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Las áreas tribales de Pakistán, el corazón de la insurgencia yihadista

Mapa de la zona tribal (FATA)

El triunfo del extremismo en Iraq y Siria ha dejado en segundo plano a una región que desde los años 70 ha sido el alma, inspiración y cobijo de grupos extremistas de medio mundo. En el presente artículo se intentará realizar una breve presentación del contexto histórico y social del área y un análisis de la situación actual.

Las montañas entre Pakistán y Afganistán, habitadas por tribus pastunes y separadas artificialmente por la británica Línea Durand, han sido, desde tiempos inmemoriales, un lugar ingobernable que se ha resistido a la centralización estatal rechazando a invasores mongoles, afganos, sijs, británicos y soviéticos. A esta larga lista, de la que los pastunes sacan pecho siempre que pueden, aspiran unirse los norteamericanos y el estado pakistaní que, desde 2001, tratan de controlar la región con mayor o menor fortuna.

Esta tenaz resistencia al invasor se sustenta en una geografía complicada, una pobreza extrema, incluso para Pakistán, y una sociedad tribal extremadamente conservadora y muy belicosa. Como ninguna administración ha sido jamás capaz de someterla, siguen rigiéndose por una ley tribal oral que se fundamenta en varios puntos: dar hospitalidad y protección al huésped siempre (en ello se basaron los talibanes para no entregar a Bin Laden en 2001); el perdón obligado ante una rendición honorable; la venganza obligatoria, ya sea individual o colectiva, lo cual hace que sea una sociedad siempre en conflicto; defender el honor a todos los niveles; la asamblea tribal (jirga) como elemento para dirimir los asuntos claves; y, sobre todo, defender la tierra y costumbres pastunes frente cualquier innovación o invasión extranjera. Este muro infranqueable ha hecho que sucesivos imperios se estrellaran y/o renunciaran a administrar el territorio, implementando una política de autogestión tribal que pervive con matices hasta nuestros días.

Jirga en Waziristán del Norte

En 1979 la situación de relativa calma dio un vuelco con la intervención soviética en Afganistán y la voluntad norteamericana y pakistaní de convertirla en otro “Vietnam”. Las zonas tribales pastunes, que comparten etnia con la mayoría de afganos, abrazaron la misión con ardor, convirtiéndose en un gran arsenal, paraíso para decenas de miles de muyahidines y donde acudieron millones de refugiados afganos. La situación no decayó con la caída de los soviéticos, ya que la guerra afgana continuó entre los muyahidines, continuando apoyando Pakistán y las tribus a diversas facciones (Haqqani, Hizb-e- Islami y el movimiento talibán). Todo esto cambió para siempre el territorio, convirtiéndolo en una zona de guerra controlada efectivamente por facciones locales inspiradas en los talibanes, además de acudir grupos foráneos con diferentes agendas (Afganistán, sectarismo, Kashmir, yihad global). La influencia religiosa creció de sobremanera, aumentó la influencia y poder de los mullahs, a la vez que las madrassas radicales (deobandies y wahabitas) monopolizaban la escasa educación (analfabetismo por encima del 70%). La guerra santa encajó como anillo al dedo con el tribalismo tradicional, antiestatal y conservador que ahuyentaba al estado moderno, a la vez que se presentaba como enemigo de los excesos “anti-islámicos” de los corruptos señores locales. La economía también se transformó, centrándose en el contrabando, las armas (única industria de la región) y las drogas.

La invasión de Afganistán en 2001 supuso una nueva vuelta de tuerca a la montañosa región, ya que miles de talibanes afganos y miembros de otros grupos acudieron huyendo de la presión de la OTAN, buscando una base desde donde contraatacar. A su vez, la dictadura militar del general Musharraf comprendió que ser aliado en la “guerra contra el terror” era su oportunidad de oro para sacar a Pakistán de su condición de estado paria y obtener grandes sumas de dinero en ayudas. Así el gobierno ofreció al país como vía de suministros para la OTAN y, ante las presiones internacionales y las suntuosas ayudas que estaba recibiendo, intervino muy limitadamente en las áreas tribales y contra determinados grupos extremistas. Este cambio de política provocó una profunda purga en los servicios de inteligencia, el ISI, totalmente vinculados desde los 80 a los grupos integristas. Todo ello provocó un estallido social muy potente en una parte de la sociedad profundamente anti-americana que veía a los talibanes como libertadores, especialmente en las áreas locales que nos ocupan, cuyos lazos con los talibanes eran tan profundos.

Aun con todo, Pakistán sigue actuando de manera ambigua, manipulando cuando le interesa a grupos yihadistas para poder intervenir indirectamente tanto en Afganistán como en Kashmir. El estado pakistaní solo considera enemigos a los grupos que le atacan a él mismo, mientras que corteja en las sombras con infinidad de elementos radicales como, por ejemplo, los talibanes afganos. En el área que nos interesa, esto resulta evidente con el llamado Clan Haqqani, una red guerrillera y familiar establecida en la zona tribal de Waziristán del Norte ya desde los 70. Desde ese santuario, esta facción, integrada en los talibanes afganos, ataca las provincias orientales de Afganistán y la propia capital. Su relación íntima con Al Qaeda y otros movimientos foráneos no es ningún secreto ni impedimento para su amistad con Pakistán, y esto genera fuertes tiranteces con Afganistán y EEUU, quien, ante la pasividad o ineficacia del gobierno pakistaní, no duda en utilizar a sus drones.

Son frecuentes los ataques a los convoyes de la ONU a su paso por Pakistán

Otra cuestión muy distinta son los talibanes pakistaníes, concentrados en la muy conservadora área de Waziristán (Waziristán del Norte y Waziristán del Sur) y que centran nuestro artículo. Son grupos locales inspirados en los talibanes afganos o con intención de ayudarles, sin embargo, este objetivo inicial ha ido mutando hacia la obtención de un emirato islámico local y una creciente oposición al estado pakistaní. El primer estallido tuvo lugar en Waziristán del Sur, cuando en 2004 el ejército pakistaní fue rechazado al intentar realizar una redada en la zona ante las presiones de Afghanistán. EEUU. El Ejército firmó un acuerdo de paz con el líder tribal Nek Mohammad, consolidado así como héroe local, pero este se negó a entregar a ningún yihadista extranjero a las autoridades. Las hostilidades se reanudaron y Mohammad fue asesinado por el ataque de un drone norteamericano, volviéndose a firmar una efímera paz en febrero de 2005.

Una situación similar tuvo lugar en Waziristán del Norte, donde en 2006 el Ejército decidió intervenir y fue igualmente repelido, teniendo que firmar un acuerdo bastante similar: paz a cambio de expulsar a los extranjeros y numerosas compensaciones por los daños.

A lo largo de 2005 y 2006 los choques iban aumentando y el liderazgo tribal-talibán se reorganizaba, surgiendo nuevos grupos y líderes, como los hermanos Baitullah y Hakimullah Mehsud (ambos muertos en ataques de drones en 2009 y 2013 respectivamente) en Wazirsitán del Sur. La tensión y diferencias con base tribal eran amplias, en especial por la opinión respecto a grupos como el Movimiento Islámico de Uzbekistán y Al Qaeda, unos querían expulsarlos según el acuerdo con el gobierno y, otros, acogerlos. Los talibanes de Wana, dirigidos por Mullah Nazir y apoyados por el ejército, expulsaron a los uzbecos de sus tierras, refugiándose estos en las de Baitullah Mehsud. Pero las enemistades yalianzas son, como han sido siempre, muy cambiantes entre estas tribus.

Hakimullah Mehsud con miembros de su grupo armado

En agosto de 2007 el grupo de Mehsud dio un gran golpe al tomar un convoy militar y 150 soldados, que intercambiaron por presos suyos. Esto consolidó a su líder y le permitió fundar la sanguinaria coalición Tehrik-e-Taliban Pakistán (TTP), uniendo a la gran mayoría de talibanes pakistaníes. Les une el fanatismo, aunque les separan las tradicionales diferencias tribales, habiendo infinidad de agendas locales que les impiden coordinarse. Como hemos visto, hay una facción hostil al estado pakistaní liderada por los Mehsud y otra que aboga por centrarse en Afganistán y la OTAN. Estos grupos han ido provocando a las autoridades, que se ven obligadas a responder ante cada uno de sus grandes golpes, desde asaltar convoyes militares hasta la toma de valles, pasando por terribles atentados en el resto de Pakistán.

La unión en el TTP fue posible gracias a la ola de rabia contra el estado que desató entre los extremistas el asalto del ejército a la Mezquita Roja de Islamabad y, por supuesto, al gran poder militar que aglutinaban los insurgentes en la zona. Esto supuso un aumento exponencial de ataques de todo tipo contra el estado paquistaní y la extensión del movimiento talibán (y otros grupos extremistas) a regiones vecinas, además de realizar ataques en casi todo el país. La violencia contra fuerzas de seguridad, minorías, símbolos culturales y seculares… tuvo su cima en 2009, año en que la muerte del líder Baitullah Mehsud fragmentó aun más al movimiento y las masivas operaciones del ejército pakistaní fueron arrebatando uno a uno los santuarios yihadistas, con el apoyo de la aviación y el asesinato selectivo por parte de drones americanos (396 ataques desde 2004). Sin embargo, la insurgencia es móvil, y siempre vuelve terminada la operación militar o se desplaza a otras zonas. Al final la única fuerza constante son las milicias tribales (lashkar), ya sean talibanes, pro-gubernamentales o independientes.

Puesto militar en el Valle del Tirah

Como hemos mencionado, la violencia ha ido descendiendo desde 2009, aunque pervive, ya no supone la amenaza al estado que era años atrás. La razón probablemente no sea solamente una victoria militar, sino también un traslado lógico hacia Afganistán, al otro lado de las montañas, donde la situación es cada vez más propicia. Podría decirse que la insurgencia yihadista se mueve como pez en el agua en la Línea Durand, pasando de un lado a otro según la presión o las condiciones en Pakistán o Afganistán. Tampoco faltan santuarios seguros en el lado pakistaní, ya que sigue manteniéndose parte de la semi-autonomía y, en muchas regiones, el ejército solo controla sus cuarteles y alrededores. Además de estas dos opciones, los yihadistas cuentan con una tercera: evaporarse en la inmensidad de Pakistán y sus urbes.

Tampoco debemos obviar la creciente presencia de diferentes grupos que han jurado lealtad al Estado Islámico de Iraq y Siria, su presencia por ahora es bastante difusa, pero sin duda fuerte, en especial entre los uzbecos. Esto se prueba con operaciones espectaculares, como la reciente toma del simbólico complejo de Tora Bora, y el control de diversos distritos en la parte este y norte de Afghanistan.

La presencia talibán durante estos años ha transformado seriamente la sociedad tribal, ya que sus numerosas ejecuciones, por supuesto colaboracionismo o actividades “anti-islámicas”, y los exilios han desbaratado a la élite local. Y aquí se presenta el gran reto a futuro, ya que este sistema de élites locales es el que durante siglos ha permitido acuerdos de paz duraderos, algo que hoy en día parece lejano a pesar del descenso palpable de la violencia. A pesar de ello, la estructura tribal sigue siendo el gran escollo del yihadismo para centralizarse. 3 Datos orientativos por dos razones: es una zona donde la información no es verídica y muchos incidentes terminan desconocidos; muchos datos son del gobierno, que en sus operaciones abulta el número de insurgentes muertos y reduce el de civiles. Por todo ello podemos sacar a relucir tres conclusiones principales:

1. A pesar de todos estos años de auténtica guerra civil, Pakistán sigue mirando a la India como su único gran adversario, considerando a los grupos yihadistas una molestia menor en su periferia paupérrima o, incluso, un aliado efectivo con el que proyectar su agenda geopolítica.

2. La insurgencia en las áreas tribales no se debe enmarcar únicamente con el extremismo religioso, sino que entronca con una tradición local de levantamientos y resistencia a sucesivos estados e imperios que se remonta más de cinco siglos, todo ello amplificado por la situación inestable de los últimos 40 años en el vecino Afganistán y el nuevo extremismo religioso que trajo esta.

3. Tras el ascenso de la violencia entre 2007 y 2009, se ha producido un paulatino descenso, fruto, tanto de la creciente presión de las fuerzas de seguridad, como del éxito extremista al otro lado de la frontera, en Afganistán.

Bibliografía

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