Hace 334 años, en 1689, en el Asedio de Derry, los defensores de Guillermo de Orange, aspirante protestante al trono, se encerraban dentro de las murallas de la ciudad para frenar la conquista por parte de los partidarios del rey Jacobo II, el último católico en reinar sobre el Reino Unido. Tras más de tres meses de resistencia, los efectivos de Orange lograban frenar el ataque y vencer a los partidarios de Jacobo, que se retiraban de la ciudad, perdiendo poco después la guerra, y quedando establecido el dominio protestante en el país.
Este hecho, lejano en el tiempo, es un componente esencial de la psique unionista-protestante en el norte de Irlanda, en la que, en base a esta perspectiva, los protestantes son asediados por la mayoría católica de la isla y deben resistir a ser conquistados. Así, cuando Irlanda del Norte fue creada en 1921, se proclamó que este sería un “Estado protestante para la gente protestante”, es decir, creado para asegurar el dominio permanente de la región por parte de la población protestante (y unionista), creando una muralla demográfica, imitando a las de la ciudad de Derry, con las que resistir el nuevo asedio de la República católica.
100 años más tarde, Irlanda del Norte ha cambiado drásticamente: la mayoría protestante se ha desvanecido y el unionismo se encuentra en la situación más delicada del último siglo. En este artículo repasaremos los elementos, circunstancias y dinámicas que amenazan el status-quo de la región, y cuál puede ser su futuro.
La victoria del Sinn Féin
Si en 1921 se preguntase en Irlanda del Norte si era posible que un partido nacionalista irlandés pudiese ganar las elecciones, cualquier persona habría afirmado que era imposible: al fin y al cabo, en ese momento los católicos, tradicionalmente nacionalistas, representaban un tercio de la población, frente a los dos tercios protestantes, por norma general unionistas. Sin embargo, las elecciones de mayo de 2022 dieron como ganador al Sinn Féin, partido republicano irlandés y antiguo brazo político del IRA Provisional, el mayor grupo armado del conflicto norirlandés, The Troubles, y el mayor partidario de la unificación irlandesa.
Si bien es cierto que los partidos unionistas acumulan los mismos escaños que los nacionalistas, en virtud de los acuerdos de paz, es el partido más votado el que gobierna, siendo miembro del gabinete también el segundo más votado, en este caso el DUP, partido unionista de línea dura. Es por ello que esta victoria del Sinn Féin no es sólo una victoria numérica, sino sobre todo una derrota moral del unionismo, que ve cómo tiene que acceder a ser segundos en un gobierno dirigido por sus antiguos enemigos, cuyo principal objetivo a medio plazo es el acabar con la Unión.
A día de hoy, y tras casi un año, no se ha formado un gabinete en Irlanda del Norte debido a la negativa del DUP a participar en él hasta que se resuelva la problemática de Protocolo, que explicaremos a continuación.
El Protocolo: ¿un paso más hacia la unidad irlandesa?
Cuando el 23 de junio de 2016 el Reino Unido votó a favor del Brexit, la relativa estabilidad política en la isla de Irlanda se tambaleó. En materia de fronteras, este Brexit no supone en principio un problema: Gran Bretaña es una isla y basta con controlar los puertos de entrada y salida. Sin embargo, el Reino Unido sí que tiene una frontera terrestre con la Unión Europea: Irlanda del Norte.
La solución más intuitiva sería colocar los controles y por tanto la frontera entre Irlanda del Norte y Reino Unido, pero, en virtud del Acuerdo de paz de 1998, no puede haber una frontera terrestre en la isla de Irlanda. Ante esta problemática, la solución acordada entre la Unión Europea y su antiguo socio fue el famoso Protocolo.
Esta medida consiste, básicamente, en que Irlanda del Norte seguirá perteneciendo al Mercado Único de la UE, mientras que el resto del Reino Unido no, por lo que la frontera de facto entre la UE y el Reino Unido se establecería en el mar de Irlanda, es decir, entre la isla de Irlanda y Gran Bretaña. Así, en virtud de esta nueva legislación, los bienes importados desde Gran Bretaña hacia Irlanda de Norte deberán ser sometidos a controles aduaneros, con su pertinente burocracia y papeleo, lo que ha provocado protestas por parte de empresarios y transportistas norirlandeses. Por el contrario, los bienes podrán circular con total normalidad dentro de la isla de Irlanda, con lo que se evita establecer controles fronterizos entre las dos Irlandas, e Irlanda del Norte queda completamente integrada dentro del Mercado Único.
Para los unionistas esta legislación es un claro desprecio hacia su posición y un menoscabo de la soberanía de su país, el Reino Unido, al suponer un paso más hacia la unidad irlandesa: la unidad económica. Colocar controles aduaneros entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña, mientras no los hay entre las dos Irlandas vira inevitablemente el flujo de comercio en la región hacia su vecino del sur, a la vez que distancia económicamente a la región del resto de la Unión al poner trabas al mercado interno del Reino Unido. Esto es, según denuncia el DUP, un paso más del plan para la desintegración del país y la integración de la isla de Irlanda, algo que temen, ya que la pertenencia al Reino Unido está en el centro de su ideología política.
Si uno pasea por las zonas protestantes de Belfast, puede ver que este malestar no es un invento del DUP: existe un rechazo considerable al protocolo y se pueden leer pintadas que rezan “Peace or Protocol”, esto es, o se retira el protocolo y se frena esta desintegración de nuestra unión, o se produce una “guerra”, traducida en este contexto en una crispación social y política.
Si bien es cierto que las muestras de violencia han sido muy limitadas, no hay que perder de vista que en Irlanda del Norte las organizaciones paramilitares, aunque inactivas, siguen existiendo, y pueden llegar a contar con un cierto apoyo, especialmente en las zonas más marginales. Por tanto, si bien es poco probable en el corto plazo, no puede descartarse que, en caso de recrudecerse la situación, se pudiera producir una reactivación de la violencia a gran escala en la región.
Por otra parte, los principales partidos y organizaciones pro-británicas vienen organizando este último año y medio manifestaciones en contra del Protocolo que, pese a que no son muy numerosas, sí que logran dejar claro que existe un problema real, y que un sector significativo de la población no está dispuesta a aceptar esta nueva legislación. Sin embargo, el unionismo tiene todo en contra en este asunto: Estados Unidos, la Unión Europea y todos los partidos no unionistas de la provincia, salvo el DUP, el TUV (y en menor medida el UUP), aceptan y son favorables al protocolo.
Londres, por su parte, se encuentra en una posición muy débil de negociación frente a Bruselas con respecto a las condiciones del divorcio. Además, el interés del gobierno británico en Irlanda del Norte es cada vez menor, al tratarse de una región completamente subvencionada y que, en materia política, le plantea más problemas y obstáculos que beneficios, por lo que puede que no esté dispuesto a pagar el precio por defender el statu-quo de la región.
Parece probable entonces que los unionistas se tendrán que conformar con, en el mejor de los escenarios, un protocolo “suave”, en el que los controles aduaneros entre la región y el resto del Reino Unido sean mínimos, pero que seguiría acercando económicamente a las dos Irlandas.
Resultados del censo de 2021
El 23 de septiembre de 2022 se confirmaba una realidad que venía acercándose durante las últimas décadas: los católicos estaban camino de superar a los protestantes en Irlanda del Norte. Efectivamente, el censo realizado en 2021 revela que el 45.7% de los residentes de la región son católicos, frente a un 43.48% de protestantes. Estos resultados contrastan con los de 2011, en el que los católicos representaban el 45.1% y los protestantes el 48.4%.
Además, en este censo se recogía también la identidad nacional, con un decrecimiento del porcentaje de la población que se identifica como “únicamente británica” y un ascenso de los que se identifican como “únicamente irlandés” con respecto a las cifras de 2021.
Estas cifras plantean dudas sobre la mera pertenencia de Irlanda del Norte al Reino Unido: Si esta región fue creada porque tenía una mayoría protestante frente al sur católico, una vez que los católicos son mayoría, ¿no implica esta misma lógica que Irlanda del Norte debe unirse con el resto de Irlanda? La realidad es, por supuesto, bastante más complicada y compleja, pero los unionistas no deberían perder de vista que este razonamiento fue una de las bases de su propio argumentario durante gran parte de su existencia.
Está claro que en el transcurso de 100 años se crea inevitablemente un sentimiento de comodidad con el establishment, especialmente para la población no alineada, que es cada vez mayor, pero el unionismo debe tener presente que, ante esta pérdida de hegemonía demográfica, debe convencer al grueso de la población de las ventajas de pertenecer al Reino Unido. Esto será complicado si observamos el panorama decadente que atraviesa el país, tanto económicamente como políticamente, además del relativo éxito económico de sus vecinos del sur, lo que no hace sino empeorar las esperanzas de los unionistas de cara al futuro.
Por otra parte, para los partidarios de la unidad irlandesa los resultados del censo constituyen una noticia prácticamente inmejorable y suponen un avance para su causa, ya que se hace cada vez más probable la casuística que reza el Acuerdo de paz de 1998, acerca de que cuando haya una posibilidad real de un cambio en el estatus de Irlanda de Norte, se convocará un referéndum. Ahora bien, un error de cálculo por parte de los nacionalistas irlandeses, similar al de los independentistas escoceses en 2014, podría llevar al traste décadas de pasos hacia la unificación y dar un balón de oxígeno, de valor incalculable, a los partidarios de la Unión.
Fallecimiento de Isabel II: ¿llega la descomposición del Reino Unido?
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Irlanda del Norte fue el lugar donde la muerte de la Reina se sintió más profundamente, especialmente en las zonas unionistas, como Shankhill Road en Belfast. Paseando por esta ciudad antes del fallecimiento uno podía observar el valor que le atribuían aquí a su figura: murales en su honor y banderas con su figura en las puertas de las casas, junto con banderines británicos. La Reina, para ellos, simbolizaba la Unión, el Estado Británico al que no quieren dejar de pertenecer.
Con su muerte se acaba una época y, para muchos, empieza la descomposición de un Reino Unido que está menos unido que nunca, con Escocia reclamando un referéndum de independencia y un panorama incierto y pesimista, como estamos viendo, para el unionismo norirlandés. Es por ello que, aunque la muerte de Isabel II no tenga ninguna implicación política directa, sí que es un motivo más de angustia para el unionismo: Carlos III no tiene el mismo carisma ni popularidad que su madre, y le va a resultar difícil conectar tanto con el pueblo británico y, con ello, mantener el espíritu patriótico en las cuatro naciones.
Un Reino Unido en crisis
Durante todo el artículo venimos hablando del estado en el que vive el Reino Unido desde que el Brexit fue ratificado: constante inestabilidad política con continuos cambios de primer ministro y elecciones, y ahora, una crisis económica.
Los conservadores, que han liderado el barco desde el divorcio con la UE, salen muy debilitados por su gestión, y las encuestas de cara a unas próximas elecciones anticipan un batacazo histórico para este partido, que es el mayor defensor del unionismo norirlandés fuera de la región, con una probable victoria de los laboristas.
Por si fuera poco, el Secretario de Estado de Irlanda del Norte en la sombra y laborista, Peter Kyle, afirmó el 26 de septiembre lo siguiente: “Si las circunstancias se dan como queda establecido en el Acuerdo de Viernes Santo, yo como secretario de estado, no jugaría a juegos. Convocaría el referéndum”. A esto hay que sumarle que, dentro de los partidos del establishment británico, el partido laborista es el mayor partidario de una unificación irlandesa, por lo que el panorama doméstico en los comunes no es favorable tampoco al unionismo.
Además, la petición del parlamento escocés de un referéndum de independencia no hace sino agitar más fuerte los vientos de la descomposición de un Reino Unido que, desde el Brexit, parece que tiene poco que ofrecer y motivos con los que ilusionar verdaderamente a una gran parte de sus ciudadanos.
El papel de los neutrales
Empezábamos el artículo haciendo hincapié en que Irlanda del Norte, cuando se creó, era un lugar dicotómico: protestante o católico, unionista o nacionalista, británico o irlandés. Hoy en día, su realidad es mucho más compleja y hay un grupo cuyo ascenso es aún mayor que el de los católicos: los neutrales. Esto es, los que no están alineados en ninguna de las dos tradiciones, o bien en el plano religioso, o bien en el político.
Esto se vio reflejado en las elecciones de mayo, en la que el partido principal que más creció no fue el Sinn Féin, sino Alliance, una formación que se define como “separado de los bloques tradicionales de unionista y nacionalista de Irlanda del Norte”. Sus votantes, un 13.5% del total en las últimas elecciones, tienen unas prioridades distintas al resto de electores norirlandeses: no dan mucha importancia a su pertenencia a uno u otro país, sino que valoran más la calidad de vida y el bienestar socio-económico.
Así, parece claro que, al estar las fuerzas entre bloques muy igualadas, serán estos neutrales quienes tendrán la llave del futuro de la región en un hipotético referéndum y que será la labor principal del unionismo tratar de convencerles de que su bienestar personal será mayor en el Reino Unido que en la República de Irlanda.
Por el momento, los partidos pro-británicos se niegan a hablar de referéndum, mientras que los partidarios de la unidad irlandesa ya organizan actos a ambos lados de la frontera para discutir sobre el status-quo de la región, por lo que, si el plebiscito acaba sucediendo, están perdiendo un tiempo muy valioso para poder convencer a los neutrales antes que los pro-irlandeses.
Que los unionistas puedan convencer de la conveniencia de la Unión con argumentos racionales en estos momentos es complicado, dada la situación económica y política del Reino Unido, que venimos comentando. Sin embargo, la crisis de vivienda que está viviendo la República, junto con las subvenciones que la región recibe del gobierno central, con los que aseguran su buen nivel de vida, pueden ser argumentos con los que convencer a un número suficiente de neutrales.
En definitiva, si bien parece que este factor de neutralidad jugará en contra del proyecto unionista, este es el único factor que depende en gran parte de los partidos pro-británicos, que podrían llevarlo a su favor con las adecuadas conversaciones y transformaciones internas y externas.
En resumen, el panorama del unionismo en Irlanda del Norte es poco esperanzador: derrota en las elecciones, el giro hacia una economía cada vez más unida con el Sur, pérdida de la hegemonía demográfica y un Reino Unido en plena crisis política, económica y existencial. Esta realidad da pocos motivos para pensar que Irlanda del Norte puede permanecer a largo plazo en la Unión, si bien es cierto que esta tendencia puede ser revertida mediante una adecuada transformación dentro del unionismo político y una mejora de la situación interna en el Reino Unido.
Por primera vez en 100 años, que Irlanda del Norte deje de formar parte del Reino Unido es una posibilidad real y parece bastante probable que, esta vez, las murallas sí que caigan.
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