Ecuador afronta las elecciones presidenciales del 7 de febrero de 2021 en un clima cuasi-plebiscitario. El país latinoamericano llega a la cita electoral en un clima de alta polarización y crispación política tras un mandato, el de Lenin Moreno (2017-2021), marcado por la inestabilidad política.
La inestabilidad cíclica
La década de los 70 en Ecuador estuvo llena de profundas transformaciones sociales, políticas y económicas que condicionarían el futuro del país. Entre 1972 y 1979 una Junta Militar asumirá el gobierno en contexto de caos político y vacío de poder; esta dictadura militar, sui generis, coordinaría una peculiar vuelta al poder civil por iniciativa propia.
En este mismo periodo se descubrirán grandes reservas de petróleo que darían un vuelco a la economía del país. La hasta entonces modesta industria petrolera exportó entre 1928 y 1957 un total de 42 millones de barriles de crudo. Esa misma cantidad fue vendida solo en el año 1972, cuando Ecuador comenzó a explotar sus nuevos yacimientos. La guerra de Yom Kipur en 1973 y la inestabilidad de Oriente Medio dispararon los precios del barril de brent, viviendo la economía ecuatoriana -recientemente volcada al petróleo- una luna de miel.
Las elecciones presidenciales de 1978, acordadas entre partidos y la saliente junta militar, reinauguraron la democracia ecuatoriana. No obstante, el periodo que en ese momento comenzaba se ha caracterizado por una gran inestabilidad que podríamos calificar como cíclica, y que ahora golpea de nuevo el país.
Durante la década de los 80 y 90 se vivió una alternancia de gobiernos, donde los personalismos fueron la tónica dominante frente a partidos sólidos y perdurables en el tiempo, algo que apenas se verá en la historia renciente Ecuador. Hasta 1996 seis presidentes, de seis fuerzas políticas distintas, alcanzaron el Palacio presidencial de Carondolet; una volatilidad perfecta en términos de Ciencia Política.
En este ambiente de inestabilidad denotaba serias fallas en el reinstaurado sistema político ecuatoriano. Las elecciones presidenciales de 1996 confirmaron este extremo con la elección del líder populista Abdalá Bucaram, quien con un estilo excéntrico dirigirá de manera caótica el país durante apenas seis meses. Los casos de corrupción que salpicaron su breve gestión y su nepotismo hicieron que las principales figuras políticas del país se unieran para pedir su destitución. Finalmente, un juicio político en el Congreso lo declaró “incapaz mental” para ejercer la presidencia.
Bucaram huirá a Panamá, quedando Ecuador en una situación de vacío de poder debido a ciertas irregularidades durante el proceso del juicio político y a las dudas que existían sobre quien debía sustituirle en la presidencia. A finales de los 90 en el país converge esta inestabilidad política con la caída de los precios del petróleo, comenzando una crisis económica e institucional que se alargará, prácticamente, hasta 2006.
Un reguero de presidentes asumirá y abandonará la presidencia en los años siguientes. La caída ininterrumpida de los precios del petróleo hace que en 1999 el país abandone su moneda nacional, el sucre, y tome el dólar norteamericano. Este proceso se conocerá como la “dolarización de la economía” y buscó frenar, con resultados más que cuestionables, la espiral de decrecimiento en la que se encontraba Ecuador.
Correa a Cardonelet
La llegada al poder de Rafael Correa en el 2006 se da en este contexto. La inestabilidad política -con una decena de partidos representados en el Congreso y presidencias débiles- y la crisis económica hacen que este joven economista, “hecho a sí mismo”, sea la opción favorita en las presidenciales de ese año.
Correa se impone en las elecciones gracias a su carisma y a la imagen “fresca” que proyectaba a la hastiada sociedad ecuatoriana. Su victoria llega sin el respaldo de ningún partido; siendo el mismo quien, una vez en la presidencia, institucionalizará su movimiento político.
En política exterior su gobierno entrará en alianza con los países del denominado “Socialismo del Siglo XXI”. Siendo miembro fundador de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA-TCP). La sintonía Correa-Chávez-Evo cristalizará en posiciones comunes ante la ONU, la OEA y en múltiples planes de cooperación mutua.
En el plano interno, durante su gobierno se aplicarán políticas económicas expansivas e importantes programas de desarrollo social que descansaban en el creciente precio del barril de brent. El espectacular crecimiento económico del país permitirá a Correa renegociar la deuda y reestructurar la balanza comercial. Su liderazgo indiscutido le permitió revalidar la presidencia en las elecciones del 2009 y 2013 con un amplísimo margen sobre sus competidores.
Correa trabajaría de manera paralela en construir una estructura partidaria que le respaldase, aunque Alianza PAÍS y el Movimiento Revolución Ciudadana (RC) estuvieron caracterizadas por no llegar a ser estructuras plenamente sólidas y autónomas.
También institucionalizará el modelo político que impulsó. Para ello utilizó la fórmula de Asamblea Constituyente (2007-2008), algo que ya habíamos visto en Venezuela y Bolivia. El resultado fue una nueva Carta Magna que introdujo elementos novedosos en el modelo político ecuatoriano que aún siguen presentes como la creación de dos nuevos poderes; Transparencia y Control Social y el Electoral; o la exitosa implementación de consultas populares.
No obstante, Correa sufriría un lento pero progresivo deterioro de su imagen y una fuerte polarización social entorno la misma. Siendo rechazado no solo por los partidos de la derecha ecuatoriana, sino también el movimiento indígena, liderado por la CONAIE y con representación institucional a través del movimiento político Pachakutik. Al mismo tiempo, el descenso de los precios del petróleo lastró la economía del país. En
El enfrentamiento con sectores indígenas se debió fundamentalmente a los proyectos extractivistas aplicados por el gobierno de Correa. En este sentido, debemos de señalar que Ecuador es el único país de toda América Latina donde encontramos una fuerza netamente indígena con estructura sólida y amplia representación institucional y social. La única comparación equiparable sería el MAS en Bolivia, donde los sectores indígenas son un sector clave, pero no el único de la formación.
Para ampliar: Claves de la victoria de Luis Arce, Bolivia quiere MAS
La llegada de Lenin Moreno y la vuelta a la inestabilidad
En este contexto, y con crecientes discrepancias internas en la formación correista Alianza País, se llega a las elecciones de 2017. Donde pese a la victoria del candidato oficialista en segunda vuelta, Lenin Moreno, se vislumbraba una crisis política que no tardó en explotar.
Moreno, que fue exvicepresidente de Correa, rompió con él y revirtió gran parte de sus políticas al poco de llegar al poder. Lo que generó un cisma en el gobernante Alianza PAÍS, que hasta ese momento controlaba, con amplia mayoría la Cámara de representantes. Desde entonces, Moreno tejió entonces alianzas legislativas con fuerzas de centro y derecha buscando estabilidad para el resto de su presidencia. Mientras que el correísmo buscó reconstruirse sin su líder -fuera del país por las acusaciones que contra el pesan por corrupción- y de nuevo sin estructura partidaria sólida.
La crisis económica se haría presente con la bajada de los precios del petróleo, que haría estragos en un modelo productivo poco diversificado y dependiente del oro negro. La crisis política se agudizará con las medidas de ajuste económico implementadas por Moreno y auspiciadas por el FMI. El denominado “paquetazo” trajo consigo fuertes protestas en octubre de 2019, las movilizaciones fueron la materialización del clima de creciente polarización y rechazo hacia el gobierno. Las protestas alcanzaron un amplio respaldo social, donde convergió tanto el correísmo, como el movimiento indígena y otras organizaciones sociales y políticas.
El carácter masivo de las mismas fue respondido con una amplía militarización de Quito, epicentro de las protestas. Tras semanas de tensión Moreno se vio obligado a retractarse y remodelar la propuesta inicial. Aun así, el desgaste presidencial ya era un hecho y la popularidad del presidente se mantendría en niveles bajísimos que no ha conseguido levantar en lo que ha restado de mandato.
Finalmente, la crisis de la COVID-19 puso de manifiesto las limitaciones de un ejecutivo incapaz y terminó de golpear una ya maltrecha economía ecuatoriana. En abril de 2020 el sistema sanitario y funerario colapsó, dejando al país en un estado de caos del que tardaría en recuperarse.
Elecciones del 7F
Las elecciones presidenciales del próximo domingo 7 de febrero llegan sin liderazgos fuertes y en un clima de gran crispación y desafección ciudadana.
Según todas las encuestas el país podría apostar por retomar la senda del correísmo, representada en el joven exministro Andrés Arauz. Que parte favorito en todos los estudios demoscópicos con entre el 34 y el 40% de voto en primera vuelta.
La candidatura concurre bajo la marca Unión por la Esperanza (UNES), una candidatura-periplo que topó con innumerables trabas del gobierno de Moreno. Aunque inicialmente se intentó que fuese Rafael Correa el candidato a vicepresidente, las causas las causas judiciales que tiene abiertas en el país y que el califica de “persecución política” han hecho que haya sido el periodista Carlos Rabascall quien complete el binomio.
El correismo afronta ha afrontado en toda la campaña y precampaña el desafío de visibilizar su marca electoral. Además, de alcanzar el poder, Arauz volvería a tener la difícil tarea de reconstruir un partido político que le otorgue estabilidad suficiente y permita dar continuidad al proyecto político, ahora seriamente amenazado.
Aunque hay una docena de candidaturas, solo dos superan el 10% en las encuestas. La Guillermo Lasso, representante de la oligarquía ecuatoriana y el líder indígena Yaku Pérez, que parece que llevará a máximos históricos el apoyo a la formación política Pachakutik.
La derecha tiene en el banquero y político Guillermo Lasso su opción más viable, ya que el resto de candidaturas del espectro ideológico no superan el 5% de intención de voto. Lasso, que concurre por tercera ocasión consecutiva a elecciones presidenciales, acude con un programa de liberalismo económico que fomente la presencia de inversión extranjera en el país. Su voto oscila entre el 20 y el 30% según las encuestas.
Por otro lado, Yaku Pérez, actual prefecto de la provincia de Azuay y presidente de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI) -que agrupa organizaciones indígenas de diversos países de la región-, cuenta con un apoyo cercano al 20%. La tremendamente organizada y poderosa comunidad indígena ecuatoriana alcanzaría su techo electoral según todos los sondeos.
De no obtener ningún candidato mayoría absoluta en primera vuelta, como todo parece indicar, los dos contendientes más votados volverán a las urnas el 24 de mayo. Independientemente del resultado, está por ver que Ecuador abandone la inestabilidad política a la puntualmente acude desde hace 40 años.
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