusia había ido reconociendo algunas de las repúblicas y territorios que iban surgiendo de los conflictos que no había conseguido cerrar: Abjasia, Osetia del Sur, Crimea y Sebastopol. El caso de Nagorno-Karabaj es más complicado pero aun así Rusia consiguió erigirse como el actor necesario para el alto el fuego en el proceso artsají. La cuestión de relieve es que la política de Putin con respecto a estos puntos fue asertiva pero insuficientemente resolutiva –salvo en el caso crimeo-, pero puede considerarse realista hasta cierto punto. La oposición parlamentaria real a Rusia Unida apuesta por intervenciones absolutamente revisionistas en el Cáucaso, Ucrania e incluso Finlandia –en el caso del Partido Liberal Democrático- para anexionar el territorio tradicional del Imperio Ruso. Entre ellos se encuentra también el Partido Comunista de la Federación de Rusia (PCFR), quien apostó por ejemplo por el reconocimiento de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk. Pero el sentimiento, contrariamente a lo que cabe señalar desde Occidente, es general: Alexey Navalny, activista opositor minoritario pero con cierta base social en Moscú, tampoco reniega de la anexión de la República de Crimea y la ciudad federal de Sebastopol.
Sin embargo, este territorio, como se explicará más adelante, resulta esencial a nivel militar para Rusia en el Mar Negro, a diferencia del Donbás, más deprimido económicamente, menos defendible y más problemático a nivel de inversiones desde Moscú de lo que parecen sugerir los partidarios de su anexión. No ha sido hasta ahora un objetivo de Rusia la anexión del Donbás, por lo que un potencial reconocimiento no ha sido un paso necesario para el camino como sí lo fue en Crimea y Sebastopol. Y dicho reconocimiento tampoco ha sido utilizado en el marco de los intereses de la oligarquía rusa para con el control político de Ucrania en sí misma, aunque ese sí podría ser el camino de las élites rusas, apoyadas en unas instituciones sostenidas por milicias de distintos colores en el frente del Donbás y cuyo interés va más allá de los derechos lingüísticos de los ucranianos rusófonos. A pesar de ello, el 29 de enero Vladimir Putin instó al gobierno ruso a que permitiese que los ciudadanos de Donetsk y Lugansk con pasaporte ruso pudieran acogerse a beneficios sociales a través de instituciones estatales de Rusia.
El PCFR propuso repetidas veces dicho reconocimiento de las repúblicas del Donbás, lo cual significaría una ruptura deliberada del proceso de Minsk, pero no sería hasta mediados de enero de 2022 cuando la Duma rusa aceptaría debatir la propuesta de la discordia. Si la estrategia del Kremlin pasaba por una operación militar en Ucrania –limitada o total-, el reconocimiento de las repúblicas y su futura defensa entraba dentro de lo posible, siguiendo un potencial escenario georgiano si se daba un ataque ucraniano previo a la entrada rusa. Pero el Kremlin estaba apostando por algo que no obtuvo en Georgia, Moldavia o Azerbaiyán: un acuerdo (el de Azerbaiyán solo es acuerdo de alto el fuego). Cabe señalar que el acuerdo moldavo fue torpedeado por Occidente cuando Moldavia se disponía a firmar un memorándum por una federación. La apuesta de Rusia por un acuerdo en Ucrania como el de Minsk podía arrojar un resultado similar al presentado en Transnistria, un veto a la transición hacia Occidente que hiciera innecesaria cualquier firma occidental sobre su negativa a entrar en la OTAN.
Es por este motivo que el Kremlin se negaba hasta entonces al reconocimiento, ya que se había apresurado a que un reconocimiento de Crimea conllevase algo más que una congelación en la independencia de facto como la de Abjasia u Osetia del Sur. El portavoz Peskov instó a que los autores de la iniciativa no tratasen de hacer electoralismo con la cuestión, pues debía primar el objetivo de no buscar una escalada mayor en la tensión con Ucrania. Y teniendo el marco de Minsk sobre la mesa, era innecesario asumir los riesgos de una operación como la de Crimea en el Donbás. Este paso sería una respuesta rusa indicadora de un cambio en el statu quo y una ruptura con el marco de Minsk, del que se hablará más adelante.
Tras la tardanza en aceptar a debate el reconocimiento del Donbás, la Duma anunciaba que se volvía a mover dicho debate hasta febrero. Este arma diplomática podría desplazar el problema del Donbás hacia algo más similar a Transnistria de lo que era y podría servir tanto para escalar desde el lado ruso como desde el lado ucraniano. Una hipótesis es que esta posibilidad fuera una señal para que Estados Unidos apostara decididamente por un Acuerdo de Minsk. Por lo tanto parece que un reconocimiento sería para todos los partidos rusos un medio y no un fin en sí mismo, pero con potencialidad de ser un medio en direcciones contrarias: hacia un renovado acuerdo de Minsk o hacia una operación militar definitiva.
Actualización:
El día 15 de febrero la Duma estatal de Rusia aprobaba el proyecto del PCFR sobre el reconocimiento de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk. El reconocimiento no sería oficial hasta la ratificación por el Presidente Vladimir Putin, que seguía apostando por el formato diplomático del Acuerdo de Minsk.
El día 21 de febrero Vladimir Putin ratificaba la independencia de la República Popular de Donestk y la República Popular de Lugansk, tras mantener una reunión del Consejo de Seguridad de Rusia donde se recomendaba dicho reconocimiento de las repúblicas del Donbás.
Para saber más: El Tablero Ucraniano: Nuevo acuerdo de Minsk.
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