Por Alejandro López.
El día 28 de junio saltaba la gran noticia. Se había producido un vuelco en la guerra de Tigray. Hasta el momento el ejército etíope había tomado gran parte de la región de Tigray, incluida la capital, Mekelle –desde el mismo mes de noviembre-, donde se instaló un gobierno interino que reemplazase al previamente existente, controlado por el Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF). Este partido, que había ostentado el poder en el país hasta 2018, entonces representaba la oposición al proyecto centralista desde que un Abiy Ahmed aupado en apoyos amhara, oromo y de pueblos del sur iniciase, en 2018, un cambio de tendencia en la región, con el histórico acuerdo con Eritrea y el acercamiento con Somalia. Desde noviembre de 2020, con el inicio de la guerra y la búsqueda de la eliminación del TPLF de la ecuación, el Primer Ministro Ahmed fue perdiendo el apoyo regional, especialmente en Oromia.
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La guerra de Tigray se ha visto rodeada por las acusaciones de crímenes contra la humanidad, genocidio y todo tipo de masacres intercomunales, así como un desorbitado repunte de abusos sexuales. Los últimos movimientos seguían siendo dramáticos, movilizando preocupaciones desde Europa, Estados Unidos e instituciones supraestatales como la ONU o el G7. Se habían sucedido meses de masacres como la de Axum y persecuciones contra los miembros del TPLF, retirados a las montañas después del desastre en Mekelle y perseguidos por toda la región, con las últimas entregas de combatientes del TPLF incluso desde Djibuti. UNICEF ya hablaba de un millón de desplazados, Médicos sin Fronteras de la imposibilidad de uso normal de los centros de salud y la ONU estimaba en 350.000 personas las que sufrían hambruna. El uso del hambre como arma de guerra ha sido el drama que vivía una población ya devastada con cifras de muertos que se contaban por decenas y centenas de millares. Las masacres contra los tigriña perpetradas por parte de las fuerzas etíopes contaron con dos aliados que extendieron el incendio étnico por todo el país: Amhara y Eritrea.
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Exterminio en Tigray
La guerra de Tigray ha sido objeto de grandes polémicas como la presencia de soldados eritreos, posteriormente confirmada. Eritrea redobló su apuesta y, lejos de retirar sus fuerzas a tenor de las amenazas occidentales, movilizó aún más efectivos en Tigray al tiempo que distribuía sus combatientes en otras zonas de Etiopía. A esta circunstancia hay que sumarle el escándalo surgido en Somalia a raíz del envío de numerosos jóvenes a Eritrea para servir en la guerra de Tigray bajo el prácticamente esclavista régimen militar de Asmara. Los somalíes eran engañados con ofertas de empleo en Catar para trabajar en su sistema laboral basado en los migrantes pero ante el quejido de Somalia y de la misma Catar, era Eritrea quien seguía incrementando su presencia en Tigray.
Una vez la ONU confirmó los temores de la presencia somalí en Tigray en junio, fue el Ministro de Exteriores de Finlandia quien protagonizó la siguiente polémica desclasificando información sensible sobre sus encuentros en febrero con el Primer Ministro etíope, Abiy Ahmed. Según el finlandés se estaba empleando una retórica exterminadora. Hablaba de “la increíble violencia contra las mujeres probablemente insólita en cualquier guerra o conflicto de la región […] nunca antes presenciada”. “Usaban este lenguaje. Van a destruir a los tigriña, van a aniquilarlos por 100 años”, decía en referencia a las “atrocidades y serios crímenes contra los derechos humanos”. Etiopía no dudó en calificar todo esto de “alucinación […] totalmente irresponsable e indignante” con el objetivo de promover una “intervención injustificada mediante mentiras escandalosas” y un tono “colonial y de superioridad”. Los ánimos externos apuntaban cada vez más hacia los criterios del genocidio, sobre todo vistas las atrocidades que se realizaban desde todos los bandos en el fuego etíope generalizado, con especial mención al papel militar eritreo en las mismas. Las amenazas de represalias diplomáticas fueron respondidas internamente con desprecio, valorando la posibilidad de estrechar lazos con China o Rusia, con quienes ya existían importantes vínculos comerciales y militares respectivamente.
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Ante todas estas circunstancias de alerta, Etiopía se ha guardado de cortar el acceso a internet cuando ha sido necesario para evitar que se conozcan detalles de lo que allí sucedía. Incluso la situación fue ignorada en momentos cruciales de la campaña electoral etíope. Los cortes de internet y el bloqueo de las comunicaciones han servido como herramienta crucial en todo el conflicto de Tigray. Precisamente pocos días antes de la gran campaña del 28 de junio, se producirían nuevos cortes: Etiopía bloqueaba las líneas telefónicas, energéticas, el transporte aéreo y el terrestre en Tigray, incluyendo el ingreso de ayuda humanitaria –con la excepción de Mekelle-.
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Reorganización tigriña
Tras las derrotas sufridas en las primeras etapas de la guerra, que desde el TPLF se atribuyen entre otras cosas al uso de drones por parte de Emiratos Árabes Unidos, el TPLF se retiró a las montañas que caracterizan la región. Posteriormente, y tras meses de guerra de guerrillas, llegaría la reorganización desde las montañas donde se refugiaron los combatientes, a pesar de la fuerte persecución contra sus miembros y el movimiento de fronteras que Tigray sufría desde Amhara y Eritrea –reclamando ambas una buena porción del territorio tigriña-. Las Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF), brazo armado de la resistencia tigriña con integrantes del TPLF y aliados, daban un golpe de efecto a finales de junio con la Operación Alula: se producía la destrucción de dos divisiones etíopes enteras (11ª y 31ª) y de una brigada de otra (24ª), la captura de 3.356 soldados (incluyendo al Comandante de la 11ª división) y la toma de multitud de equipamiento militar y armamento de las fuerzas etíopes. Eritrea habría continuado desplegando más divisiones –hasta 7- para hacer frente a la reorganización.
Sin embargo, la siguiente noticia de la que llegaron reportes dado el cierre informativo, fue directamente la toma de Mekelle por parte de las TDF en menos de una semana. La única información disponible hasta el momento era la evacuación horas antes de la capital de Tigray que habrían llevado a cabo tanto el ejército etíope como el gobierno interino -considerado “títere” de Addis Abeba- impuesto tras el descabezamiento del TPLF. Inmediatamente, el gobierno interino de Tigray solicitó un alto el fuego al gobierno federal, que llevaba negándolo desde noviembre de 2020. La situación detrás del bloqueo informativo debía de ser demoledora en cuanto a la fortaleza de la reorganización de las TDF, cuya buena muestra se podía ver en la Operación Alula, puesto que el mismo día 28 de junio llegaba dicho alto el fuego. Sería de manera unilateral porque el gobierno paralelo del TPLF negaba su adscripción al mismo hasta “liberar todo Tigray de fuerzas invasoras”, aunque posteriormente emitirían sus condiciones para un alto el fuego bilateral. Las fuerzas federales etíopes estaban colapsando a un ritmo vertiginoso en Tigray acompañadas de una amalgama de apoyos étnicos donde destacaban el nacionalismo amhara y la rivalidad eritrea –el TPLF había gobernado Etiopía durante la guerra con Eritrea-.
Liberación
A la recuperación fulgurante de Mekelle y la salida de dos de sus enemigos –el ejército federal etíope y el gobierno interino-, las TDF querían sumar la persecución a sus otros dos contendientes: Eritrea y Amhara. Para ello, el TPLF no dudó en asegurar que, si era necesario, irían hacia Amhara o Eritrea para “degradar las capacidades de combate del enemigo”. Se consideraba que la única manera de parar y repeler la “invasión” era neutralizar el foco del que partían sus rivales. De hecho, una posibilidad era redibujar el trazado de las fronteras que sus vecinos habían corregido. Amhara fue la primera en publicar un comunicado de advertencia sobre los riegos que vendrían asociados a una ofensiva tigriña para capturar “las tierras amhara liberadas”.
El rechazo inicial del alto el fuego por las TDF coincidió con el rapidísimo avance en las primeras horas tras la toma de la capital, retomando las ciudades de Shire y Axum. En muchas ocasiones las confirmaciones llegaban no tanto por la toma en sí sino por las retiradas paulatinas del contingente etíope y aliado. Es importante contar con que Tigray permanece desde hace muchos meses desconectado parcialmente de internet y otras telecomunicaciones.
Al tiempo que se producía dicho avance tigriña, se capturaban numerosos equipos militares y armamento. De nuevo Addis Abeba subía una marcha en su estrategia diplomática de presión. Si durante meses la tensión con Etiopía había unido a Egipto y Sudán por conflictos como la frontera sudanesa-etíope de Al-Fashqa y la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD), con supuesto contacto con las insurgencias internas etíopes –destacando Oromia Occidental y Tigray-; ahora se abría un momento de mayor debilidad etíope que sus rivales regionales podían aprovechar. Abiy Ahmed trató de buscar mediación de Emiratos Árabes para llegar hasta los tigriña y parar con urgencia la contraofensiva regional. Las organizaciones internacionales, con la Unión Africana a la cabeza, recibieron con buenos ojos el alto el fuego, pero su carácter unilateral lo hacían potencialmente poco funcional.
Ruido exterior
Pronto empezarían a resonar ecos desde la región. El gobierno federal trataría de cambiar la retórica respecto a lo ocurrido en Mekelle, asegurando que podrían retomarla en unas semanas si fuera necesario entrar, pero considerando que su papel había sido exitoso al haber neutralizado a sus objetivos en la región, que ya no representarían “una amenaza significativa para Etiopía”. La retirada de las tropas, por lo tanto, respondería, según Addis Abeba, a una potencial amenaza externa más acuciante en el flanco occidental, ya no presente en la capital de Tigray: “[Mekelle] ya no tiene nada de especial”, fueron las declaraciones de Abiy Ahmed. Volvían a la palestra los casos de la GERD y Al-Fashqa.
Precisamente el ruido se cernía sobre la frontera con Sudán en los tres focos: Tigray Occidental quedaba fuera del control del TPLF y su acceso cortado por los amhara con el derribo del puente sobre el río Tekeze, convirtiendo el Tigray controlado por el TPLF en una burbuja bloqueable sin acceso a la frontera con Sudán; Amhara vivía la expansión de la violencia intercomunal en medio de las masacres con los oromo, especialmente en la Zona Especial, la explosión del conflicto en Oromia Occidental y la frontera con Al-Fashqa en Al-Qadarif, Sudán; y, por último, Benishangul-Gumuz, donde se temía el resurgimiento de la cuestión de la mencionada presa y se oían rumores sobre la posibilidad de que Sudán retomase su reclamación sobre partes de la región histórica de Metekel. El paso consistiría en presentar una demanda al Consejo de Seguridad de la ONU dando por incumplido el acuerdo de 1902 donde Etiopía recibía la soberanía de Benishangul-Gumuz a cambio de no construir presas en el Nilo Azul.
Eco interno
El derribo del puente sobre el río Tekeze sería de vital importancia para avanzar en la campaña por Tigray Occidental, además de cortar las vías de entrada de ayuda humanitaria. Solamente existen otras tres vías de conexión hacia Tigray, de las cuales una estaría bloqueada por los amhara y otra se encontraría en el campo de batalla. En este contexto, el TPLF y las Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF) se reasentaron en Mekelle y comenzaron a hacer balance de la victoria sobre el gobierno federal. La Operación Alula y las posteriores campañas en el este de Tigray arrojaron un gran número de bajas del ejército federal etíope. Desde la presidencia del TPLF, ejercida por Debretsion Gebremichael, se anunciaba que eran más de 18.000 los soldados del ejército federal etíope que habían matado, por 6.000 que habían hecho prisioneros. A pesar de las noticias a partir del 28 de junio, al menos desde el día 17 habrían ido dándose victorias de las TDF con recuperación paulatina de territorio y la derrota de 7 u 8 divisiones del ejército etíope –calificado como falso por Addis Abeba-, la mitad de sus fuerzas en combate. La veracidad de estos hechos pareció clarificarse con los vídeos y la marcha de miles de prisioneros organizada por el TPLF en Mekelle.
Sin embargo, Gebremichael comprometió el futuro de la guerra en Tigray rebajando algunas expectativas y alentando otras. Por un lado, no había intención de aceptar el alto el fuego que Addis Abeba había impuesto unilateralmente, dado el carácter vital que la parte occidental de la región tiene para Tigray y el peligro de establecer un nuevo status quo con la región dividida sin lograr cesiones sobre la ocupación, los crímenes cometidos y la política centralista. La propuesta de alto el fuego fue calificada de “broma de mal gusto”. Así que se hacía necesario avanzar en la liberación de territorio a expensas de los amhara, los eritreos y el ejército federal etíope. Sin embargo, por otro lado, Gebremichael rebajaba el tono sobre la mencionada posibilidad de que la guerra llegase a las regiones vecinas. Si bien Amhara podría verse envuelta aún más en las dinámicas de la guerra de Tigray, así como otras zonas etíopes en una eventual campaña contra el gobierno central sustentado en el nacionalismo amhara-etíope, el TPLF rechazaba la posibilidad de entrar en Eritrea más allá de la reversión de las correcciones fronterizas que realizaron los eritreos en el norte de Tigray: “Tenemos que ser realistas. Aunque nos gustaría derrocar a Isaias [Afwerki, líder de Eritrea], son los eritreos los que tienen que echarle”. De modo que el TPLF sería partidario de combatir a los eritreos tan solo hasta expulsarles de las fronteras de Tigray.
Ruptura
La postura soberana de Gebremichael en julio de 2021 ha virado hacia una respuesta frente a las acciones del gobierno federal y sus intenciones centralistas: “La confianza se ha roto completamente. Si no nos quieren aquí, ¿por qué deberíamos quedarnos?” Algunos sectores van más allá y buscan el fin del régimen federal étnico mientras otros, entre los que media Ahmed, apostarían por un federalismo cívico donde se reconozca la descentralización pero no el derecho de autodeterminación y/o secesión.
La Constitución del régimen federal étnico de Etiopía contempla la posibilidad de la autodeterminación y la secesión de una región. Ante las elecciones no reconocidas de Tigray en 2020, la población mantuvo asentado al TPLF en el poder tras años de retirada desde Addis Abeba, cuando con la llegada de Abiy Ahmed en 2018 se canalizó un sentimiento anti-tigriña. Este llegó a la capital acompañado de la ruptura de la coalición donde los tigriña contaban con un amplio poder en Etiopía. El nacionalismo amhara se hizo con el poder –junto a un ala de los oromo y las naciones del sur- y, desde entonces, en Tigray ha ido creciendo la tensión con el poder central. Eritrea había protagonizado la guerra por su independencia hasta que el propio Ahmed firmó la paz con ellos, logrando el Premio Nobel de la Paz. Pero la hostilidad histórica se mantuvo en el nuevo retiro de sus rivales en Tigray. De ahí viene parte del papel de Eritrea en Tigray, ya expandido y generalizado a una alianza estratégica con Etiopía y crímenes contra la humanidad en diferentes regiones del país. La posibilidad de que Tigray apostase por la secesión era ínfima antes de las elecciones pero seguía siendo reducida incluso tras el choque por la legitimidad de las elecciones de Tigray en 2020. La guerra lo cambiaría todo.
Con el boicot o retraso en múltiples zonas a las elecciones parlamentarias de Etiopía en 2021 –parcialmente en Oromia, Tigray o Afar-, el Partido de la Prosperidad de Abiy Ahmed se hizo con el 94% de los escaños. La legitimidad de un gobierno en estas condiciones electorales es limitada. Varias fuerzas de Oromia –Frente de Liberación Oromo y Congreso Federalista Oromo- han declarado que desconocen las elecciones etíopes y forman un gobierno interino de transición en Oromia. En principio este movimiento no sería secesionista pero en Tigray la situación ha ido evolucionando hacia un control regional de facto donde una parte no reconoce a la otra. Si el TPLF apuesta por buscar su legitimidad exterior en Tigray y apoyarse en la Constitución para reclamar su secesión, esta podría ser incluso reconocida por ciertos actores. Si se diera el extraño caso de un acuerdo con Addis Abeba, podría ocurrir lo mismo pero con las garantías constitucionales. En Oromia Occidental también se busca expulsar –desde el Ejército de Liberación Oromo (OLA)- a los miembros del ejército federal etíope, sirviendo como un posible preludio a un control regional sin reconocimiento mutuo como el que vive Tigray. En el escenario de no reconocimiento electoral, los ánimos independentistas eran los comentados.
Lucha por la legitimidad
Etiopía se asoma, por tanto, al precipicio de la ruptura. Los Estados donde se busca la salida de tropas federales son, precisamente, los que caen en el des-reconocimiento mutuo con Addis Abeba, complicando escenarios de independencia que no sean simplemente de facto o pretextos para nuevas campañas militares. De hecho las condiciones que el TPLF ha presentado para aceptar el alto el fuego en Tigray son inasumibles por los implicados, destacando las siguientes: la retirada inmediata de las tropas de Amhara y Eritrea, el restablecimiento de las fronteras anteriores a la guerra, la apertura de procesos legales contra Abiy Ahmed e Isaias Afwerki, regreso de los refugiados y la ayuda humanitaria, restauración de los servicios básicos en la región y establecimiento de una comisión internacional independiente para la investigación de los crímenes perpetrados en Tigray.
Es por ello que, ante unas condiciones claramente de máximos, queda clara la determinación del TPLF para retomar todo Tigray, ya sea por la fuerza o mediante el acuerdo. Es imprescindible para el TPLF la conexión con Sudán, máxime si estallara cualquier tipo de hostilidad desde el norte por el Nilo. Y es que el TPLF asegura contar con 30.000 efectivos dispuestos a unirse desde la frontera de Sudán. ¿Cuáles son las capacidades reales de las TDF y de los ejércitos federal etíope y eritreo? Amhara ya se está movilizando de nuevo hacia el norte. La batalla por el Tigray Occidental no tardó en avanzar. En caso de victoria tigriña, ¿habría secesión? ¿Esta sería de facto o constitucional? En caso de derrota, ¿habría cambio de régimen? ¿Continuarían las masacres? En cualquier caso habrá que estar atentos a los movimientos, no solo en Tigray sino en Amhara, Benishangul-Gumuz, Oromia, Eritrea, Sudán o Egipto. Toda la región se ha desestabilizado vertiginosamente.
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