Este 18 de octubre de 2020, 363 días después de las elecciones que otorgaron una ajustadísima victoria en primera vuelta a Evo Morales que derivarían en un golpe de Estado, Luis Arce (MAS) se ha impuesto de manera rotunda en primera vuelta con un 55,10% de los votos. Muy por encima de los opositores Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana), con un 28,33%, y de Luis Fernando Camacho (Creemos), que alcanzó el 14,00%.
Una victoria incontestable que no predijo ninguna encuesta; solo la elaborada por CELAG daba una ajustada victoria en primera vuelta para el MAS con 10 puntos menos de los obtenidos finalmente. Esto se ha debido al amplísimo voto oculto, gente que no quiso confirmar su voto al MAS por miedo a las persecuciones y la violencia ejercida por la oposición antes y después del golpe de Estado sobre los seguidores de Morales.
El abrumador resultado despejó todas las dudas sobre si la oposición reconocería o no los resultados. La amplia mayoría absoluta de Arce, que mejora los datos que obtuvo Evo en 2019 (47,08%) y en su primera elección en 2005 (53,72%), hizo que pese a lo extremadamente lento del conteo oficial, tanto Áñez como Mesa reconociesen al día siguiente su victoria. El único conato de desobediencia ha venido del Comité Pro Santa Cruz y otros grupos juveniles cruceños, organizaciones cercanas a Luis Fernando Camacho y que sirvieron de ariete en las movilizaciones contra Evo Morales en 2019 por su carácter paramilitar en muchos casos.
Estas elecciones, tres veces pospuestas debido a la pandemia por el gobierno interino, eran claves para determinar el futuro de Bolivia. En ellas se decidía si continuar con el proceso de cambio económico y social abierto por el Movimiento Al Socialismo desde su llegada al poder en 2006, o dar un giro a la derecha de la mano de Carlos Mesa.
La masiva participación del pueblo boliviano, algo a lo que acostumbran, se situó en un 88,42%, una cifra ligeramente superior al 88,31% del año pasado. Todo ello en un clima de polarización tras “un año de interinidad” que había convertido estas elecciones en una suerte de plebiscito donde lo que se decidía realmente era la continuidad o no del MAS en el poder. De hecho, hasta 4 candidaturas de la derecha boliviana, incluidas las del expresidente Tuto Quiroga y la interina Áñez, abandonaron en la recta final de la campaña para concentrar el voto antimasista en una sola candidatura.
Pero sabiendo la persecución y debilidad del MAS tras el golpe, la concentración del voto opositor y las alejadas previsiones de las encuestas, ¿qué puede explicar la incontestable victoria de Luis Arce? ¿Cuáles fueron las claves de su victoria?
El “gobierno de facto” y la campaña electoral, aliados de Arce
Un año de interinidad
El MAS tuvo en la acción de gobierno de Áñez una de sus mejores bazas electorales. El año de interinidad ha estado marcado por una profunda inestabilidad en el país y en el ejecutivo. La agresiva política de la presidenta para revertir gran parte de las medidas aplicadas por el MAS, topó con movilización importante de sectores populares que paralizó temporalmente varios sectores productivos, dando un duro golpe a la economía y debilitando al gobierno.
Otro elemento clave fue que el ejecutivo no demostró en su año de gobierno una capacidad de “unir Bolivia”, tal y como prometían. De hecho, la polarización aumentó considerablemente con la persecución política y judicial iniciada contra dirigentes del MAS, habiéndose reportado quemas de sedes, viviendas de dirigentes o agresiones… También las declaraciones racistas y las quemas de wiphalas generaron el rechazo de la comunidad indígena. Todo ello fue denunciado por varias ONGs y sirvió tanto para alejar a los sectores más moderados del centro-derecha del gobierno, como para movilizar a una parte de votantes desafectos con el MAS, que decidieron volver a apoyarles.
La luna de miel vivida en la oposición tras lograr su objetivo de echar a Evo duró poco. Aunque en los últimos meses de 2019 la popularidad de Áñez alcanzaba importantes cotas, pronto salieron a la luz las divisiones en el seno de la derecha boliviana, cuyas luchas intestinas trasladaron al gobierno interino, donde ha habido más una decena de ceses y dimisiones de distintos cargos. La pelea interna por liderar la oposición al MAS y las diferencias sobre hasta dónde había que “desmantelar” las medidas sociales aplicadas por Evo, fueron los principales puntos de fricción. Todo ello tuvo un reflejo en la imagen y credibilidad del gobierno, que para junio de 2020 era desaprobado en su gestión económica por un 65,2% de los bolivianos según el estudio realizado por CELAG.
Esta grieta se desplazó a la carrera presidencial donde la derecha se presentó divida en distintas candidaturas, y aunque varias se retiraron por falta de apoyos, lo cierto es que las pretensiones personales siempre estuvieron por encima de un eventual frente común contra el MAS. Es por tanto importante resaltar que no pude presentarse a la oposición boliviana de manera homogénea. Finalmente, los apoyos cosechados por Luis Fernando Camacho, que representa los sectores más extremistas, y Carlos Mesa, que mantiene un perfil algo más moderado, no habrían sido suficientes para detener al MAS. Aunque hubiesen acudido unidos a las urnas solo habrían obtenido un 42,83% de los votos, 12 puntos por debajo del binomio Arce-Choquehuanca.
Por último, cabe señalar la nefasta gestión de la pandemia como un acelerante de los factores arriba explicados; ha agravado la incapacidad de gestión del gobierno y de su papel unificador; y agudizado las divisiones en la oposición y la movilización de los votantes desafectos del MAS.
La COVID-19 golpeó brutalmente al pueblo boliviano; la laxitud y tardanza en la respuesta de Áñez condujo a una situación límite en agosto, cuando al igual que en Ecuador, los hospitales y morgues colapsaron, quedando cuerpos sin vida de infectados en las calles. Actualmente, Bolivia es el tercer país del mundo con más muertos en proporción a su población, 75 por cada 100.000 habitantes. La crisis sanitaria agudizó los problemas económicos, empeorando notablemente la vida de un gran número de bolivianos, ya que el país andino tiene una gran tasa de economía informal.
Campaña electoral: cuestión de discursos
La campaña electoral también fue importante en la victoria de Arce por dos factores. El primero, el carácter propositivo de la campaña del MAS, que contrastó con el tono bronco y reactivo de la oposición, jugando como principal baza política el miedo a la vuelta del MAS al poder y sus casos de corrupción. Por contra, Arce centró su discurso en la mala situación económica y sanitaria del país y las propuestas del MAS para revertir la situación.
El segundo factor, la apuesta del binomio Arce-Choquehuanca por mostrarse como una candidatura eficaz y con capacidad de gestión, siendo el candidato presidencial “padre del milagro económico boliviano” como Ministro de Economía durante los gobiernos de Evo (2006-2017, con un parón por enfermedad, y de nuevo en 2019).
Este hecho conectaba con las principales preocupaciones de los bolivianos según las encuestas: la economía (31,1%) y el coronavirus (22,4%); mientras que los puntos más destacados de la agenda política opositora -corrupción (17,6%) y situación política (3,6%)-, no eran percibidos como los problemas centrales para la población.
Implantación territorial del MAS y capacidad de movilización
El MAS es el único partido con una presencia real en toda Bolivia, otro factor que explica la contundencia de la victoria de Arce, que no baja del 35% de apoyos en ninguna circunscripción, ganando en 6 de los 9 departamentos del país y quedando como segunda fuerza en los tres restantes. El MAS ha mantenido intactos sus feudos del occidente boliviano, rurales y de mayoría indígena, consiguiendo incluso aumentar el apoyo en estas regiones, con un 57% en Potosí y con más de un 60% en Oruro, Cochabamba y la Paz.
Por su parte, el ultraderechista Luis Fernando Camacho vio reducida su presencia al Oriente boliviano: su Santa Cruz natal, donde ganó con el 45% de los votos -seguido por el MAS con 36%-, y los fronterizos departamentos de Beni y Pando, donde superó la barrera del 20%. En el resto del país su presencia fue marginal, por debajo del 3% en la mayoría de los casos.
Aunque Carlos Mesa presenta una mayor implantación territorial que Camacho, esta es mucho más débil que la del MAS y se encuentra debilitada en el Oriente boliviano, allí donde se reparten los apoyos con el candidato ultraderechista cruceño. Además, la incontestable victoria del MAS en la zonas rurales y campesinas, donde arrasa casi como fuerza única, hace que su papel de “segunda fuerza” sea artificial en muchos casos por la contundencia del apoyo al MAS. La victoria de Mesa en los departamentos de Beni y Tarija le consolidan como segunda fuerza (con algo más de 1.735.000 papeletas), aunque el MAS casi le dobla en votos (3.285.000).
El análisis del voto confirma un claro clivaje territorial -entre el Oriente boliviano y la región andina y subandina– y social. El mayor apoyo a la derecha en la zona de los llanos (oriente), se debe al carácter urbano, la composición demográfica y la estructura económica de estas provincias, dónde los pequeños propietarios, las burguesías blancas y los tenedores de tierra han apoyado a Mesa y Camacho. Mientras que el MAS ha reafirmado su dominio en las zonas rurales y entre la clase trabajadora en general.
En 2019, las llamadas “clases medias” de trabajadores liberales y funcionariado, que nacieron gracias al desarrollo económico producido durante la última década de gobierno de Evo, habían votado claramente contra él. Pero ahora habrían reculado en buena medida en busca de la estabilidad política y económica que no ha dado el gobierno de Áñez. Así, en las grandes ciudades de la región Andina y Subandina, el apoyo al MAS entre estos sectores y parte de la burguesía urbana –mayoritariamente mestiza- ha sido muy importante.
Para ampliar: Apoyos a las diferentes candidaturas, Más Bolivia
No obstante, esta clásica división de apoyos sociales a los partidos políticos no es suficiente para explicar el triunfo de Arce. Sin duda el elemento más determinante ha sido la gran capacidad movilizadora del MAS, que ha activado todo su engranaje político para movilizar el voto de todo su entorno. Para ello ha contado con el apoyo directo o indirecto de sindicatos como la Central Obrera Boliviana (COB), movimientos indigenistas, organizaciones sociales y de mujer etc. Organizaciones en parte desgastadas por su pertenencia al gobierno, que llevó a primar el trabajo institucional sobre el movilizador, pero que supieron reorganizarse rápidamente y reactivar su capacidad movilizadora durante la interinidad de Áñez.
El masismo ha sabido potenciar su voto en toda Bolivia, creciendo en la totalidad de los Departamentos a excepción de Beni, donde se ha impuesto Mesa y desciende ligerísimamente en un -0,17%.
Que con apenas unas décimas más de participación, Arce haya conseguido 8 puntos más de apoyo que Evo en 2019 se debe al gran trabajo realizado en sus feudos históricos, donde la población ha vuelto a votar al MAS de manera masiva. Así, analizando la variación de votos al MAS por departamentos vemos cómo su crecimiento no ha sido tan pronunciado en el Oriente boliviano, sino en las zonas donde ya ganó en 2019 pero con menos apoyos.
El crecimiento ha sido espectacular en La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba o Chuquisaca. Departamentos que siempre se han teñido de azul desde la primera victoria Evo Morales, pero que esta vez han aumentado su apoyo al MAS respecto a la anterior cita. El crecimiento en estos casos es entre un 6,66% y un 14,94%.
Por el contrario, el crecimiento ha sido mucho más moderado en aquellos departamentos históricamente menos masistas: todo el Oriente boliviano, (en Pando, el apoyo al MAS crece en un escaso 1,51%, en Beni desciende un -0,17% y Santa Cruz solo aumenta un 1,53%); y el Departamento de Tarija, donde ganó Mesa con un 50% de los votos y existe un menor número de campesinado indígena (allí el MAS solo ha crecido un 4,42%).
Sin duda, la clave del triunfo reside en los apoyos de esa parte muy importante del núcleo duro de su electorado, que en las últimas elecciones no votó al MAS, descontento por su gestión, y ahora ha vuelto a hacerlo. La victoria de Arce no se explica por tanto por ese apoyo cosechado entre clases medias que buscaban estabilidad, sino por la recuperación del voto rural, indígena y obrero que se había desmovilizado.
El voto exterior boliviano
La hegemonía de Arce ha tenido réplica entre sus compatriotas emigrados. El voto exterior en el país andino tiene mucho mayor peso que en otros de la región debido a la elevada tasa de bolivianos que abandonan el país, principalmente por motivos económicos. En total más de 300.000 residentes en el exterior contaban con derecho a voto, lo que representaba un 4% del censo total.
No obstante, las cifras de participación cayeron del 61,57% del año pasado al 56,51% actual, un hecho explicable por varios motivos. El principal ha sido el efecto de la pandemia, que ha limitado la posibilidad de los bolivianos de desplazarse para ejercer su derecho a voto. Este condicionante tiene como mayores ejemplos el caso de Chile, cuarto país con más emigrantes bolivianos (1 de cada 10), que solo habilitó un único punto de votación en Santiago; o en Panamá, donde el país centroamericano no permitió el voto por la situación sanitaria.
No obstante, este no es el único motivo de la menor participación de bolivianos en el exterior. La ruptura de relaciones diplomáticas con Venezuela, Nicaragua e Irán impidió a los residentes en estos países votar; unido a ello, las restricciones impuestas por Áñez para limitar la participación de bolivianos exiliados tras el golpe de Estado ha supuesto que el total de electores disminuya de 341.000 en 2019 a 301.000 un año después. Un 15% menos de bolivianos con derecho a voto que en las elecciones del pasado octubre.
Entrando en el análisis de los votos, la victoria del MAS es aún más aplastante que dentro del país, con un 68,94% de los apoyos frente 16,76% de Mesa y un 11,69% de Camacho. Y Arce logra esta espectacular victoria a pesar de que el mapamundi esté teñido del naranja de la Comunidad Ciudadana de Carlos Mesa, ganador en Europa y Asia, donde la migración boliviana dispone de mejores condiciones socioeconómicas pero es muchísimo menos numerosa.
Por el contrario, los países con más migración boliviana como Argentina, Brasil y Chile se han decantado por el MAS. En el caso español, segundo país con más bolivianos, asistimos a un empate entre los tres candidatos, quedando todos en la horquilla del 30%, aunque fue Luis Fernando Camacho quien quedó en primera posición –imponiéndose también en Suiza-.
En Brasil, tercer país con un 15% del total de votantes, el MAS arrasó con 86,29% de los votos y más de 23.000 votos. En todo caso, la diferencia la marcó el caso argentino, país fronterizo con Bolivia donde podían votar 140.000 personas, casi la mitad del total. En el país vecino la migración es principalmente de trabajadores y campesinos que desempeñan oficios de baja cualificación y destinan parte de sus ingresos a sus familias dentro de Bolivia. Este perfil de votante es fiel al MAS y se reforzó más aún si cabe tras la declaración del presidente Alberto Fernández de acoger a los bolivianos perseguidos tras el golpe de Estado, lo que empujó a miles de personas a cruzar la frontera. En total votaron 88.000 personas de las que el 88% lo hizo por el MAS.
El voto exterior es extremadamente significativo porque pese su menor impacto cuantitativo, debido a la bajada en el censo y la participación, el voto al MAS se ha mantenido muy similar, siendo el resto de partidos los que han perdido los miles de votos que no asistieron a las urnas. El MAS activó sus organizaciones en otros países para movilizar todo su entorno político, mejorando pese a este escenario de pandemia y de mayores dificultades en la movilidad los resultados en España –sube casi 10 puntos y 3.000 votos-, en Brasil –aumenta en 1.000 votos y 16 puntos- y en Argentina –donde cae levemente en votos, pero aumenta en porcentaje-. Los análisis de la “diáspora” ponen de manifiesto cómo el MAS activó todos los resortes de su maquinaria para no dejar ningún voto en casa, incluidos los de los compatriotas fuera del país.
Conclusiones
La victoria electoral de Arce constituye un caso histórico y sin precedentes en la historia política latinoamericana al haber consagrado la vuelta al poder de un gobierno por la vía democrática tras un golpe de Estado.
El éxito del MAS es multifactorial. La incapacidad de la oposición de presentarse al país como una alternativa unitaria con capacidad de unir y la mala experiencia del gobierno de Áñez serían factores ajenos al masismo, pero que han ayudado en su triunfo. Por otro lado, el contexto económico y el estallido de la pandemia favorecían un voto continuista con un gobierno que ha estado caracterizado por el crecimiento económico sostenido y su desarrollo social. Además, el contexto de polarización por la persecución al MAS y la quema de wiphalas imposibilitaba a la derecha para aumentar su base social indígena, rural y entre los sectores más moderados.
El discurso propositivo del MAS, apegado a las principales preocupaciones de los bolivianos, su implantación territorial en toda Bolivia y, sobretodo, su inmensa capacidad movilizadora fueron claves para lograr una holgada victoria en primera vuelta. Logrando apoyos de clases medias y parte de la pequeña burguesía que ansía estabilidad económica y social, y fundamentalmente de voto rural, indígena y obrero de sus feudos históricos que habían quedado desafectos, pero han vuelto a apoyar al MAS debido a la compleja coyuntura.
En todo caso, podría parecer que esta suma de factores complejos es la que justifica una victoria del MAS. Lo cierto es que, aunque hay varios elementos que han empujado a Luis Arce para obtener el 55,5% de los votos, no puede obviarse que el MAS es un partido que ha demostrado tener una amplísima y sólida base de votantes, gran implantación, capacidad real de gestión y resiliencia.
No obstante, el gobierno de Arce asume la presidencia en un momento de gran complejidad económica, con una Bolivia en decrecimiento; sanitaria, con la gestión de la pandemia como reto clave; interna, con un sector opositor con tendencia violenta; e internacional, con un complejo escenario latinoamericano y mundial.
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