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Por Alejandro López.
Una de las claves para entender la crisis ucraniana la coloca en el tablero el mismo Ministro de Exteriores ruso, Sergey Lavrov, con su referencia a las intenciones de “la histeria de Occidente” cuando señala que puede ir orientada a encubrir el sabotaje sobre los Acuerdos de Minsk, que es un marco al que Ucrania se comprometió para parar el conflicto en 2015 pero que, al menos con las élites políticas actuales, no puede permitirse cumplir. Señala que otra posibilidad de las acciones de Occidente podría ir dirigida a provocar una acción militar ucraniana en el Donbás.
¿Hacia un agotamiento del marco de Minsk?
¿Por qué son clave estos puntos? Por un lado Rusia ha asegurado insistentemente que, aunque ha realizado el mencionado despliegue militar en torno a sus fronteras con Ucrania, no pretende realizar ninguna invasión de la misma. Y aunque es cierto que en Occidente se ha estado asegurando la inminencia de estos hechos de manera interrumpida desde 2015, en esta ocasión el contingente es de la potencia suficiente para hablar de dicha posibilidad. Tras el fracaso del Acuerdo de Minsk, incumplido por todas las partes, especialmente tenso ante la falta de compromiso con un proceso para un nuevo estatus para el Donbás, se acumularon miles de violaciones del alto el fuego a lo largo del último año.
Francia y Alemania seguían sin ser capaces de garantizar el cumplimiento del acuerdo como parte del Cuarteto de Normandía que mediaba en la crisis –Ucrania, Rusia, Francia y Alemania-. La exposición de este hecho fue la publicación por parte de Rusia de documentación que demostraba que Lavrov ya había informado a Francia y Alemania en octubre de su falta de disponibilidad en la fecha del 11 de noviembre pero su disposición para realizar una reunión en ese marco, cuando ambos países occidentales señalaban a Rusia como actor indispuesto a continuar con dichos contactos. De hecho, Lavrov ha llamado a Francia, Alemania, Estados Unidos y demás países “que tengan influencia en el régimen de Kiev” a forzar a que Ucrania cumpla los acuerdos de Minsk. La amenaza del uso de la fuerza por parte de Moscú venía circunscrito al incumplimiento del marco de Minsk y a la negativa occidental a comprometerse con los acuerdos.
Pero quien debía implantarlos, además de Rusia, era Ucrania en primer término. Y Ucrania es el actor que más se negaba a todo ello, como ejemplificó de manera clara el Secretario del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional ucraniano, Oleksiy Danilov, a finales de enero de 2022: “El cumplimiento del Acuerdo de Minsk significaría la destrucción del país”, apostando por la búsqueda de un nuevo marco con un documento diferente al que paró el avance de las milicias prorrusas en 2015 ya que consideraba que “se firmó bajo el cañón del arma rusa”. La ruptura del marco sí podría mover a Rusia hacia considerar un casus belli, contrariamente a lo visto hasta entonces, cuando tanto Ucrania como Rusia negaban la inminencia de una guerra ante la propaganda occidental, como criticaba Zelenski. Incluso Danilov advertía a Occidente (Francia y Alemania) de que no presionasen a Kiev para implantar el marco de Minsk porque sería “muy peligroso para [Ucrania] si la sociedad no los acepta”. De modo que el punto referido a Minsk por parte de Lavrov podría bien entroncar con esta velada referencia a los nacionalistas ucranianos y la potencialidad del ataque sobre el Donbás por parte de fuerzas ucranianas. ¿Cómo podía ser?
¿Hacia un nuevo acuerdo de Minsk?
Desde el principio de la crisis de diciembre, voces autorizadas como Dmitri Medvédev, ex Presidente de Rusia, aseguraban que se debía hablar directamente con Estados Unidos y no con los elementos que habían fracasado en Minsk II, tanto los europeos en general como Ucrania en particular, al que calificaba poco menos que de títere. Por ello prefería apostar por la conversación directa con el que consideraba el actor real: Washington. Por un lado, al presentar sus borradores de acuerdo, Rusia conocía lo intolerable de las propuestas que publicaba y se mostraba inflexible en lo que concernía a la expansión sobre lo poco que quedaba del este de Europa sin “atlantizar”: Georgia, Ucrania y Moldavia –sin contar el espacio CSTO-. Si los demás países de la Unión Europea no han entrado en la OTAN no es solamente por voluntad propia sino por consenso. Contrariamente a lo que se argumenta desde la inteligencia británica, no es la soberanía de estos países la que decide cuándo entrar o no, ya que se acordó así entre bloques históricos como en Austria o Finlandia; ni son los valores de la OTAN los que amenazan a Rusia ya que la propia Rusia pidió entrar en la OTAN en su camino hacia Occidente tras la caída de la URSS y se le negó. Ni aun con un acercamiento de Biden a la negativa a Ucrania en la OTAN, cuestión que ya era imposible de hecho sin un arreglo en el Donbás, el Senado estadounidense habría aceptado un acuerdo vinculante. Menos aún en año de midterm, las elecciones de medio mandato que podrían terminar de decantar las cámaras hacia el Partido Republicano. El propio Blinken señalaba que un acuerdo no garantizaba que otra administración no pudiera deshacerlo, como ocurrió con Trump y el acuerdo JCPOA en la cuestión nuclear iraní.
De modo que la única garantía de que estos países no entrasen en la OTAN podía llegar mediante un arreglo político que lo evitase. Una consecución de los Acuerdos de Minsk y el esperado nuevo estatus del Donbás podría sin duda ayudar a la “finlandización” de Ucrania, pero también a su “bosnificación”. Sea una solución de neutralidad sobre el papel como la primera o una neutralidad sobrevenida de la imposibilidad de articulación política como la segunda, un compromiso de Estados Unidos para hacerse cargo de Minsk en el lugar de Normandía podría dejar una Ucrania con un Donbás integrado pero la suficiente autonomía para evitar que se integre en la OTAN. Algo similar a lo que Gagauzia ejerce en Moldavia con la Unión Europea, ya que el caso de Transnistria no es del todo equiparable al encontrarse en situación de falta de arreglo político. Gagauzia afirmó que apostaría por su independencia si Moldavia entraba en la Unión Europea y, de hecho, ambas entidades se mostraron favorables a su ingreso en la Federación de Rusia tras la crisis de Crimea. Por lo que, en una esfera o en otra, Moldavia tendría muy complicada su decantación, lo que con el arreglo político de Transnistria la acercaría a un modelo como el de Bosnia y Herzegovina. Georgia, además, no puede cumplir las condiciones originales de entrada en la OTAN sin reconocer la independencia o reintegrar Abjasia y Osetia del Sur. Llegamos al punto de la neutralidad o el balance sobrevenidos, por acuerdo externo o por imposición. ¿Alguno de estos escenarios es viable en Ucrania?
¿Hacia una Ucrania neutral?
De hecho la situación podría ser incluso peor para los nacionalistas ucranianos si el Donbás quedase reintegrado en Ucrania por la debilidad política que adolecen y, según apuntan las tendencias, se acrecentaría con tanto voto favorable a establecer buenos lazos con Rusia. Y no se puede considerar que perfiles como Yulia Timoshenko, Petro Poroshenko o Volodímir Zelenski no acabasen recalando en su momento en ese mismo nacionalismo, aún más considerando que el desplazamiento político primero de Timoshenko favoreció que la ruptura social tomara por finalizada la mediación entre los sectores de Yanukóvich y Yúschenko, redirigiendo parte del movimiento naranja hacia lo que sería luego el Maidán –previo a la rápida injerencia de Estados Unidos-.
La Ucrania de Poroshenko y de Zelenski no pudo comprometerse con Minsk si quería seguir la senda nacionalista del Maidán pero evitar que la extrema derecha y los movimientos paramilitares como los del entorno del cuasi eterno ex Ministro Arsén Avákov se les volvieran en contra y pusieran en cuestión su continuidad. Ahora que Avákov se encuentra fuera del gobierno, por lo tanto, los nacionalistas más duros podrían volver a ser fuente de tensión. Y estos sectores nacionalistas ucranianos necesitan el Donbás sin integrarse en Rusia pero también sin integrarse en Ucrania puesto que, tanto si los orientales obtienen el poder mínimo que ofrece Minsk como el máximo de un vuelco electoral general prorruso en Kiev, ellos perderían el poder. Ese es el peligro de Minsk para los nacionalistas, que han impedido hasta ahora su materialización. La “bosnificación” de Ucrania volvería al tablero y, dado que supone un escenario de arreglo político acordado, sería incluso peor para Occidente que una “transnistrificación”, sin ese acuerdo, ya que arrojaría legitimidad a una neutralidad sobrevenida. Lo cual explica la oposición de Occidente al acuerdo que iban a firmar Moldavia y Transnistria para su arreglo político, ya que se buscaba una vía que dejase a Moldavia libre para ingresar en las instituciones occidentales, absolutamente dentro de una lógica de esferas de influencia. De hecho, esta cuestión es la que motivó la negativa occidental a un acuerdo en Moldavia que “bosnificase” el escenario de Transnistria otorgándole poder de veto incluso en una federación asimétrica -Transnistria cedió desde demandas incluso mayores-. Y con ese escenario, aun sin estar en la órbita de Rusia, Ucrania no podría entrar en la OTAN ni en la UE sin ofrecer problemas de gran calado como supondrían los casos de la República Srpska y Gagauzia.
Cabe señalar dos puntos. En primer lugar el plantel de Ucrania no es el mismo que el de Finlandia, ni el de Bosnia y Herzegovina, ni el de Moldavia, por lo que es presumible que un Acuerdo de Minsk arrojase un resultado genuinamente ucraniano, teniendo en cuenta su compleja estructura social interna, pero estos países pueden servir como ejemplo de situación de balance más o menos sostenido. En segundo lugar, ni una Ucrania neutral ni una cercana a Rusia tiene por qué suponer un cortocircuito de sus relaciones con Occidente: el polémico acuerdo entre Ucrania y la UE que motivó el Maidán en sus etapas iniciales no era algo a lo que se opusiese Víktor Yanukóvich. Todo lo contrario, Yanukóvich participó en su negociación y solo suspendió temporalmente su tramitación hasta que Ucrania pudiese mejorar su balance comercial con la UE mientras caía la producción industrial de los países exsoviéticos. Como en el caso bielorruso, las protestas por una cuestión local como el inicio del Maidán derivarían en un intento de promocionar un cambio de órbita que iba más allá del acuerdo que Yanukóvich negociaba con la UE, con la injerencia abierta de Estados Unidos y la presencia del republicano McCain como ejemplo más claro. Incluso Bielorrusia amplió sus negocios con la Unión Europea tras la caída de la Unión Soviética, del mismo modo que Estados Unidos entró en sectores estratégicos de Asia Central, con énfasis en Kazajistán. Lukashenko y Yanukóvich representaban balances entre Occidente y Rusia, aunque mantuvieran más cercanía con Moscú. El motivo por el que ambos sectores políticos han podido alejarse de Occidente no era intrínseco a sus gobiernos de la órbita rusa o con buenas relaciones con Rusia sino la puesta en cuestión de su continuidad mediante el apoyo injerencista de revoluciones liberales en su seno. Por lo que cualquier arreglo político en Ucrania podría tomar postulados de neutralidad o, más probablemente, de balance. Otra cuestión es si Occidente y Rusia apostarían por ello o sería torpedeado como en el caso de Moldavia.
Para saber más: Entrevista a Pablo González.
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