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La guerra contra los “sin casta” en La India

Resulta más que evidente que la India se ha configurado en el panorama regional asiático, y cada vez más en el internacional, como una potencia a nivel económico, tecnológico, militar y demográfico. El país cuenta con cerca de 1.300 millones de habitantes, y alberga una población caracterizada por su pluralidad étnica, lingüística y religiosa. Esta multiculturalidad, lejos de haberse consagrado como algo positivo para el país, se ha traducido en altos índices de desigualdad y exclusión social, así como en escaladas de violencia entre diferentes grupos sociales.

Cerca del 80% de la población de la India es hinduista, religión que se sustenta en el sistema de castas. Éste no es más que un modelo de estratificación social que deja en evidencia las grandes brechas sociales de un país que, a pesar de su potencial, es tremendamente desigual. Dentro de la lógica de este modelo social, hay un grupo de cerca de 200 millones de personas que lleva siendo objeto de discriminación desde prácticamente el origen de las castas: los dálits. Su discriminación es tan antigua e innegable como el hecho de que la igualdad social sigue siendo una asignatura pendiente en el país 73 años después de su independencia en 1949.

Origen y estructura de las castas

El sistema de castas, o varna vyavastha, está estrechamente relacionado con el hinduismo, que es una de las tres principales religiones del país junto con el islam y el budismo. Se tiene constancia de que esta forma de estratificación social ha estado presente en el subcontinente asiático desde hace cerca de 3.000 años, y su origen histórico se sitúa en el contexto cultural de la era védica entre el 1.500 a. C y el 700 a. C. Fue durante este período cuando se produjo la escritura de las Vedas, es decir, de los textos sagrados del vedismo (antecedente religioso del hinduismo) en los que se recogen los principios religiosos y los dogmas sociales convertidos en el eje central de esta religión. Uno de estos textos es el Manusmriti. Expone una serie de códigos de conducta o dharmas que detallan el funcionamiento del sistema de castas.

Para el hinduismo el ser humano nació de las diferentes partes del dios Brahmá (creador del universo), y atendiendo a las partes de las que éste naciese, era clasificado en una varna (literalmente significa color), que es lo que actualmente se conoce como casta. No obstante, la casta difiere de lo que se entiende por clase social, ya que va mucho más allá del estatus socio económico de una persona o grupo. La casta implica inmovilidad social pues la condición de una u otra es hereditaria, y además una persona no puede cambiar de casta en el transcurso de su vida. El ascenso en la pirámide social hindú solo se da a través de la reencarnación, y para lograrlo los hindúes creen en que un buen comportamiento en vida, kharma, favorecerá la reencarnación de una persona en una casta superior. Por supuesto, este buen comportamiento está ligado al cumplimiento de los dharmas del hinduismo y al mantenimiento de la pureza de la casta eliminando el contacto entre las mismas. La idea de pureza deviene precisamente de la manifestación del dios Brahmá en la tierra y de la parte corporal de la que se cree nacieron estas divisiones a las que, además, les fueron asignados trabajos tradicionales.

Así pues, se distinguen cuatro grandes castas:

  • Brahmanes: pertenecen a la casta más alta y tradicionalmente se han ocupado de la interpretación y enseñanza de los textos sagrados.
  • Chatrias: constituyen una casta poderosa e influyente en la sociedad de la India que tradicionalmente ha estado constituida por gobernantes, nobles y guerreros.
  • Vaishyas: suponen el conjunto de trabajadores, artesanos, mercaderes o comerciantes menores.
  • Shudras: es la casta más baja y ha sido históricamente tratada como sierva de las demás. Se encargan principalmente del trabajo agrícola.

Brahmá y el origen divino de las castas. Fuente: BBC

Con el paso del tiempo el sistema de castas ha dejado de estar controlado por los poderes políticos y se ha transformado en un sistema autorregulado a nivel sociocultural. En el ámbito urbano la segregación se ha visto diluida mientras que, en el ámbito rural la diferenciación de casta es mucho más evidente y difiere menos respecto a su manifestación pasada. Es algo más habitual que, en las ciudades, se produzcan matrimonios concertados entre personas de diferentes castas e incluso religiones a través del pago de dotes elevadas, pero solo representa una parte minoritaria del total de uniones. El 95% de los hinduistas siguen casándose con personas de su misma casta. Estos matrimonios, no obstante, no rompen con la idea de pertenencia a la casta en la que se nace. De hecho, la única forma de salir de esta forma de estratificación social es la adopción de la vida religiosa o la conversión a otra religión. Los que se acogen a la consagración de la vida religiosa son conocidos como shadus (si son hombres), sadhvis (si son mujeres) o simplemente ascetas hindúes. Todos ellos, siguen el camino de la austeridad y el nomadismo, y cortan todos los vínculos que previamente a la conversión les unían a lo terrenal y material (familia, posición social, casta, dinero e incluso hasta su nombre). Se estima que existen unos 10 millones de shadus y sadhvis repartidos por todo el país.

Un hombre shadu. Fotografía de: Rajesh Balouria

Este sistema no representa al total de la población del país, ya que ni siquiera representa al total de los hindúes. Si bien más de un 80% de la población profesa esta religión, se estima que al menos un 15% de ese porcentaje no está representado en el sistema de castas. Hablamos entonces de cerca de 200 millones de hinduistas cuyas vidas están marcadas de principio a fin por las castas, pero que no entran en esa división ¿Quiénes son entonces los sin casta?

Durante siglos se les ha denominado intocables. Esta definición peyorativa remarcaba su supuesta impureza y ellos mismos prefieren ser denominados como dálits o, dicho de otra manera, oprimidos. No se les puede considerar como la quinta casta del sistema por dos cuestiones esenciales: en primer lugar, porque nunca han sido incluidos dentro de ese sistema y, en segundo lugar, porque la relativa movilidad actual no les afecta. La condición de los dálits es la que menos ha evolucionado con el paso del tiempo, y a pesar de los avances en materia de sus derechos más fundamentales, son objeto de constantes ataques, acosos, degradaciones y segregación. Tradicionalmente se les han sido asignados trabajos que tienen que ver con la recolección de residuos y con la quema de cadáveres. Su no lugar en el sistema, supone una doble opresión ya que soportan todo el peso del sistema de castas y, además, son el blanco de todas ellas. Se ha mantenido en muchas ocasiones la creencia de que la propia sombra de los dálits supone una contaminación para la pureza de las castas. Son considerados los más pobres entre los pobres del mundo.

Evolución del sistema de castas en la India contemporánea

Las décadas previas a la Independencia

La lucha por el reconocimiento de los derechos de los dálits tiene su origen en los años veinte, y está ligada a la figura del abogado y político Bhimrao Ramji Ambedkar. Reconocido por abrir el marco legal, económico, político y social de las comunidades más pobres y marginadas del país, está considerado también como uno de los arquitectos de la Constitución de 1950.

Ambdekar fue uno de los primeros dálits en tener acceso a la educación universitaria, y a lo largo de su vida, además de apoyar la causa de su comunidad, fue desarrollando una crítica cada vez más dura contra la doctrina social de castas del hinduismo y contra el islam, convirtiéndose finalmente al budismo en los años cincuenta. Este acontecimiento animó desde entonces a cientos de miles de dálits, que vieron (y siguen viendo) en el budismo la única vía de escape para huir de la estigmatización y brutalidad que ejerce sobre ellos el sistema de castas. Se podría decir que su actividad política comenzó en 1927, cuando lideró unas protestas en su estado natal, Maharashtra. Entonces, los dálits reclamaban su derecho a extraer agua de pozos públicos y a poder acceder a templos sagrados. A partir de ese momento, y en las consiguientes décadas previas a la Independencia, mantuvo una lucha dialéctica con Mohandas Karamchand Gandhi al respecto de la cuestión dálit. No obstante, con el tiempo, se acabó imponiendo el discurso de Gandhi.

B.R Ambdekar y su segunda esposa, Savita, en octubre de 1956. Fuente: Forwardpress

Por un lado, Ambedkar defendía que los dálits tuvieran pleno derecho no sólo a ser representados si no a poder escoger a sus representantes. Esto implicaba que los escaños del Parlamento reservados para representación de los sin casta fueran ocupados por dálits escogidos. Además, él creía que la educación era esencial para obtener independencia económica y poder político, algo con lo que estuvo comprometido toda su vida.

Gandhi por su parte, defendía que los dálits debían de tener representación, pero a diferencia de Ambedkar, para él esta representación tenía que ser escogida por todos los votantes de todas las castas. Gandhi no llegó a representar un cambio significativo en el statu quo de los dálits, ya que su posición siempre estuvo muy comprometida por la lucha para la independencia y por la presión del nacionalismo hindú. Estuvo viviendo en comunidades de dálits durante los años treinta y defendió no tanto que las castas bajas cambiaran sus trabajos preasignados históricamente, sino que éstos fueran ennoblecidos y así luchar contra el estigma. Fue criticado por ser demasiado moderado ya que, en muchos casos, sus posiciones políticas e ideológicas supusieron el triunfo de los intereses de castas superiores. Décadas después, la figura de Gandhi para muchos dálits inspira decepción e indiferencia al no relacionarlo con la lucha activa por sus derechos.

Ambos compartían la visión de que el orden establecido debía de ser confrontado desde la no violencia, ahimsa, bajo la firme convicción de que la opresión debía de combatirse mediante la apelación a la voluntad de aquellos que la ejercían.

Nehru, primer ministro de la India contemporánea y Gandhi. Fuente: New York Times

La Constitución de la India de 1950, abolió oficialmente el sistema de castas declarando que tanto éste como la supuesta intocabilidad de los dálits era ilegal. La realidad, setenta años después es bien distinta.

Pequeños avances en la conquista de derechos fundamentales

Desde la entrada en vigor de la Constitución, se llevaron a cabo una serie de acciones positivas que recogían sobre todo derechos políticos y representativos. De esta forma, se empezó a fomentar la reserva de plazas en el ámbito público para que, de acuerdo con el total poblacional, las minorías más desfavorecidas tuvieron un lugar y dejasen de estar al margen de la sociedad. Los dálits que constituyen cerca de entre el 15% y el 17% de la población del país, suelen tener reservadas el 15% de las plazas en diversos sectores. También se produjo un tímida secularización del país. En 1955, se promulgó la Ley de Derechos Civiles, que prohibió expresamente la discriminación por castas. La Ley de Prevención de Atrocidades contra Castas y Tribus de 1989 penalizaba el acoso verbal o físico hacia cualquier nacional por cuestiones relativas a su condición social. El varna vyavastha dejó de estar regulado desde las instituciones del Estado, y pasó a relegarse al ámbito sociocultural. Este nuevo dogma social se volvió mucho más laxo en los contextos urbanos. La lucha de esta comunidad, adquirió especial fuerza a finales de los noventa cuando la Conferencia Mundial contra el Racismo la apoyó. Coincidió con el auge de la representación política de la comunidad con la figura de Kocheril Raman Narayanan como presidente de la India desde 1997 hasta 2002, a pesar de ser un cargo representativo y simbólico. Actualmente, este cargo está ocupado desde julio de 2017 por otro dálit, Ram Nath Kovind, que pertenece al Bharatiya Janata (Partido Popular Indio), liderado por el primer ministro Narendra Modi.
Kocheril Raman Narayanan (izquierda) y Ram Nath Kovind (derecha). Fuentes: India Today y AsiaNews

Todos estos aparentes avances, impensables hace varias décadas, son bastante escasos y muy poco representativos de la realidad de la mayor parte de la comunidad, sobre todo fuera de las grandes ciudades. En las zonas rurales del país, la inmensa mayoría de dálits siguen trabajando tierras que no posee, siguen viendo cómo les son una y otra vez denegados sus derechos más básicos de acceso a la salud, al agua o la educación, y viven por debajo del umbral de la pobreza.

Una vida llena de vulneraciones de derechos fundamentales

A pesar del desarrollo de instrumentos legales y políticos que tratan de paliar la discriminación de los dálits en el país, la discriminación por parte del hinduismo radical le sigue costando a decenas de miles de personas la propia vida.


Lo cierto, es que para evitar que cientos de miles de dálits abrazasen otras religiones en la India los diferentes ejecutivos ampliaron las concesiones y el desarrollo de sus derechos, pero este hecho ha tenido como consecuencia directa un aumento en la discriminación desde los sectores hinduistas más tradicionales. Organizaciones de la sociedad civil internacional como Human Rights Watch denuncian que anualmente se producen más de 100.000 casos de vulneraciones graves de derechos fundamentales entre los que destaca el elevado número de agresiones físicas y asesinatos a personas de la comunidad. Además, un elevado número de estas vulneraciones son cometidas por las fuerzas de seguridad (integradas normalmente por personas de castas altas), cuyas acciones muchas veces quedan impunes. Siguiendo las estadísticas nacionales de criminalidad, ésta lejos de disminuir aumenta año tras año. De tal forma, la violencia derivada de la diferenciación de castas ha aumentado más de un 25% desde 2010, llegando a registrarse 33.000 casos en 2010 y cerca de 41.000 casos en 2016 (último año del que se tienen registros). Estos delitos son muy variados; desde agresiones físicas y verbales, expulsiones de lugares públicos y templos sagrados, a linchamiento y matanzas como, por ejemplo, la ocurrida en diciembre de 1997

Matrimonio dálit en una iglesia cristiana en el estado de Orissa. Fotografía: Marcus Perkins

en Laxmanpur cuando radicales ultra hinduistas acabaron con la vida de 58 dálits tras una disputa por el control de unas tierras de cultivo. Las matanzas de dálits, tristemente, son sistemáticas. Aunque a veces el detonante sean las tierras de cultivo en desuso o el acceso a pozos, la raíz de la discriminación es su condición de parias. De hecho, la actual administración Modi ha sido tachada por Mayawati (rostro visible de la comunidad y diputada), de ser cómplice de las acciones del hinduismo radical por sus reacciones tardías y sus condenas poco firmes. La violencia contra esta comunidad atraviesa todos los aspectos de su vida desde las edades más tempranas. Unicef denuncia que cerca de 15 millones de niños y niñas dálit no tienen acceso a la educación y trabajan en condiciones inseguras y de semi esclavitud a cambio de salarios irrisorios. Muchas escuelas no aceptan a menores dálits, y la gran mayoría de las que lo hacen les obligan a trabajar en tareas de mantenimiento de higiene, a cerca del 40% a permanecer separados del resto de alumnos, y al 20% a beber de fuentes de agua distintas. Afrontan a menudo abusos verbales y físicos por parte de otros alumnos y el personal escolar. Como consecuencia de los altos niveles de segregación, violencia y pobreza a los que son sometidos desde su nacimiento, se calcula que cerca del 12% de los dálits muere antes de siquiera cumplir los primeros cinco años de vida, y aproximadamente el 54% presenta algún signo de desnutrición.


Los esfuerzos realizados hasta la actualidad, no son suficientes para acabar con esta silenciosa y lenta guerra contra la población dálit del país sobre todo teniendo en cuenta que el 80% de ellos viven en zonas rurales en las que las realidades son muy diferentes y las acciones de discriminación positiva no tienen una implantación real. El largo camino hacia la igualdad para esta comunidad, sigue dependiendo de las acciones e inacciones de las castas superiores.

Las mujeres dálit y la triple discriminación

Las mujeres dálit, son uno de los colectivos más vulnerables no sólo en la India sino también en el mundo. Sufren lo que se conoce como la triple discriminación, es decir, discriminación de castas, de clase social y de género. Se estima que la edad media de su mortalidad es de casi 15 años menor que la del resto de mujeres del país, y su condición como mujeres dentro de la comunidad dálit, implica una violencia estructural que las ha relegado históricamente a ser las más discriminadas dentro de sus propias comunidades.

La segregación de las castas impacta más violentamente en las condiciones de vida de las dálits. Según repetidos informes de la ONU una mujer dálit de entre veinte y veinticinco años tiene cinco veces más probabilidades de casarse antes de que cumpla los dieciocho años que cualquier otra mujer india. Estos matrimonios precoces las condicionan de por vida. Sus tasas de alfabetización se sitúan en torno al 9%, una cifra muy por debajo que la de los propios hombres dálits. También enfrentan las tasas de violencia más altas del país, En este espiral de violencias, destaca concretamente la de corte sexual, registrándose cerca de 100 agresiones sexuales diarias según la Oficina Nacional de Registro Criminal teniendo en consideración que la mayor parte de los casos no son denunciados. Otra forma de violencia sexual que sufren, las estigmatiza y no les permite salir del circulo vicioso de la pobreza es la prostitución y la trata.

Muchas niñas y mujeres dálits son explotadas sexualmente y se las conoce como devadasi o “sirvientas de Dios”. Esta forma de prostitución forzada, forma parte del conglomerado religioso del hinduismo. La tradición religiosa considera que las devadasi están al servicio de la diosa de la fertilidad y cuando mueren se reencarnan en miembros de sus propias familias. Y es precisamente ese el dogma que ha perpetuado históricamente este sistema de explotación sexual. Las niñas dálit que suponen cerca del 93% de las mujeres devadasi, son consideradas una propiedad pública de la comunidad. Una mujer devadasi no puede negarse a que abusen de ella según esta tradición hindú, ya que su función terrenal es la de satisfacer sexualmente a los hombres de la comunidad convirtiéndose en propiedad pública. Estas mujeres, tampoco pueden casarse y, dados los altos índices de mortalidad, consecuencia de esta brutal forma de vida y la incidencia del sida, muchas de ellas acaban en burdeles o mendigando en las calles de grandes ciudades como Mumbai o Chennai, al ser expulsadas de los templos tras envejecer.

Mujeres devadasi. Fuente: Manos Unidas

Muchas familias dálit, ven en este sistema institucionalizado en los templos una forma de librarse de una persona de la familia a quien alimentar y de quien ocuparse, así como una manera de evitar el pago de la dote matrimonial, dowry, que tendrían que entregar a la familia del futuro marido en caso de concertarse un matrimonio.

Pero las mujeres dálit son mucho más que propiedades y cuerpos violentados, y así lo han reivindicado desde hace décadas. Las primeras organizaciones de mujeres dálit ya participaban en los años veinte en los movimientos anti castas y por los derechos fundamentales de las comunidades marginadas, no obstante, su lucha se inició mucho antes. La primera reunión en la India de mujeres dálits fue celebrada en el año 1987 en la ciudad de Bangalore. Desde entonces, el movimiento de estas mujeres ha denunciado la extensión del matrimonio infantil, la esclavitud sexual, la desigualdad de género, la dote y la viudez forzada que condena a millones de mujeres a una vida de pobreza. El auge del movimiento coincide en el tiempo con el del movimiento por los derechos de los dálits. En la década de los noventa, se forman varias organizaciones creadas por estas mujeres como la Federación Nacional de Mujeres Dálit. Esta organización se opone frontalmente al gran movimiento de mujeres en India por considerar que éste, está dirigido por mujeres de castas y clases altas que ignoran las problemáticas específicas de las parias y que, por lo tanto, forman parte de la opresión. En contrapartida, las asociaciones de mujeres dálits han llevado a cabo iniciativas destinadas para las cuestiones específicas que enfrentan. En 2002 nace Khabar Lahariya, el primer periódico escrito para las dálits y premiado por la UNESCO años después.


En la lucha actual de los derechos de estas mujeres, destaca la labor de la abogada Manjula Pradeep, que se dedica desde los noventa a defender a mujeres supervivientes de violencia sexual, y a prestar apoyo jurídico en cuestiones relativas a la discriminación por motivos de casta. Alcanzó el reconocimiento internacional en 2008 cuando consiguió que siete profesores que habían agredido sexualmente a varias alumnas suyas menores fueran condenados y encarcelados.

Manjula Pradeep en La Casa Encendida (Madrid). Fuente: El País

En el año 2006, tuvo lugar en la capital del país, la primera Conferencia Nacional sobre Violencia contra las Mujeres Dalit en la que fue aprobada la Declaración de Delhi. El documento, establecía las principales reivindicaciones históricas de estas mujeres y denunciaba una vez más la prevalencia de violencia, pobreza y enfermedad en la comunidad, responsabilizando directamente al sistema de castas. También criticó al movimiento por los derechos de los dálits, por tratar la problemática con un sesgo de género ignorando las realidades de las mujeres, oprimidas también en el seno de su propia comunidad.

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