Parte uno – Parte dos – Parte tres
Escrito por Àngel Marrades
Las elecciones presidenciales de 2020 colocan a los Estados Unidos ante una decisión clave para el futuro del país. El próximo presidente deberá afrontar la reconstrucción de un país asolado por la pandemia, la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, y una polarización política que desgarra al país. Es de esperar por lo tanto que el enfoque del próxima mandato presidencial se vea gravemente afectado por esta situación, haciendo que los esfuerzos de esta administración deban estar centrados en la política doméstica. Sin embargo, esta elección también tendrá enormes efectos sobre una política exterior estadounidense en su mayor crisis desde 1941, siendo el resultado determinante para la posición de Washington en el globo. Mientras un segundo mandato de Trump significaría una continuación de su política de America First, Biden trataría de restaurar los lazos de la Alianza Atlántica impulsando el liderazgo estadounidense sobre los socios europeos.
America First
Las elecciones de 2016 llevaron al Republicano Donald Trump, un outsider (pues representaba unos intereses fuera de los círculos tradicionales de poder), a la Casa Blanca. Su victoria se debió a que representaba el descontento de una parte de la burguesía nacional, vinculada a sectores de la industria y descontenta con el déficit de la balanza comercial, unido a unas masas de trabajadores de cuello azul del Cinturon del Óxido y del medio oeste rural descontentos con las políticas de la globalización promocionadas consecutivamente tanto por las administraciones republicanas, de Bush padre e hijo, como demócratas, de Clinton y Obama. Todo ello, junto a la aceptación del stablishment del Partido Republicano (GOP), en su gran mayoría, en apoyar a este outsider permitió establecer una coalición ganadora. El GOP, tras ocho años sin tocar la Casa Blanca, habiendo tenido una dura oposición a las políticas de Obama y nutriéndose de parte de lo que sería la narrativa trumpista con el Tea Party, vio en Trump una esperanza de volver al Despacho Oval. Dentro de la clase política republicana podemos destacar dos grupos que se interesaron por las políticas de Trump: a un lado aquellos deseosos de avanzar en una contienda con China, una política que recaba cada vez más apoyos en ambos partes del espectro político, siendo estos principalmente halcones comerciales que buscaban lanzar una guerra comercial contra China así como una postura más dura de Estados Unidos para los acuerdos de libre comercio. Al otro lado, neoconservadores que veían en Trump una oportunidad de relanzar intervenciones militares para restaurar el poder global estadounidense como solución a la crisis frente a una Administración Obama de corte más realista y una segunda de Bush hijo más moderada.
Esta conjugación de intereses se vio representada en nombramientos de Trump como Steven Mnuchin (Secretario del Tesoro), Willbur Ross (Secretario de Comercio), Mike Pompeo (primero Director de la CIA, y después Secretario de Estado) o John Bolton (Consejero de Seguridad Nacional). Los dos primeros halcones comerciales, mientras los segundos neoconservadores. No obstante, la Administración Trump comenzó al principio con figuras del stablishment del Pentágono reconocidas como James Mattis (Secretario de Defensa), John Kelly (Jefe de Gabinete de la Casa Blanca) y McMaster (Consejero de Seguridad Nacional), o CEOs de empresas como Rex Tillerson (Secretario de Estado) de Exxon Mobil o Gary Cohn (Consejo Económico Nacional) de Goldman Sachs. Este primer gabinete en 2017 buscaría un consenso con el GOP ante la falta de aliados sólidos para esas posiciones y de experiencia del presidente, siendo Steve Bannon o Stephen Miller, con cargos de menor peso, sus consejeros más cercanos.
Este primer año esta caracterizado por un intento de ganar la confianza de estos grupos de poder con la adopción de la doctrina de Great Power Competition como estrategia de seguridad nacional, o destacando el ataque a la base aérea de Sharyat de Siria como bautizo, traspasando líneas que Obama prefirió evitar. También sirvió para dar cohesión a una Alianza Atlántica en crisis, representada en el Brexit como vinculo entre Washington y Bruselas, a la cual Trump trato de disciplinar en su primer discurso ante la OTAN. A partir de 2018 Trump cambia parte de su gabinete, una parte del stablishment con la que no esta cómodo, reemplazando a Tillerson, McMaster y Cohn por Pompeo, Bolton y Kudlow respectivamente. Se da un cambio de posturas más favorables al libre comercio, especialmente en lo que respecto a Cohn, y al multilateralismo hacia unas más cercanas al nacionalismo económico y al neoconservadurismo intervencionista.
Guerras comerciales y halcones neoconservadores
Los siguientes dos años, 2018 y 2019, estarán marcados por una política exterior más activa. En el terreno comercial impondría aranceles al aluminio y al acero tanto a aliados europeos como a los socios del acuerdo de libre comercio de Canadá y México (NAFTA), donde conseguiría renegociar el acuerdo favorablemente a Estados Unidos con la retirada de protecciones laborales y ambientales a cambio de mantener la paridad legal en todos los signatarios del acuerdo (Art. 19). Estas tarifas a rivales comerciales, como veía Trump a la Unión Europea y apoyadas por ese espectro de la burguesía que tenía la necesidad de equilibrar la balanza comercial, harían debilitar el eje atlántico. También iniciaría la guerra comercial con China, algo que sería recibido con mayor entusiasmo. En el terreno diplomático abandonó el Consejo de Derechos Humanos de la ONU , el Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF) y el Acuerdo Nuclear iraní (JCPOA), estas decisiones suponen una ruptura con la política exterior estadounidense llevada a cabo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y del orden liberal internacional liderado por la potencia Americana. Desde Europa se interpretaron estas decisiones como un retroceso con los compromisos dispuestos a asumir desde Washington. Está impresión se vio reforzada con el papel de Trump durante la cumbre del G7 de 2018 en Canadá, la cumbre con Vladimir Putin en Helsinki de 2018 tras su viaje a Reino Unido y la 30 cumbre de la OTAN en Londres de 2019.
En el G7 Trump chocó con el resto de los mandatarios al plantear la reincorporación de Rusia, Macron contestó que la cumbre era un G6+1 y que esperaba que no tuviera que ser un G6 solamente, planteando la salida de Estados Unidos. Tampoco pudo haber un compromiso sobre el JCPOA, sobre los aranceles al acero y aluminio ni sobre acciones conjuntas en el clima, Trump había abandonado el Acuerdo de París. Finalmente no hubo comunicado conjunto y Trump abandono la cumbre prefiriendo reunirse en Singapur Kim Jong-un, un claro desplante a sus aliados. En Reino Unido hostigo un Brexit duro contra la Unión Europea, empoderó a políticos como Boris Johnson frente a Theresa May y advirtió de que estaba en juego el futuro acuerdo de libre comercio con Estados Unidos; tras este viaje tuvo su cumbre con Vladimir Putin en Finlandia, a pocos meses del caso Skripal, algo mal recibido desde la mayoría de líderes de la OTAN profundizando en la crisis interna de la alianza militar. Por último la cumbre de la OTAN de Londres puso sobre la mesa la continuidad de la estructura atlántica con los comentarios del presidente francés, que busca una mayor autonomía estratégica, de que la alianza estaba en “muerte cerebral” debido a la inacción con la ofensiva turca sobre las SDF en Siria y la falta de un objetivo sólido tras la caída de la URSS. Trump por su parte continuó su política de disciplinamiento fiscal al exigir de nuevo que se cumplieran los objetivos de gasto en defensa. Esto es producto de la necesidad de Estados Unidos de socializar el gasto bélico ante su declive y la necesidad estratégica de virar a Asia para enfrentar a China.
Sin embargo, a partir de finales de 2019 la Administración Trump ya empieza a verse debilitada. Sus choques con el stablishment militar habían supuesto la dimisión de James Mattis como Secretario de Defensa en diciembre de 2018 después del anuncio de la retirada de las tropas estadounidenses en Siria, otros como Bolton se mantuvieron viendo ahora una oportunidad de impulsar políticas más intervencionistas ante la salida del general, de corte realista. Así John Bolton trató de presionar en tres frentes: Venezuela, Irán y Corea del Norte. El fracaso del golpe de Estado de abril de 2019 de Juan Guaidó con la «Operación Libertad» para derrocar a Nicolás Maduro terminó con cualquier pretensión de Donald Trump de optar por una intervención militar directa. Los intentos de Bolton por torpedear la cumbre con la Republica Popular Democrática de Corea en Hanoi haciendo alusión a un acuerdo a la libia solo sirvieron para que el presidente le desplazará de las negociaciones. Por último, la crisis del golfo Pérsico con Irán en junio de 2019 terminó de convencer a Bolton de que Trump no estaba dispuesto a llevar hasta último término la estrategia de «máxima presión» sobre la República Islámica cuando, tras el derribo de un dron estadounidense, aborto una respuesta militar en el último momento. Esto reveló la contradicción evidente para la Administración Trump entre la estrategia de «máxima presión» y el objetivo de evitar una nueva «guerra interminable» de Oriente Medio.
¿El punto de no retorno?
John Bolton abandonaría la Administración Trump en septiembre de 2019 ante la evidencia de que la vía intervencionista para restaurar el poder estadounidense en el globo no era el camino, sino una visión orientada a los intereses estadounidenses estrictamente nacionales (los de esta burguesía y capas sociales), en contraposición a los intereses considerados de ese orden hegemónico estadounidense. Esta sería la política que prevalecería durante el resto de su mandato. Esta política de America First se podría resumir en el siguiente discurso de Trump en West Point:
Estamos restaurando los principios fundamentales de que el trabajo del soldado estadounidense no es reconstruir naciones extranjeras, sino defender nuestra nación de enemigos extranjeros. Estamos terminando la era de las guerras interminables. En su lugar hay un renovado y claro enfoque en la defensa de los intereses vitales de Estados Unidos. No es el deber de las tropas estadounidenses resolver antiguos conflictos en tierras lejanas de los que mucha gente nunca ha oído hablar. No somos los policías del mundo.
Desde entonces Trump ha apostado como parte de la campaña electoral para su reelección por la firma de acuerdos de paz, como el de los Talibán en Doha o los de Israel con los países árabes (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán), al igual que comerciales como el Acuerdo de Fase 1 con China. Este último, aunque fuera favorable para Estados Unidos en términos generales, pues permite a Estados Unidos mantener la mayoría de sus aranceles a las exportaciones chinas a cambio de no seguir aumentándolos, supuso a ojos de ciertos halcones una salida rápida en busca de réditos electorales al establecerse un aumento de las importaciones de soja y cerdo por parte de Beijing. Hasta aquí el stablishment Republicano interpretó que, a pesar de no estar de acuerdo con algunas de las políticas del presidente, su reelección era más que probable debido al buen desempeño económico. Además Trump había conseguido colocar a muchos de sus partidarios dentro del partido, de manera efectiva ya no era un outsider. Aunque ha habido disidencias el resultado del impeachment da una buena muestra del cierre de filas del GOP cuando los demócratas han tratado de encontrar un salida más rápida a su mandato.
Pero es a partir de 2020, con la pandemia del coronavirus, la crisis económica, su gran activo, y las protestas que se construye una amplia oposición contra un segundo mandato de Donald Trump. Todo este conglomerado, que incluye no solo ampliamente a las distintas familias del Partido Demócrata sino también a disidentes del Partido Republicano, como John Bolton o James Mattis, interpretan una posible victoria de Trump el 3 de noviembre como un “punto de no retorno” para la política exterior estadounidense.
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