Una de las características que más marcó la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos fue la carrera espacial. Aunque fueron los soviéticos los primeros en conseguir mandar al hombre al espacio en 1961, los norteamericanos reaccionaron rápido y tan solo 8 años después colocaron a Neil Armstrong en la Luna. Tras la disolución de la URSS y un pequeño paréntesis, la carrera espacial está más patente que nunca hoy en día, donde países como China, Rusia, Estados Unidos o India intentan hacerse con el control de los inmensos beneficios que se esconden en el espacio. Pero, ¿por qué motivo? ¿qué hay en el espacio?
La respuesta más evidente es la riqueza aún sin explotar que permanece en satélites, asteroides o planetas como la Luna o Marte. La superficie lunar es rica en tierras raras, aluminio, titanio, neón, hierro, silicio, magnesio, carbono, hidrógeno y nitrógeno, además de poseer grandes cantidades de Helio-3. En un mundo en el que se calcula que el petróleo y el gas se acabarán entre 2060 y 2070, aproximadamente, este isótopo no radiactivo es la esperanza de la producción de la energía en un futuro. Con lo que hay solo en la Luna, serviría para producir energía eléctrica equivalente a 50.000 veces la que se consume anualmente en todo el mundo. Asimismo, se ha confirmado que nuestro satélite tiene en sus polos más de 1.600 millones de toneladas de agua en forma de hielo.
El Helio 3 apenas se encuentra en la Tierra y lo poco que se produce es a un coste muy alto. Además de tener grandes ventajas energéticas, el Helio 3 tiene la capacidad de utilizarse en el proceso de fusión nuclear de una manera mucho más segura, estable y emitiendo menos radiaciones. Por otro lado, también es destacable hablar sobre las tierras raras, minerales utilizados en bienes industriales muy preciados –se usa para producir radares, telémetros láser, drones, misiles, turbinas eólicas, LEDs o fibra óptica– muy difíciles de procesar y distribuidas en unos pocos yacimientos. China controla casi la totalidad de la producción mundial con un 97%, haciendo que el gigante asiático controle el mercado y su venta como mejor le convenga –casualmente el mayor consumidor es Estados Unidos, enemigo comercial y militar de China–. Por lo tanto, hacerse con el control de las tierras raras ubicadas en la superficie lunar podría tener más ventajas que las tecnológicas y económicas.
Sin embargo, la conquista de la Luna no es más que un lugar de paso para poder colonizar Marte. El planeta rojo, que también posee recursos naturales similares al dicho satélite, es el planeta que más se parece a la Tierra –posee más de tres millones de metros cúbicos de hielo, grandes cantidades de agua en su interior y una atmósfera similar– y por lo tanto se convierte en el lugar ideal para albergar asentamientos humanos. En un mundo cada vez más superpoblado y ante el riesgo de sufrir algún desastre, natural o provocado, la vida en Marte se presenta como la solución más ‘realista’.
En este contexto, donde cada vez escasean más los recursos naturales en la Tierra, China parece estar cogiendo la delantera en la carrera espacial. Con más de 1.300 millones de habitantes, la cantidad de energía que necesita para poder mantener su crecimiento industrial y económico es abismal, por lo que Pekín ha empezado a mirar hacia otros planetas como la posible solución a sus problemas. En 2003 puso su primer hombre en el espacio. Dos años después, China envió a dos astronautas al espacio durante una semana y en 2007 realizó su primera prueba lunar. Asimismo, en 2011 lanzó su base espacial Tiangong-1, 5 años más tarde la Tiangong-2 y se espera que para 2020 lancen su primera sonda a Marte. El 7 de diciembre de 2018 el gigante asiático lanzó la sonda Chang’e’4 a la cara oculta de la Luna, la primera misión espacial realizada en el lado invisible de nuestro satélite.
China también está desarrollando el BeiDou, su propio sistema de posicionamiento global con el objetivo de que el ejército chino reduzca su dependencia al GPS estadounidense. Para ello, Pekín espera lanzar 35 satélites para el año 2020, superando los 30 estacionados en el espacio por Washington. De igual forma y con el mismo fin, la Unión Europea ha creado su sistema de posicionamiento, bautizado como Galileo, que estará operativo a partir de 2020.
Aunque la carrera espacial de China es relativamente corta, Pekín está realizando avances de forma muy acelerada, lo que está provocando que tanto Estados Unidos y Rusia como el resto de países tengan que tomar medidas para no quedarse rezagados. Por el momento y como respuesta, Donald Trump aprobó en 2017 la Directiva 1 de Política Espacial con el objetivo de volver a la Luna y establecer allí una base intermedia para poder realizar misiones en el planeta rojo. Además, la nave InSight de la Nasa llegó a Marte el 26 de noviembre de 2018 para realizar estudios de su interior durante dos años. Por su parte, Roscosmos -agencia espacial rusa- lanzará misiones de reconocimiento a los polos lunares en 2022.
Turquía y Arabia Saudí son los últimos países en sumarse a la carrera estelar. El 12 de diciembre de 2018, Recep Tayyip Erdogan firmó un decreto para la creación de la Agencia Espacial turca con el objetivo de convertir a Turquía en una potencia espacial. En consecuencia, Ankara tendrá la capacidad de desarrollar tecnologías satelitales y su posterior lanzamiento sin depender de terceros países. En el reino del desierto, el hijo del Rey Salman bin Abdulaziz, el príncipe Sultán bin Salman, quien fue el primer árabe en viajar al espacio en 1985, será el responsable de la Agencia Espacial saudí.
La carrera espacial por el poder militar y diplomático
Otro de los motivos de tan competida carrera espacial es el poder que obtendrá el país que consiga dominar el espacio. La potencia ganadora logrará un indiscutible prestigio internacional, una posición geoestratégica envidiable y una relevante capacidad de influencia geopolítica, además de disminuir considerablemente su dependencia exterior.
Asimismo, son innumerables los avances militares que obtendría gracias al espacio: el armamento espacial dotaría a las fuerzas armadas de un país de capacidades indispensables para el dominio global. En esta parte del sistema solar es donde se colocarían los sistemas de información satelitales imprescindibles para el desempeño de las guerras en todo el mundo, además de las armas espaciales. Estos satélites permitirían, entre otras ventajas, disponer de defensas antimisiles y antiaéreas colocadas en el espacio, así como la posibilidad de desconectar y destruir equipos radioeléctricos o satélites enemigos o de guiar misiles con máxima exactitud.
Tal es la importancia que Donald Trump ha ordenado la creación de una Fuerza Espacial que se encargaría únicamente de la defensa del espacio, destinando 13.000 millones de dólares en los primeros 5 años de existencia. Tanto Trump, como su vicepresidente, Mike Pence, como el Departamento de Defensa justifican la creación de esta sexta rama de las Fuerzas Armadas como un paso esencial para contener los avances de sus competidores –refiriéndose a China y Rusia especialmente– en el espacio. Además, aseguran que el espacio ha dejado de ser un “lugar pacífico” para convertirse en el “nuevo campo de batalla”.
La U.S. Spacial Force, que estará operativa en 2020, dispondrá de un Subsecretario de Defensa para el Estado, una Agencia Espacial centrada en la investigación, un Comando del Espacio y tropas especializadas en la seguridad del espacio. No obstante, la estrategia inicial del presidente estadounidense puede modificarse según pase el tiempo y aparezcan nuevos informes que estudien la viabilidad del proyecto. De hecho, ya se habla que el Pentágono está considerando crear el cuerpo espacial dentro de la Fuerza Área.
La decisión de Trump está condicionada al informe realizado por el Departamento de Inteligencia, alertando de los avances que Pekín y Moscú están logrando en tecnología espacial y en armas antisatélite (ASAT). Estas armas tienen la capacidad de destruir, inhabilitar e incluso hackear los satélites de los enemigos. China logró eliminar en 2007 por primera vez un viejo satélite ubicado a 800 kilómetros mediante un misil SC-19 y desde entonces ha realizado otras dos pruebas de este calibre, en 2013 y 2015, consiguiendo llegar hasta la órbita terrestre alta. Por su parte, Rusia está desarrollando los misiles antiaéreos S-500 que se sospecha que tendrán la capacidad de interceptar en baja órbita terrestre satélites y robots orbitales antisatélites.
Sin embargo, la ambición militar de las grandes potencias es una clara vulneración del tratado de las Naciones Unidas sobre el espacio ultraterrestre, elaborado en 1967 y ratificado por 107 países, entre ellos Estados Unidos, China, Rusia, Japón y la Unión Europea. El acuerdo especifica que todas las actividades que se realicen en el espacio deberán ser con fines pacíficos y con el fin de promover “la seguridad internacional, la cooperación y la comprensión” entre los firmantes. Además, se prohíbe la colocación de armas nucleares o de destrucción masiva en la órbita, en la luna o en cualquier otro cuerpo celeste y la realización de maniobras militares. Pero como ocurre con otras resoluciones y acuerdos multilaterales, las grandes potencias espaciales y mundiales harán caso omiso al tratado para no dejar escapar los innumerables beneficios del espacio aún sin explotar.
Compañías que miran al espacio
Los países no los únicos que quieren dominar el espacio. También en el ámbito privado se están desarrollando proyectos con dicha finalidad. En este sentido, son varias empresas privadas que han iniciado ambiciosos planes para aprovechar los beneficios que el espacio otorga. Ya es más que conocido el sueño que tiene el empresario Elon Musk, creador de SpaceX, de colonizar Marte y realizar vuelos al planeta rojo en 2023. Pero Musk no se queda solo ahí: gracias a la colonización de Marte quiere también llegar a otras partes del Sistema Solar como las lunas de Júpiter o de Saturno. La compañía japonesa Shimizu Corporation quiere convertir la Luna en una inmensa planta de energía solar. La empresa norteamericana Moon Express recibió en 2016 el visto bueno por parte de la administración Obama para llegar a la Luna. Blue Origin, empresa del multimillonario Jeff Bezos, ya ha ideado un proyecto para poder enviar cerca de 4.500 kilogramos de carga hasta la superficie de la Luna.
Por otro lado, Luxemburgo ha decidido destinar 200 millones de euros de su presupuesto para financiar y apoyar a star-ups que se dediquen al sector espacial. Asimismo, en julio de 2017, el Gran Ducado aprobó una ley que garantiza a las empresas registradas en el país la propiedad sobre los asteroides y otros cuerpos espaciales que exploten. Dos años antes, Barack Obama ya firmó la U.S. Commercial Space Launch Competitiveness Act, que reconocía el derecho de los estadounidenses a ser propietarios de los recursos procedentes del espacio.
Pero, como ocurre en el ámbito militar, esta ley firmada en Estados Unidos y Luxemburgo también es una vulneración del tratado de las Naciones Unidas sobre el espacio ultraterrestre. Los artículos I y II determinan que la exploración y utilización del espacio deberá hacerse en “provecho y en interés de todos los países” y que la Luna y otros cuerpos celestes no podrán ser objeto de “apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación”.
De vuelta a la minería espacial y, teniendo en cuenta la tecnología desarrollada hasta ahora, son los asteroides la prioridad para las agencias y empresas privadas. Según calcula la NASA, el valor de todos los minerales almacenados en los asteroides asciende a los 100 mil millones de dólares por cada habitante en la Tierra. Hierro, platino, oro, tungsteno, magnesio, níquel, agua… infinidad de recursos naturales que serán necesarios en un futuro no muy lejano. Es por ello que tanto la NASA, como Roscosmos, JAXA, CSA y cada vez más compañías están empezando a estudiar la viabilidad del proyecto.
Se calcula que orbitan por el espacio alrededor de 750.000 asteroides, aunque la gran mayoría lo hacen a una distancia inalcanzable para la tecnología existente en la actualidad, entre Marte y Júpiter. Los cuerpos celestes que orbitan cerca de la Tierra son 17.000, pero sigue siendo tarea difícil poder llegar hasta ellos y extraer sus recursos. Para ello, será necesario investigar y detectar los asteroides en la órbita terrestre baja. Mandar una sonda para determinar su composición, estudiar su superficie y elaborar un plan para el aterrizaje y despeje de la embarcación espacial. Por último, lanzar una máquina que extraiga los minerales para su posterior envío a la Tierra. Está por ver cuándo los científicos e ingenieros podrán llevar a cabo esta operación, pero de momento es una pregunta sin una respuesta clara y generalizada.
En este contexto, el espacio se está convirtiendo en un nuevo escenario de confrontación entre las potencias mundiales. La ausencia de leyes internacionales y regulaciones puede provocar disputas entre países y empresas por quién tiene el derecho de extraer los recursos de los asteroides y planetas. El tratado de las Naciones Unidas sobre el espacio ultraterrestre fue un primer paso para regular las actividades de exploración y utilización del espacio, pero en la actualidad se ha quedado obsoleto y ambiguo. Asimismo, como ha quedado demostrado, son numerosos los actores que han violado lo establecido en el acuerdo de 1967, práctica que con el paso de los años será más común.
Mientras tanto, las empresas privadas, aliándose con Agencias Espaciales y los gobiernos de los países más poderosos del planeta están desarrollando la tecnología necesaria para poder beneficiarse de las ventajas diplomáticas, económicas y militares del espacio. Nadie se quiere quedar sin su parte del pastel y con el transcurso del tiempo esta carrera espacial por controlar el universo estará cada vez más competida. Por el momento, Estados Unidos –la NASA tiene un presupuesto de más 19.600 millones de dólares–, Rusia y China son los que van a la cabeza, pero países como Japón, India, Israel o la propia Unión Europea no tardarán en pisarles los talones.
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