El gobierno del primer ministro etíope Abiy Ahmed Ali ha vuelto a ver emerger la tensión y la violencia en el país. Esta vez en Amhara, uno de los Estados que más apoyo le brindó durante la guerra de Tigray. Eritrea también ha pasado al plano de la rivalidad con el gobierno etíope al agrietarse la alianza establecida para luchar contra las fuerzas tigriñas.
El acuerdo de paz firmado entre el gobierno federal y el Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF) en noviembre de 2021, con especificaciones desarrolladas entre Sudáfrica y Kenia, no sirvió para acabar con la guerra en Etiopía, pero sí para devolverla a un estadio de contrainsurgencia regional múltiple, saliendo del precipicio de la guerra civil completa en el país. La convulsión en sus relaciones internas también tiene ecos con antiguos rivales como Tigray y Eritrea.
El final de la convivencia en Etiopía
El conflicto armado en la región norteña de Tigray no gozó de un seguimiento mediático destacado a pesar de los más de 600.000 muertos que se habrían producido, según la Unión Africana, en dos años. La dificultad de seguimiento de los acontecimientos que se producían en la región, el corte de los servicios de internet, el hermetismo impuesto desde Addis Abeba o la falta de participación directa de potencias globales o regionales fueron algunos de los motivos de la escasa cobertura informativa.
Las amenazas de sanciones occidentales contra el gobierno de Abiy Ahmed no sirvieron para que se abstuviera de participar en lo que se convirtió en una serie de masacres interétnicas. Emiratos Árabes, Turquía e Irán aportaron su participación en el conflicto a nivel técnico –especialmente con drones– mientras Eritrea y, presumiblemente, efectivos somalíes entraban de manera directa en la región de Tigray por el norte.
Sin embargo, la contienda estuvo lejos de contenerse en la región de Tigray. Entre noviembre de 2020 y noviembre de 2022 la violencia se extendió a múltiples escenarios interétnicos en torno a distintos proyectos de organización territorial etno-federalista, independentista o centralista. Con la llegada de Abiy Ahmed en 2018, el mestizo amhara-oromo rompió con la élite tigriña que llevaba gobernando el país más de dos décadas. Los amhara recuperaban con Ahmed –tras una rápida ruptura con sus bases de apoyo oromo– la centralidad que habían tenido históricamente en la élite etíope.
Dada la desaparición del poder que gozaba el TPLF antes de la centralidad política impuesta en todo el país por Ahmed y sus socios, con el estallido de la guerra las fuerzas tigriñas buscaban recuperar al menos su presencia en la entidad regional. Tras fracasar la materialización de este objetivo durante la guerra de Tigray, el TPLF se asoció en Estados Unidos con grupos independentistas que tenían un importante control sobre el terreno –como el Ejército de Liberación Oromo (OLA)– y otras siete facciones cuya existencia era limitada en los Estados de Amhara –de etnia kimant y agaw–, Somalí, Sidama, Gambella, Afar y Benishangul-Gumuz. La fijación en Amhara se debió a que la guerra desbordó las fronteras tigriñas y, en diversos momentos tras recuperar el control perdido sobre Mekelle –capital de Tigray-, se lanzaron incursiones hacia Addis Abeba y los Estados vecinos de Afar y Amhara.
El final de la guerra de Tigray
Si bien las fuerzas regionales de distintas zonas de Etiopía se unieron a Addis Abeba cuando las fuerzas tigriña entraron en Afar –especialmente en la Zona 1 y la Zona 4–, los grupos armados pertenecientes a los amhara habían formado parte de la contienda prácticamente desde el principio. Por otro lado, Abiy Ahmed no había tenido problemas en sellar la paz con Eritrea en 2018 para poner fin al conflicto fronterizo entre ambos países y restablecer los vínculos bilaterales. Esto se debió a que la enemistad entre Etiopía y Eritrea había respondido especialmente a un enfrentamiento entre las élites eritreas con el TPLF, un enemigo común desde el estallido de la guerra.
No obstante, en Amhara la cuestión iba más allá que un desplazamiento político del TPLF y una corrección de las fronteras mediante la recuperación del norte y del triángulo de Badme, que es lo que había ocupado principalmente Eritrea. Las élites amharas buscaban revivir una concepción panetíope asociada a la identidad amhara, por ello los enfrentamientos iban en dos direcciones: frente al TPLF en Tigray occidental y frente al OLA en la región especial Oromia de Amhara.
Con la firma del acuerdo de paz tras el último intento fracasado por llegar a Addis Abeba, el TPLF prácticamente asumió su derrota y volvió a intentar un compromiso que le reenganchase a la institucionalidad etíope. Su alejamiento de los rupturistas y el desarme de su brazo armado, las Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF), le permitirían aspirar a participar en la construcción del futuro político etíope todavía por esclarecer, pero confirmaban la victoria del proyecto centralista de Ahmed para Etiopía. El etno-federalismo quedaba tocado por la fuerza que habían perdido sus impulsores, por la violencia aún desatada en Oromia y otras regiones y por la centralización de diversos organismos clave. Así ocurrió con el grupo armado tigriño.
Sin embargo, durante los momentos más críticos de la guerra, cuando Ahmed veía peligrar Addis Abeba ante la coalición de fuerzas armadas opositoras aunadas en la alianza conocida como Frente Unido, el empuje protagonista del proyecto nacional lo representaron las milicias amhara, especialmente algunas cercanas al supremacismo como las Fano. Un golpe o ascenso de los elementos más radicales amhara sobre la mediación central de Ahmed entre los diplomáticos y los sectores más beligerantes no era una situación inimaginable ante el asedio parcial de la capital.
La caída de las TDF en el territorio que ocupaban en Amhara –principalmente en la línea desde el sur de Tigray hasta la zona especial Oromia de Amhara– permitió a las Fano y a las fuerzas regionales y federales recuperar el control sobre la capital de la zona especial Oromia, Kemise, bajo control del OLA hasta entonces. La batalla por Amhara había dado un peso ineludible a las milicias, que aliviaron la presión que hasta ese momento existía sobre la capital, Bahir Dar, desde la dirección a Debre Tabor; hacia la histórica ciudad de Gondar y hacia Debre Birham, la puerta de entrada a la capital estatal. De esta forma, Ahmed pudo reconstruir una coalición de apoyo político en torno al acuerdo de paz de Tigray, al tiempo que dividía a los rebeldes.
La guerra continúa pese al acuerdo de paz
La salida del TPLF del conflicto y la práctica rendición de las TDF dejaba negro sobre blanco que el OLA se quedaba solo en su batalla contra el gobierno federal. La guerra, no obstante, no terminaba con la firma del acuerdo: (a) Eritrea no se retiraría de Aksum, Shire y la frontera en disputa; (b) los amhara no se retirarían de Tigray occidental; (c) el OLA siguió avanzando en su intento de asediar Addis Abeba, aunque ya sin el apoyo de controlar plazas relevantes en Amhara; (d) grupos armados en Gambella intentaban tomar la capital regional; (e) al conflicto de Oromia se le abrió otro con la Iglesia Ortodoxa Etíope.
El OLA, por su parte, logró ocupar más territorio en las woredas de Shewa Norte y Welega Occidental en Oromia, pero su coalición regional resquebrajada les movía de nuevo de una reforma por una transición confederal hacia el independentismo duro que buscaba acabar con la capitalidad federal de Addis Abeba. La violencia interétnica continuó en niveles altos, pero lejos de los peores momentos marcados por las matanzas entre población gumuz y amhara, oromo y amhara, somalí y afarí, oromo y somalí o tigriña y afarí. Asimismo, el pactismo alentaba el revanchismo de los tigriña más descontentos o más afectados por la muerte de decenas de miles de compatriotas o familiares, llegando a darse acusaciones de genocidio contra el gobierno federal.
De hecho, como hemos mencionado, una disputa por el nombramiento de un sínodo en la Iglesia Ortodoxa de Oromia supuso un nuevo episodio de violencia en defensa o rechazo de los prelados cismáticos. No obstante, los frágiles equilibrios a los que iba llegando el gobierno federal facilitaron los remaches para que la Iglesia etíope pudiera volver a la unidad restituyendo a los clérigos díscolos en la crisis de 2023, así como prometiendo más financiación y presencia en los círculos de poder eclesiásticos a la rama oromo.
El impulso ofrecido a la causa amhara había sido tal que Ahmed no pudo llevar a cabo tan rápidamente su proyecto de construcción de un nuevo modelo federal como le habría gustado. Si bien se logró exitosamente dividir el Estado de las Naciones y Pueblos del Sur en tres Estados diferentes, las Fano seguían representando una resistencia muy fuerte a la centralización. Incluso aunque las élites etíopes se alinearan con una identidad amhara reforzada, las milicias amhara rechazaban su disolución en torno a un proyecto federal mayor. La centralización debía llegar a todos bajo el plan de Ahmed y dejó en evidencia la motivación real de los nacionalistas amhara en su participación en la guerra de Tigray: lejos de apoyar el proyecto del primer ministro etíope, apoyaban el proyecto de Amhara.
¿Una nueva guerra en Amhara o Eritrea?
En abril Addis Abeba exigió la disolución e integración de las fuerzas regionales en las instituciones nacionales. Ante la negativa de algunos elementos con agenda propia, a principios de agosto de 2023 llegaba el punto de ruptura con las Fano. Las protestas y choques violentos se habían convertido en enfrentamientos armados serios. El día 3 de ese mismo mes el gobierno regional de Amhara solicitaba la entrada de las fuerzas federales tras sufrir un asalto a Lalibela. Acto seguido, el gobierno central declaraba el estado de emergencia debido a la toma de varios puntos de ciudades en Amhara por las milicias y sus apoyos locales.
Se había confirmado el control miliciano principalmente en las zonas de Gondar y Bahir Dar, las dos urbes más importantes. En cuestión de días las hostilidades con las fuerzas regionales de Amhara se tradujeron en esa llamada a las fuerzas federales y la acusación a los milicianos de haber liberado a criminales de las prisiones en las localidades o distritos que controlaban.
Las fuerzas federales buscaron la rápida expulsión de las milicias de los núcleos urbanos, incluyendo mediante el despliegue de tanques y otro tipo de armamento pesado. Ante este escenario, los milicianos retiraron sus tropas de ciudades como Lalibela, Bahir Dar o Gondar. El gobierno se apresuró a tomar medidas de contención para evitar las reorganizaciones fuera de los centros locales, como había ocurrido cuando los tigriña abandonaban posiciones. Se imponían toques de queda y la limitación parcial de los movimientos en las localidades donde restauraban su poder, llegando a Showa Robit y a Debre Birham, ambas puertas sureñas de Amhara hacia Addis Abeba. La autoridad central tampoco dudaba en atacar a los civiles amhara para consolidar su posición. Un ejemplo significativo es el bombardeo llevado a cabo durante las protestas que se organizaron en Finote Selam contra su intervención militar, provocando más de 70 muertos.
Pese a la aparente vuelta del control gubernamental, no tardarían unos días en surgir nuevos enfrentamientos en Debre Tabor, Finote Selam o Debre Markos, con lo que el conflicto seguiría abierto en una etapa de diferente intensidad con el potencial siempre permanente de volver a estallar por toda la región. Nuevas escaladas en las semanas y meses siguientes evidenciarían la presencia de milicias Fano –como se vio en septiembre en Gondar o en noviembre en la ciudad sagrada para los ortodoxos de Lalibela–, así como el uso de drones y búsquedas casa por casa dejando decenas de civiles muertos.
La cuestión central de la política de Abiy Ahmed con sus socios regionales pasa por la consolidación de su poder con el Partido de la Prosperidad como nuevo ente central de la gobernabilidad regional en el noreste de África. Y es que su relación con Egipto, Sudán o Somalia ha ido virando para adaptarse a las distintas coyunturas. Desde el comienzo de su mandato, el dirigente etíope apostó por un estrechamiento de la entente Eritrea-Etiopía-Somalia.
Esta dinámica se mantuvo hasta que llegó un gobierno pro-occidental a Mogadiscio en 2022 y estalló una guerra en Sudán en 2023, lo que empujó a suavizar la línea común con Eritrea para pasar a un escenario donde recalibraba sus relaciones para mantener la cooperación con Somalia en la lucha contra Al-Shaabab y a la negociación con Sudán por la presa de Benishangul Gumuz. Todo ello tendría efectos en su relación con Eritrea desde 2023. La entrada conjunta de Egipto y Etiopía a los BRICS señaló también un estrechamiento de relaciones con Rusia o China, por lo que, como mostró Sudán en enero de 2023 recibiendo a Ahmed, el asunto de la presa podía llegar a un punto negociado, aunque distintos actores sudaneses lo pudieran ver de otra manera.
Pero los vínculos con Asmara se deterioraron por la no retirada eritrea de Tigray. Para los firmantes del acuerdo de paz, la presencia eritrea y de milicias amhara se presentaba como el principal problema para una paz estable en la región norte. El desafío político que la línea dura no pactista que caracteriza al gobierno eritreo podía suponer para Ahmed también agravó las relaciones, ya complicadas por los remanentes oromo y tigriña presentes en algunos sectores de la élite etíope. Según varios medios locales, la tensión habría escalado en Addis Abeba y en el seno del Partido de la Prosperidad frente a la postura a adoptar no solo respecto a los grupos amhara, sino también con Eritrea, cuyos puertos serían clave en la relación bilateral, pero cuyas autoridades no se habían adaptado al nuevo statu quo que Ahmed quiso imponer en Amhara y Tigray.
La ambición de Abiy Ahmed por restituir el acceso etíope a puertos soberanos eritreos sería otro de los detonantes de la nueva escalada de tensiones con Asmara, llevando a diversos rumores de refuerzo militar a ambos lados de la frontera y una posible escalada prebélica. Por un lado, Addis Abeba había arrojado la culpa a Eritrea frente a los países occidentales por su falta de cumplimiento del acuerdo de paz de Tigray. Pero al mismo tiempo Ahmed quiso tranquilizar a sus vecinos respecto a su posible intención de invadir algún país del entorno.
El problema para la relación con sus ya ex aliados fue esa retórica prebélica que rápidamente adoptaron ambos bandos. La mejor prueba llegó cuando el servicio de inteligencia etíope acusó a las milicias amhara de buscar como objetivo el derrocamiento del gobierno regional para después enfrentar al federal. En este contexto, toda la pervivencia de la Etiopía moderna pendería de la consolidación de un proyecto que, aun con cambios de socios y guerras de por medio, podría empujar al país a un aparente todo o nada en la región.
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