El asesinato del ex-primer ministro Shinzo Abe ha puesto el foco en una organización religiosa que hasta ahora era desconocida para el público general, la Iglesia de la Unificación. Esta entidad, fundada por un surcoreano en la década de 1950, ha venido manteniendo una discreta e influyente relación con los círculos de poder en Japón. Tras el silencio que inicialmente mantuvieron las autoridades, la revelación sobre estos nexos ha causado un profundo malestar en la sociedad nipona.
El asesinato de Shinzo Abe
El pasado 7 de julio el ex-primer ministro japonés Shinzo Abe moría como resultado de un atentado que alcanzó gran celebridad por haber sido grabado en directo. Pero más allá de las impactantes imágenes, el magnicidio pronto alcanzó otra dimensión tras conocerse los motivos del asesino, Tetsuya Yamagami, un varón japonés de 41 años. Al desconcierto inicial sobre el motivo del ataque dio paso la sorpresa tras conocerse los motivos esgrimidos por el principal sospechoso. Yamagami señaló a la policía que asesinó a Abe con la intención de llamar la atención de la sociedad japonesa sobre los lazos que este mantenía con la Iglesia de la Unificación. Paralelamente, también responsabilizó a la iglesia del fuerte endeudamiento que había contraído su familia.
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Según las informaciones aparecidas en la prensa japonesa, la madre de Yamagami habría hecho una donación de 700.000 dólares a la Iglesia de la Unificación, para lo cual llegó incluso a vender su vivienda y sus tierras. A raíz de aquello se inició un calvario familiar que durante años habría causado no pocos problemas. En su declaración a la policía el asesino culpó a Abe de haber favorecido a esta organización religiosa. Para la mayoría de personas era la primera vez que tenían conocimiento sobre la existencia de esta Iglesia cuyo nombre evoca un carácter de unión de diversos entes bajo una misma finalidad. Teniendo en cuenta que no se había asesinado a un antiguo primer ministro japonés desde 1936, no tardó en surgir interés sobre los motivos del magnicidio.
Las propias circunstancias del asesinato también levantaron muchas dudas sobre lo ocurrido. No deja de ser un hecho que Japón constituye un país con unos estándares de seguridad bastante elevados. Para muchos ciudadanos resultaba difícilmente comprensible la facilidad con la que actuó el homicida, que pudo realizar varios disparos antes de que fuese detenido. Pero lo cierto es que no es la primera vez que ocurre un hecho de estas características. Ya en 1975 el entonces primer ministro Takeo Miki fue apuñalado por un militante ultraderechista durante el funeral del antiguo dirigente Eisaku Sato. Miki no resultó herido de gravedad, pero la actuación de las fuerzas de policía recibió numerosas críticas debido a los graves fallos del dispositivo de seguridad.
La Iglesia de la Unificación y la entrada en Japón
Para entender mejor a esta organización religiosa hay que remontarse a sus orígenes. En 1954 un ciudadano surcoreano convertido al cristianismo, Sun Myung Moon, fundó una asociación con el supuesto objetivo de impartir enseñanzas de corte conservador a partir de nuevas interpretaciones de la Biblia. Esta entidad, que en la actualidad es conocida de forma oficial como la «Asociación del Espíritu Santo para la Unificación del Cristianismo Mundial», acabó convirtiéndose en una iglesia con carácter propio que se alejaba de los valores clásicos del cristianismo. El propio Moon adquirió un papel preponderante, erigiéndose en una especie de mesías que había sido enviado por Jesucristo para salvar a la humanidad del apocalipsis.
Aquellos eran los años de la Guerra Fría, que vio como el bloque comunista y el bloque capitalista llegaban al enfrentamiento militar en la península de Corea. No es casualidad que el anticomunismo acabase constituyendo uno de los principales dogmas de la llamada Iglesia de la Unificación. Pero Moon tenía planes ambiciosos y no aspiraba a ser un simple predicador religioso. Desde bien pronto empezó a tejer un imperio empresarial –el grupo Tongil– con presencia en la industria pesada y armamentística, en el ámbito educativo, en los medios de comunicación y un largo etcétera. Pyeonghwa Motors, una de las filiales del conglomerado, llegó incluso a establecer una empresa conjunta con la empresa estatal norcoreana Ryonbong General Corp para fabricar automóviles. Y en esa dinámica su patria pronto se le quedó pequeña para sus proyectos. Moon no dudó en llevar su particular visión del cristianismo a otros países, como fue el caso de Estados Unidos o Japón.
Moon y la Iglesia de la Unificación han estado estrechamente ligados con los Estados Unidos, no en vano era el país que expulsó a los comunistas norcoreanos al otro lado del paralelo 38. El empresario surcoreano llegó a afirmar que “Estados Unidos es la esperanza para el mundo actual”, siendo esta una de las razones por las cuales siempre preconizó una línea abiertamente favorable a los intereses norteamericanos. En la década de 1970, habiendo consolidado ya su posición en Corea del Sur, la Iglesia de la Unificación extendió sus actividades al otro lado del océano Pacífico. Sus posturas anticomunistas y pro-americanas le granjearon numerosos simpatizantes entre los círculos de poder en Washington, lo que a su vez le abrió las puertas para ampliar su imperio económico en suelo estadounidense. El propio Moon llegó a conocer personalmente al presidente Richard Nixon.
Japón constituía un objeto del máximo interés para el fundador de la Iglesia de la Unificación. Cabe señalar que cuando Moon nació, en 1920, Corea formaba parte del Imperio japonés. En 1959, apenas cinco años después de su nacimiento, la Iglesia de la Unificación se estableció en el país del Sol Naciente. En aquel momento el primer ministro era Nobusuke Kishi, del Partido Liberal Democrático (PLD). Inicialmente la organización desarrolló una actividad poco destacada y no sería hasta la década de 1970 cuando experimentó un crecimiento espectacular tanto en seguidores como en influencia. Pronto la Iglesia adquirió notoriedad por las generosas donaciones que hacían los fieles a la Iglesia, así como por las actividades económicas que desarrollaba.
En las décadas de 1960 y 1970 hubo un gran número de protestas estudiantiles y obreras de signo izquierdista, algo que causaba una honda preocupación entre los círculos de poder. El auge que vivió la anticomunista Iglesia de la Unificación habría estado estrechamente ligado al apoyo que en su momento prestaron políticos derechistas como Sasakawa Ryoichi, Kodama Yoshio, Fukuda Takeo o Nobusuke Kishi. No faltan los que señalan que Kishi desempeñó un rol central en el establecimiento de la rama japonesa de la Iglesia. Y tampoco pasa desapercibido el hecho de que la organización estableciera su sede central en Tokio a escasa distancia de la residencia de Kishi, quien de hecho mantenía una relación cercana con el propio Moon.
Durante muchos años las prácticas financieras de la organización y sus consecuencias sociales han sido una cuestión muy polémica, a pesar de que estas no tuvieran una presencia destacada en el debate público. El reciente asesinato de Shinzo Abe ha puesto en tela de juicio la relación del PLD con la Iglesia de la Unificación, que ha venido durante más de medio siglo. Se da la circunstancia de que Nobusuke Kishi es el abuelo de Abe, quien por otro lado ha dado públicamente su apoyo a la entidad. No faltaron en su día las críticas a esta actitud, que llegó a ser tachada de proselitismo. Unas semanas antes del homicidio el dirigente de un partido minoritario, Akihiko Kurokawa, criticó estas relaciones durante un debate televisivo, llegando a calificar a la Iglesia de ser un “culto anti-japonés” y culpando al abuelo de Abe de haber sido el que la introdujo en el país.
Inicio amargo de los “tres años dorados” de Kishida
El pasado 10 de julio, tan solo dos días después del asesinato Abe, Japón celebró elecciones para elegir a 125 de los 258 miembros que componen la Cámara de Consejeros. Los comicios, que no se pudieron posponer dada la naturaleza de la constitución nipona, se presentaban como un indicador del apoyo que gozaba el Partido Liberal Democrático. Los resultados no defraudaron: la formación obtuvo 63 escaños, 76 si tenemos en cuenta los cosechados por su socio de gobierno, el Komeito y 146 contando los asientos que no estaban en juego.
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La victoria electoral dio inicio a los “tres años dorados” de Fumio Kishida, un periodo en el que gozará de más facilidad para materializar su agenda política gracias a que mantendrá la mayoría en las dos cámaras de la Dieta al menos hasta 2025. Asimismo, la muerte de Abe supone que no tendrá que lidiar con una de las figuras más críticas con su liderazgo y uno de los políticos que más se oponía al “nuevo capitalismo”.
No obstante, la controversia suscitada en torno a la Iglesia de la Unificación está amargando las primeras semanas del trienio mágico de Kishida. El índice de aprobación de su gabinete ha caído a mínimos desde que asumió el poder en octubre de 2021 y cada vez son más los que se muestran preocupados por la influencia que tiene la secta en la política nacional. Conforme a una encuesta realizada por el periódico Mainichi Shimbun, el 87% de la población considera que el vínculo existente entre la organización religiosa y los legisladores es “extremadamente” o “algo” problemática. Este sentimiento generalizado se agudiza teniendo en cuenta que, según la agencia de noticias Kyodo News, 106 de los 712 legisladores japoneses están conectados de alguna forma con la Iglesia de la Unificación, siendo el 80% miembros del partido gobernante. Uno de los casos más significativos es el de Nobuo Kishi, hermano pequeño de Abe y antiguo ministro de Defensa, que reconoció haber tenido ayuda de varios miembros de la secta en la última campaña electoral.
Esto, inevitablemente, ha tenido repercusiones en la confianza pública en el gobierno nipón, convirtiéndose en un auténtico quebradero de cabeza para el primer ministro. En base a una encuesta publicada el 18 de septiembre por Nikkei, la popularidad de Kishida se sitúa en el 43%, 14 puntos menos que en agosto. Es la primera vez que el índice de desaprobación (49%) de la administración Kishida supera el porcentaje de aprobación. Los datos de Mainichi Shimbun, por su parte, son mucho más pesimistas: el número baja hasta el 29%. Cabe recordar que en Japón la popularidad de los dirigentes tiene una mayor incidencia que en los países europeos. Yoshihide Suga, por ejemplo, se vio obligado a dimitir en parte debido al escaso apoyo social que tenía como consecuencia de su gestión frente a la pandemia del coronavirus.
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La respuesta de Kishida ha sido adelantar a principios de agosto la reorganización del gabinete programada en septiembre para reemplazar a aquellos ministros que tenían vínculos con la Iglesia de la Unificación. En Japón es habitual que el primer ministro decida modificar su gobierno cuando se origina una crispación social o política. No obstante, en esta ocasión, parece no funcionar puesto que pocos japoneses –únicamente el 12%, según Mainichi Shimbun– consideran que la respuesta adoptada es suficiente. No ayuda el hecho de que siete de los nuevos ministros hayan reconocido tener conexiones con la organización religiosa.
La debilidad en el liderazgo de Kishida, también agudizada por otros problemas como la inflación o los problemas energéticos, ha tenido su impacto en la reorganización del gabinete. Con la facción que anteriormente encabezaba Abe –la más poderosa del LDP– sin un líder definido y con la mayoría asegurada en la Dieta, muchos anticipaban, al menos antes de producirse el magnicidio, que Kishida aprovecharía la oportunidad para aumentar la influencia de su propia facción en el seno del partido. Debido a la nueva coyuntura, sin embargo, el primer ministro ha optado por mantener la estabilidad interna y repartir las carteras entre los diferentes bloques, otorgando cuatro ministerios a miembros de la facción de Abe.
La controversia ha salpicado el funeral de Estado que el gobierno nipón ha organizado el 27 de septiembre para honrar a Shinzo Abe. Las encuestas realizadas por los medios de comunicación nacionales muestran que la sociedad japonesa rechaza en su mayoría la celebración del acto no solo por los vínculos que el ex primer ministro mantenía con la organización religiosa, sino también por el elevado coste del mismo: alrededor de 11.5 millones de dólares sacados de los fondos públicos e invertidos especialmente para desplegar a más de 20.000 agentes de policía.
Abe también es una figura muy criticada en Japón debido a las polémicas políticas y decisiones adoptadas durante su mandato, muchas de ellas consideradas por la opinión pública como revisionistas. La reinterpretación de la constitución pacifista que impulsó en 2014 –sin una consulta popular– para permitir al Estado nipón ejercer el derecho de “autodefensa colectiva” y autorizar al ejército realizar operaciones militares en el extranjero se presenta como un ejemplo significativo. Cabe recordar, asimismo, que los funerales de estado en Japón no son habituales y que generalmente se suelen realizar para los miembros de la familia imperial.
Tal es la desaprobación que el pasado 21 de septiembre un hombre se prendió fuego cerca de Kantei, la residencia oficial de Kishida, para protestar por el funeral de estado. En el lugar de los hechos se encontró una carta con las palabras “me opongo firmemente”.
No deja de ser anecdótico que la profunda influencia de la Iglesia de la Unificación –una organización religiosa de orígenes surcoreanos que hasta ahora había pasado inadvertida en el debate público–, destapada tras el asesinato de Shinzo Abe –uno de los políticos más poderosos de la democracia japonesa– esté poniendo contra las cuerdas a un Kishida que hasta ahora había conseguido mantenerse relativamente fuerte pese a los múltiples problemas que atraviesa el país. ¿Conseguirá el primer ministro recomponerse o se convertirá en uno de los muchos mandatarios nipones que han permanecido en el poder tan solo unos meses?
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