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El programa nuclear israelí: la ambigüedad como estrategia de disuasión

Imagen del Centro de Investigación Nuclear del Néguev, clave en el programa nuclear israelí realizada en septiembre de 1971 por un satélite de reconocimiento estadounidense
Imagen del Centro de Investigación Nuclear del Néguev, clave en el programa nuclear israelí realizada en septiembre de 1971 por un satélite de reconocimiento estadounidense

El artículo IX del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), abierto a la firma en 1968, estipula que los Estados poseedores de armas nucleares son aquellos que desarrollaron y probaron armamento nuclear antes del 1 de enero de 1967. Así, sólo cinco países entraron en esta categoría, que además coinciden con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: Estados Unidos, Rusia (sucesor de la Unión Soviética), Reino Unido, Francia y la República Popular China. Además, existen otros tres que reconocen su posesión de armamento nuclear: India, Pakistán y Corea del Norte. De entre estas naciones, India y Pakistán nunca firmaron el TNP, mientras que Corea del Norte se retiró del tratado en 2003. Por consiguiente, existen un total de ocho potencias nucleares reconocidas internacionalmente, tanto dentro como al margen del TNP. No obstante, en lo que a proliferación nuclear se refiere, Israel representa un caso único en la comunidad internacional. 

Se considera que el programa nuclear israelí es un secreto a voces; existen numerosos informes de inteligencia, documentos filtrados y estudios que aseguran que posee armamento nuclear. La mayoría de estimaciones sitúan actualmente la cifra en torno a las 80 y 90 ojivas nucleares, como por ejemplo reporta el informe de 2023 de la Federación de Científicos Estadounidenses. Se considera fundamental la existencia del Centro de Investigación Nuclear del Néguev, instalación vital para el desarrollo del programa nuclear israelí. También es relevante mencionar que Tel Aviv, al igual que la India o Pakistán, ni es ni ha sido signatario del TNP. 

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Sin embargo, hasta la fecha ningún representante, funcionario estatal o alto mando israelí ha confirmado de manera oficial la existencia de armamento nuclear. Con el fin de mantener este secretismo, Israel ha sido contundente a la hora de perseguir a sus propios delatores de información sensible sobre dicho proyecto, siendo prominente el caso de Mordejái Vanunu, técnico nuclear que filtró numerosa información sobre el programa nuclear israelí y que fue arrestado por el Mossad en Italia en 1986. 

De este modo, la información procedente de numerosas fuentes entra en conflicto con un gobierno israelí que, sistemáticamente, ha rechazado abordar la cuestión nuclear a lo largo de las décadas, o en todo caso ha lanzado vagas amenazas sobre su potencial nuclear. El resultado es una incertidumbre que supone la base de la doctrina nuclear israelí, pues al no aclararse el estatus de Israel como potencia nuclear se logra una ambigüedad deliberada. Con esta estrategia, Tel Aviv ha tratado de desalentar a los Estados árabes de la región de perseguir sus propios programas nucleares, mientras que el poder militar convencional de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), combinado con una posible respuesta nuclear, busca generar un fuerte efecto disuasorio frente a potenciales enemigos. 

Origen del programa nuclear israelí

Esta particular doctrina nuclear surgió de la Guerra Fría, así como de la manera en la que Washington y Tel Aviv encararon esta incómoda cuestión. Las primeras semillas del programa nuclear israelí se sembraron en 1952, con la creación por parte del primer ministro David Ben-Gurión de la Comisión de Energía Atómica de Israel (CEAI), autoridad gubernamental vital para el desarrollo de la infraestructura y comunidad nuclear. A partir de 1955, en un contexto de constantes crisis diplomáticas y enfrentamientos con Egipto, para Ben-Gurión era esencial lograr la forma de “establecer una línea defensiva adicional, más allá de los medios convencionales de las FDI”. 

De cara a este propósito fue instrumental la predisposición que Francia mostró para colaborar con Israel; desde París se veía a Egipto como una amenaza para la seguridad nacional, pues Nasser proporcionó apoyo político y militar al Frente de Liberación Nacional argelino durante la guerra de Argelia. La operación militar que Reino Unido, Francia e Israel lanzaron en conjunto durante la Crisis de Suez contribuyó a afianzar la alianza franco-israelí, lo que hizo posible que ambos Estados llegasen a un acuerdo nuclear en 1957. Este convenio suponía que Francia enviaría un reactor nuclear a Israel y asistiría en la construcción de un centro de investigación en Dimona, el cual sería el actual Centro de Investigación Nuclear del Néguev. A cambio, Ben-Gurión debía garantizar que la cooperación nuclear estaba dirigida únicamente a fines pacíficos. Debido a lo sensible e inaudita que resultaba esta colaboración, el acuerdo se mantuvo en secreto y se caracterizó por su ambigüedad entre ambas partes. 

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El otro de gran actor de relevancia fue Estados Unidos, si bien no tenía conocimiento inicialmente de las intenciones de Tel Aviv. La Casa Blanca sí que estaba al tanto del interés israelí por obtener agua pesada, pero la CEAI ocultó la construcción de la instalación de Dimona y la extensión de la asistencia francesa. No sería hasta 1960 que Washington y la CIA descubrieron que el reactor de Dimona era la prueba de que Israel perseguía su propio programa nuclear, información que se haría pública a nivel global en diciembre de ese año. Con el fin de apaciguar las sospechas de la comunidad internacional y de sus ciudadanos, Ben-Gurión aseguró reiteradamente, tanto a nivel doméstico como internacional, que los propósitos de Dimona respondían a fines pacíficos.

A pesar de las garantías, esta cuestión se convertiría en motivo de tensiones entre Washington y Tel Aviv durante la presidencia de Kennedy. El presidente norteamericano, preocupado por la posibilidad de que estallase una carrera nuclear regional, no deseaba que Israel se sumase a la lista de potencias nucleares; en concreto, a Kennedy le preocupaba que si Israel desarrollaba y poseía armas atómicas, la Unión Soviética se viera incitada a proporcionar armamento equivalente a Nasser o que asistiese a Egipto a lograr un programa nuclear propio, aumentando la inestabilidad en la región. A partir de 1963, Kennedy se mostró especialmente insistente a la hora de exigir a Israel transparencia y que permitiese la inspección de Dimona. Fue en abril de este año que Simón Peres aseguró en una reunión con Kennedy: “No introduciremos armas nucleares en la región, y desde luego no seremos los primeros en hacerlo”. Esta frase sería el principio de una actitud cada vez más elusiva e insondable de las futuras administraciones israelíes en lo referente al programa nuclear. 

Tras el asesinato de Kennedy, las siguientes administraciones estadounidenses redujeron la presión sobre la cuestión nuclear. Bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson, Estados Unidos realizó varias visitas al centro de Dimona. Los resultados fueron inciertos; aunque no se encontraron pruebas de proliferación de armamento nuclear, los informes de las visitas resaltaban la alta capacidad y ambición de la instalación, deduciéndose que Israel tendría el potencial para lograr armas nucleares. La dinámica que surgió entre Johnson y Eshkol en este periodo fue determinante para que la ambigüedad deliberada echase raíces, ya que aunque la Casa Blanca sospechó siempre de Tel Aviv, Johnson no deseaba confrontar a su aliado al respecto.

Así, la cuestión nuclear se convirtió en una caja de Pandora que ninguno de los dos líderes deseaba abrir; de confirmarse el propósito militar del programa, las consecuencias pondrían a ambos gobiernos en una posición delicada. A pesar de ello, entre 1967 y 1968 Estados Unidos trató de hacer que Israel firmase el TNP, incluso poniendo esto como requisito para la venta de cazas F-4 Phantom II a las FDI. De esta manera, incluso si Washington fingía no conocer las intenciones israelíes, sí que esperaba frenar en seco la proliferación de armamento nuclear mediante las obligaciones del TNP. Aún con todo, Israel se reafirmó en la negativa a su adherirse al tratado, mientras que la venta de los F-4 acabó siendo aprobada de todos modos. 

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Finalmente, las administraciones de Richard Nixon y Golda Meir sellaron el régimen de ambigüedad deliberada; para ello, Estados Unidos no debía hacer público lo que sabía del programa israelí, mientras que el Estado hebreo debía mantener su opacidad. En este sentido, honrar la declaración de Peres de “no introducir armas nucleares en la región” era vital, lo que en buena medida implicaba abstenerse de realizar ensayos nucleares que probasen que Israel era, en efecto, una potencia nuclear. Aunque no existe confirmación oficial por parte de representantes estatales, se considera al llamado Incidente Vela de 1979 como un posible ensayo nuclear israelí efectuado en las islas del Príncipe Eduardo, Sudáfrica, pues en aquel momento existía una estrecha cooperación militar con Pretoria que incluía el desarrollo nuclear y el intercambio de elementos fisibles

Las capacidades nucleares israelíes

Como se ha mencionado, a pesar del hermetismo y ambigüedad, se poseen conocimientos generales sobre las dimensiones del armamento nuclear israelí; la mayoría de los estudios recientes estiman que Israel posee entre 80 y 90 cabezas nucleares, aunque otras fuentes elevan la cifra a 200 e incluso 400. Sin embargo, poseer ojivas nucleares es sólo un aspecto de lo que supone ser una potencia nuclear. Y es que, a la hora de desplegar las ojivas, es necesario disponer de los sistemas necesarios para portarlas. 

Lanzadera espacial israelí Shavit-2 llevando al satélite militar Ofek-13 al espacio. Se considera que el misil balístico Jericó-2 sirvió de base para los Shavit.
Lanzadera espacial israelí Shavit-2 llevando al satélite militar Ofek-13 al espacio. Se considera que el misil balístico Jericó-2 sirvió de base para los Shavit. Fuente: NASA Space Flight.

Aquí es donde entra en juego el concepto conocido como “triada nuclear”. Desarrollado durante la Guerra Fría, este enfoque implica que una potencia sustentará su doctrina nuclear en un trípode que responde a tres categorías de sistemas diferentes: misiles balísticos en tierra, bombarderos estratégicos y misiles balísticos de lanzamiento desde submarino (SLBM). Cada elemento de la triada aporta sus propias características y ventajas a la estrategia nuclear nacional. Más aún, otro beneficio es la capacidad para disuadir a un potencial enemigo de realizar un primer ataque nuclear, ya que los bombarderos y submarinos garantizarían una respuesta nuclear contra el atacante. De esta manera, el Estado con la triada nuclear logra la facultad de realizar un segundo ataque que puede derivar en una destrucción mutua asegurada, elemento fundamental en la disuasión nuclear. 

A pesar de la ausencia de confirmaciones oficiales, se considera muy probable que Israel posea una triada nuclear funcional. Por un lado, si bien Israel no dispone de bombarderos estratégicos, ha suplido este rol en el pasado con su variedad de cazas estadounidenses, como los F-15I o F-16. Ambas aeronaves entran en la categoría de aviones de doble capacidad, lo que implica que pueden portar tanto armamento convencional como nuclear. En lo que respecta a submarinos, Israel posee cinco clase Dolphin-I y Dolphin II de fabricación alemana, además de que se espera que un sexto submarino entre pronto en servicio. Estos navíos se juzgan capaces de portar ojivas nucleares tanto en SLBM como en misiles de crucero de lanzamiento desde submarinos (SLCM).

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Por último, Israel posee la serie Jericó de misiles balísticos. El Jericó I, misil balístico de corto alcance, fue encargado a la empresa francesa Dassault en 1963 en el marco de la estrecha cooperación militar franco-israelí. El embargo que De Gaulle impuso sobre Israel a raíz de la guerra de 1967 terminó con la asistencia francesa en el proyecto Jericó, por lo que Tel Aviv empezó a desarrollar misiles por cuenta propia. Los resultados fueron el misil balístico Jericó II de medio alcance y Jericó III, cuyo rango estimado lo situaría en la categoría de ICBM. Se considera que las lanzaderas espaciales israelíes Shavit y Shavit-2 derivan del desarrollo de los misiles Jericó. 

La doctrina Beguín: monopolio nuclear en Oriente Medio

Uno de los propósitos de la ambigüedad deliberada israelí es evitar que otros Estados regionales persigan convertirse en potencias nucleares, pero sin que Israel se viese forzado a revelar sus propias capacidades nucleares. Sin embargo, Tel Aviv ha complementado su estrategia de disuasión con respuestas armadas frente aquellos programas nucleares que ha juzgado como amenazas para su propia seguridad.

A este enfoque se le conoce como doctrina Beguín y tiene su origen en la Operación Ópera de 1981, en la que la Fuerza Aérea Israelí destruyó un reactor nuclear iraquí que tenía fines presuntamente pacíficos tras atacarlo por sorpresa. A pesar de la indignación de la ONU y la comunidad internacional , el entonces primer ministro israelí Menájem Beguín declaró en una rueda de prensa: “Contadlo a vuestros amigos y a cualquiera que conozcáis, vamos a defender nuestro pueblo con todos los medios a nuestra disposición. No permitiremos a ningún enemigo desarrollar armas de destrucción masiva dirigidas hacia nosotros”.

Desde entonces, Israel ha aplicado los principios de esta declaración sobre otros países. En 2007, cazas israelíes violaron el espacio aéreo sirio sin previo aviso para destruir una instalación nuclear en Dayr az-Zawr. Inmediatamente tras el ataque, Tel Aviv continuó con su opacidad, alternando su secretismo con declaraciones y amenazas ambiguas. No fue hasta 2018 que el gobierno israelí confirmó los detalles de esta operación

En la actualidad, la doctrina Beguín es especialmente relevante en relación con el programa nuclear iraní. Ambos países son vistos entre sí como amenazas existenciales, e Irán es parte fundamental del llamado Eje de Resistencia. El gobierno israelí ha proclamado en repetidas ocasiones que no permitirá que Teherán se convierta en una potencia nuclear, tal y como lo aseguró en septiembre de 2023 Benjamín Netanyahu: “Irán debe enfrentar una amenaza nuclear creíble. Mientras sea primer ministro, haré todo lo posible para impedir que Irán obtenga armas nucleares”.

Si bien por el momento las FDI se han abstenido de atacar la infraestructura iraní mediante medios convencionales, sí que ha recurrido a otros métodos para dañar y ralentizar el programa nuclear. Por ejemplo, se atribuyen al Mossad actos como los asesinatos de varios científicos nucleares iraníes entre 2010 y 2020, aunque más destacables han sido los ciberataques a la infraestructura nuclear iraní. El ejemplo más conocido de ello fue el sofisticado malware Stuxnet, el cual se cree que fue la consecuencia de una operación conjunta estadounidense-israelí. La acción de este malware causó la infección de miles de ordenadores y la destrucción de unas 1.000 centrifugadoras de gas, necesarias para la extracción de uranio-235. 

Los frutos y carencias de la ambigüedad deliberada

La doctrina nuclear israelí se ha edificado sobre un frágil equilibrio; busca que sus enemigos tengan en mente la posibilidad de una represalia nuclear, pero a la vez desea mantener en incógnita la existencia de su propio programa nuclear, ocultando su verdadera extensión. 

Las recompensas de la ejecución continuada y obstinada de esta estrategia parecen ser varias: (a) se puede argumentar que si una potencia no conoce con precisión dónde sitúa su rival la línea roja o de qué medios dispone, será más cautelosa a la hora de provocar o atacar a dicho rival; (b) al igual que durante la Guerra Fría, se pretende privar a los gobiernos hostiles de pretextos para perseguir sus propios programas como respuesta al israelí; (c) que oficialmente el Estado hebreo no posea armamento nuclear es una pragmática justificación para mantener en vigor la Doctrina Beguín; (d) pareciera que, para las diferentes administraciones israelíes, el hecho de no reconocer la naturaleza militar de su programa nuclear les eximiese de la adhesión al TNP. 

El presidente israelí Benjamín Netanyahu muestra una imagen de una instalación iraní que supuestamente sirve como almacén nuclear secreto.
El presidente israelí Benjamín Netanyahu muestra una imagen de una instalación iraní que supuestamente sirve como almacén nuclear secreto. Fuente: redes sociales de Netanyahu

Por el contrario, si Israel hiciera oficial que es una potencia nuclear, sus relaciones con Estados Unidos podrían verse afectadas. Por un lado, el peso de la presión internacional, sumado a la polémica que rodea al gobierno israelí y a su aparato de seguridad, podría hacer que Washington vacilase en su apoyo a Tel Aviv, al menos en lo que a la cooperación en el ámbito de la defensa y la inteligencia respecta. Por otro, muy probablemente la administración norteamericana recibiría críticas y reproches de la sociedad internacional por haber interpretado durante décadas un papel de “facilitador”, pues especialmente desde Johnson en adelante, la Casa Blanca permitió de manera implícita que Israel desarrollase su programa secreto.

Con todo, existen deficiencias y brechas en la estrategia de Israel, calificada por el historiador y experto en el programa nuclear israelí Avner Cohen como “una respuesta casi imposible y excepcionalmente creativa a su dilema nuclear”. La imposibilidad se debe a numerosos avances tecnológicos que se suman a décadas de filtraciones, confesiones y reportes de inteligencia que destapan cada vez más el velo que Tel Aviv trata celosamente de colocar sobre su codiciado programa nuclear. Un ejemplo de ello fue la difusión de imágenes satélite en 2021 que mostraban una ampliación del Centro de Investigación Nuclear del Néguev, la cual se especula que responde al afán de actualizar la capacidad de proliferación nuclear del centro en Dimona. De la misma manera, la cantidad de detalles disponibles sobre el potencial nuclear israelí permiten a sus adversarios dilucidar el número de ojivas y los vectores nucleares de los que disponen las FDI.

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Otro hecho es que, a expensas del efecto disuasorio que Israel persigue, numerosos países regionales han tratado de poner en marcha su propio programa nuclear. De entre ellas, Irán se encuentra sumamente cerca de convertirse en una potencia nuclear, lo que a su vez amenaza con promover que otros Estados como Egipto, Arabia Saudí o Turquía busquen las mismas capacidades. El enfoque de Israel no sólo no promueve la estabilidad, sino que contribuye a debilitar y desacreditar el crítico estado en el que se encuentra el control de armas de destrucción masiva en Oriente Medio. Al respecto, Egipto ha liderado sin éxito múltiples esfuerzos internacionales para presionar a Tel Aviv a firmar el TNP.

En 1979, el autor Paul Jabber describió la pretensión israelí de fundamentarse en la ambigüedad deliberada como reconfortante, pero peligrosamente ilusoria. La razón es que, pese a la promesa de Simón Peres de que Israel no introduciría armas nucleares en la región, los Estados árabes han sido plenamente conscientes desde hace décadas de que la realidad ha sido otra y han actuado en consecuencia. Aun así, es las posibilidades de que Israel reconozca su posesión de armamento nuclear en el futuro cercano son remotas, pues su actual postura supone un pragmático escudo contra las consecuencias de ser una potencia nuclear. A esto se añade que Tel Aviv ha establecido como requisito necesario para el desarme que exista paz y seguridad en Oriente Medio, lo cual es altamente improbable en vistas a la actual guerra de Gaza, así como a los múltiples conflictos que afectan a la región y a las ambiciones de poder de potencias como Arabia Saudí, Irán, Turquía o Israel.

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