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Más Bolivia: los actores políticos en el frente boliviano

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Diseño comercial con los símbolos de Bolivia en el Mercado del Killi Killi, La Paz, en 2018. Se observa un grafiti con la inscripción ‘Evo traidor’. Fuente: Propia.

Escrito por Alejandro López.

El Movimiento al Socialismo (MAS), partido del expresidente Evo Morales, ha sido el vencedor incontestable de un proceso electoral que no terminaba de llegar entre retrasos y una tensión social inaudita durante más de una década. La victoria en primera vuelta del MAS no fue una posibilidad creíble desde la oposición ni tan siquiera con el carismático Evo Morales al mando. Sin embargo nadie en las derechas nacionales e internacionales ha cuestionado la victoria de un MAS aparentemente debilitado. El frentismo ha logrado reunir a muchos sectores perdidos. No solo habría logrado los 10 puntos de ventaja por encima del 40% sino que además habría llegado a superar el 50%. Incontestable e incontestado. ¿Por qué ha arrasado el MAS en las elecciones de Bolivia?

Jeanine Áñez, el supremacismo blanco y la Bolivia de facto

En noviembre de 2019 se consumaba la caída de Evo Morales entre el golpe político y militar que, convenientemente, mediaron los sectores de derecha y parte de las fuerzas armadas. Evo Morales era contestado tras su victoria por haberse presentado alargando los mandatos constitucionales, acusado de fraude electoral por las derechas y la OEA, que se conjuraron en torno al candidato con más posibilidades por aquel entonces: Carlos Mesa. Meses después sucesivas investigaciones cuestionarían el supuesto fraude electoral, pero Bolivia ya funcionaba con un gobierno de facto. Jeanine Áñez se autoproclamaba presidenta interina –con el mandato único de la repetición electoral al menor lapso posible- tras la dimisión de Morales bajo presión militar y paramilitar. Biblia en mano, Áñez instauró un régimen que rompía con el anterior pasado indigenista de la República Plurinacional, mandando a “los indios al altiplano o al chaco, fuera de la ciudad” y asumiendo un papel político que se saltaba el quórum y la sucesión constitucional de vacío de poder, tras una serie de dimisiones forzadas. Un atropello legal.

La presidenta interina constitucional de Bolivia, Jeanine Áñez, en la Asamblea del Congreso Pluri-Nacional el 12 de noviembre de 2019 en La Paz, Bolivia. Áñez, como vicepresidenta del Senado, asumió al cargo por orden de sucesión tras la renuncia del presidente de la nación Evo Morales y la renuncia de la Presidenta del Senado. (Javier Mamani / Getty Images)
Jeanine Áñez llegaba al poder Biblia en mano. Fuente: Javier Mamani / Getty Images.

En ese contexto comenzaron las persecuciones contra miembros del MAS, acusando a sus miembros de sostener una dictadura corrupta y fraudulenta, se iniciaron procesos judiciales y el choque llegó al legislativo, controlado por un MAS descabezado y desorientado. Morales se marchó a Argentina y México, desde donde veía cómo su estrategia electoral para 2020 se diluía entre reveses que Áñez y las figuras que situó en el poder, le asestaban. Hubo de elegir a un sustituto en la candidatura a la presidencia de Bolivia y apostó por Luis Arce, de perfil bajo aunque de gran relevancia técnica en la política de nacionalizaciones e intervencionismo económico. Sin embargo, la Bolivia de facto pospuso una y otra vez las elecciones hasta asumir que la campaña electoral se vería encapotada por la pandemia, la crisis económica y la contestación social.

Este desbarajuste de los planes de control del proceso electoral llevó a que la interinidad llegara a durar un año y, desde entonces, Evo Morales ha podido ver cómo había sido apartado del poder en el año más duro y cómo se carbonizaban todos sus rivales uno a uno. Los sectores sociales que le retiraron el apoyo al MAS antes del golpe contra Morales ahora veían un escenario donde, en segunda vuelta, podrían no ganar ante la unión de las derechas en un candidato anti-masista. Pero la reconstrucción del tejido social, aunque ardua, permitiría que la primera vuelta sí contemplara la victoria por 10 puntos. Solo la unión de los múltiples opositores podía forzar una segunda vuelta, pero todos ellos andaban a la gresca. Aquí comienza la venganza electoral.

Para saber más: Golpe de Estado en Bolivia.

Carlos Mesa, La Paz y la burguesía urbana

El expresidente Carlos Mesa fue el principal opositor a Morales y las encuestas le concedían ese privilegio ante Luis Arce, con una previsión similar al resultado de 2019, cuando Morales obtuvo un 47% y Mesa un 36% de los votos. El estrechísimo margen para los 10 puntos empujó a las calles una serie de protestas pequeñoburguesas en núcleos urbanos paceños en favor de Mesa. Fue posteriormente cuando se unirían los grupos ultraderechistas, de los que hablaremos más tarde. Mesa sería el opositor que pasara a segunda vuelta y concentraría el voto de las derechas también en 2020 –trató de acercar posturas con los “cívicos” de Potosí y Santa Cruz- así como atraer a las pequeñas burguesías de La Paz. La fórmula electoral perfecta para ganar las elecciones por el centro en segunda vuelta, con un perfil moderado y una oposición al proyecto de Morales-Arce que podía volver a torcer a la izquierda. Sin embargo, esa segunda vuelta no llegaría ante la gran movilización masista que han cocinado desde la misma oposición: el alargamiento de la transición, los múltiples momentos de represión vividos, la elección de una radical como Áñez en lugar de Mesa para mostrar un proyecto conservador moderado, la resurrección del tejido social sindical campesino, el rechazo indígena y la polarización extrema fueron algunos de los factores que impidieron la unión de las derechas y favorecieron la unión en torno al MAS de sus antiguos apoyos sociales.

De hecho, las encuestas eran el aliado principal de Mesa. Para entender la contienda de Bolivia debe contemplarse el contexto territorial, donde las zonas bajas de Santa Cruz y Beni –al este del país- reunían la riqueza por el modelo extractivista de recursos energéticos que el propio Morales ayudó a apuntalar, así como por la agricultura comercial. Mientras tanto, la zona occidental en el altiplano se encontrada depauperada salvo en algunos centros urbanos como La Paz y El Alto. El éxito de Mesa era superior en las áreas urbanas paceñas, mientras que el MAS destacaba en las zonas rurales por su fuerte componente campesino –aunque ganaba en el conjunto del país y en ambos segmentos territoriales-. La clave eran las ciudades, como se ha dibujado, donde se concentra la mayoría de la población boliviana. Y ahí Mesa tenía un gran caladero de votos potenciales. Las clases medias mestizas se pusieron de nuevo de su lado cuando el MAS –y sobre todo los sindicatos- y el Gobierno de Áñez peleaban en El Alto, ofreciendo una alternativa conciliadora para evitar la radicalización.

Evo Morales, el campesinado y la burguesía indígena

Expresidente boliviano Evo Morales le habla al candidato presidencial por el Movimiento Al Socialismo (MAS), Luis Arce Catacora, durante un encuentro partidario en Buenos Aires, Argentina. Febrero 17, 2020. REUTERS/Agustín Marcarian
Luis Arce y Evo Morales, líderes del MAS en Buenos Aires en 2020. Fuente: Reuters / Agustín Marcarian.

Por su parte, la izquierda se encontraba dividida y en riesgo de perder si no lograba un fuerte desempeño en primera vuelta porque las antiguas bases sociales del MAS estaban profundamente debilitadas. Morales no había caído por acción de la extrema derecha de manera exclusiva. La conveniencia geopolítica externa del golpe era clara, pero no formaba parte nuclear de las dinámicas que bulleron en Bolivia hasta la temperatura que se ha vivido en 2020. Las dinámicas eran propias e internas.

El mérito que sustentó el éxito de Evo Morales fue la nacionalización de sectores esenciales para la economía boliviana, la mayor proporcionalidad en el reparto de la riqueza y la lucha contra la pobreza; en parte recogiendo las demandas de las movilizaciones sociales contra los gobiernos neoliberales previos. El MAS creció en las áreas rurales, en el altiplano y en la región de Cochabamba, con una base puramente campesina obrera que copó los mecanismos sindicales sobre los que se cimentó el partido, como con la apuesta por una reforma agraria y el reparto de la tierra. Esto permitió a los indígenas una meridiana prosperidad económica que asentó una nueva clase burguesa campesina –especialmente la cocalera-. Morales desmontó las graves desarticulaciones del Estado que habían llevado a cabo los gobiernos neoliberales, donde, por cierto, se encontraba el expresidente Mesa como vicepresidente cuando desmantelaron la minería estatal y servicios básicos como el agua o el gas fueron privatizados. El dirigismo económico del MAS afectó a sus bases ya que las dinámicas capitalistas continuaron inalteradas e incluso se potenciaron por el alto desarrollo económico durante el segundo mandato de Evo Morales, ya que la pobreza siguió siendo un problema y la población continuó refugiada casi culturalmente en la economía sumergida. Esta apuesta por la identidad campesina casi llega a eclipsar la identificación indiana que se impulsó con el gobierno indigenista. En muchas ocasiones los proyectos desarrollistas estaban por delante de los derechos indígenas o el discurso ecologista –puramente retórico-, por lo que los indígenas mantuvieron un apoyo de conveniencia con reservas. Los grupos indígenas habían logrado acceder a parte de las regalías estatales que Morales granjeó para Bolivia con el mencionado modelo extractivista, sobre todo con la venta de gas natural. Siguiendo la tendencia de otros gobiernos keynesianos y redistributivos, Bolivia aplicó un capitalismo de “rostro humano” mientras pudo, pero no apostó por una diversificación productiva como tampoco ha sucedido en Venezuela o Ecuador.

Así había surgido el régimen indigenista de la República Plurinacional. Pero los sectores de indígenas de Oruro y Potosí –destacando casos como el del salar de Uyuni- vieron la intención de apostar por proyectos sobre el hierro y el litio con intervención de multinacionales chinas y alemanas, chocando con sus intereses, hasta que se movilizaron contra Morales. Del mismo modo la alianza con sectores indígenas de Potosí se resquebrajaron con las actuaciones en la Amazonía boliviana, con la entrada de empresas brasileñas. El antiguo apoyo masista del indigenista Marco Pumari en Potosí se tornó en favor de las derechas de Santa Cruz, personalizadas en la figura de Luis Fernando Camacho, quien a su vez ha mostrado cercanía con movimientos paramilitares, evangelistas y fascistas. Cuando los liberales de Mesa volvieron a acudir a la protesta en 2019, parte de la base social de Morales ya no estaba.

Antes distanciados, ahora juntos como compañeros de fórmula. Foto: RÓGER BARBA
Marco Pumari (izquierda) y Luis Fernando Camacho (derecha) firmando su colaboración. Fuente: Róger Barba.

Los sectores obreros fueron los que enfrentaron la represión del gobierno interino, primero bloqueando los combustibles, y después luchando contra algunas medidas anti disidencia que se implantaron aprovechando la pandemia. Mientras tanto el MAS ha tratado de aprovechar ese apoyo sindical, sobre todo en torno a la Central Obrera Boliviana, para luego intentar mediar y facilitar la llegada de insumos médicos, dado el fracaso del Estado por controlar la enfermedad del COVID-19. Entonces la izquierda, concentrada en el MAS claramente, sufrió algunas grietas entre las bases obreras y élites pequeñoburguesas, esencialmente en La Paz. La radicalización sindical que ya quedaba fuera del control del MAS e iba hacia una enmienda a la totalidad contra Áñez, espantó a la burguesía mestiza paceña.

Luis Arce, la reconstrucción de la base social y el indigenismo

De nuevo las encuestas que daban la victoria al nuevo candidato masista, Luis Arce, son las que unieron a la izquierda en torno al partido para luchar contra la reinstauración del régimen post-golpe y las derechas. Pero esta estrategia de unión polarizada en torno al candidato del MAS también corría el riesgo de unir a las derechas en torno a Mesa como en 2019 para evitar una victoria masista en primera vuelta. De nuevo, las esperanzas de la derecha se encontraban en forzar un balotaje (segunda vuelta) donde sí ha habido encuestas que les daban posibilidades de victoria. De hecho, la elección de Luis Arce como candidato no era tan esperada pero ha servido para dar certezas a las clases medias sobre la continuidad del proceso intervencionista ya que Arce fue uno de los artífices de la política económica de Evo Morales como Ministro de Economía. Además su campaña le ha permitido reconciliarse con los mencionados grupos indígenas que podían estar en duda. Aunque el racismo de Áñez y Camacho podría tener mucho más que ver en esto que el mérito de reconstrucción del MAS con indígenas y obreros. De hecho esa atracción de sectores aliados se concretó con la elección de David Choquehuanca como compañero en la boleta para la vicepresidencia, también Ministro de Exteriores de Morales y líder indigenista.

Es más, en los sectores burgueses indígenas, el racismo institucionalizado fue un claro disuasorio del voto extremo. Como así fueron los choques internos de Pumari con Camacho y la situación étnica del país, donde los aymara y los quechua son las etnias indígenas más relevantes. La Paz, Potosí y Oruro concentran ese grueso de voto aymara, con pequeñas burguesías profesionalizadas.

La derecha blanca, la derecha indígena y la derecha mestiza

Aquí aparece una de las claves que propongo para Bolivia: todos los candidatos de derecha eran incapaces de acordar nada más que su rechazo al MAS. Las elecciones de Bolivia han supuesto un acto de división profunda dentro de la izquierda y de la derecha.

El gobierno interino de Áñez ha tenido un año para demostrar que podía cambiar el rumbo de Evo Morales en varios puntos: el intervencionismo, la plurinacionalidad y el reparto de las ganancias del capitalismo de Estado entre las pequeñas burguesías urbanas y los sectores indígenas con mayor cuota de poder. Sin embargo, ha fracasado en todo ello. Áñez ha resultado una presidenta racista, perdiendo el apoyo de algunos sectores indígenas, que han vuelto al MAS como forma de renegociar el contrato social. Además, Áñez ha mantenido fuertes confrontaciones con Camacho, el candidato de la mayor ciudad de Bolivia, Santa Cruz. La conjunción de los cruceños con los democristianos y la burguesía indígena de Potosí permitió dejar fuera del gobierno interino tras el golpe a Carlos Mesa, que era el principal líder opositor contra Evo Morales. Sin embargo, esa alianza de “cívicos” se rompió, al menos, en tres sectores.

Los “cívicos” cruceños y el propio Camacho buscaban una dureza extrema que funcionó al principio apartando a Carlos Mesa, de perfil derechista pero más moderado. Pero esa beligerancia y represión que Áñez impuso contra las protestas, que superaron los llamados del propio MAS, sirvieron para unir más a los sectores indígenas y la pequeña burguesía sobre el candidato del MAS. Marco Pumari y Luis Fernando Camacho tuvieron una tensa relación de principio a fin. El antiguo apoyo indigenista del modelo de Estado plurinacional se unió con los sectores nacionalistas blancos buscando una conveniencia electoral que no casó. Camacho tuvo que disculparse por la quema de la bandera indigenista wiphala. Pero estos líderes de Santa Cruz y Potosí rompieron ante la filtración por parte de Camacho de un audio donde Pumari pedía cientos de miles de dólares para unirse a su candidatura, así como cuota de poder para gestionar ciertos negocios aduaneros.

El plazo de las candidaturas se cierra hoy en Bolivia con la duda sobre  Morales
Luis Fernando Camacho, Tuto Quiroga, Carlos Mesa y Chi Hyun Chung en una reunión del comité cívico de Santa Cruz. Fuente: EFE.

La división entre la derecha era fortísima, por eso la elección en primera vuelta se volvió inalcanzable. Mesa volvía a ser el candidato con más posibilidades en las encuestas, ya que las pequeñas burguesías mestizas eran las que se encontraban más en juego y, por momentos, huían del apoyo que los manifestantes anti-Áñez ofrecían al MAS, sobre todo entre los sectores paceños. La pequeña burguesía no simpatizaba con las protestas descontroladas de obreros, campesinos y sindicalistas. Y es que es en El Alto, la zona elevada del área metropolitana de La Paz, inseparable de la capital, donde se vivieron algunos de los choques más fuertes con los manifestantes.

Luis Fernando Camacho, Santa Cruz y el fascismo

Además la candidatura de Camacho adolecía de importantes grietas por su carácter cercano a la extrema derecha de Santa Cruz, que fueron los más combativos durante el golpe a Morales, y las mencionadas disputas con Pumari, el candidato “cívico” de Potosí. Estos sectores se necesitaban para articular una alternativa a la moderación de Carlos Mesa pero se han enfrentado de manera muy sonada durante 2020. De manera adicional, Camacho chocó múltiples veces con Áñez exigiendo la firmeza en la represión –que viraba por momentos a un apaciguamiento retórico para desbloquear infraestructuras controladas por los manifestantes- y por el hecho de que la presidenta interina se presentara a las elecciones, contradiciendo su intención original de servir como transición electoral.

Al final el puente electoral Potosí-Santa Cruz de derecha se reconstruiría para evitar la máxima fragmentación del espectro. Y el sentimiento anti-masista es el que logró que Áñez y el expresidente Tuto Quiroga abandonasen la carrera, pero los apoyos de los candidatos ya no eran los mismos. De hecho, la carbonización electoral de Áñez se venía gestando desde que defraudó a las pequeñas burguesías en su mandato, ya que estas solo buscaban una moderación que encarnaba Carlos Mesa y se toparon con una presidencia que incluso aprobó un permiso para que las fuerzas del orden pudieran realizar impunemente operaciones contra civiles para silenciar la contestación social. Una represión extrema contra la base social boliviana –posteriormente tumbada- que le granjeó una imagen nada atractiva para el centro político.

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Encuesta de intención de voto a principios de septiembre. La división de la derecha amenazaba con dar la victoria a Luis Arce por más de 10 puntos en primera vuelta. Fuente: Tu Voto Cuenta.

Como se observa, la división de los candidatos de derecha fue su fogonazo final ya que no lograron acuerdos ni siquiera con el coreano-boliviano Chi Hyung Chung, el candidato evangélico que se ofreció a mediar entre las siglas, o el expresidente Tuto Quiroga. La salida de la carrera de este último y de Áñez no serviría; Mesa no podía ganar sin el apoyo de Camacho, y eso no ocurrió ni siquiera cuando Mesa sirvió de alternativa competente a Morales en 2019. Los cruceños nunca pactarían con Mesa, que representa a las élites paceñas. Mesa despertaba en los cruceños casi más suspicacias que Evo. El conflicto regional es más importante de lo que parece en Bolivia. En esta elección el voto útil solo sirve en segunda vuelta. Y esa era la baza de Mesa.

Para ampliar: Análisis de las elecciones, claves de la victoria del MAS

Mientras tanto, el gobierno recibía acusaciones de manejar el proceso electoral al producirse sucesivos retrasos hasta el 18 de octubre y limitarse el voto en el extranjero, especialmente en Argentina, donde es muy relevante el apoyo al MAS. La diáspora boliviana representa un componente poderoso en el proceso, donde la izquierda se ve claramente reforzada. Los puntos de votación fueron alterados desde las instituciones reguladoras y se complicó la asistencia de los electores.

La Bolivia de iure

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Conteo rápido de los resultados electorales. Fuente: Ciesmori, Unitel.

El MAS ha vuelto más reforzado. Luis Arce y David Choquehuanca podrán gobernar, habiéndose producido una transición desde la etapa Morales que parecía imposible por los cauces ordinarios a causa del hiperliderazgo. También controlan las cámaras legislativas. Y rondan cotas del 53% que recuerdan a la primera victoria de Evo Morales. Pero la asunción generalizada del poder de facto se ha topado con que todos los poderes relevantes han claudicado ante la evidencia de un resultado tan incontestable en tanto que holgado, si es que lo imposible es posible. Jeanine Áñez, Carlos Mesa, Luis Almagro. Bolivia ha elegido a Luis Arce. Las derechas, exhaustas, apuestan por una reconciliación constitucional bajo un MAS de iure que ha recibido el mensaje interno del contrato social, territorial y sectorial de esta suerte de nacionalismo plurinacional que potenció en la pasada década. Ahora es ese tiempo de Arce y de las muchas Bolivias que dejó Morales rumbo a México. El tiempo de muchas Bolivias más.

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