El estado que la OTAN y sus aliados han tratado de construir durante 20 años se derrumba por momentos a una velocidad de vértigo. Tras la irrupción en las capitales regionales, en una semana han caído 20 de 34, y suma y sigue. La situación es terminal, pero ¿cómo se ha llegado a este punto?, ¿cómo un grupo sobre el que se ha empleado a fondo la mayor superpotencia y sus aliados durante dos décadas ha sobrevivido?, ¿cómo un estado en el que se han invertido fondos sin fin ha fracasado tan miserablemente? Para responder a estas preguntas voy a centrarme en cuatro puntos: la supervivencia de los talibán, los objetivos de EEUU, la construcción del estado afgano y la ofensiva actual.
Para ampliar: Afganistán: ofensiva talibán ante la retirada de Estados Unidos.
Nada de esto hubiera sido posible sin la supervivencia del movimiento talibán a 20 años de intervención internacional. Este ha sido sin lugar a dudas el mayor reto al que se ha enfrentado el grupo, totalmente superado en el campo de batalla y reducido a unos pocos feudos rurales y la insurgencia a veces residual.
Si han logrado sobrevivir ha sido por dos motivos principales: el limitado número de tropas disponible y la porosidad de la enorme frontera con Pakistán. Respecto al primero, controlar más de 35 millones de personas y 650000 kilómetros cuadrados de territorio complicado precisa de una gran cantidad de tropas que la OTAN no siempre ha estado dispuesta a poner sobre el terreno, centrándose sobre todo en los núcleos urbanos y realizando intervenciones muchas veces efímeras. Así, el movimiento talibán ha podido mantenerse vivo en áreas rurales, prácticamente como una insurgencia estacional que lanzaba sus ofensivas en primavera y se replegaba el resto del año a IEDs, asesinatos…
En segundo lugar, el hecho de poder contar con Pakistán como retaguardia segura entre las tribus, refugiados afganos y fundamentalistas locales, a pesar de los polémicos ataques de drones, ha sido clave. Desde esta retaguardia los líderes talibán se reorganizaban en las shuras de Quetta y Peshawar, a la vez que sus tropas podían retirarse al lado pakistaní a descansar o cuando la presión en el afgano era insoportable, especialmente en los primeros años. De esta forma, si bien los talibán no podían ganar la guerra, tampoco podían perderla, y tarde o temprano sabían que las fuerzas extranjeras se retirarían brindándoles la oportunidad de contraatacar.
La invasión del país en 2001 fue un rápido acto reflejo ante un ataque al corazón de EEUU, despertando dramáticamente del dulce sueño de los 90 a la indiscutible superpotencia. Durante años, si bien se había intentado hacer negocios con ellos, los talibán habían sido un gobierno paria por sus masacres en la guerra civil y, sobre todo, por su fundamentalismo sin igual respecto a mujeres y sistema judicial. Estos argumentos se rescataron para dar peso moral en la prensa a la intervención y encajaban con la visión teleológica de EEUU con la democracia y los DDHH, pero no hay que olvidar que no son los que provocaron la invasión, tampoco los económicos.
Tras 20 años en el país, 3577 muertos, miles de heridos y un gasto que superaba con creces el billón de dólares, si bien se consideraba la guerra imposible de ganar, también se creía que el gobierno afgano era lo suficientemente sólido como para resistir. Así pues, se fueron retirando las tropas gradualmente, soñando con un acuerdo con los talibán e integrarlos en el gobierno. Trump fue quien llevó esta estrategia al extremo, negociando una rápida retirada unilateralmente, de espaldas al gobierno de Kabul y dando a los insurgentes un espaldarazo diplomático que ha hecho que sean aceptados públicamente como interlocutores por Rusia, China… Joe Biden no solo ha continuado la retirada, también ha hecho oídos sordos a los avances talibán limitándose a bombardeos puntuales y evacuar la embajada.
Llegados a este punto, debemos preguntarnos cómo es el estado afgano que han construido EEUU y sus aliados en las últimas décadas. Este estado se construyó sobre dos bases: los restos de la alianza anti-talibán derrotada y cantidades industriales de dinero y material. Para invadir el país y administrarlo, la solución fácil fue acudir a los restos de la alianza anti-talibán: desde señores de la guerra como Ismail Khan o Dostum a influyentes exiliados con vínculos en occidente como Ashraf Ghani o Hamid Karzai. El éxito fue arrollador en un principio, aunque rápidamente el sistema degeneró en una corrupción colosal por gestionar los inmensos fondos y en profundas luchas de facciones. La más conocida de estas fue la reciente entre Ashraf Ghani y Abdullah Abdullah tras las tormentosas elecciones de 2019. A ello se suma que décadas de guerra civil, caudillos locales y fundamentalismo han impedido el desarrollo de un fuerte sentimiento nacional que sustente el estado ideológicamente más allá de la megalópolis de Kabul.
La retirada de la coalición internacional, que ya iba siendo gradual desde el pico de tropas en 2011, ha supuesto que las tropas afganas soporten crecientemente el peso de los combates. Durante unos años han tenido éxito conteniendo a la insurgencia, aunque esta ha ido progresando cada vez más en las zonas rurales. El derrumbe vino repentinamente cuando el 14 de abril Joe Biden anunció la retirada absoluta de las tropas. Ese día los talibán controlaban 73 distritos de 407, tres meses después serían 221 y hoy ya son 250 junto a unos 100 a medias.
Los talibán han aplicado de forma maestra el famoso dicho de Mao: “la guerrilla debe moverse entre la gente como un pez nada en el mar”. Y los guerrilleros se han movido como pez en el agua por las zonas rurales, hostigando sin cesar a las tropas regulares y aplastando su moral. Seguidamente han asediando con paciencia los centros de distrito hasta que han caído como fruta madura, atacado los puestos fronterizos y, finalmente, las capitales de provincia en batallas urbanas para las que las fuerzas afganas no están preparadas. Sus ataques múltiples y simultáneos a lo largo de todo el país, empezando por el supuesto bastión gubernamental del norte, han roto los nervios del gobierno, que ha intentado reforzar todos los lugares amenazados a la vez sin lograr salvar ninguno (salvo Mazar). A todo esto se ha sumado una inteligente política de pactos y contactos, ofreciendo amnistía y salvoconductos a tropas asediadas a través de las redes locales, siempre preocupadas tanto de salvar sus vidas como de evitar la destrucción de sus ciudades.
La estrategia gubernamental se ha basado en intentar mantener a toda costa todas las posiciones a la vez, armando a las milicias locales y utilizando como bomberos a la fuerza aérea y las fuerzas especiales, sus elementos más capaces. Si bien así se ha logrado mantener la estratégica Mazar-e-Sharif y organizar una resistencia fuerte en Taloqan, Kandahar o Lashkar Gah, a la larga ha supuesto un desgaste inasumible de las fuerzas de élite, la pérdida de casi todas las posiciones y la disolución de la autoridad central en milicias poco fiables y propensas a cambiar de bando. Sería injusto decir que no se ha luchado y se ha huido, porque en muchos enclaves se ha peleado heroicamente hasta ser literalmente enterrados por la explosión de un coche bomba suicida.
Pero lo cierto es que al final se ha impuesto la política del acuerdo, la rendición o la huida. De la primera es un claro ejemplo el gobernador de Ghazni, que rindió la ciudad a cambio de un salvoconducto; de la segunda la rendición del legendario muyahidin Ismail Khan en Herat; y de la tercera, la épica huida de un enorme convoy desde el aeropuerto de Kunduz hasta Warsaj por más de 100 km de territorio enemigo y múltiples emboscadas. Conforme las victorias de los talibán se han acumulado en la última semana, este tipo de actitudes solo pueden crecer, ya que la moral está por los suelos y la derrota se da por sentado.
En este punto creo necesario detenerse en la nefasta y patética propaganda del gobierno afgano, comprada con ojos cerrados por parte de la población y de nuestros medios de comunicación hasta ayer mismo. Según esta, el gobierno no ha perdido una sola batalla, ha matado a decenas de miles de talibán, la población está tomando constante las armas contra ellos y los periodistas que comunican algo distinto merecen ser juzgados y acosados. Las guerras no solo no se ganan con eslóganes, hastags, la censura o culpando a terceros, sino que habitualmente se pierden. Lamentablemente, el torrente de falsedades ha puesto la base para varias teorías de la conspiración que van a tener recorrido: la culpa de todo es de China, Pakistán está detrás de todo, la derrota es culpa de los traidores… Por no hablar del supuesto abandono occidental tras una intervención de 20 años.
Conforme pasan las horas, la pregunta deja de ser si caerá Kabul con sus 5 millones de habitantes sino cómo, cuándo, y cómo será el futuro estado talibán. En el pasado tuvieron tres problemas principales: etnias, comunidad internacional/DDHH y gestión. En el primero, el grupo ha evolucionado mucho desde los 90, ya no es el grupo monolítico kandaharis liderados por el mullah Omar con problemas con otras etnias, sino el fruto de una larguísima insurgencia de con pilares robustos fuera de la zona pastún. Podría ser que Dostum se consolidará en el norte con sus milicias uzbekas/tayikas y apoyo internacional, pero no parece probable. El segundo sin duda será más difícil, ya que su carácter misógino y reaccionario les llevará a excesos brutales con su población y a colaborar con grupos internacionales de nuevo a pesar de sus buenas palabras en Doha y ante la prensa. El tercero es un punto olvidado ya que, si bien el orden público siempre fue garantizado por su brutalidad, no así la buena gestión por su rechazo a personas formadas. A todos estos podrían añadirse problemas de liderazgo y facciones, algo que dependerá de la capacidad del actual líder: Mawlawi Hibatullah Akhundzada.
Vuelven tiempos fundamentalistas a Asia Central. Los afganos serán sus primeras víctimas, empezando por la guerra civil que aún no ha terminado y siguiendo por la imposición de un modelo de sociedad oscurantista. Sus vecinos irán después y, a la larga, nos afectará a todos. El perverso ciclo afgano de intervención-retirada-intervención se ha vuelto a cumplir, ¿quién será el siguiente?
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