La guerra entre Rusia y Ucrania llevará a la mundialización del conflicto a través de los sistemas alimentarios y agrícolas. El poder alimentario -esa capacidad que determinados países tienen de ganar influencia a través de los alimentos- será determinante y cambiante en los próximos años. Es un eslogan que tiene más de un siglo, pero sigue siendo más actual que nunca: la comida ganará la guerra.
Un campo de girasoles en el Mar Negro
“Solo Indonesia puede salvar a los consumidores.” Así se refirió, el pasado 23 de febrero, en declaraciones a Reuters, un negociante de materias primas agrícolas de Bombay (India), al deseo, más que a la posibilidad, de que Indonesia levantara las restricciones a las exportaciones de su producción de aceite de palma. ¿Por qué son importantes Indonesia e India, países tan alejados de Rusia y Ucrania? Porque, como en la teoría del caos, la seguridad alimentaria mundial depende tanto o tan integralmente del comercio internacional de alimentos que lo que pasa en un punto del mundo, como una tormenta o una corriente submarina, afecta al otro lado del planeta. La única demostración plausible de la teoría del caos es el propio caos, es decir, la guerra. Y estamos en guerra.
Dentro de los llamados aceites comestibles, solo el aceite de palma -entre cuyos principales productores se encuentra Indonesia- es capaz de sustituir al aceite de girasol que, con toda probabilidad, va a dejar de llegar del Mar Negro. No solo porque esta región representa el 60 % de la producción mundial de aceite de girasol -y el 76 % de las exportaciones-, sino porque Ucrania es su principal productor mundial. E India es uno de los países que más importa aceites comestibles. También de girasol. Principalmente de Ucrania y Rusia. Por eso, es normal que esté buscando alternativas de suministro.
El aceite de palma -durante años el más barato de los aceites destinados a la alimentación humana- sería la alternativa más plausible. Pero las restricciones de Indonesia -entre otros factores- contribuyeron a que, en un año, su cotización subiese un 59 %. La otra alternativa sería el aceite de soja. Pero tres de los principales productores mundiales de soja -Argentina, Brasil y el Paraguay- están sufriendo una sequía extrema, lo que implica cosechas inferiores a las esperadas y proyectadas. Luego, escasez y subida de precios. Pero hay que volver al Mar Negro: entre el 60 % y el 65 % de las exportaciones de cereales de Rusia y Ucrania se hacen a través de seis puertos en la costa del Mar Negro: Novorosíisk e Tuapsé (Rusia), Odesa e Ilyichevsk (Ucrania), Constanza (Rumanía) y Burgas (Bulgaria).
Entre el 24 y el 25 de febrero tres navíos mercantes fueron atingidos -presumiblemente por ataques rusos- en las inmediaciones del puerto de Yuzhne y en la costa de Odesa. Las fuerzas armadas ucranianas anunciaron la suspensión de todos los movimientos de navíos comerciales en cinco puertos de Ucrania. Obviamente que esto solo va a empeorar lo que ya estaba mal: 380 mil toneladas de aceite de girasol -con destino a India- están retenidas en los puertos de la región. Y de las 510 mil toneladas contratadas por India que deberían salir del Mar Negro entre febrero y marzo de 2022, solo 130 mil toneladas llegaron a India. En la búsqueda de nuevos proveedores, compradores indios reservaron un volumen récord de 100 mil toneladas de aceite de soja de EE.UU.
De acuerdo con los datos revisados por Reuters, incluso antes de la invasión rusa, el comercio marítimo ucraniano -mensurable por el tráfico portuario- habría bajado de forma considerable en las semanas anteriores al inicio de las operaciones militares; un descenso atribuido a la fuerte presencia naval rusa en el Mar Negro. Por eso, el titular de una nota emitida por la misma Reuters el 25 de febrero –”La OTAN deja el Mar Negro expuesto mientras Rusia invade Ucrania”-, sonaba tanto a advertencia como a preámbulo de un nuevo frente de batalla.
El trigo en el Mediterráneo
Si India importa de Ucrania y Rusia la mayor parte del aceite de girasol que consume, Indonesia -el único país que, según el negociante de Bombay, puede salvar a los consumidores indios abriendo su mercado de aceite de palma- es uno de los principales destinos -junto con Egipto, Turquía, Pakistán y Bangladés- de las exportaciones de trigo de Ucrania, el quinto mayor exportador de trigo del mundo. El primero es Rusia, cuyos principales compradores fueron, en 2021, Turquía, Egipto y Kazajistán. En un contexto de guerra, con los puertos del Mar Negro bloqueados, el trigo es, entre los granos y cereales, la materia prima agrícola clave. Junto con los fertilizantes. Pero vamos por partes.
Atendiendo al informe de febrero de 2022 “Estimaciones de la oferta y demanda agrícola mundial” (WASDE por sus siglas en inglés) publicado por el USDA (Departamento de Agricultura de EE.UU.), la perspectiva mundial de trigo para 2021/22 es de menor oferta, mayor consumo, aumento del comercio y reducción de las existencias finales. El informe fue emitido antes de la invasión rusa. El 25 de febrero de 2022 -un día después del inicio de las operaciones militares-, el precio del trigo en el mercado de futuros de Chicago alcanzó el precio más elevado desde 2008. En su conocido texto “Is the end of the world at hand?”, publicado en 1973, Robert Solow demostró que los mercados de futuros son importantes no solo para anticipar crisis, sino para evitarlas, al trasladar a los precios presentes escaseces futuras. Pero en el caso del trigo -como también en el de los fertilizantes-, el futuro puede ser más largo que su previsión.
Por ejemplo, EE.UU. prevé que sus existencias finales de trigo alcancen, en 2022, los valores más bajos de los últimos 8 años. En la misma línea, Canadá anticipa que sus existencias de trigo sean las más bajas desde diciembre de 2002. A este precario equilibrio entre oferta y demanda, hay que añadir la importancia de China: detiene el 41 % de las existencias finales del trigo del mundo. Y, a principios de febrero, anunció que levantaba las restricciones a la importación de trigo ruso. Esta puede ser otra consecuencia previsible de la guerra: las ventas de alimentos rusos a China aumentaron un 123 % entre 2017 y 2020 y el Ministerio de Agricultura de Rusia estimaba, en 2021, que esas ventas podrían superar los 7.000 millones de dólares en 2030, frente a los 1.770 millones de dólares en 2017. El previsible movimiento de Rusia hacia China surge en un momento en que China refuerza el compromiso político de promover la revitalización rural, tal como se recoge en su “Documento central n.º 1” publicado el 22 de febrero de 2022
No es posible determinar qué impacto tendrán las sanciones económicas a Rusia en su estrategia de exportación de trigo -por no hablar de las repercusiones que la invasión de Ucrania pueda tener en sus infraestructuras de exportación-. Pero, el caso de India en relación al aceite de girasol puede ser un patrón. Los países importadores serán los más afectados: Indonesia, Turquía, Pakistán, Egipto y Bangladés. Y los países del norte de África que conforman la cuenca mediterránea necesariamente tendrán que buscar alternativas al trigo ruso y ucraniano. Egipto ya lo empezó a hacer. El 80 % de sus importaciones de trigo proceden de Rusia y Ucrania. El portavoz del gobierno egipcio anunció, a finales de febrero, que El Cairo estaba buscando fuentes alternativas de trigo, matizando que cambiar de proveedores conllevará, casi inevitablemente, un aumento de los precios. Egipto tiene reservas de trigo para cuatro meses. Y las de arroz, azúcar, carne y pollo durarán al menos cinco meses. Una de esas fuentes alternativas de suministro identificada por el gobierno egipcio puede ser Australia -con la estimación de una cosecha récord de trigo- y la Unión Europea que, probablemente, en 2022, liderará las exportaciones de trigo en el mercado mundial. En buena medida debido a Francia.
En la última semana del determinante mes de febrero, el organismo agrícola francés FranceAgriMer informó que el 93 % de la cosecha de trigo blando del país está en buenas o excelentes condiciones. Es decir, ha sido una buena cosecha. Pero el mismo FranceAgriMer recortó los pronósticos de exportaciones de su producción de trigo blando para mercados fuera de la Unión Europea. Lo ha hecho por cuarto mes consecutivo. El principal motivo: el estancamiento o la disminución de las exportaciones a Argelia, el principal destinatario del trigo francés. Pero ese paradigma viene cambiando, no solo con la inclusión de Alemania como importante proveedor, sino, principalmente, con la apertura de Argelia a las importaciones procedentes del Mar Negro. En diciembre de 2021, Argelia recibió 250 mil toneladas de trigo ruso, la primera entrega de Rusia a Argelia desde 2016.
En el marco de la competencia que se avecina para encontrar proveedores de cereales en el mercado mundial tiene relevancia comparar las posiciones de India y Pakistán. Mientras a India le falta aceite de girasol, le sobra el trigo –se prevé que exporte, por lo menos, 4 millones de toneladas de trigo en los primeros seis meses de 2022; por otro lado, Pakistán, un comprador asiduo de trigo ucraniano, anunció, después de la visita del primer ministro Imran Khan a Rusia -cuyo encuentro con el presidente Vladimir Putin se celebró horas después del inicio de las operaciones militares rusas en Ucrania- la importación de 2 millones de toneladas de trigo ruso. En un discurso a la nación, pronunciado el 28 de febrero, el primer ministro paquistaní justificó su viaje -y el acuerdo de importación de cereales- porque los intereses económicos del país exigían que lo hiciera. A este respecto, conviene recordar que Pakistán vive jornadas de intensas protestas por el aumento de la inflación y las duras reformas económicas que el primer ministro Khan está implementando en línea con un paquete de rescate de 6 mil millones de dólares del Fondo Monetario Internacional.
En un contexto de aparente desglobalización, con las cadenas de suministro rotas, la autosuficiencia es tan determinante como alcanzar acuerdos – la mayoría bilaterales – con nuevos socios comerciales. El caso de Rusia es ejemplar en cuanto al impacto que las sanciones económicas -que vienen siendo aplicadas desde 2014- tuvieron en su sistema alimentario: Rusia se ha vuelto más autosuficiente. Según un informe del USDA del año 2020, las sanciones económicas estimularon la producción nacional y redujeron la dependencia de la importación de alimentos. En 2020, la producción rusa de alimentos representaba más del 80 % de lo que se vendía en las tiendas minoristas. Antes de 2014, esa proporción era del 60 %.
Pese a que en enero de 2020 Rusia aprobó su nueva doctrina de seguridad alimentaria -entre cuyos principales objetivos se encuentra la reducción de las importaciones de semillas genéticamente modificadas, la ampliación de la lista de productos en los que debe garantizarse la autosuficiencia y una mejor integración dentro de la Unión Económica Euroasiática-, lo cierto es que el sector alimentario ruso, principalmente el de procesamiento y empaquetado de alimentos, sigue dependiendo del exterior, en concreto, de muchas empresas europeas -la mayoría alemanas- para tener acceso a maquinaria, equipos y semillas. Al margen del impacto de las sanciones, las medidas adoptadas por Moscú para contener la inflación también tienen repercusiones sobre su capacidad exportadora de cereales: la introducción, en 2021, de aranceles de exportación flotantes sobre el trigo, maíz y cebada -calculados semanalmente y con precios máximos- puede que haya ayudado a productores y consumidores, pero dificultó la planificación de exportaciones a largo plazo.
Los fertilizantes en América del Sur y Europa
Hay algo que une América del Sur al Mar Negro y no es un estrecho turco: la importancia de las exportaciones de cereales y granos de ambas regiones para alimentar el comercio internacional de alimentos. En 2019, la FAO publicó un informe prospectivo sobre los equilibrios entre oferta y demanda de fertilizantes hasta 2022. Según su análisis, la oferta mundial estaría ligeramente por encima de la demanda, lo que provocaría una escasez en determinadas regiones. América Latina era el subcontinente que presentaba más desequilibrios, dada su fuerte dependencia de fertilizantes importados.
El pasado 15 de febrero de 2021, coincidiendo con el aumento irreversible de la tensión entre Rusia y Ucrania, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, inició una visita oficial a Rusia. El momento de la visita, aparentemente inapropiado, había sido programado, según la versión oficial brasileña, mucho antes del empeoramiento de la crisis. Pero la visita tuvo un carácter casi urgente: la práctica dependencia de Brasil de los fertilizantes de Rusia en un contexto de encarecimiento mundial de fertilizantes. En 2021, el 23 % del total de fertilizantes importados por Brasil procedió de Rusia, la mayoría potasa. Si las sanciones a Rusia impactan a su industria de fertilizantes -lo más probable-, Brasil se enfrentaría a una crisis de abastecimiento. Que afectaría a los rendimientos agrícolas de cultivos como la soja y el maíz. La combinación azarosa y caótica de circunstancias se completa con la sequía que se registra en algunas regiones sojeras de Brasil. Que se extiende a Argentina y al Paraguay. En los últimos dos meses, los pronósticos de producción mundial de soja actualizados regularmente por el USDA han bajado en cerca de 23 millones de toneladas debido a las malas cosechas previstas para América del Sur.
En diciembre de 2021, Rusia anunció la introducción de restricciones a la exportación de fertilizantes que estarán vigentes hasta junio de 2022. China, en julio de 2021, anunció la suspensión temporal de las exportaciones de fertilizantes para garantizar el suministro interno. La estrategia de Rusia se enmarcaría dentro de aquello que algunos denominan “diplomacia de fertilizantes”. Por ejemplo, PhosAgro, una de las principales empresas rusas del sector, anunció -antes de la invasión rusa- que los suministros a Brasil no serían afectados y a principios de febrero Reuters reveló que la misma PhosAgro negociaba acuerdos de suministro con empresas indias. Para completar el cuadro: Rusia y Bielorrusia son responsables de más de un tercio de las ventas mundiales de potasa. Por eso, como consecuencia de las sanciones internacionales impuestas a Bielorrusia, la compañía noruega Yara -una de las más importantes empresas de fertilizantes del mundo- anunció que comenzará a reducir sus compras de potasa bielorrusa a partir del 1 de abril de 2022. La sustituirá por los fosfatos de Marruecos.
Para fabricar fertilizantes nitrogenados es indispensable gas natural. Y Europa depende de terceros -sean cuales sean los suministradores en este momento de la guerra-. Los precios exorbitantes del gas natural en el último trimestre de 2021 llevaron a que varias fábricas de fertilizantes en Europa paralizasen o redujesen la producción: Azomures en Rumanía; Yara y CF Industries en Reino Unido; Borealis AG en Austria; BASF en Alemania; OCI Nitrogen en Holanda, Achema en Lituania, Fertiberia en España. Además, entre los países de la Unión Europea hay diferencias importantes entre la capacidad de producción de cada uno y sus necesidades de consumo: Francia consume el 386,2 % de lo que produce; Irlanda, el 337,8 %; Italia, el 230,7 %; Portugal, el 154,5 %; España, el 114,6 %. En principio, estos países serían los que más dependerían de las importaciones de fertilizantes, frente a otros, como los Países Bajos, que consumen solo el 11,8 % de lo que producen, Alemania (45 %) o Polonia (67 %). De ahí la importancia de Rusia: cerca del 20 % del total de la potasa importada por Europa proviene de Rusia; así como el 25 % de las importaciones de fertilizantes nitrogenados y fosfatados.
La aplicación de más o menos fertilizantes, de este o aquel fertilizante, depende de las características de los suelos y las exigencias de cada cultivo. Dada la contingencia y volatilidad que afecta al mercado, es normal que los agricultores elijan cultivos menos exigentes en cuanto al uso de nutrientes o reduzcan superficies de cultivo. Para muchos cereales y semillas oleaginosas, el tiempo que transcurre entre la siembra y la cosecha puede ser de hasta seis meses. A lo que hay que añadir el tiempo de recuperación del suelo hasta la siguiente ronda de cultivos. De ahí que los desequilibrios en el mercado de fertilizantes pueden llevar hasta 3 años a nivelarse. Es decir, hay la perspectiva de por lo menos 3 años -sin la variable de la guerra- de volatilidad en los precios de los productos agrícolas con las consecuentes repercusiones en los precios de los alimentos. En este sentido se entiende la observación publicada por los analistas de CRU Fertilizer un día después de que Rusia invadiera Ucrania: “Las ramificaciones completas de la incursión de Rusia en Ucrania aún no están claras, pero es muy probable que repercutan en los mercados durante los próximos meses, si no años”. Definitivamente, la mundialización de la guerra se hará a través de los sistemas agrícolas y alimentarios.
Mas allá de las necesidades y limitaciones comerciales, el origen geográfico de los alimentos será un factor más a tener en cuenta en las alineaciones y relaciones políticas entre estados. En esto consiste el poder alimentario, un concepto muy utilizado durante la década de 1970, tan utilizado que hasta el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de EE.UU. emitió, en 1977, un informe al respecto: ”Use of U.S. Food Resources for Diplomatic Purposes: An Exmination of the Issues”. Una de las condiciones para el ejercicio del poder alimentario, tal como lo definió el informe de 1977, era que el país importador se encontrase en una situación financiera suficientemente débil que no pudiese garantizar sus necesidades alimentarias sin sacrificar, seriamente, su situación económica. A cambio de ayuda alimentaria o de facilidades comerciales, el estado que ejerciese poder alimentario obtendría concesiones diplomáticas del país receptor/importador de alimentos. En un momento de escasez, la disponibilidad de alimentos definirá nuevas e improbables alianzas internacionales.
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