Primera parte – Segunda parte – Tercera parte
A 75 años del aniversario de la fundación del Estado de Israel el país se encuentra envuelto en su mayor crisis interna. El gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu apenas tiene tres meses de vida y ya se habla abiertamente de la posibilidad de una guerra civil por su controvertida reforma judicial. Las protestas se suceden con cada vez mayor intensidad cada semana; mientras la inteligencia israelí y el jefe del Estado Mayor advierten de que la capacidad operativa de las fuerzas armadas está en duda por el número de reservistas que se declaran en desobediencia. Los socios de Netanyahu, Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, han puesto a la diplomacia israelí en serios aprietos con sus provocaciones sobre Cisjordania, donde crece el temor entre los palestinos de una anexión.
El enfrentamiento de Bibi con el poder judicial podría llevar a una seria crisis constitucional en la que el Tribunal Supremo o la Fiscal General terminen por declarar al actual gobierno de ilegal. Los intentos de mediación del presidente para que el gobierno consense la reforma judicial con la oposición han caído en saco rato a pesar de sus palabras de que “el país está al borde del abismo” y que una guerra civil es posible. Por el momento el gobierno ha aceptado pausar la reforma para negociar. Sin embargo, para comprender que sucede debemos preguntarnos como ha llegado Israel a esta situación, y para ello no basta con explicar la reforma judicial, la cual desmenuzaremos. Es necesario preguntarse, ¿cuál es el fondo del asunto? Esto sólo puede entenderse explicando la propia naturaleza del Estado israelí, donde se encuentra la semilla de la crisis que vive el país.
La naturaleza del Estado israelí
La proclamación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948 carecía de dos elementos fundamentales: la declaración formal de unas fronteras y una constitución que definiera formalmente la naturaleza del Estado israelí. Aunque la Declaración de Independencia de Israel declaraba el propósito de adoptar una constitución para el 1 de octubre de 1948, no existía un consenso sobre la identidad del Estado, algo que pudo verse en la cuestión religiosa. Las comunidades jaredí y ultraortodoxas se oponían en un inicio al sionismo, principalmente por su carácter secular, pero en cierta medida también por su oposición a la idea de la soberanía judía en la Eretz-Israel antes de la llegada del mesías. Esto hizo necesario que, para ganarse su apoyo, y evitar que apoyarán la idea de un Estado panjordano con una minoría judía protegida, David Ben-Gurión, el primer ministro de Israel, tuvo que asegurar para estas comunidades un statu quo secular-religioso. Este incluyó que el Gran Rabinato tuviera autoridad sobre cuestiones como el matrimonio, el divorcio y las conversiones entre otras, o que la exención del servicio militar por motivos religiosos, así como el mantenimiento de sus propias escuelas religiosas.
Este delicado consenso no estuvo codificado constitucionalmente, pues David Ben-Gurión se negó a que una ley suprema pudiera limitar los poderes del nuevo Estado. Israel no podría haber llevado a cabo el profundo rediseño demográfico de las tierras del antiguo Mandato británico de Palestina sin esa libertad. El desplazamiento por la fuerza de miles de árabes de sus pueblos y ciudades durante la guerra árabe-israelí de 1948 (que de esta forma se convertirían en palestinos) y los esfuerzos por impedir el regreso de los refugiados tras la guerra, a la vez que se permitía la inmigración privilegiada de judíos de otras partes del globo (Aliyá), fueron los cimientos del nuevo Estado. El Estado israelí no quería en esas circunstancias definir un concepto de ciudadanía acorde con el respeto a los principios de igualdad y no discriminación de Naciones Unidas, que habría atado las manos del gobierno. Pero tampoco quería legislar en contra de estos principios pues eran imprescindibles para mantener la legitimidad internacional y acceder a la ONU.
De esta forma, Israel ha ido retrasando la cuestión constitucional desde entonces, aprobando en su lugar una serie de “Leyes Fundamentales” que regulan los poderes y las relaciones entre los distintos órganos de gobierno e instituciones del Estado, así como la relación entre el Estado y la sociedad civil. Estas Leyes Fundamentales, en total se han aprobado catorce hasta 2023, deben servir, en teoría, como borrador de la futura constitución de Israel.
El asentamiento del Estado de Israel en las fronteras de 1949, con el armisticio con los países árabes, permitió la continuidad territorial, con un 22% más de tierras de las establecidas en el plan de partición del ONU en 1947, y con una mayoría de población judía gracias a la expulsión de más de 700 mil árabes palestinos en lo que se conoce como la Nakba. La población judía pasó a ser el 82% dentro de los territorios controlados por el Estado de Israel, cuya fundación se asentó sobre la expulsión de los palestinos, que era vista como condición imprescindible para asegurar la supervivencia del nuevo Estado entendido como la aspiración del sionismo político a que el pueblo judío tuviera su propia patria en el Eretz-Israel. Este objetivo fue asumido por el nuevo Estado que continuó el Plan de Un Millón para atraer a la diáspora judía, cimentando el control y asegurar su supervivencia a largo plazo.
Territorio | Población Árabe y otros | Porcentaje de población árabe y otros | Población Judía | Porcentaje de población judía | Total de población |
Estado Árabe | 725,000 | 99% | 10,000 | 1% | 735,000 |
Estado Judío | 407,000 | 45% | 498,000 | 55% | 905,000 |
Internacional | 105,000 | 51% | 100,000 | 49% | 205,000 |
Total | 1,237,000 | 67% | 608,000 | 33% | 1,845,000 |
Tales fundamentos nacionales hacen que Israel encuentre una contradicción en su propio cuerpo por la falta de definición de su identidad, que sólo encuentra su unidad en su caracterización como etnoestado. El Estado-nación de los judíos como siempre quiso el sionismo y como proclamaron con la Ley Fundamental de 2018: “Esta es la ley de todas las leyes. Es la ley más importante en la historia del Estado de Israel, que dice que todos tienen derechos humanos, pero los derechos nacionales en Israel pertenecen sólo a el pueblo judío. Ese es el principio fundacional sobre el cual se estableció el Estado”, como dijo Amir Ohana.
Junto con el carácter indefinido de sus fronteras, y la situación de opresión del pueblo palestino derivado del mismo, esto ha creado las condiciones para la constante aspiración a ocupar toda la tierra de Palestina. Algo que, al responder a las profundas convicciones sionistas que siempre vio el asentamiento del Estado de Israel como primer paso para reunificación de la Eretz-Israel, abre la puerta a la reinterpretación por parte de los sectores del sionismo religiosos y el revisionismo sionista de la identidad del Estado israelí bajo los parámetros de una democracia liberal y secular. Lo cierto que es que esa será la tendencia mientras no se resuelva la cuestión palestina. Conflicto que creó el sionismo al definirse en parte en contraposición a los árabes que habitaban esas mismas tierras con sus eslóganes de la “conquista de la tierra” y la “conquista del trabajo”, utilizado por el laborismo sionista para movilizar a las masas trabajadoras judías.
El Estado secular de los asquenazies
La vida política de Israel estuvo dominada en sus primeros 30 años por los grupos políticos sionistas de corte secular; especialmente por el laborismo sionista que había sido capaz de movilizar al movimiento obrero judío en favor de la idea de una nación judía a través de sus organizaciones como la federación de sindicatos, Histadrut, y la organización paramilitar Haganá. El laborismo había conseguido convertirse en el representante del movimiento nacional judío al movilizar a las masas trabajadoras del socialismo al nacionalismo; el laborismo sionista continúo utilizando la idea del socialismo como mito fundacional a través del “concepto de trabajo como idea clave del renacimiento judío”. Para los laboristas sionistas “la cuestión de los trabajadores no era sólo una cuestión social, sino sobre todo nacional”, “eran los trabajadores judíos los que daban vida al Yishuv (el cuerpo de residentes judíos en la Eretz-Israel antes del establecimiento del Estado de Israel) y lo preservaban de la destrucción y la decadencia” a través de los kibutz y moshav.
De esta forma, una parte del movimiento obrero judío, que hundía sus raíces en el movimiento obrero internacional y las corrientes socialistas, fue desplazándose hacia el nacionalismo. El laborismo había abandonado el socialismo por el nacionalismo desde hace décadas, lo que quedaban eran ecos que únicamente respondían a la aspiración de movilizar a los trabajadores judíos en favor del sionismo. Los líderes laboristas rechazaban el socialismo y la guerra de clases, pero como explicó el historiador israelí Zeev Sternhell en su libro Los mitos fundacionales de Israel: Nacionalismo, socialismo y la creación del Estado judío:
“no querían deshacerse del término para evitar que la izquierda reclamara la posesión exclusiva de la herencia socialista. Por lo tanto, lo transformaron en un concepto nacionalista. La guerra de clases significaba que los trabajadores judíos estaban organizados y luchaban por mejorar sus condiciones de trabajo y de vida y para ganar poder. No antagonizaba los intereses de otras clases, sino que significaba que la clase obrera trabajaba para todo el pueblo. La tarea de la guerra de clases no era cambiar el orden social burgués, sino establecerlo para dominarlo”.
Por está razón, durante los primeros 30 años los gobiernos israelíes estuvieron copados por la élite política asquenazí, judíos que venían de Europa, de tendencia secular y habitualmente ligados al laborismo. Los judíos mizrajíes, descendientes de Oriente Medio y el norte de África, y los sefardíes que llegaron a Israel a partir de 1948 han estado sujetos a una fuerte discriminación por parte de las instituciones israelíes. Los mizrajíes habían ocupado históricamente un nicho como artesanos y comerciantes, y la mayoría no se dedicaba tradicionalmente a labores agrícolas. Como la mayoría dejó sus propiedades en sus países de origen al viajar a Israel, muchos sufrieron un grave descenso de su estatus socioeconómico agravado por sus diferencias culturales y políticas con la comunidad asquenazí dominante.
Además, en aquella época se aplicaba una política de austeridad debido a las dificultades económicas. Estos grupos ocupaban, por lo tanto, posiciones marginales en la sociedad israelí, sufrían la represión policial y eran sometidos a una integración forzada mediante la secularización, la mayor parte de estas comunidades eran religiosas. Además, tenían mayores índices de pobreza y desempleo. A muchos mizrajíes no se les concedió acceso a una vivienda adecuada, y solían ser asignados a barrios peligrosos situados en la línea verde, la frontera con los territorios palestinos. Cuando Israel ocupó todo Jerusalén tras la Guerra de los Seis Días el gobierno empezó a planear proyectos residenciales para nuevos judíos asquenazies que habrían desplazado a los judíos mizrajíes en barrios como el de Musrara. Esto llevó al nacimiento de los Panteras Negras Israelíes en oposición al trato que recibían de las autoridades. Este grupo es una excepción por su orientación marxista y secular, la mayor parte de los mizrajíes se situarían en la derecha conformándose un poderoso bloque con el revisionismo sionista y el sionismo religioso, que eventualmente derribaría al laborismo del poder en 1977.
La victoria de 1967: el despertar mesiánico
La victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967 supuso un momento decisivo en la historia del conflicto palestino. La ocupación de los territorios de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este cambio dramáticamente la relación de fuerzas y aceleró las tendencias inherentes en la sociedad israelí. En 1949 el liderazgo político israelí había aceptado un armisticio con los países árabes, confinando a Israel a las fronteras que conocemos hoy en día, negando de esta forma las posiciones maximalistas del revisionismo sionista. Esta solución pragmática por la que había optado Israel, renunciando al intentó de conquistar Cisjordania, que quedo en manos del Reino Hachemita de Jordania, hizo que la mayor parte del país aceptará los resultados de la Guerra de Independencia como el máximo que podía alcanzar el proyecto sionista. La Guerra de los Seis Días lo cambio todo, como explica el filósofo y politólogo israelí Eliezer Don-Yehiya:
“la liberación de territorios que formaban parte de la histórica Eretz-Israel e incluían los lugares más sagrados de la religión judía despertó el entusiasmo mesiánico de la comunidad religiosa sionista de Israel. Muchos, si no la mayoría, de los miembros de esta comunidad interpretaron la guerra y sus resultados como una llamada celestial desde lo alto para hacer todo lo posible por mantener todos los territorios ocupados bajo la soberanía de Israel”.
El proyecto del Gran Israel ya no parecía un sueño distante e imposible, sino que se había materializado en la forma de una victoria divina que había permitido la reunificación del Eretz-Israel. Importantes sectores del laborismo, que antes se habían opuesto a las aspiraciones maximalistas del revisionismo sionista, no tardaron en apoyar la creación de asentamientos de colonos israelíes en los territorios ocupados bajo administración militar. Comenzó a partir de entonces una política, que persiste hasta día de hoy, consistente en la desposesión, la colonización y anexión de los territorios palestinos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este: el apartheid que se impuso a partir de entonces, como reconocen los propios líderes políticos israelíes. Esto vino acompañado por la radicalización política del sionismo religioso de la mano de las enseñanzas del rabino Yehuda Kook, quién, como dijo Eliezer Don-Yehiya:
“insistió en el carácter sagrado del Estado de Israel, que fue descrito por él como manifestación y signo de un proceso de redención en curso. Sostenía que esto imponía a los judíos el deber sagrado de tomar parte activa en el proyecto mesiánico esforzándose por conseguir el dominio judío en todos los territorios del Eretz-Israel que aún estaban bajo dominio extranjero. Un renacimiento mesiánico nacional de carácter radical”.
La victoria de 1967 permitió a este sector del sionismo religioso ampliar enormemente su radio de propaganda, reforzándose especialmente el ala activista del sionismo religioso que llamaba a tomar parte activa en el asentamiento de colonias en los territorios ocupados. Se veían a sí mismos como los nuevos pioneros, al igual que aquellos sionistas que habían viajado a finales del siglo XIX al Mandato británico de Palestina creando los kibutz.
Este proceso supuso el fin del carácter moderado que había adoptado el sionismo religioso hasta entonces. Antes de 1967 los partidos sionistas religiosos habían optado por adaptar sus políticas en materia de política exterior y de seguridad a las de la fuerza política dominante de ese periodo, el laborismo. Su prioridad era preservar el statu quo secular-religioso dando apoyo a los gobiernos de coalición laborista. El desplazamiento de los moderados por los radicales en los años siguientes a la Guerra de los Seis Días puso fin a la alianza histórica entre los partidos religiosos y el bloque de izquierdas, hasta entonces dominante, e inició un periodo de alianza entre los partidos religioso y el bloque de derechas: el bando nacional. Las elecciones de 1977 corroboraron este giro a la derecha en la política israelí, con la derrota por primera vez desde 1948 de los laboristas y la subido al poder del Likud, representante de la derecha secular y el revisionismo sionista, en coalición con los partidos sionistas religiosos y ultraortodoxos.
El Likud había conseguido atraerse a las comunidades mizrajíes, que con esta victoria electoral marcaron un punto de cambio en su ascenso socioeconómico creándose una nueva clase media mizrají. La disparidad entre asquenazíes y mizrajíes ha disminuido con estos cambios (pero no ha desaparecido del todo), con una expresión política mizrají cada vez más vinculada al Likud. Desde entonces el voto asquenazí se asocia con el laicismo y el liberalismo social, y los israelíes asquenazíes son en general menos devotos, más liberales socialmente y tienen opiniones más favorables a la mejora de las relaciones con los pueblos árabes y una mayor oposición a los asentamientos de colonos en Cisjordania que los israelíes de origen sefardí y mizrají.
Esto se debe a que los asquenazíes gozan de mejor status socioeconómico dentro de Israel y, por lo tanto, ven cualquier aspiración a llevar a cabo un cambio radical en el actual equilibrio de poder en la región, como podría ser la anexión de los territorios ocupados, como perjudicial a sus intereses particulares. Mientras los mizrajíes han engrosado las filas de los colonos en los territorios ocupados debido, en parte, a que la vivienda y otras necesidades básicas son más baratas. Esto explicará tanto la actual división dentro de la política israelí como el sentido de la reforma judicial, que explicaremos en la segunda parte de este artículo.
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