Parte uno – Parte dos – Parte tres
Escrito por Àngel Marrades
Joe Biden es un político tradicional del stablisment demócrata de política exterior, ha formado parte del Comité de Asuntos Exteriores del Senado durante buena parte de su carrera como Senador desde 1997 hasta 2009. Desde esta posición ha tenido un rol de liderazgo en moldear y desarrollar la política exterior estadounidense, la cual conoce bien. Como Vicepresidente de Obama de 2009 a 2017 tuvo un papel activo en política exterior debido a su experiencia, especialmente en Iraq. Biden es un liberal-internacionalista que se ajusta a los principios de la política exterior tradicional de la pos-Segunda Guerra Mundial: construir alianzas multilaterales, acuerdos de libre comercio y globalización. Si Biden accede a la presidencia su principal enfoque será abordar la actual crisis de la política exterior con el objetivo de reinstaurar el liderazgo estadounidense en el mundo y entre sus primeras medidas estará volver al Acuerdo de París del Cambio Climático.
Biden: entre los restauracionistas y los reformistas
Pero existe una duda sobre que dirección guiará la política exterior de Joe Biden en una eventual presidencia y como se articulará este intento de reinstaurar el liderazgo estadounidense. ¿Biden será continuista con la presidencia de Obama o tratará de construir su propio camino? En los términos expuestos por Thomas Wright en el seno de la Administración Biden se produciría un debate, que ya se está dando en los círculos del Partido Demócrata, entre dos líneas de política exterior, lo que él llama restauracionistas y reformistas. Los restauracionistas son aquellos que creen en una continuidad con la política exterior de la Administración Obama, que Estados Unidos no malinterpreto el momento geopolítico y que tan solo hace falta depurar el America First de Trump y que Estados Unidos de un paso al frente para restaurar su liderazgo. En términos generales no creen que el mundo haya cambiado tanto y que la posición de Estados Unidos continúa siendo una de práctica hegemonía en el mundo, aunque tengan que contestar a crecientes amenazas. Por el contrario, los reformistas si que creen que ha habido cambios sustanciales en los últimos cuatro años, que la presidencia de Trump atiende a unos síntomas y que si Estados Unidos quiere recuperar y asegurar su posición debe asumir la necesidad de realizar cambios en su política exterior.
Por último, hay un factor adicional a tener en cuenta si Biden gana la Casa Blanca, la influencia de ese sector moderado del stablishment Republicano que le ha apoyado como disidencia a la candidatura de Trump, personas como los McCain, el Proyecto Lincoln o la Alianza Política Republicana por la Integridad y la Reforma. Lo más probable es que incluso en una eventual victoria de Biden el Senado siga controlado por los republicanos, siendo la cámara de mayor importancia para la política exterior Biden tendría que pactar muchas de sus decisiones, algo a lo que no es ajeno, pues como político de carácter centrista ya se ha alineado con anterioridad con miembros del GOP como John McCain. En segundo lugar, esta la influencia del ala progresista del Partido Demócrata, que ostenta una porción de escaños considerable en la Cámara de Representantes.
China: ¿competidor o rival?
Si bien la Administración Obama marco el rumbo de que la política exterior estadounidense debía virar hacía Asia para enfrentar el crecimiento de China en la región y contenerlo, siempre lo hizo pensando en un juego a futuro y con la idea de que Estados Unidos tenía margen, además de ventaja en el largo plazo. Los restauracionistas siguen esta línea, viendo de la misma forma a Beijing no tanto como un rival, sino como un competidor, con el que por tanto existe margen para la cooperación en algunos campos de carácter global como el cambio climática, el terrorismo o la salud. Por el contrario los reformistas son aquellos miembros de la Administración Obama que apuestan por un cambio de actitud hacia China, si bien aún creen que hay margen para la cooperación creen que fue un error asumir que China cambiaría. Este grupo asume por lo tanto que es necesario una estrategia más competitiva, para evitar que Estados Unidos se quede atrás en cuestiones claves como la economía, la ventaja tecnológica, la inteligencia artificial o la red 5G. También ven necesario, como mínimo, un desacople limitado en las cadenas de valor para reducir la dependencia, especialmente en sectores como el tecnológico o el sanitario, tras la pandemia.
En este sentido apuestan por un acercamiento a la doctrina de la Great Power Competition, piensan que desde la llegada de Xi Jinping en 2012 al poder en China se han dado cambios sustanciales en la naturaleza del gobierno chino que la política exterior estadounidense debe abordar. En primer lugar una política exterior más asertiva que busca expandir su influencia en Asia en lo que en ciertos círculos ya se teoriza como Pax Sínica. En segundo lugar, un liderazgo más duradero bajo la égida de Xi Jinping que haría la relación con las élites chinas más complicada. Washington vería por lo tanto amenazada su posición aventajada que ha mantenido en Asia-Pacífico a través de Japón, los reformistas creen que la influencia estadounidense está en retroceso pues ya no ocupa una posición hegemónica desde la cual dictar el rumbo.
Joe Biden intentará consensuar entre ambos grupos, y es posible que en un primer momento Estados Unidos reinicie la relación con China hasta cierto punto gracias a la pausa táctica del Acuerdo de Fase 1. También que haya una inicial cooperación multilateral en el marco de la pandemia del coronavirus, ya que Joe Biden volvería a la Organización Mundial de la Salud para restaurar el “rol” de Estados Unidos y crear una coalición que evite la creciente influencia de Beijing en el organismo. Pero eventualmente, Estados Unidos reclamará a China una influencia que esta no está dispuesta a ceder. La asumida reelección para un tercer mandato de Xi Jinping en el XX Congreso del PCCh en 2022, la primera vez que ocurriría desde que Deng Xiaoping puso el límite de mandatos, confirmará los argumentos de los reformistas a la vez que ayudará a crear la narrativa de “dictadura” que desarrollará Estados Unidos.
Teniendo esto en cuenta y tomando la estrategia para Asia que ya hemos desarrollando con Donald Trump podemos decir que desde la óptica del Indo-Pacífico Joe Biden trabajará por construir una alianza de “democracias” de tipo multilateral frente al “autoritarismo chino”, cuyos principios y objetivos estarán en los derechos humanos, la libertad de navegación y la democracia. Por un lado, Biden puede desarrollar esta estrategia mucho mejor debido a que tendrá una política y un discurso más claro respecto a los derechos humanos y la democracia atacando a China por la cuestión uigur y de Hong Kong al igual que las sonadas denuncias de Estados Unidos sobre Corea del Norte, en cambio Trump no juega ese papel ni tiene ese discurso. Sin embargo, la Administración Biden también tendrá problemas, especialmente con Japón, Filipinas y Tailandia.
Los miedos de la administración japonesa son una menor hostilidad inicial hacia China, un mayor enfoque en la OTAN que Asia, una política con Corea del Norte que haga volver las pruebas de misiles balísticos y a que la Administración Biden busque una cooperación más cercana entre Corea del Sur y Japón, como sus principales aliados en la región. Esto último llevará a Biden a tratar la cuestión de las esclavas sexuales coreanas por parte de Japón en la Segunda Guerra Mundial y las reparaciones, relacionándolo con su política de derechos humanos, debido a que es el contencioso que ha provocado la reciente guerra comercial. Trump no prestó mayor atención a esta cuestión y desarrollo una buena relación con Japón, especialmente con el exPrimer Ministro Shinzo Abe. Se tiende a decir que el país nipón prefiere a un Republicano en la Casa Blanca. Sin embargo, Asia será el teatro de operaciones principal y la Administración Biden tratará de dar el giro final a Asia, la OTAN atraerá atención en un primer momento, pero solo para restaurar los lazos.
Con Tailandia y Filipinas el problema también sería alrededor de la cuestión de los derechos humanos. Esto no se debe a una preocupación genuina, sino que es una cuestión de cohesión de la alianza contra China. Hay un concepto que es probable que veamos más a menudo con Biden si gana: cleptocracia. Este término se ha estado utilizando desde círculos progresistas del Partido Demócrata contra la Administración Trump, podría ser utilizado como parte de la política exterior contra ciertos gobiernos. Las protestas de Tailandia, si terminan con la caída de la monarquía, podría mostrar un escenario así. Me explico, Tailandia tiene cooperación con Estados Unidos en el ámbito militar, a la vez que desarrolla lazos con China, encontrándose entre ambas orillas. Los manifestantes, contra el gobierno que viene de la Junta Militar y la monarquía, por el contrario mantienen lazos muy cercanos con activistas de Taiwán y Hong Kong, se ha desarrollado una “alianza” cibernética (informal) llamado «Milk Tea Alliance» que tiene una línea anti-china. Este tipo de activistas, de carácter liberal y líderes estudiantiles universitarios, mantienen lazos con organizaciones de derechos humanos y por valores democráticos en Asia vinculadas a Estados Unidos. Esto no quiere decir en ningún momento que Washington este financiando una revolución de colores, pero si existen las mediaciones para en un eventual cambio de poder estas conexiones sirvan, bajo la política de cleptocracias, para avanzar los intereses de Estados Unidos en la región.
En definitiva un mandato de Biden para Asia supondrá algunas diferencias con uno segundo de Trump, pero ambos compartirán una misma política hacia China. Estados Unidos ve en el gigante asiático la mayor amenaza a su posición, es algo compartido en el espectro político, la diferencia radica en la aproximación que dan y las estrategias que plantean. Trump continuará con su política de la Great Power Competition, Biden puede que acepte esta idea hasta cierto punto, pero avanzará bajo la retórica de democracia-autoritarismo, ha dicho que hará una cumbre de democracias, construyendo una idea de Nueva Guerra Fría. La debilidad es que esto alineara más aún una entente sino-rusa.
Los dilemas del Acuerdo Nuclear
En Oriente Medio ambos grupos coinciden en la necesidad de que Estados Unidos reduzca sus compromisos, que es una región de retirada en la que hay que completar el Pivot to Asia de la Administración Obama. Pero existen obstáculos y hay diferencias de opinión en como atenderlos, principalmente que hacer con el Acuerdo Nuclear iraní (JCPOA), a pesar del consenso demócrata en volver al acuerdo, y en menor medida como afrontar la cuestión palestina y el bloque arabo-israelí.
Como ya señalamos la estrategia de la Administración Obama se vio opacada por la entrada de Rusia en la región y las obstrucciones de sus aliados Israel y Arabia Saudí. La eventual Administración Biden tendrá menos margen de negociación para conseguir recuperar el JCPOA, los esfuerzos que puede dedicar son limitados y hay múltiples cuestiones que Estados Unidos deberá atender, desde la pandemia, la reconstrucción del país o la OTAN. Sabiendo que hay elecciones presidenciales en Irán en junio de 2021 cualquier probabilidad de un JCPOA 2.0 pasa por alcanzar un compromiso de mínimos con Teherán entre el 21 de enero y junio, apenas cuatro meses, para una futura negociación. La necesidad de un JCPOA 2.0 para Biden no está solo en completar lo que comenzó Obama, para evitar que Israel perdiera el monopolio nuclear y salir de la región, sino en dar a sus principales aliados de la OTAN/UE (E3 – Reino Unidos, Francia, Alemania) un punto desde el que reconstruir la Alianza Atlántica y conseguir un mayor compromiso de estos frente a China.
Existe de nuevo una posibilidad de sabotaje por parte de Tel Aviv y Riad, pero atendamos a la posición política de cada uno. Israel se encuentra en una profunda crisis política interna, han tenido 3 elecciones consecutivas en 2 años. Benjamín Netanyahu, con varios casos de corrupción siendo juzgados, no tiene la posición de fuerza para desafiar abiertamente a Biden como hizo con Obama, pues gobierna junto a Benny Gantz y no cuenta con el apoyo republicano que en ese entonces le permitió ejercer tanta presión con su discurso desde el Congreso. De hecho Gantz podría aprovechar este momento para derribar la coalición, forzar elecciones y vencer a Bibi (al cuarto intento). La Administración Biden podría actuar de contrapeso para asegurar que se mantiene la coalición a cambio de apoyo. La cuestión palestina también será importante en las relaciones con Israel, la Administración Biden pondrá la solución de los dos Estados sobre la mesa, pero es poco probable que invierta mucho tiempo. Es aquí donde quizá disientan restauracionistas y reformistas, en seguir la política de Obama, pudiendo molestar a estos aliados, o viendo los cambios en el terreno cambiar de postura.
El Reino de Arabia Saudita tampoco se encuentra en la mejor posición diplomática y hay voces en ciertos círculos de Washington que desde el asesinato del periodista Yamal Kashoggi llaman a cambiar las relaciones con los saudíes. El estancamiento en la intervención de Yemen tampoco ayuda, por lo que al igual que Israel es poco probable que cuente con la influencia para boicotear el JCPOA.
Por otro lado, cualquier negociación de un JCPOA 2.0 encontrará serias dificultades, Irán no va aceptar volver bajo los mismos términos y sin garantías por parte de Estados Unidos, siendo el levantamiento de las sanciones un pre-requisito, en cumplimiento con el JCPOA. La Administración Biden contará con bastante margen negociación debido a que la salida unilateral de Trump ha hecho que haya un mayor apoyo al acuerdo entre los círculos de política exterior estadounidense y los demócratas más conservadores, aún así una vuelta unilateral al acuerdo sin que se exija a Irán un cumplimiento de los compromisos violados podría ser visto como una compensación y tener cierta oposición. Biden necesitará mantener un equilibrio delicado entre ambas posturas. Podemos decir que los primeros meses de la administración serán claves para el devenir de su política de Oriente Medio, dependiendo de si consigue rescatar el JCPOA o acaba de romperse.
Disciplina atlántica frente a autonomía estratégica
Se espera que el principal enfoque para Estados Unidos bajo la presidencia de Joe Biden sea restaurar la relación transatlántica trayendo de vuelta el liderazgo estadounidense a la Alianza. Si bien esto es cierto, el principal teatro de operaciones continuará siendo Asia, si Estados Unidos se inclina hacia la OTAN no será para invertir más en la defensa europea, sino para aplicar disciplina. La principal crisis de la política exterior estadounidense se encuentra en su relación con la OTAN, durante años los presidentes han tratado de hacer que sus aliados tomen mayores compromisos, pero desde el fin de la Guerra Fría el gasto en defensa ha caído para dirigirlo a otras áreas como inversión social, paquetes de estímulos o subsidios a sectores clave. Estados Unidos busca reducir sus compromisos para invertir también en la profunda crisis social, igual que la necesidad estratégica de ese giro hacia el Pacífico. Si bien Joe Biden puede traer a sus aliados europeos una inicial luna de miel las divisiones van a continuar ahí, tanto de carácter comercial como de intereses estratégicos. Washington no está dispuesto a simplemente volver de nuevo a un apoyo incondicional a la Unión Europea y a un cheque en blanco para la “seguridad europea”.
Una eventual Administración Biden exigirá a sus aliados una mayor implicación en la guerra comercial y tecnológica contra China o en foros multilaterales como la Organización Mundial de la Salud. Como parte de ese desacople limitado con China tratará de negociar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, o al menos acuerdos en ciertas áreas para eliminar aranceles. A Estados Unidos le interesa especialmente una mayor apertura del mercado agrícola, aunque la negativa francesa (como se ha visto con Mercosur) puede dificultar las negociaciones. En este sentido Estados Unidos es probable que priorice un acuerdo con Bruselas frente a Londres, no solo por los lazos de Biden con Irlanda, sino también por ser contrario al Brexit, debido a que debilita ese lazo atlántico. En general este ajuste de la balanza comercial, pues la elección de Trump fue parte de un síntoma real y su base política seguirá viva aunque gane Biden, será necesaria para satisfacer a sectores clave de su propio electorado (Cinturón de Óxido) y grupos de presión, más allá de que forme parte de los intereses de Washington. Otras áreas del comercio donde puede haber cooperación puede ser la reforma de la Organización Mundial del Comercio o regulaciones ambientales y subsidios. También se esta hablando de un New Transatlantic Green Deal como parte del compromiso de relanzar el Acuerdo de París.
Los principales aliados europeos (E3) también esperarán de Estados Unidos estar dispuesto a hacer sacrificios y esfuerzos diplomáticos en el Acuerdo Nuclear iraní (JCPOA), que será un punto de inicio en 2021 clave para poner a prueba las posibilidades de recomponer la Alianza. Bruselas también buscará un renovado apoyo al proyecto comunitario. Sin embargo, a pesar de todo esto las dudas continuarán en Washington, y tras la luna de miel la presión estará ahí, especialmente para Alemania, que solo espera la victoria de Joe Biden para volver a los tiempos de Obama. Hay que recordar que la retirada de tropas de suelo europeo no es algo mal acogido por parte del público estadounidense. Mientras la narrativa tradicional es que esas tropas están para proteger los intereses de Estados Unidos en el extranjero y como primera línea de defensa avanzada, y a pesar de que la afirmación sea correcta, el discurso desde parte de Washington se ha ido moviendo a que las tropas están solamente para “defender a los europeos” a expensas de los contribuyentes estadounidenses.
Sin embargo, al igual que Estados Unidos tiene demandas y la “reconciliación” atlántica sería agridulce por estas exigencias, también hay un deseo de mayor autonomía por parte de las capitales europeas. Francia, como ya hemos señalado, es la punta de lanza de esta aspiración. Emmanuel Macron dijo en un discurso recientemente que los países europeos deben dejar de depender de los sistemas de armamento estadounidense y recuperar su independencia estratégica, además de que Europea “no puede aceptar vivir en un mundo bipolar formado por la competencia entre Estados Unidos y China”. Francia no va a aceptar una vuelta a ese atlantismo bajo el liderazgo a Estados Unidos, y por cada apoyo a Washington París exigirá compromisos similares como apoyo en el Sahel o en su rivalidad con Turquía.
De la misma forma Turquía tampoco va a aceptar una unidad del bloque, quiere permanecer en este por la ventajas que supone, pero no renunciará a sus relaciones con Rusia, especialmente, o China. Además, Ankara no tuvo un buen final con la Administración Obama, que no tomo postura en el intento de golpe de Estado de 2016 hasta que terminó. Erdogan vio este hecho como una señal de Washington de que habría aceptado el golpe si hubiera sido exitoso, o que incluso lo instigo. Aún así Turquía es la pieza clave para la OTAN en Oriente Medio y Washington buscará mantener buenas relaciones y evitar que Ankara se apoye en Moscú y Teherán para asegurar sus intereses en la región.
Por último, las relaciones de una Administración Biden con Rusia pueden tener un buen comienzo con las negociaciones de reducción de armas estratégicas, sin embargo más allá de esta cuestión la retórica de Estados Unidos para dar cohesión a la Alianza Atlántica seguramente se dirija, como así ha sido tradicionalmente, contra el Kremlin. Este hecho no hará más que alejar a Moscú de occidente y acercarlo a Beijing.
Conclusiones
La elección entre Trump y Biden será determinante para como se implementarán los objetivos de la política exterior estadounidense, aún así en términos generales ambos campos comparten dos ideas comunes esenciales: (1) que Estados Unidos debe ser una potencia global para asegurar su intereses y (2) que China es la principal amenaza que puede desplazar a Estados Unidos como potencia preeminente, por lo que hay una necesidad de mover las fuerzas de Oriente Medio al Pacífico. Vemos por lo tanto que la cuestión de reduce a asegurar (o recuperar) la hegemonía estadounidense.
Joe Biden, y gran parte del stablishment, opta por renstaurar la Alianza Atlántica, disciplinar a sus miembros para que asuman mayores compromisos erigiéndo de nuevo el liderazgo de la pos-Segunda Guerra Mundial y pivotar a Asia mediante un statu quo en Oriente Medio que permita a Estados Unidos sostener la premisa de que continúan siendo el gendarme mundial. Por el contrario, Trump, y su base política, asume que, si bien Estados Unidos debe ser la primera potencia, debe abandonar toda pretensión de ejercer un liderazgo organizador, y ocuparse únicamente por lo que, en opinión de estos, son sus únicos intereses inmediatos y unilaterales. El mundo ha pasado a ser uno de Great Power Competition, y Washington debe renunciar a extender el «excepcionalismo americano». Por lo que, bajo esta idea de America First, Estados Unidos debe optar por relaciones bilaterales, tanto con rivales como aliados, y abandonar Oriente Medio, para centrar sus esfuerzas en Asia, apoyando la hegemonía del eje arabo-israelí en la región.
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