Portada | Europa | Alemania, ¿una política exterior geopolítica o meramente comercial?

Alemania, ¿una política exterior geopolítica o meramente comercial?

Escrito por Pablo del Amo

Alemania es probablemente el país más importante de la Unión Europea, por tamaño y población (más de 80 millones de habitantes), pero sobre todo por ser la gran potencia económica que es. Las exportaciones representan casi la mitad de la economía alemana y sus empresas desempeñan un papel importante en los mercados mundiales de automóviles de lujo y maquinaria industrial compleja. Esto es una cuestión importante, como veremos a continuación, pues la política exterior alemana se basa principalmente en el mantenimiento y reforzamiento de sus relaciones económicas-potenciales. Si de algo adolece Berlín es su dificultad de mantener un papel proactivo geopolíticamente hablando en política exterior. Alemania, al contrario que Francia, carece de una sensibilidad geopolítica, prácticamente centrada en economía, no es capaz de ejercer su papel de líder de Europa en escenario mundial de competición entre potencias.

Alemania y Rusia, una relación complicada

La política alemana respecto a Rusia se puede definir como ambivalente, por un lado tenemos el apoyo incondicional al Nord Steam 2 y por otro el apoyo a la imposición de sanciones económicas a Rusia debido a la cuestión de Ucrania. Hay tres pilares de la política rusa de Alemania: la asociación con Rusia; apoyo a Ucrania en el conflicto con Rusia; apoyo a la misión de la OTAN de contención a Rusia.

Después de la Guerra Fría y la reunificación alemana, Moscú pasaría de ser una potencia hostil, a ser un socio. Una política de acercamiento que se vio reforzada bajo el gobierno del socialdemocráta Gerhard Schröder. Angela Merkel heredó este nuevo vínculo con Rusia, sin embargo paulatinamente, Berlín se fue volviendo cada vez más hostil hacia Moscú, especialmente en 2012 cuando Vladimir Putin asumió nuevamente la presidencia del país.

Pero no fue hasta 2014 cuando la hostilidad de Merkel subió un escalón, Berlín lideró la respuesta europea contra Rusia tras la crisis de Crimea y Ucrania. Merkel asumió la estrategia de la OTAN de “disuasión” a Rusia, percibiendo a Moscú más como una “amenaza” que como un socio. En ese sentido, Berlín, al contrario que París, se caracteriza por su acercamiento a la organización transatlántica y desea “no poner patas arriba el orden del pasado” como diría Merkel en alusión a la estrategia europea de Emmanuel Macron. Siguiendo esta dinámica, el reciente caso Navalny solamente ha vuelto a tensar las relaciones Berlín-Moscú.

Como ya se ha indicado anteriormente, Angela Merkel fue una de las principales promotoras de la imposición de sanciones económicas a Rusia por la anexión de Crimea y por la situación de Ucrania. En una entrevista en 2014 al periódico Welt am Sonntag, la canciller alemana aseguró estar “convencida de que la respuesta común de Europa a Rusia es correcta” en referencia a las sanciones económicas. Merkel acusó a Moscú de violar la “integridad territorial” y la soberanía” de Ucrania, destacando que “deberían tener consecuencias”.

Sin embargo, hay que destacar que la posición oficial del gobierno acerca de Rusia, no es la compartida por todo el espectro político alemán. Hay que destacar la figura del ya mencionado ex canciller Schoeder, del SPD (además de varios integrantes del partido), que siempre ha defendido una postura de acercamiento con Rusia, de sobra son conocidos sus conocidos vínculos con Moscú en Alemania. De hecho en 2017, fue elegido para el consejo de supervisión del gigante del petróleo Rosneft, que pertenece en un 70% al estado ruso. Esto evidentemente causó un terremoto en Alemania, no faltando los descalificativos hacia Schoeder, tachándole de “mercenario ruso”.

A pesar de la actitud en muchos casos “beligerante” de Alemania hacia Rusia, en Berlín se cuidan mucho de menoscabar sus relaciones económicas con Moscú, para muestra el proyecto del gaseoducto del Nord Steam 2.

Mapa de los gaseoductos Nord Steam y Nord Steam 2. Vía Euronews

El caso del Nord Stream 2 es quizás el más emblemático en cuanto a mostrar la importancia para Alemania de su política económica-comercial. El Nord Steam 2 es un proyecto de gaseoducto cuyo objetivo es transportar el gas ruso hacia Europa occidental, a través del mar Báltico, sin pasar por ningún país de Europa del Este. El Nord Steam 2, que estaba previsto que terminase para principios de 2020, duplicará la cantidad de gas ruso transportado del Nord Steam 1, operativo desde 2012. En el proyecto participan, además del gigante energético ruso Gazprom, varias empresas europeas, como la francesa Engie, el angloholandés Shell, los alemanes Uniper y Wintershall y el austríaco OMV. En total la inversión se cifra en 9.500 millones de euros.

Evidentemente este proyecto liderado por Alemania no ha estado exento de polémicas, en primer lugar de los estados miembros del este de Europa y de Ucrania. Estos acusan a Gazprom de ser una extensión de la política exterior rusa, y temen verse apartados de las redes principales gasísticas de Europa, recordemos que con el Nord Steam 2, no será necesario transportar el gas por estos países. La Comisión Europea también se mostró reticente al acuerdo, ya que Bruselas argumenta que el Nord Steam 2 aumentará la ya considerable dependencia que tiene Europa del gas ruso (un tercio del gas que consume la Unión Europea procede de Rusia). De todas maneras Alemania se ha encargado que ningún país europeo se interponga en las negociaciones, asegurándose su puesto como líder de las mismas.

Otro de los principales escollos para el proyecto del Nord Steam 2 ha resultado ser la oposición de Estados Unidos, el mismo Presidente Donald Trump, acusó a Angela Merkel de ser “prisionera de Rusia”, desde Washington el gaseoducto ha sido definido como un “instrumento político del Kremlin”. El retraso en el fin del proyecto se ha debido a las amenazas de sanciones estadounidenses, y justo a principios de diciembre Estados Unidos pidió a Alemania y a la UE una “moratoria” del proyecto.

Alemania y el “amigo” húngaro

Si bien las relaciones entre Hungría y Alemania han empeorado en los últimos años, debido a la crisis de refugiados, o la deriva autoritaria del gobierno de Orbán, ambos países mantienen unos vínculos económicos muy fuertes. Para muestra este dato, el grupo de Visegrado, del que forma parte Hungría, es actualmente el socio comercial más importante de Alemania, por delante de China y Estados Unidos.

El Primer Ministro Viktor Orbán, durante años ha tejido una red de relaciones con las élites políticas y empresariales alemanas, destacando la industria automovilística, esto se ha traducido en la existencia de importantes fábricas de las empresas alemanas BMW, Audi y Volkswagen en el país magiar. Hungría recibe numerosas inversiones alemanas, siendo capital para su economía, el sector de la automoción representa el 8% del PIB húngaro, además de dar empleo a un número considerable de trabajadores del país. Las empresas alemanas se benefician de unas condiciones muy favorables en Hungría aseguradas por el gobierno de Orbán, lo que les ofrece una ventaja competitiva. Este horizonte además no parece en peligro, pues como bien saben los inversores alemanes, de momento no existe una oposición fuerte al ejecutivo húngaro.

Otra cuestión nada desdeñable, es el hecho de que Hungría se convirtiese el año pasado en el mayor comprador de armas alemanas, con una compra por valor de 1,76 mil millones de euros. Compra que se realizó cuando aún Úrsula von der Leyen, era ministra de defensa alemana, dato importante pues el mismo Orbán encabezó la oposición a la designación de Manfred Weber para la presidencia de la Comisión Europea. Cargo que recaería finalmente en von der Leyen, figura de gran confianza para Angela Merkel, con el voto a favor de Fidesz, partido del gobierno húngaro.

Viktor Orbán y Angela Merkel. Vía Reuters

Para ver más; Cobertura de la Unión Europea

Esta relación “especial” entre Alemania y Hungría seguramente ha favorecido que finalmente Berlín consiguiese un acuerdo para levantar el veto de Budapest y Varsovia al Fondo de Recuperación y al Presupuesto europeo. Recordemos que Alemania se sienta en estos momentos en la Presidencia del Consejo Europeo, razón por la cual ha sido la encargada de intentar buscar un consenso entre las partes, a razón del Estado de Derecho.

Berlín y Ankara ¿amigos o enemigos?

La cuestión turca tiene un gran peso en Berlín, por razones económicas, las empresas alemanas tienen muchas inversiones en Turquía, y por la diáspora turca en Alemania. Se calcula que hay más de 3 millones de personas de origen turco, siendo la mayor comunidad no alemana del país, además de la mayor diáspora de Turquía en un país.

Las empresas alemanas tienen una gran presencia en el país turco, pero no estamos hablando solo de los gigantes como Bosch y Siemens, sino también la mediana empresa germana. Multinacionales como Hugo Boss llevan mucho tiempo instaladas en Turquía, sobre todo por los bajos costes de producción del país. Aún así, actualmente no corren buenos tiempos para los negocios alemanes en el país, la depreciación de la lira turca ha hecho que los productos alemanes se hayan vuelto inaccesibles para muchos clientes turcos, esto ha hecho que muchas empresas alemanas hayan congelado sus inversiones en el país.

Desde el fallido golpe de estado en Turquía del 2016, las relaciones germano-turcas han ido deteriorándose. Ankara acusó a Alemania de no tomar una posición clara respecto al golpe, así como de no hacer nada frente al predicador exiliado Fethullah Gülen, a quien Erdogan acusa de ser el cabecilla de la sublevación militar. Seguidamente, Erdogan comenzó a purgar a militares, políticos y funcionarios, acusados de haber actuado contra él, muchos de ellos se refugiaron en Alemania, lo que conllevó una airada respuesta por parte de Ankara.

En 2017, Turquía arrestó a los periodistas alemanes Deniz Yücel y Mesale Tolu, además de al activista de derechos humanos Peter Steudtner, acusados de “apoyar a organizaciones terroristas”. Durante ese año el cruce de reproches entre Ankara y Berlín continuaría, con Erdogan llamando a los turcos a no votar a “los enemigos de Turquía” en las elecciones federales, y el gobierno alemán acusando al gobierno turco de aumentar sus operaciones de espionaje en el país germano.

Aún así, no ha sido hasta este año cuando Berlín ha comenzado a actuar para frenar la influencia turca en el país. El pasado noviembre, el Ministro de Interior alemán propuso la limitación la presencia de imanes turcos en las mezquitas alemanas, el objetivo sería evitar la radicalización de los más jóvenes en el país. Para ello, el ejecutivo formará a sus propios imanes, una política similar a la anunciada por Francia el pasado octubre. La presencia de escuelas turcas en Alemania también ha causado polémica en el país, ya que sus críticos las definen como “sucursales de Erdogan”, por el temor dentro de algunos sectores alemanes al incremento de la influencia turca en el país.

Foto vía DW

En cuanto a las múltiples aventuras militares turcas, por ejemplo en el Kurdistán sirio, o la más reciente intervención turca en Libia, estas han hecho saltar las alarmas en Berlín ante la expansión de Ankara. Sin embargo, como suele suceder con la política exterior alemana en general, las declaraciones grandilocuentes no han sido acompañadas de actos. Lo más proactivo en lo que ha participado Berlín ha sido la Operación IRINI, es decir, el embargo de armas a Libia, donde la marina alemana está desplegada. En el caso del Mediterráneo Oriental, Berlín ha sido uno de los estados miembros que se han opuesto diametralmente a la imposición de sanciones a Turquía, siendo Angela Merkel quien ha ejercido de “mediadora” entre Atenas y Ankara, con resultados poco satisfactorios para la primera.

Alemania es bien consciente de la amenaza que supone Turquía para la influencia de la UE en Oriente Medio y África, aún así la propia naturaleza de la política exterior alemana ha impedido que desde Bruselas se pueda dar una respuesta contundente a las aspiraciones turcas. Con la elección de Joe Biden, Alemania espera que sea Washington quien se ocupe del problema turco, sin embargo esta “vuelta a la normalidad” que añora Berlín, no será tal, ya que las reglas del juego han cambiado.

Para ver más; La política exterior de Emmanuel Macron: la aspiración de convertir a Francia en Gran Potencia

¿La vuelta a la “normalidad” con Estados Unidos?

Las relaciones entre Alemania y Estados Unidos no empezaron a erosionarse con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016 como muchos preconizan. En 2013, bajo la Administración Obama, salió a la luz gracias a las filtraciones de Wikileaks y Edward Snowden, que la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) de Estados Unidos había diseñado un sistema de vigilancia que incluía el móvil de la canciller Angela Merkel. Esta información, posteriormente se expandiría , revelándose que no sólo la NSA se “limitó” a escuchar el móvil de Angela Merkel, sino que también vigilaba las actividades de los ministros de Finanzas, Economía y Agricultura de entonces. Berlín pediría a finales de octubre de 2013 firmar un acuerdo con Washington de no espionaje, cuestión que rechazó el gobierno, tensando las relaciones diplomáticas de ambos países.

Sin embargo, no fue hasta la elección de Donald Trump cuando se produjo un “shock” en las relaciones entre Berlín y Washington. Primero, por el hecho de que Estados Unidos pasaba de convertirse en un aliado comercial y político a un “competidor” (por iniciativa de Trump), y seguidamente por la presiones de la Casa Blanca para que Alemania aumentase su presupuesto de Defensa. Desde el nacimiento de la República Federal Alemana en 1949, Alemania ha dependido de la seguridad que le proporcionaba Washington, algo que ha favorecido su conversión en una potencia económica. Desaparecido el paraguas estadounidense, Berlín se ha dado cuenta de su vulnerabilidad y de la necesidad de dar un giro a su política de seguridad.

Angela Merkel flanqueada por Donald Trump y Emmanuel Macron. Vía Reuters

Para ver más; La crisis de la política exterior estadounidense (I): Las contradicciones bajo la Administración Trump

La elección del demócrata Joe Biden ha sido recibida en Alemania con gran esperanza, en Berlín esperan “una vuelta a la normalidad” en las relaciones con Estados Unidos. Una vuelta al statu quo anterior en la que Washington vuelva a ejercer de protector de Europa. Esperan que la nueva Administración estadounidense “hable el mismo lenguaje” en las relaciones internacionales, que en definitiva vuelva a los consensos anteriores de aprecio por una política multilateral (con especial énfasis en la OTAN). En ese sentido Merkel espera volver a retomar tal y donde lo dejó con Barack Obama, eso sí, también es consciente de la coyuntura actual: “Estados Unidos es y seguirá siendo el aliado más importante de Alemania. Pero, con razón, se espera que Europa haga un mayor esfuerzo para garantizar su propia seguridad”, declaró la canciller alemana el pasado 9 de noviembre.

Para ver más; La crisis de la política exterior estadounidense (III): La ¿alternativa? demócrata

En ese sentido, en los últimos años Alemania ha aumentado su presupuesto en Defensa, representando actualmente el 1,5% de su PIB, el objetivo es que represente el 2% para 2024. Berlín aboga actualmente en establecer un “nuevo acuerdo” con Estados Unidos, en palabras del Ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas, “es necesario un nuevo comienzo”, y una de las cuestiones clave es la relación con Pekín. Berlín espera contar con el apoyo de Washington, a través de la OTAN, para contrarrestar a la cada vez más asertiva China.

Una nueva mirada hacia Pekín

Alemania se encuentra en un proceso de reevaluación de sus relaciones con China, como todos los países occidentales, Berlín basaba su relación con Pekín en la “Wandel durch Handel”, en el cambio a través del comercio. Es decir, se esperaba que abriendo los mercados y estrechando los lazos económicos con China, se conseguiría que Pekín fuese cambiando poco a poco su modelo hacia una democracia liberal, algo que evidentemente no ha ocurrido.

Alemania es el mayor inversor europeo en China, además del principal socio comercial con China de la Unión Europea, sobra por tanto decir que para Berlín, las relaciones con Pekín son prioritarias, ya que desde hace años, la asociación de Alemania con China ha sido la más fuerte de Europa. Sin embargo, en 2016, el Grupo Midea chino compra Kuka, considerada una de las joyas de la corona de la industria robótica alemana, produciendo un shock en el sistema alemán, que vio con miedo un futuro vaciamiento de su motor económico.

Para ver más; Relaciones sino-europeas: del entendimiento a la competición

Ante posibles nuevas compras chinas, Alemania se dotó de un nuevo armazón legal para poder intervenir ante posibles compras extranjeras. Berlín empezaba a sentir cada vez más a Pekín como una amenaza, sin embargo, la canciller Angela Merkel, como es habitual en ella, se ha mostrado cautelosa, intentando no mostrarse demasiado agresiva hacia China, después de todo, Pekín sigue siendo un socio económico muy importante para Alemania. La Presidencia de Donald Trump, cuya prioridad ha sido la confrontación con China, tampoco ha ayudado a Merkel a decidirse por una política más agresiva hacia Pekín.

Sin embargo, tras la elección de Joe Biden, la actitud alemana ha dado un cierto giro. Con un aliado sentado en La Casa Blanca en el que pueden “confiar”, Berlín parece determinada a subir un peldaño en la confrontación contra Pekín. Alemania no desea un “desacoplamiento” de Europa a China, algo poco realista, sino que actualmente busca centrarse en zonas críticas, por ejemplo, con el posible anuncio del veto para Huawei en la red 5G alemana.

La Ministra de Defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer (AKK), anunció al medio Sydney Morning Herald que Alemania desplegaría a oficiales navales junto a la marina autraliana, además de una fragata para patrullar las aguas del Océano Índico. Actualmente zona de confrontación en la que China quiere aumentar su influencia. AKK aseguró al periódico que Alemania no hacía la “vista gorda” con China.

A pesar de lo dicho anteriormente, Berlín se sigue asentando en una “zona gris”, muestra de ello es el acuerdo de inversión (CAI) entre China y la UE tras 7 años de negociaciones. Beijing habría aceptado abrir su mercado en varios sectores y Bruselas permitir inversión china en el sector de energías renovables. Estas negociaciones han supuesto una división en el seno de la UE, ya que algunos estados miembros piden no ratificarlo tan rápidamente, por el miedo a inversiones “dudosas” de Pekín y al temor a la descoordinación con la futura Administración Biden. Alemania ha presionado por firmar el acuerdo lo antes posible, quiere que sea un triunfo de su presidencia en la UE, sin olvidar los intereses económicos del país, ya que el CAI reforzaría los ya muy fuertes vínculos económicos entre Alemania y China.

Angela Merkel con el Premier chino Li Keqiang en Pekín el 6 de septiembre de 2020. Vía Politico

Aún así, es difícil predecir hasta donde querrá llegar Alemania en su confrontación con Pekín, primero, porque debería aumentar sustancialmente el gasto en defensa para la mejora de su seguridad y de sus mermadas fuerzas armadas, y segundo, por la siempre dubitativa en términos geopolíticos política exterior alemana, siempre más preocupada de sus relaciones económicas-comerciales.

Suscríbete y accede a los nuevos Artículos Exclusivos desde 3,99€

Si escoges nuestro plan DLG Premium anual tendrás también acceso a todos los seminarios de Descifrando la Guerra, incluyendo directos y grabaciones.

Apúntate a nuestra newsletter

Te enviaremos cada semana una selección de los artículos más destacados, para que no te pierdas nada.