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Retirada estadounidense y victoria talibán: las preocupaciones de China en el nuevo Afganistán

Mullah Abdul Ghani Baradar, cofundador de los Talibán y jefe de la Comisión Política, con el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, en Tianjin. Foto: Li Ran / Xinhua

“Después del estallido de la guerra civil en Afganistán, China cerró su embajada en febrero de 1993 por razones de seguridad. No hay personal allí. No tiene fundamento afirmar que China ha enviado regularmente diplomáticos a Kabul. Los informes de que China ha proporcionado asesoramiento sobre la construcción de presas y redes telefónicas y de que China ha firmado un memorando de entendimiento con los talibán sobre asistencia económica y técnica también carecen de fundamento”.

Con esta rotundidad rechazó el ministerio de Relaciones Exteriores de China, cuatro días después de los atentados contra las Torres Gemelas (11-S), la noticia publicada por medios estadounidenses señalando que Beijing había establecido relaciones formales con los talibán. El gigante asiático tenía motivos para no hacerlo. La ideología fundamentalista, la alianza con al-Qaeda y las sospechas de que Afganistán era un centro de operaciones para los combatientes del Movimiento del Turquestán Oriental (ETIM) empujaban al gobierno chino a desconfiar y actuar cautelosamente con el grupo islamista afgano.

20 años después, los talibán vuelven a entrar en Kabul aprovechando la retirada de las tropas estadounidenses, la estrepitosa huida del gobierno afgano y el abandono de las fuerzas de seguridad. No obstante, en esta ocasión, la estrategia china ha cambiado radicalmente. El 28 de julio Wang Yi, ministro de Exteriores, se reunió en la ciudad de Tianjin con una delegación talibán encabezada por Mullah Abdul Ghani Baradar, cofundador y jefe de la Comisión Política. Wang describió al grupo como “una fuerza militar y política crucial en Afganistán que se espera que juegue un papel importante en el proceso de paz, reconciliación y reconstrucción del país”.

Ambas partes se habían reunido con anterioridad, pero de forma más discreta y centrándose en impulsar las conversaciones de paz. En la reunión de julio, en el mismo escenario de alto nivel que había acogido dos días antes a la subsecretaria de Estado estadounidense, la parte china criticó la “política fallida” de Washington y reconoció púbicamente a los talibán como una fuerza legítima en el conflicto afgano. De hecho, según informa US News, Beijing estaría preparándose para reconocer a la organización islamista si finalmente el gobierno afgano acaba siendo derrotado en la capital.

China está siguiendo atentamente el desarrollo de los últimos acontecimientos porque tiene mucho que ganar en un Afganistán estable -importante matiz- y porque es cautelosa sobre las consecuencias que puede acarrear un gobierno fundamentalista en su patio trasero para sus intereses en la región y la estabilidad en Xinjiang. Pero para sacar rédito de una realidad incómoda, económico o en materia de seguridad, Beijing deberá entablar una relación formal e integral con quien sea el inquilino del Palacio Presidencial de Kabul. Como dice Hu Xijin, editor jefe del medio estatal Global Times, “no importa quién esté en el poder, China está lista para ser amiga de Afganistán”.

Combatientes talibán entran en Kabul tras la retirada de tropas estadounidenses y el abandono de las fuerzas de seguridad afganas. Foto: Jim Huylebroek / The New York Times

Sin embargo, el reconocimiento diplomático de Beijing no está exento de condicionantes. El mayor interés, además de preocupación, de los dirigentes chinos reside en que los talibán consigan contener a las milicias hostiles a China que han convertido el país centroasiático en un refugio seguro. Si bien la retirada estadounidense abre nuevas oportunidades en Afganistán, China deberá lidiar con los grupos extremistas que operan desde el país y que suponen “una amenaza directa a la seguridad nacional y la integridad territorial”. La presencia de Estados Unidos, en definitiva, se presentaba como el mal menor en tanto en cuanto reducía la actividad de las organizaciones islamistas.

En este contexto, Wang Yi exigió a la delegación talibán que “rompan todos los vínculos con todas las organizaciones terroristas y que las combatan de manera eficaz para crear condiciones propicias para la seguridad, la estabilidad y el desarrollo”.

El gobierno chino teme que los “tres males” -terrorismo, extremismo y separatismo- presentes en Afganistán se extiendan a través de las porosas fronteras hacia Asia Central y Pakistán, donde empresas chinas están llevando a cabo importantes proyectos de infraestructura en el marco de la Nueva Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés). Los intereses del gigante asiático se han convertido en “objetivos legítimos” de numerosos grupos armados como el Estado Islámico, el Ejército de Liberación Baluche, el Frente de Liberación Baluche o Tehrik-i-Talibán Pakistán, todos ellos con presencia en Afganistán. El 14 de julio, por ejemplo, nueve ciudadanos chinos que trabajaban en la construcción de la central hidroeléctrica pakistaní de Dasu murieron como consecuencia de un ataque con explosivos perpetrado contra el bus que les transportaba.

Para ampliar: La nueva Ruta de la Seda (I): el sueño de Xi Jinping

Asimismo, los funcionarios chinos también están atentos a la repercusión que podría tener la victoria militar de los talibán en Xinjiang, máxime teniendo en cuenta los antecedentes y los vínculos históricos existentes entre el grupo islamista y los militantes uigures del Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (ETIM). Cabe matizar que el posible punto de tránsito entre ambos países -no solo de insurgentes, también del narcotráfico- no es el Corredor de Wakhan -de 80 kilómetros de ancho y prácticamente inaccesible debido a su orografía-, sino Tayikistán. Por este motivo, el Ejército Popular de Liberación estableció en 2016 un puesto de avanzada militar cerca de la frontera tayiko-afgana.

La parte talibán ha intentado atender las demandas de China. Uno de sus portavoces, Suhail Shaheen, calificó al gigante asiático como un “país amigo” y reiteró que no iban a “interferir en sus asuntos internos” refiriéndose a la situación de la minoría musulmana en Xinjiang. Baradar, por su parte, aseguró que “nunca permitirán que ninguna fuerza utilice el territorio afgano para cometer actos perjudiciales contra China”.

Rueda de prensa de la portavoz de Exteriores de China, Hua Chunying, el 16 de agosto de 2021. Fuente: AFP

No obstante, hay pocas garantías de que los talibán puedan o quieran cortar los lazos con las “fuerzas terroristas” puesto que han sido muy útiles para derrocar al gobierno afgano y controlar los territorios capturados durante la campaña militar. De hecho, hay precedentes del incumplimiento de compromisos anteriores. Los talibán siguen teniendo fuertes vínculos con al-Qaeda a pesar de prometer en los acuerdos de paz de Doha no cooperar ni darles protección en Afganistán. Según concluye un reciente informe de las Naciones Unidas:

“Hay pocas pruebas de que se hayan producido cambios significativos en las relaciones entre Al-Qaida y los talibanes. Al-Qaida considera que su futuro en el Afganistán depende de tener estrechos vínculos con los talibanes, así como del éxito de las operaciones militares de los talibanes en el país”

Otro interés del gigante asiático en Afganistán, si bien secundario, es el económico. Los funcionarios chinos presumiblemente han prometido inversiones masivas a los talibán para intentar sacar provecho del potencial aún sin explotar que tiene el país centroasiático, además de funcionar como zanahoria para mantener cerca a la organización islamista. Estos, por su parte, necesitados de reconocimiento internacional y dinero, dan la bienvenida al capital chino y aseguran que -“por supuesto”- garantizarán su seguridad.

Afganistán podría convertirse en un importante centro regional de tránsito dentro de la Nueva Ruta de la Seda puesto que constituye una de las rutas más cortas entre China-Oriente Medio y Asia Central-Meridional. Existen varios proyectos de conectividad, como el Ferrocarril de las Cinco Naciones -que atraviesa China, Kirguistán, Tayikistán, Afganistán e Irán-, el Proyecto de Transporte Ferroviario Especial China-Afganistán, la Autopista Peshawar-Kabul-Dushanbe o un cable de fibra óptica China-Afganistán. Beijing también anunció en 2017 que planeaba extender el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC por sus siglas en inglés), la joya de la corona del BRI, a Afganistán.

Del mismo modo, el gigante asiático podría conseguir los derechos de extracción de los recursos naturales existentes en el país. El Servicio Geológico de Estados Unidos estima que Afganistán contiene, entre otros, 60 millones de toneladas métricas de cobre, 2.2 mil millones de toneladas de mineral de hierro o 1.4 millones de toneladas de elementos de tierras raras. En total, unas vastas reservas de minerales con un valor estimado de entre 1 y 3 billones de dólares.

Imagen del primer tren de carga de la conexión China-Asia Central, agosto de 2016. Foto: Xinhua

Pero, una vez más, hay dos grandes obstáculos que enfrenta china en sus ambiciones en Afganistán.

Primero, las instituciones financieras y empresas chinas consideran que antes de arriesgar su capital en Afganistán el país debe experimentar una profunda transformación hacia la estabilidad político-social. La mina de cobre Aynak arrendada a China Metallurgical Group Corporation y Jiangxi Copper Company Limited a cambio de 3.000 millones de dólares está prácticamente paralizada debido, en parte, al conflicto afgano. La inestabilidad es otro motivo por el que China no pretende construir ninguna infraestructura dura en el Corredor de Wakhan y optar por mantener un colchón fronterizo casi inaccesible. ¿Pueden los talibán mantener la seguridad a largo plazo? El tiempo dirá, pero no será tarea sencilla en un país que lleva 40 años de guerra civil.

Segundo, los proyectos de la Nueva Ruta de la Seda, incluido el CPEC, están enfrentando a retrasos, cancelaciones, renegociaciones y críticas de la opinión pública. La pandemia y los problemas internos que enfrenta el gigante asiático también están provocando que las empresas chinas desconfíen en arriesgar su capital -cada vez más escaso- en inversiones en países de alto riesgo como es Afganistán. La inversión directa de China en el país centroasiático en 2020 fue de tan solo 4.4 millones de dólares.

Así pues, es improbable que el gigante asiático inicie nuevos proyectos en Afganistán en los próximos años pese a las promesas de los talibán. Tampoco está claro que ocurra a largo plazo. En 2004, once nacionales chinos que trabajaban en la construcción de una carretera a 35 kilómetros al sur de Kunduz fueron asesinados por 20 insurgentes. En teoría, la región en la que ocurrieron los hechos era una zona segura. Aquel año los chinos se percataron de que en Afganistán sus inversiones siempre estarán expuestos a ataques armados.

Conclusión

China será de los primeros países en reconocer como legítima la proclamación del Emirato Islámico de Afganistán mientras se coordina con otros actores regionales como Rusia, Irán y Pakistán -a través de canales bilaterales o multilaterales- para asegurar sus intereses estratégicos en el país. El principal objetivo de Beijing reside en limitar las operaciones de los grupos armados que suponen una amenaza para los activos chinos en el CECP, Asia Central y, en menor medida, Xinjiang. Por este motivo, los funcionarios chinos seguirán presionando a los talibán para que “terminen con la violencia y el terrorismo”. Si bien los representantes intentan calmar estas preocupaciones, no hay garantías de que puedan o quieran cumplir a rajatabla las demandas chinas.

Por otro lado, el gigante asiático tendrá la oportunidad de incrementar su influencia económica en Afganistán a largo plazo participando en el proceso de reconstrucción, incluyendo a Kabul en la Nueva Ruta de la Seda y explotando los vastos recursos naturales del país. Para ello, sin embargo, será necesario que los nuevos dirigentes afganos consigan mantener la estabilidad nacional y establecer un “gobierno islámico abierto e inclusivo”, es decir, moderado, algo que se presenta complejo dado el contexto y la idiosincrasia del país. 

En resumen, China tiene importantes intereses estratégicos en Afganistán. Los medios estatales chinos incluso ven cierto paralelismo entre la estrepitosa retirada de Estados Unidos y la imposibilidad de Washington de defender Taiwán frente a una posible invasión del Ejército Popular de Liberación. No obstante, Beijing deberá jugar bien sus cartas en un escenario muy complejo si no quiere convertirse en la próxima potencia que se estanca en el “cementerio de imperios”.

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