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La competición entre Estados Unidos y China (II): una batalla de muchos frentes

Joe Biden y Xi Jinping, presidentes de las dos potencias más poderosas del mundo
Joe Biden y Xi Jinping, presidentes de las dos potencias más poderosas del mundo. Fuente: The Sydney Morning Herald

Primera parte

La administración Obama puso las bases de lo que sería la estrategia estadounidense para contener el ascenso de China. El gobierno de Donald Trump llegaría a escalar aún más con Pekín en el terreno discursivo y comercial-tecnológico. En esta parte del artículo se analizará la estrategia de Joe Biden, así como la importante cuestión de Taiwán y la supremacía de los mares.

La estrategia de la administración Biden

A su llegada a la Casa Blanca, Joe Biden establece que la contención de China sigue siendo la principal prioridad de la política exterior estadounidense. En ese sentido hay una continuidad con las administraciones pretéritas, pero con matices respecto a la presidencia anterior. Washington buscaría restablecer la cooperación multilateral con China en retos como el cambio climático o la lucha antiterrorista, pero, simultáneamente, se admite que después de Trump, el escenario ha cambiado y no es posible evitar la competición sistémica con el gigante asiático.

Joe Biden mantendría por tanto el objetivo de materializar el pivote asiático, de ahí que decidiese completar la retirada de Afganistán en agosto de 2021. Se mantiene la estrategia de acabar con “las guerras interminables” para volcar esos recursos necesarios en la región de Asia-Pacífico. Sin embargo, Washington de momento no ha podido realizar al 100% ese giro al Pacífico: se siguen manteniendo tropas en Iraq además de haber anunciado un mayor despliegue en Europa debido a la invasión rusa de Ucrania. Rusia ahora es una de las principales preocupaciones de la administración Biden y el apoyo a Kiev está consumiendo una gran cantidad de recursos, tanto económicos como militares. Mientras tanto, Biden ha buscado reforzar el vínculo transatlántico con los aliados de la UE con el objetivo de aumentar e integrar la autonomía estratégica dentro la estructura de la OTAN. En ese sentido, Estados Unidos podría estar buscando que, en un futuro no muy lejano, los países europeos se encargaran de contener a Rusia, mientras ellos pueden centrarse más en China.

Washington, asimismo, ha buscado reforzar las alianzas y foros con los socios regionales. De nuevo tenemos que destacar el Quad –Australia-India-Japón– además de poner en marcha nuevos tratados como el Marco Económico del Indo-Pacífico (IPEF) o la alianza militar de AUKUS –Australia-Reino Unido-Estados Unidos–. El AUKUS es un pacto trilateral de seguridad que tiene como prioridad el desarrollo de las capacidades conjuntas e impulsar la interoperabilidad en el campo cibernético y de la inteligencia artificial. Además, supone dotar a Australia de submarinos nucleares con capacidad de navegar mayores distancias que uno convencional.

Para ampliar: La estructura dual de la región Asia-Pacífico y la competición sino-estadounidense

La cuestión de Taiwán

Taiwán, de facto un país independiente, aunque de iure solo sea reconocido únicamente por catorce países capitales, es de suma importancia para el Partido Comunista de China (PCCh). En términos nacionalistas, Pekín percibe la isla como territorio propio, sigue en este caso la máxima de “una sola China”. Tras el triunfo de la revolución de Mao Zedong en la guerra civil, su rival nacionalista Chiang Kai-shek se fugó a la isla junto con sus allegados donde se autoproclamó como el verdadero líder de toda China. Por otra parte, Taiwán es un punto muy estratégico ya que se encuentra entre los mares Meridional y Oriental, facilitando a la isla controlar los pasos hacia ambas rutas marítimas. Esta cuestión es percibida por las élites chinas como una debilidad propia, máxime cuando su principal rival sistémico, Estados Unidos, cuenta con una fuerte presencia en la región gracias a la firma de múltiples acuerdos y alianzas militares con Japón, Corea del Sur, Filipinas, Tailandia y Singapur.

Si el gigante asiático logra materializar la reunificación podría romper el cerco al que está sometida y establecer una zona de seguridad que proteja las zonas costeras orientales del país ante un posible conflicto bélico con Washington. En la cuestión taiwanesa también se perciben elementos identitarios en torno al concepto de la humillación nacional. China se ha convertido en una gran potencia en el sistema internacional y tomará todas las medidas necesarias para evitar volver a estar sometida como ocurrió durante este periodo. En términos económicos la isla también es clave no solo por el gran volumen de carga comercial que transita por la isla, sino por ser la industria de semiconductores, clave en la producción de productos de alta tecnología.

Primera y segunda cadena de islas que cercan a China
Primera y segunda cadena de islas que cercan a China. Fuente: The Economist

El objetivo de Pekín pasa por conseguir la reunificación completa para 2049, utilizando la diplomacia y no la guerra como medio para conseguirlo. Sin embargo, la población taiwanesa no desea la unión con el gigante asiático: la mayoría apoya mantener el statu quo. En los últimos tiempos también han crecido los apoyos a la independencia de iure, provocado en parte por las protestas que estallaron  en Hong Kong en 2019. En cualquier caso, Pekín ha matizado su postura histórica diplomática y ha eliminado en su nuevo libro blanco la promesa establecida en las versiones anteriores de “no enviar tropas ni personal administrativo” a la isla.

Por su parte, Estados Unidos siempre ha sido un defensor de Taiwán debido a su importancia geoestratégica como se ha comentado anteriormente. Debido a esa rivalidad sistémica, Washington ha realizado mayores ventas de armamento a la isla, además de realizar misiones de entrenamiento para las Fuerzas Armadas taiwanesas. En el mismo sentido, China ha aumentado la presión realizando operaciones en la Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ) taiwanesa casi diariamente durante los últimos meses.

Para ampliar: Guía para entender las operaciones aéreas de China en la ADIZ taiwanesa

El viaje a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense Nancy Pelosi también ha supuesto un aumento de la tensión en la región. Se trata de la visita a la isla de más alto nivel por parte de un dirigente de Estados Unidos desde 1997. Pekín ha visto este movimiento como una “provocación” y una ruptura del principio de “una sola China”. Tras la visita Pekín anunció represalias, como la realización de importantes ejercicios militares en torno a la isla, así como la ruptura de acuerdos de cooperación con Estados Unidos. Aunque lo importante es lo que ocurra a largo plazo dado que es muy probable que este evento dañe las relaciones sino-estadounidenses irrevocablemente. El mando chino ha percibido la visita como una clara injerencia en sus asuntos internos, y, a diferencia de en la tercera crisis del Estrecho de 1996, ahora tiene la capacidad para responder. Pekín considera que Washington ha cambiado el statu quo y por tanto tiene derecho a establecer una serie de medidas en el estrecho para evitar que se produzca una intensificación del apoyo a las “fuerzas separatistas”.

Para ampliar: Nancy Pelosi en Taiwán, la respuesta de China y el estatu quo en el estrecho

Ante un hipotético conflicto en Taiwán, muchos se preguntan si Estados Unidos tendría la voluntad para intervenir. Podría ocurrir como en el caso de Ucrania, que decida entablar una guerra proxy con Pekín, pero el caso taiwanés es diferente. No actuar significaría mostrar que Washington ya no es la primera potencia mundial puesto que es incapaz de defender a un socio en una región primordial en su política exterior. Quizás, los costes de no intervenir serían más altos que la no intervención directa.

La lucha por la supremacía en los mares

Aunque China es un poder con una extensa costa, las características geográficas de Asia-Pacífico dificultan su proyección marítima. El gigante asiático está cercado por una barrera natural compuesta por archipiélagos que limitan su proyección de poder más allá de la primera cadena de islas, que abarca desde la isla japonesa de Kyuushuu hasta la península de Malaca. Todos los accesos marítimos se encuentran bloqueados por distintas fuerzas geográficas creando estrechos, pasajes y canales formando una cadena de islas que impiden una navegación segura si esos pasos estuvieran bajo control de una fuerza hostil. Al norte la península de Corea, con la isla de Jeju, y Japón, junto con las islas de Okinawa y Senkaku/Diaoyu bajo su control, cierran a Pekín y Shanghái dentro del Mar Oriental. Por el sur la isla de Taiwán y el archipiélago filipino impiden el acceso al Pacífico al este, mientras el oeste la península de Indochina y el archipiélago malayo obstruyen el paso hacia el océano Índico, con el estrecho de Malaca como principal acceso, aislando a China en el Mar Meridional.

Estas características geográficas encapsulan a China dentro de una esfera limitada coartando su acceso a los océanos, provocando que sea una potencia más continental. Mientras tanto, Estados Unidos, a pesar de también contar una vasta extensión terrestre, cuenta con vastos océanos a ambos extremos del país, lo que garantiza un acceso privilegiado a la masa oceánica sin obstáculos, pues incluso en el Pacífico cuenta con Hawái y Alaska, dos posiciones avanzadas clave para el control del Pacífico norte. El gigante asiático, por tanto, es aún un poder regional militarmente hablando que está buscando desarrollar las capacidades necesarias para una flota de alta mar que pueda proyectar poder en varias regiones, romper el cerco de la cadena de islas y suponer una amenaza a la hegemonía marina estadounidense.

Reclamaciones en el Mar del Sur de China
Reclamaciones en el Mar del Sur de China. Fuente: Fair Politik

Parece que China está teniendo éxito en el desarrollo de su armada. Según informes del Congreso estadounidense, el poderío naval chino podría modernizarse para 2027, teniendo opciones militares más creíbles en una contingencia con Taiwán. En 2020, el Ejército Popular de Liberación superó en bruto a la armada estadounidense con 350 unidades navales frente a 293. Sin embargo, la segunda supera en calidad de unidades navales, manteniendo una importante ventaja. En buques de guerra de superficie (corbetas, fragatas, cruceros, destructores) sobrepasa en 162 frente a 121. En submarinos 68 frente a 56. En portaaviones, 11 a 2 –próximamente serán 3–.

Uno de los escenarios más importantes es el Mar de Sur de China debido al gran volumen de comercio regional y mundial que transita por sus aguas –el 64% del comercio chino y el 21% mundial–, además de ser un territorio que cuenta con importantes bancos de pesca y con grandes reservas de hidrocarburos. La disputa tiene un largo recorrido. Pekín reclama cerca del 80% del mar, chocando con las reclamaciones de las Zonas Económicas Exclusivas de numerosos países. Asimismo, hay múltiples islotes, atolones, arrecifes y bancos de arena que pueden soportar infraestructuras y pequeñas poblaciones, un factor clave a la hora de poder ejercer un mayor control en la zona. Los países incluso construyen islas artificiales o amplían las ya existentes para albergar bases aéreas y navales. En ese sentido, el gigante asiático ha realizado una extensa militarización del mar desde hace años, además de realizar agresivas maniobras con el fin de hacer valer sus reclamaciones.

Estados Unidos como potencia global que quiere mantener su rol de policía del mundo ha variado su papel de búsqueda de acuerdos entre los países, a una más partidista con el objetivo de contener a China y de debilitar sus reclamaciones. Está dispuesto a hacer frente a Pekín en las disputas territoriales y marítimas que estallen en la región. Washington desea asegurar la libertad de navegación, mantener la actual arquitectura de seguridad regional que beneficia a su red de aliados y contener la emergencia de China como potencia hegemónica en Asia Oriental. La administración Biden teme que si su rival sistémico logra imponerse en el Mar Meridional, este será capaz de poner en duda el orden internacional establecido por Washington en otros lugares y ámbitos, provocando como consecuencia la pérdida de aliados, así como denegar la presencia estadounidense en la primera cadena de islas.

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