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Argelia se reivindica como el gran aliado internacional de la causa palestina

Por Néstor Prieto

La asertiva e inteligente política argelina ha convertido al país norteafricano en unos de los principales, sino en el mayor, valedor de la causa palestina en la escena internacional. Aliado histórico y contrario a toda normalización de relaciones con Israel, Argelia se presenta ante la opinión pública y la clase política palestina como un socio fiable y un mediador entre las distintas facciones palestinas. Uno de los principales ejes de trabajo de la agenda exterior argelina, que aspira a consolidarse como un gran actor regional.

Una relación histórica

Las relaciones entre ambos hunden sus raíces desde el nacimiento mismo de Argelia como nación. El costoso y violento proceso que independencia contra Francia, que solo abandonó el país tras una cruenta guerra de independencia (1954-1962) cuyo victimario podría no bajar del medio millón de personas, imprimió en la joven república argelina un carácter anticolonial que convirtió en seña de identidad. El Frente de Liberación Nacional (FLN), organización de inspiración panárabe que había dirigido la lucha contra la metrópoli, convirtió en política de Estado la “lucha contra el imperialismo”, lo que le valió a Argelia el sobrenombre de “Meca de los Revolucionarios”.

La exitosa revolución argelina frente a una todopoderosa potencia colonial se convirtió en una inspiración para las decenas de movimientos de liberación nacional que proliferaban en pleno proceso descolonizador. Argel se convirtió en referencia y lugar seguro para las organizaciones que luchaban por la independencia de Angola, Mozambique, Sudáfrica o el Sáhara Occidental, instalando en el país comités políticos y logísticos. Pero la política argelina traspasaba las fronteras del continente africano y en Oriente Medio también llegaron los ecos del FLN.

El movimiento de resistencia palestino pronto encontró sinergias con el flamante gobierno de Ben Bella, primer presidente de la Argelia independiente. El Movimiento Nacional de Liberación de Palestina (o Fatah) de Yasser Arafat había confesado a la prensa que la resistencia e independencia argelina era un ejemplo a seguir para su organización. El portavoz de la organización, Fayez El-Aydi, calificó a Argelia de “inspiración”en el medio Sawt al Ahrar.

Desde 1963 Fatah había tenido oficinas abiertas en Argel, apenas un año después de alcanzarse la independencia. Pero desde antes los intercambios y visitas entre dirigentes del FLN y Fatah eran habituales. El hermanamiento entre ambas fuerzas políticas era total para mediados de los 60. Pero Argelia también tuvo relación con otras organizaciones como el marxista Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) de George Habash, que en julio de 1968 secuestró un avión israelí con destino a Italia que aterrizó en Argel. Las autoridades magrebíes mediaron y negociaron con Israel durante 40 días hasta alcanzarse un acuerdo de liberación de los 12 rehenes hebreros a cambio de la excarcelación de 15 prisioneros palestinos.

Para entonces la sintonía argelina con el movimiento de resistencia palestino era total. La cooperación política y diplomática también se dio en el campo militar y educativo, el país abrió sus universidades y academias a jóvenes palestinos, una doctrina que replicaba con otros movimientos de liberación nacional, y en 1966 graduó la primera promoción de oficiales.

No obstante, el apoyo a la causa palestina no era patrimonio exclusivo de ningún Estado, sino causa común para el conjunto del mundo árabe. En este contexto la influencia de Argelia, aunque innegable, se veía ensombrecida por los 3.000km de distancia que le separaban de Palestina. Otros países vecinos, también bajo el influjo del panarabismo, como Egipto o Siria se reivindicaban esos años como los grandes valedores en la escena internacional de sus “hermanos palestinos”. Precisamente estos países y la también vecina Jordania habían protagonizado la dimensión armada del conflicto en la Guerra de los Seis Días (1967) y en la de Yom Kipur (1973). En ambas guerras la aportación argelina fue menor, ya que a la distancia geográfica se sumó lo breve de ambos choques, lo que imposibilitó que el país jugase un papel protagonista en términos militares. Para entonces, Argel ya estaba bajo el liderazgo de Houari Boumédiène (1965-1978).

Yasser Arafat, líder de la Fatah, posa con un arma en un campo de entrenamiento de la OLP en Argelia

Pese a ser consciente de que su papel en el conflicto estaba limitado, Argelia respaldó totalmente -en ambas ocasiones- la guerra frente “al ocupante israelí”. En la primera guerra accedió a la solicitud egipcia y siria de poner a su disposición la flota aérea del país, cuya joya de la corona eran los aviones de combate soviéticos Sukhoi, con lo que esperaban contrarrestar la superioridad en los cielos de los israelís. En la segunda guerra, la de Yom Kipur, también realizó un envío de tropas y equipo; de hecho, jugó un papel destacado negociando con la URSS el suministró del armamento necesario para sostener el esfuerzo bélico.

Pero las gravísimas derrotas árabes en ambos conflictos resintió la causa palestina. Los convulsos años 70 y 80 agrietaron la unidad árabe. El panarabismo flaqueaba y quien fuese el principal aliado de Palestina, el Egipto de Nasser, firmaba ahora bajo el liderazgo de al-Sadat los acuerdos de Camp David (1978) por los cuales reconocían al Estado de Israel a cambio de la retirada hebrea del Sinaí. La decisión de El Cairo asestó un golpe mortal a la unidad de acción árabe. Varios países rompieron sus relaciones con al-Sadat por “traicionar a los palestinos”, entre ellos Argelia -que no restablecería lazos hasta una década después-, Líbano, Siria o Libia. Argel reprochaba no solo la normalización de relaciones con Israel sino lo que consideró que muchos países hacían “una instrumentalización” de la causa palestina buscando beneficios propios. Una idea que venía madurando desde los 60 pero que se consolida por entonces, pidiendo públicamente la no injerencia en asuntos internos palestinos. Una doctrina resumida en la abstracta proclama “lo que quieran los palestinos lo queremos nosotros”.

En este contexto el conflicto palestino entraba en una nueva dimensión donde Argelia continuó dando político, técnico y logístico. El gigante norteafricano estimuló en los 70 la idea de unificar el movimiento de resistencia palestino, animando a sus colegas de Fatah a crear la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), algo que finalmente ocurrió en 1974. La OLP, de la que Fatah era la organización hegemónica, aunó un gran número de partidos y corrientes palestinas para reivindicarse como el “único representante legítimo del pueblo palestino”. Ese mismo año la organización sería admitida como observador en Naciones Unidas coincidiendo con la presidencia argelina de la Asamblea General.

Para ampliar: Siria y Palestina, dos pueblos hermanos

En 1988, ya con un nulo papel de Egipto y una mermada posición de Siria, Argelia protagonizará dos acontecimientos diplomáticos de primer nivel. En junio de ese año acoge una cumbre extraordinaria de la Liga Árabe en Argel, un organismo que pese a encontrase erosionado por crecientes disputas internas consiguió juntar al mayor número de jefes de Estado y de gobierno de la última década. El encuentro sirvió para respaldar la causa palestina y expresar su apoyo a la OLP en momento de máxima tensión. Para entonces en Cisjordania y Gaza la primera intifada -comenzada seis meses atrás- dejaba ya un saldo de 200 muertos. En el conclave Yaser Arafat pidió apoyo económico a los países árabes, una solicitud a la que respondieron afirmativamente.

Unos meses después, en noviembre de 1988, la capital argelina volvía a ser el epicentro de la causa palestina. Desde allí sesionó el Consejo Nacional Palestino (CNP), una suerte de poder legislativo en el exilio donde tenían representación todas las facciones de la OLP. Allí se votó y aprobó la declaración de independencia de Palestina como Estado soberano con capital en Jerusalén; un gesto simbólico que suponía un salto cualitativo en el conflicto. Para entonces la OLP operaba desde el exterior y no tenía control efectivo del territorio palestino, por lo que la proclamación era un gesto de gran valor y el hacerlo desde Argelia una demostración de las buenas relaciones con el país norteafricano.

Yasser Arafat (izquierda), el presidente argelino Chadli Benjedid (centro), y el presidente del CNP Cheikh Abdel Hamid Sayah (derecha), el 12 de noviembre de 1988 en Argel tras la proclamación de la independencia. | AFP

De la crisis al resurgir

Pero en los 90 la inestabilidad y la guerra civil argelina (1991-2002) relegaron a un segundo plano la acción exterior del país. La amenaza salafista y el auge de la violencia tuvo su reflejo en una crisis política interna con el cambio de hasta tres presidentes a lo largo de esa década de conflicto. Finalizada la guerra con la progresiva merma de los grupos integristas, Bouteflika -en el poder desde 1999- tuvo como objetivo prioritario normalizar la situación interna y revertir la crisis social y económica. Este sería el monotema de la política argelina durante los siguientes lustros. Para cuando la situación había mejorado ostensiblemente la enfermedad del presidente, impedido desde 2013 por un derrame cerebral, limitó los intentos del Ministerio de Exteriores de mirar otra vez más allá de las fronteras nacionales.

Las protestas sociales marcaron la convulsa transición política que forzó la salida de Bouteflika en 2019. Era así, con más interrogantes que certezas, como Abdelmadjid Tebboune inició su mandato presidencial. El cambio constitucional y la convocatoria de elecciones consiguió desinflar progresivamente el movimiento de protesta Hirak, cuyos restos aún intentan emular las grandes movilizaciones de años anteriores. Pese a que la política interna no estaba completamente asentada Tebboune dio el giro de timón definitivo apostando por una ambiciosa política internacional con la que aspira devolver a Argelia a su gloria pasada

El constante apoyo al Frente Polisario, la ruptura de relaciones con Marruecos, el papel más activo en el conflicto libio o el aumento de cooperación con los gobiernos de Malí, Túnez o Mauritania ratifica la apuesta argelina por reivindicarse como un actor relevante en la política regional. Al frente de esta ambiciosa agenda está Ramtane Lamamra, veterano diplomático que en menos de un año ha dado muestras de su capacidad política cerrando el espacio aéreo a aviones militares franceses o acogiendo cumbres internacionales como la próxima Liga Árabe o el encuentro de países vecinos de Libia. La cuestión palestina no ha quedado al margen.

Argelia lideró junto con Sudáfrica la batalla diplomática para evitar que Israel adquiriese el estatus de “Estado observador” en la Unión Africana (UA), algo que consiguió en julio de 2020 cuando la presidencia del organismo se pronunció a favor desatando una batalla política interna que cristalizó el pasado 6 de febrero de 2022 cuando la presión argelina consiguió dejar en suspenso la decisión. Aunque la declaración inicial de rechazo promovida por Argelia solo fue suscrita por Sudáfrica, Comoras, Túnez, Yibuti, Mauritania y Libia; una eficaz campaña en los pasillos de Addis Abeba -donde se encuentra la sede de la UA- terminó haciendo que 24 Estos miembros mostrasen reticencias sobre la decisión. Aunque Israel mantiene relaciones con 40 países africanos Argel supo conjugar las distintas sensibilidades africanas sobre la causa palestina y situarse como la cabeza visible.

El Embajador del Estado de Palestina en Argelia, Fayez Mohamed Abou Aita, se deshizo en elogios hacia su contraparte argelina, asegurando que “la decisión de suspender la pertenencia del ocupante sionista a la UA es una victoria de la diplomacia argelina”.

En diciembre de 2021 Tebboune recibió en el palacio presidencial de El Mouradia a su homologo Mahmoud Abbas, con quien firmó la donación de 100 millones de dólares, un balón oxígeno para las maltrechas arcas palestinas. También renovaron varios convenios y anunciaron que becarían a 300 estudiantes palestinos para estudiar en universidades del país. Pero sin duda el anuncio más importante fue la propuesta argelina de acoger un proceso dialogo entre las distintas facciones palestinas.

La división constituye el principal problema de la causa palestina, que desde hace décadas vive un cuestionamiento interno del mando único ejercido por la OLP. El otro gran grupo dentro del puzzle político palestino es Hamás, que ya marcó perfil propio en la primera intifada de 1987, aunque sería en las elecciones legislativas del 2006, cuando los islamistas vencieron a Fatah en Gaza, cuando esta división se hizo evidente. Desde entonces Hamás ejerce el control de la Franja de Gaza, lo que desencadenó una crisis entre facciones que llevó incluso al enfrentamiento armado. No se trata de una diferencia partidaria sino de estrategia política, las diferencias sobre qué relaciones mantener con las autoridades israelíes y la hoja de ruta hacia la “independencia plena” son palpables. Aunque las relaciones entre Hamás y Fatah no han sido lineales y se han alcanzado acuerdos de unidad en ciertos momentos, el faccionalismo sigue bloqueando la vida política palestina. Desde hace más de 15 años no se celebran elecciones generales, una cita cancelada y pospuesta una y otra vez con argumentos diferentes pero que en el fondo tiene la división interna como causa.

Ello hace que el gesto de Tebboune, proponiéndose como mediador, sea especialmente importante. El historial argelino y sus recientes movimientos diplomáticos -agradecidos por la totalidad del espectro político palestino- han allanado el camino para un proceso de dialogo que en ningún caso tiene el éxito asegurado, antes que Argelia lo intentaron Arabia Saudita, Yemen, Egipto y Qatar con resultados escasos. En todo caso, el anuncio estuvo fue bien recibido por la opinión pública palestina. “El presidente Tebboune se ha convertido en un símbolo nacional y árabe, sobre todo porque el pueblo palestino lo considera una figura de liberación y apoyo a la causa palestina” podía leerse en comunicados oficiales.

En todo caso, desde el 16 de enero delegaciones de las seis facciones palestinas más representativas han llegado a Argel. Además de Fatah y Hamás está el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), su escisión prosiria el FPLP-Comando General, el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (DFLP) y la Yihad Islámica Palestina (PIJ). En la fase inicial, según las propias comunicaciones oficiales, el gobierno argelino mantiene contactos a seis bandas para conocer el punto de vista de todos los grupos y buscar consensos sobre los que edificar un acuerdo. Sus antecedentes la valieron a Argelia la consideración de buen “mediador” entre las distintas sensibilidades, el papel que jugó en la fundación de la OLP así lo acredita.

El presidente palestino, Mahmoud Abbas (izquierda), despacha con su homologo argelino Tebboune (derecha).

El escenario internacional sonríe a Argel

Aunque el proceso de dialogo es el ejemplo más visible de que Argelia se reivindica como el gran aliado internacional de la causa palestina, lo cierto es que el escenario internacional favorece las aspiraciones del país magrebí.

Egipto, que sigue jugando un papel relevante en el conflicto especialmente por su condición de país fronterizo, es por varios grupos palestinos como un aliado poco fiable desde los acuerdos de Camp David. Algo similar ocurre con Marruecos, Jordania o Emiratos Árabes Unidos, países árabes cuya normalización de relaciones con Israel escuece tanto en Fatah como en Hamás, que si bien saben que no pueden rechazar el apoyo de estas naciones difieren en la estrategia diplomática seguida. El Embajador palestino en Argelia lo definía de la siguiente manera “En un momento en que otros están eludiendo sus obligaciones nacionales hacia Palestina, el presidente argelino y Argelia están comprometidos moral, ética y patrióticamente con Palestina”.

Otros países árabes como Siria, Irak, el Líbano o Libia atraviesan severas crisis internas que limitan su proyección exterior. Irán, cuya postura también es de apoyo intransigente a Palestina y oposición total a todo atisbo normalización con Israel, no es considerado un mediador neutral por la OLP, pues para nadie es un secreto la influencia que Teherán tiene en Hamás, además de ser un actor cuestionado por otros aliados internacionales.

Argelia se siente cómodo en la defensa de una causa que considera propia y que aglutina al conjunto de su población. Todos los estudios realizados coinciden en señalar que el país norteafricano es uno de los que mayor apoyo muestra a Palestina, considerándolo además una lucha de todo el pueblo árabe. La última publicación del Arab Center Research situa a Argelia como el país donde el respaldo es mayor.

El patrón también se repite respecto a la normalización de relaciones con Israel. Allí de nuevo Argelia está a la cabeza del rechazo con un espectacular 99% de la población. Once puntos por encima de la media regional e incluso superior a la propia opinión interna palestina, donde el 7% de la población apoya abrir la vía diplomática.

La sintonía entre Palestina y Argelia no es solo política, sino también social. Son varios los acontecimientos que indican la amistad entre ambas comunidades. En los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 el juduca argelino Fethi Nourine se negó a competir frente al israelí Tohar Butbul, algo que ya hizo en 2019. “No vamos a ensuciarnos las manos” aseguró el deportista. Su entrenador afirmó: “Hemos trabajado duro para clasificarnos, pero la causa palestina es más grande”. La decisión acarreó una sanción de 10 años fuera del circuito profesional, acabando con su carrera profesional, pero convirtiéndose en un icono nacional en ambos países.

Sin salir de la arena deportiva, la reciente victoria de los zorros del desierto -como se conoce a la selección argelina de fútbol- en la Copa Árabe fue celebrada por jugadores y afición con tres banderas. La argelina, la saharaui y la palestina, una demostración de como la sólida política exterior del país ha calado en todos los aspectos de la sociedad argelina. Esa noche, en las calles de Ramallah, Gaza y Cisjordania varios cientos de palestinos correspondían el gesto argelino y celebraban la victoria como propia.

Pero abanderar la causa palestina no solo reporta beneficios políticos internos sino también internacionales. Argelia cuenta con el apoyo de su población, se consolida como actor regional y lanza un mensaje a su gran rival, Marruecos. El reino alauí normalizó relaciones con Israel en diciembre de 2020 a cambio del reconocimiento de la “marroquinidad” del Sáhara por parte de Donald Trump; lo hizo pese a que los estudios sitúan al 88% de la población contra la medida.

Para ampliar: Cabilia como excusa, los amazigh en la crisis argelino-marroquí

Argel hace de la cuestión palestina un eje más en el que justificar su ruptura de las relaciones con Rabat. El presidente Tebboune lo dejaba claro, “notamos una especie de prisa hacia la normalización. No participaremos en ella ni la bendeciremos. La causa palestina es sagrada para nosotros aquí en Argelia, y es la madre de todas las causas”. Su primer ministro, Abdelaziz Jerad, se pronunció en la misma línea asegurando que “Argelia es el objetivo. Cuando les dijimos a los ciudadanos que existían maniobras en el exterior cuyo objetivo era (atacar) la estabilidad del país aquí está la prueba. Vemos que estamos rodeados de peligros y guerras”.

Argelia señala a Israel como una amenaza para su propia seguridad internacional. La cooperación militar entre Rabat y Tel Aviv es una realidad que ya se ha dejado ver en la guerra del Sáhara Occidental, donde el Frente Polisario denuncia el uso de drones y armamento israelí por parte de la Fuerzas Armadas alauís. En noviembre de 2021 el ministro de Defensa hebreo, Benny Gantz, firmaba en Marruecos un acuerdo “histórico” de cooperación en seguridad y defensa entre ambos países. También era israelí el software espía Pegasus, empleado por Marruecos contra hasta 10.000 móviles de opositores internos y altos funcionarios extranjeros. En la lista de afectados hay figuras prominentes del gobierno argelino y la cúpula del Frente Polisario, quienes culpan a Pegasus de que se filtrase el ingreso hospitalario de Brahim Ghali en Logroño, pretexto esgrimido por Rabat para lanzar su opa hostil contra España.

Sea como fuera la apuesta argelina por liderar el apoyo internacional a Palestina es ya una realidad. Parte de una política mucho más ambiciosa para convertirse en el gran actor geopolítico del Magreb. Las autoridades argelinas exhiben el apoyo a Palestina como parte de un discurso sólido y coherente de apoyo a los pueblos del mundo como el que prestan a los saharauis. En este sentido, un avance de la causa palestina puede ser reivindicado como un éxito diplomático si el proceso de dialogo en marcha llega a buen puerto. Argel cuenta con la amistad política y social de los palestinos; el apoyo histórico, los recientes movimientos diplomáticos y el respaldo económico son bases estables sobre las que desarrollar su política. El tablero internacional le es favorable, falta por ver hasta que punto puede materializar sus objetivos.

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