Por Àngel Marrades
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Durante tres meses, desde febrero hasta abril, las principales ciudades de Myanmar estuvieron envueltas en movilizaciones masivas en rechazo al golpe de Estado militar. A medida que la represión fue aumentando para poner orden a la vida económica anterior al golpe, y completar así su propósito, los manifestantes improvisaron armamentos, como rifles, tirachinas, catapultas, escudos o molotovs, y barricadas para defenderse de los asaltos militares. En las zonas industriales y barrios marginales de la periferia es donde la resistencia fue más dura, y donde el Tatmadaw desató varias masacres imponiendo la ley marcial. En total al menos 800 manifestantes fueron asesinados. Esta dura represión ha infligido un duro golpe a la resistencia, haciéndola retroceder del espacio público, pero también la ha hecho adaptarse y avanzar.
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Durante el mes de mayo la estrategia de la resistencia ha cambiado enormemente, quienes aún protestan lo hacen ahora mediante protestas rápidas o flash que buscan demostrar que la oposición al golpe aún está presente. Sin embargo, ya no interrumpen la vía pública ni suponen una amenaza a las arterias económicas del Estado. A pesar de que los militares han conseguido imponer mediante el terror cierta “vuelta a la normalidad” y reclamar el espacio público, en su lugar una red clandestina de células ha comenzado una guerrilla urbana en el centro del país. Esto ha supuesto un cambio también en el comportamiento y los mensajes de la resistencia, que ahora no apela a organismos internacionales, la comunidad internacional o la ASEAN, cuyas banderas queman, sino que reivindican la lucha armada de las Organizaciones Armadas Étnicas y del Gobierno de Unidad Nacional.
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De esta manera la cuenca del Irrawaddy, que constituye el corazón geopolítico de la construcción nacional birmana alrededor de la etnia mayoritaria Bamar está por primera vez en los 70 años de conflicto civil interno seriamente amenazada. Con la guerrilla urbana principalmente en Rangún, capital económica del país, pero también ciudades como Mandalay, Bago, Naypyitaw o Magway, la Junta Militar ve seriamente contestado su control del territorio y su capacidad de proporcionar una seguridad interna que permita reactivar la economía del país. Dos son los planes de los militares en este sentido en junio: el inicio del año escolar y la reapertura del sector industrial, especialmente el textil.
Respecto a la apertura de las escuelas el Movimiento de Desobediencia Civil ha conseguido organizar un extenso boicot en el que se calcula que según cifras de la federación de profesores el 90% de los alumnos ha participado. El Tatmadaw sólo ha dado cifras de Rangún, donde asegura que el 40% de los estudiantes han acudido a las clases. El único lugar donde realmente puede decirse que ha “fracasado” el boicot es en el Estado de Rakhine, donde no ha habido boicot. Esto se debe, no a la capacidad de la propia Junta, sino al proyecto nacional arakanés que se ha negado a apoyar desde un inicio al Movimiento de Desobediencia Civil, y donde no ha habido ninguna manifestación contra el golpe. En Rakhine por el contrario se esta construyendo un movimiento nacional propio que, aunque no apoya el golpe, busca tomar mayor autonomía del proyecto nacional birmano.
Junto al boicot escolar estas nuevas células que organización una guerrilla urbana están tratando de alterar y sabotear los planes del Tatmadaw. Durante el mes de mayo han realizado más de 100 ataques documentados, desde bombas a asesinatos selectivos. Por otro lado Radio Free Asia ha informado de más de 300 atentados con bombas contra oficinas gubernamentales, escuelas, universidad o gasolineras. La experiencia de Ko Min Wai, un manifestante que se ha unido a esta resistencia clandestina y a quien Frontier Myanmar hizo una entrevista, nos sirve ejemplo de la evolución del apoyo a las protestas pacíficas a la revolución armada: “No podemos protestar en la calle porque el ejército y las fuerzas de seguridad nos disparan con balas. Pero debemos rebelarnos contra la junta, así que elegimos la revolución armada”. Min Wai, como muchos otros, abandonó la ciudad para recibir instrucción militar de la resistencia lejos de las ciudades en campamentos establecidos por desertores del ejército, el Gobierno de Unidad Nacional (NUG), guerrillas creadas en la periferia u las Organizaciones Armadas Étnicas (EAOs). Después de tener un entrenamiento básico en manipulación de explosivos y otras tácticas insurgentes volvió a Rangún para formar parte de esta guerrilla urbana.
Otro ejemplo que nos sirve es la entrevista a Thurain, uno de los miembros de un grupo de resistencia clandestino, que describía su red como un grupo encubierto de unos 50 miembros que colabora con otras ocho células en el área de Rangún. Esta estructura tenía un propósito inmediato y otro a largo plazo. El primero consistía en fortalecer la propia organización, para ello lo primero y más importante era asegurar la seguridad de la propia resistencia, es decir, su clandestinidad. Este propósito tenía dos tareas:
“Su principal misión en este momento es evitar que los militares y la policía tomen el control de las oficinas de administración de los distritos, estas oficinas mantienen listas activas de los civiles que viven dentro de sus jurisdicciones, órganos de gobierno locales que tienen una enorme influencia en los vecindarios que supervisan. Según las leyes birmanas, estas oficinas mantienen listas activas de los civiles que viven dentro de sus jurisdicciones, realizan un seguimiento de sus residencias y mantienen una amplia información demográfica de cada persona y hogar. Estos datos revelan quién vive y dónde, digamos, un apartamento en particular es el hogar de dos padres y tres hijos. La información incluirá las edades, el origen étnico y la religión de cada persona en la vivienda. (…) si los militares y la policía tienen acceso a esta información, pueden rastrear y monitorear a la población y frustrar y perseguir de manera más efectiva a los miembros de la oposición política y la resistencia. (…) Varias oficinas han sido incendiadas para evitar que tengan acceso a los registros”
La siguiente tarea como parte de este esfuerzo ha sido la de dar caza a los colaboracionistas. Acabar con los informantes del ejército es esencial para asegurar la libertad de movimiento de la guerrilla y su capacidad para llevar a cabo otro tipo de ataques, como atentados bomba contra estaciones de policía, puestos militares o el asesinato de otras figuras relevantes. Pero estas tareas ayudan también al segundo objetivo a largo plazo de las células, la preparación para un conflicto armado abierto en que deberán instigar un levantamiento civil contra la Junta Militar. Para éste propósito ya han comenzado a almacenar armamento en lugares seguros de las ciudades mediante contrabando, con la idea de que el Gobierno de Unidad Nacional consiga conformar un Ejército Federal con la fuerza para hacer frente al Tatmadaw en las llanuras centrales y el delta del Irrawaddy. Pero para una tarea de esas dimensiones la resistencia necesita dotarse de armamento y vehículos que permitan una guerra de movimientos, y no de guerrillas, o conseguir abrir una brecha lo suficiente profunda dentro del propio Tatmadaw.
El primer obstáculo a día de hoy es que el Gobierno de Unidad Nacional (NUG) no tiene si quiera control militar sobre sus propias guerrillas, las Fuerzas de Defensa Popular (PDF), ni tampoco ha conseguido crear una coordinación política y militar robusta con las Organizaciones Armadas Étnicas (EAOs). Esto lo ilustra The Frontier Myanmar, a quien el portavoz de la Unión Nacional Karen dijo que había advertido al NUG que los grupos no afiliados pueden convertirse en una responsabilidad: “Aceptamos que el pueblo ha respondido con una revolución armada para oponerse a la injusticia y que tiene derecho a la autodefensa. Pero muchos grupos que no estén bajo un mando unificado será un problema a largo plazo ”. Este mismo medio en la entrevista a Min Wai informa de al menos 10 grupos guerrilleros urbanos operando en las principales ciudades del país. Y a pesar de que muchas de estas guerrillas, tanto urbanas como de la periferia (las PDF), se han adherido nominalmente al mando político del NUG y han aceptado su código de conducta militar tiene total independencia para decidir en último término tanto objetivos como tácticas. Min Wai decía: “El ejército ha desplegado fuerzas en escuelas y universidades y ha abierto fuego desde esos lugares”, y agregó que su grupo estaba siguiendo las reglas que aprendió cuando estaba siendo entrenado.
A la espera de una futura insurrección las guerrillas urbanas deberán navegar entre el Movimiento de Desobediencia Civil, la política sindical y la coordinación política con el resto de grupos armados. Mientras la Junta Militar deberá lidiar con la continuación de manifestaciones esporádicas, las huelgas, los atentados y ataques guerrilleros y el fuerte desgaste social en una economía agotada con una creciente presión financiera.
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