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Por qué es imposible la paz en Ucrania

Guerra ruso-ucraniana. Situación a día 9 de noviembre de 2022. Los objetivos maximalistas dificultan las negociaciones para alcanzar un acuerdo de paz en Ucrania.
Guerra ruso-ucraniana. Situación a día 9 de noviembre de 2022. Fuente: DLG

El 24 de febrero el ejército ruso invadía Ucrania. Lo que prometía ser una operación de unos pocos días, tanto para Moscú como para Occidente, ha acabado en desembocar en una guerra de más de ocho meses de duración con pocos visos de que acabe en el corto plazo. La guerra de Ucrania es un conflicto civil y de alta intensidad –en el que está directamente implicado una gran potencia–, así como una guerra subsidiaria entre la OTAN y Rusia –que está teniendo graves consecuencias a nivel mundial–. De momento no hay ninguna intención por alcanzar un acuerdo de paz en Ucrania que ponga fin al conflicto. Los bandos desean cumplir con sus objetivos en el campo de batalla, y en el exterior no parece que haya un actor que quiera involucrarse en la mediación. Al contrario, todo apunta a una escalada ¿Por qué?

En primer lugar, hablemos de Rusia. Ucrania es un pilar de la política exterior rusa, es la “joya de la corona”, no solo por su importancia estratégica sino también por sus lazos comerciales e históricos. El interés ruso se manifiesta en el deseo del establecimiento de una élite política ucraniana fuerte, y predecible con la que poder tener una relación de confianza y de negocios (proyectos gasísticos, por ejemplo). Todo esto salta por los aires en 2014 con el Maidán y la posterior guerra en el Donbás. Moscú entonces apuesta por los Acuerdos de Minsk y por integrar a las repúblicas populares de Donestk y Lugansk en la política de Kiev para ganar influencia. Pero en ocho años, ninguno de los bandos cumple los acuerdos y el Kremlin se empieza a impacientar porque quiere una solución a la cuestión ucraniana.

Para ampliar: El colapso ruso en Járkov

El cambio de alineamiento geopolítico de Ucrania hacia la OTAN es percibido en Moscú como una línea roja. Rusia tiene una sensación de inseguridad debido a la expansión de la Alianza Atlántica y sobre todo con el hecho de que Ucrania sea cada vez más fuerte y en un futuro no muy lejano se proponga atacar a las repúblicas y Crimea –de gran importancia geoestratégica–. Moscú entonces decide intentar conseguir sus objetivos políticos –una Ucrania neutral y el establecimiento de zonas de influencia– mediante la diplomacia y la coerción. El Kremlin pensaba que Washington iba a estar más inclinada a un acuerdo debido a su prioridad en el Pacífico –recordemos la retirada de Afganistán–. Pero ante la negativa occidental, provocada también por el maximalismo ruso, se decide invadir Ucrania e imponer un régimen afín.

En ese momento, Rusia se encontraba en el cénit de su poder desde la caída de la URSS: había intervenido con éxito en Georgia; en Oriente Medio, Norte de África y Sahel estaba ganando influencia; en el Cáucaso había mediado con éxito desplegando tropas sobre el terreno; Minsk estaba completamente alineado con sus intereses y en Kazajistán la OSTC, alianza militar liderada por Moscú, intervino para aplastar la revuelta. La decisión de intervenir o no en Ucrania no podría dilatarse más bajo el riesgo de que el poder ruso pudiera debilitarse.

Debido a las dimensiones de la operación y las implicaciones de la misma, Moscú no se puede permitir perder la guerra. Rusia se está jugando su rol como gran potencia. La derrota en Ucrania significaría un golpe muy duro para sus aspiraciones, perdiendo de paso mucha influencia en el espacio postsoviético. Pero no solo eso. El régimen de Putin podría peligrar, llevando al país a la inestabilidad. El Kremlin se juega prácticamente todo en Ucrania.

Moscú piensa que puede revertir la tendencia militar en el campo de batalla. Para ello ha realizado una movilización parcial de 300.000 reservistas y una campaña de bombardeos contra la infraestructura crítica ucraniana. El Kremlin ha decidido escalar porque confía en que puede doblegar la voluntad ucraniana y que Occidente eventualmente dejará de presionar tanto debido al impacto de la guerra. Moscú tampoco quiere negociar en una posición de debilidad, de ahí que apuesta por la vía militar. Más allá de eso, hay que destacar que Rusia ha puesto una nueva línea roja para una posible negociación: los cuatro óblast ucranianos recientemente anexionados.

Menos que eso no aceptarán, ya que, bajo su lógica, ese territorio es ya ruso. Eso evidentemente dificulta la posibilidad de una negociación. En un plano interno, Putin no se puede permitir mostrar debilidad y para que haya conversaciones diplomáticas tiene que recibir algo a cambio que pueda vender ya que hay sectores nacionalistas de línea dura que están presionando al Kremlin. Y es que, ante una posible caída de Putin, no sería extraño que dicha facción tomase el poder en Rusia. La retirada rusa es prácticamente imposible, antes Moscú seguirá escalando la guerra y dedicando más recursos. En una guerra de desgaste, el Kremlin confía en que ellos tienen las de ganar.

Ucrania tras el Maidán ha iniciado un camino de acercamiento claro a la Unión Europea y a la OTAN. Ha percibido en Moscú una amenaza que impediría poner en marcha el estado-nación ucraniano, en ese sentido los prorrusos serían un satélite ruso para influenciar en la política de Kiev. De ahí la no intención de integrarles en la política nacional y por tanto la dificultad de alcanzar un arreglo con una parte importante del país. Tras la invasión y haber resistido a los rusos, los ucranianos están seguros de que pueden ganar la guerra si reciben el suficiente apoyo militar por parte de Occidente. La guerra es una cuestión de supervivencia como Estado para ellos, quieren recuperar todo el territorio perdido y volver a las fronteras de 1991 cueste lo que cueste. En ese sentido, actualmente han tenido varias victorias militares como el movimiento rápido de Járkov o la rotura del frente en Jersón, algo que ha insuflado nuevos ánimos. Quieren aprovechar la iniciativa militar y retomar todo el territorio disponible.

A pesar de las duras consecuencias de la guerra para los ucranianos, estos tienen la firme voluntad de seguir luchando. Y aunque Zelenski –quien ha firmado un decreto para no negociar con Putin– se preste a entablar conversaciones con Moscú para evitar un mayor derramamiento de sangre, lo cierto es que es muy improbable que el pueblo ucraniano lo acepte. Solo contemplan la victoria y la derrota rusa. Pero no solo eso, sino que es probable que los grupos ultranacionalistas tampoco aprueben una negociación. Estos ya han tenido enfrentamientos con Zelenski antes de la invasión y ahora con su gran protagonismo en la guerra han ganado mayor poder y no permitirán que se hable con Moscú hasta conseguir la victoria final.

Ahora comencemos a hablar de actores externos. Occidente y en particular la OTAN es parte beligerante del conflicto. Apoyan firmemente a Ucrania, de hecho, quien está sosteniendo mayormente el esfuerzo militar ucraniano es Estados Unidos. El objetivo es debilitar a Rusia y asegurarse que pierda el suficiente poder militar y económico para que no vuelva a repetir una operación de este calibre. En otro plano, también interesa dentro del atlantismo que Europa se desacople de Rusia y así evitar la interdependencia mutua que favorecería un mayor acercamiento entre ambos bloques. Por el camino, Washington ha conseguido un realineamiento total de la Unión Europea con la OTAN que puede serle muy beneficioso para una futurible confrontación con China.

Para ampliar: ¿Hacia una tercera fase de la guerra en Ucrania?

Lo cierto es que Occidente no podía no reaccionar con fuerza ante la invasión rusa. La percepción de debilidad podría haber sido fatal para Estados Unidos –con un efecto dominó en otros escenarios–. Cabe recordar que Washington sigue siendo la principal potencia militar y que el ataque ruso era sin duda una apuesta por romper el orden internacional y demostrar a las claras que Estados Unidos y la OTAN ya no son los garantes de la seguridad mundial. Además, ni Washington ni la OTAN pueden aceptar la anexión de los óblast ucranianos por Rusia. Se trata de la anexión por medios militares más grande en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y crearía un peligroso precedente para otras potencias.

Por su parte Bruselas tampoco podía permitir no hacer nada ante una guerra en sus puertas, sobre todo teniendo entre sus filas a países como Polonia o los Bálticos que consideran a Rusia una amenaza existencial. Dichos Estados miembro siempre apoyarán seguir presionando a Moscú con el fin de debilitarla lo máximo posible. En la UE ahora mismo predomina la narrativa de seguir presionando a Rusia y ayudar a Ucrania. De momento, si las consecuencias de la guerra no son demasiado graves y el ejército ruso no consigue victorias en el campo de batalla, es muy difícil que cambie.

Vladimir Putin y Joe Biden se reúnen en Ginebra, en junio de 2021.
Vladimir Putin y Joe Biden se reúnen en Ginebra, en junio de 2021. Fuente: Alexander Zemlianichenko / EFE-EPA

Más allá del campo occidental, no hay ninguna potencia externa que quiera inmiscuirse en la mediación del conflicto. Turquía, que ha realizado grandes esfuerzos, no tiene la capacidad por sí sola para parar la guerra. China, una de las grandes potencias, no quiere que Rusia pierda la guerra debido a que Moscú es uno de sus principales socios. Tampoco hay otros actores con el suficiente poder para sentar a los bandos en la mesa. Los incentivos para seguir con el conflicto parece que son más altos, ya que muchos países se están beneficiado de la guerra, sobre todo aquellos exportadores de energía.

Además, la guerra de Ucrania está sirviendo como campo de pruebas para el uso de ciertas armas, desde los HIMARS hasta los drones iraníes. Este armamento se están revalorizando y eso entraña beneficios para los principales exportadores. Pero no solo eso, sino que el conflicto también sirve para revisar tácticas, movimientos estratégicos, estudiar el comportamiento de los ejércitos en una guerra de alta intensidad y un largo etcétera. Por ejemplo, China está estudiando detenidamente la guerra en Ucrania, qué estrategia ha llevado a cabo Rusia y qué reacción ha provocado en la OTAN.

Actualmente nos encontramos en un callejón sin salida, ninguno de los bandos quiere ceder. Al contrario, la receta parece ser escalar –incluso se empieza a hablar de armas nucleares y guerra mundial– para conseguir los objetivos en el campo de batalla. De momento parece que hasta que uno de los dos bandos no colapse, la guerra continuará.

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