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El tratado de paz en Etiopía: frágil, ambiguo y con muchos obstáculos

Redwan Hussein, representante del gobierno etíope, y Guetachew Reda, representante del TPLF, firman el acuerdo de paz. Fuente: Phill Magakoe / AFP

Tras dos años de guerra, la población del norte de Etiopía ve con alivio los determinantes pasos de estas últimas semanas hacia una paz duradera en Tigray. El gobierno y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF) firmaban el pasado noviembre un tratado de paz que debería poner el punto final a una de las mayores catástrofes del presente siglo. Sin embargo, anteriores treguas fallidas y la no participación en las negociaciones de varios de sus actores principales, llevan a pensar que pueda tratarse de un acuerdo muy frágil en un país demasiado habituado al conflicto.

La guerra iniciada el 4 de noviembre de 2020 ha dejado un balance, según la Unión Africana, de cerca de 600.000 muertos y dos millones de desplazados, a lo que habría que sumarle el uso de la violencia sexual o la hambruna como armas de guerra o la destrucción de infraestructura. El bloqueo humanitario y periodístico que ha sufrido Tigray durante este tiempo ha hecho imposible monitorizar por completo las atrocidades cometidas por todos los bandos, incluyendo tropas extranjeras como las de Eritrea, ejércitos convencionales y milicias regionales.

Pasos hacia la paz a pesar de la ambigüedad de los acuerdos

El pasado 2 de noviembre, el enviado especial de la Unión Africana, Olusegun Obasanjo, anunciaba el cese permanente de hostilidades en Tigray en el marco de las conversaciones de paz que se estaban realizando en la ciudad sudafricana de Pretoria. En ellas, la ONU, la Unión Europea y los Estados Unidos participaban como observadores. Poco después, en Nairobi, se formalizaban los mecanismos para la implementación del acuerdo.

Cabe señalar, que el título del acuerdo hacía referencia al TPLF como organización político-militar y, por tanto, no lo reconocía de forma explícita como gobierno legítimo. Los motivos para ello cabe situarlos en que la apertura de negociaciones llegaba en una clara situación de fuerza para el gobierno etíope, con ciudades tan estratégicas como Shire, Aksum o Alamata bajo su control y manteniendo a Tigray en situación de asedio. Debido a ello, algunos sectores del TPLF han tildado los acuerdos de “capitulación” y aseguran no estar obligados a cumplirlos.

Una de las primeras y más visibles consecuencias ha sido el levantamiento del bloqueo que sufría la población tigriña, restableciéndose progresivamente el acceso a la electricidad y la entrada de ayuda humanitaria. Uno de los gestos más simbólicos ha sido la recuperación de la conexión aérea entre Mekelle, capital de Tigray, y Addís Abeba, permitiendo el reencuentro entre familias que llevaban dos años sin verse.

Otro de los puntos principales del acuerdo es el retorno de las fuerzas federales a Tigray para tomar el control de las instituciones y las infraestructuras clave, produciéndose a finales de diciembre la entrada de la Policía Federal de Etiopía en Mekelle. Poco antes, una delegación oficial del gobierno etíope había visitado Tigray por primera vez desde el estallido del conflicto.

El acuerdo también hacía referencia a la creación de un comité para el “desarme, desmovilización y reintegración” de las Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF), creadas al inicio de las hostilidades y que han armado a centenares de miles de tigriñas. Esta circunstancia hace temer que sectores más combativos del TPLF decidan continuar luchando a través de una guerra de guerrillas.

El plano político, sin embargo, sigue siendo uno de los más ambiguos tanto de los acuerdos como de las negociaciones posteriores. Ambos bandos se comprometieron a restablecer el orden constitucional y a respetar la integridad territorial de Etiopia, pero no han ido mucho más allá. Se menciona la aplicación de “medidas de transición”, pero estas no se especifican. De forma no oficial, se especula que podrían celebrarse elecciones en Tigray en un futuro próximo.

Eritrea y Tigray Occidental como mayores obstáculos para la paz

Uno de los principales ausentes en las conversaciones de paz fue, sin duda, el gobierno de Eritrea. El país dirigido por el autócrata Issaías Afewerki se involucró en la guerra en Tigray desde el principio, siendo acusado en diversas ocasiones de cometer graves crímenes de guerra. Eritrea y el TPLF son enemigos acérrimos desde la independencia eritrea y la caída del régimen marxista en Etiopia en 1991, librándose una cruenta guerra durante las más de dos décadas que el TPLF dominó el poder en Etiopia. Con la llegada de Abiy Ahmed, ambos países firmaron la paz, convirtiéndose en aliados y compartiendo al TPLF como enemigo.

Aunque no se la menciona de forma explícita, el acuerdo hace un llamado a la retirada de “cualquier fuerza externa hostil a cualquiera de las partes”, en clara referencia Eritrea. Esta sería la condición para la entrega del armamento pesado por parte del TPLF. La Unión Africana asegura que esto se estaría cumpliendo y las tropas eritreas se habrían retirado al otro lado de la frontera. Sin embargo, desde el TPLF denuncian que siguen cometiendo ataques en diversos territorios, apoyándose en fotografías como la que muestra a soldados eritreos en la ciudad de Shire. Recientemente, la embajadora estadounidense en el Consejo de Seguridad de la ONU, Linda Thomas, validaba estas acusaciones.

Ejército etíope en Tigray durante la reciente guerra. Fuente: Ethiopian News Agency

Dentro o fuera de territorio etíope, el ejército eritreo sigue posicionado en territorio fronterizo con Tigray, preparado a entrar en conflicto si la culminación del acuerdo no le satisface. A pesar del inmenso esfuerzo bélico de este país en la guerra, esto no se ha visto recompensado de forma tangible por un país cuyo mayor objetivo es terminar para siempre con el TPLF. Además, mantiene con este fuertes disputas sobre territorios fronterizos como el de Badme, y cualquier concesión por parte del gobierno etíope podría ser motivo de guerra.

Cabe mencionar que los acuerdos tampoco especifican la situación del territorio de Tigray Occidental, una zona ocupada por milicias de etnia amhara desde el principio del conflicto. Ambos bandos se comprometieron a “resolver cuestiones relativas a las áreas en disputa” sin especificarlas. Abiy Ahmed afirmó recientemente que “nos mantendremos callados sobre cómo resolver este problema para no obstaculizar el proceso de paz”.

La situación de este territorio se presenta como la mayor encrucijada para el gobierno etíope, ya que devolverle el control al TPLF provocaría enfrentarse al gobierno regional de Amhara y a sus milicias, aliados imprescindibles para el control interno del país. Ya antes de firmarse el tratado de paz, el gobierno etíope detuvo a diversos miembros de las milicias supremacistas amhara denominadas FANO, derivando en fuertes enfrentamientos contra sus propios aliados. Por otro lado, para el TPLF se trata de un territorio imprescindible, tanto por tratarse de su única salida fronteriza válida –la otra es Eritrea– como por encontrarse habitada principalmente por población tigriña que no aceptará de buen grado mantenerse bajo el control de unas milicias acusadas de intentar cometer una limpieza étnica.

Centralismo o etnofederalismo

Podemos deducir de todo lo anterior que la firma del tratado de paz, aunque positiva, no garantiza la anhelada paz para la población etíope en los próximos meses. Las ambigüedades del acuerdo y las posiciones de los sectores más recalcitrantes de ambos bandos pueden degenerar en nuevos enfrentamientos. A su vez, cabe señalar, que el conflicto en Etiopia no se delimita únicamente a Tigray y que otras regiones como Oromía han visto aumentar el clima de violencia en las últimas semanas.

En esta región, habitada principalmente por personas de la etnia del mismo nombre que históricamente se han visto discriminados por los gobiernos tanto amharas como tigriñas que han dominado el país, los combates entre el Ejército de Liberación Oromo (OLA) y el ejército etíope son prácticamente diarios. Muchos han querido ver las nuevas ofensivas lanzadas por el OLA como un modo de presión para formar parte de los acuerdos sobre Tigray, ya que este ha participado de la guerra como aliado del TPLF.

Sin embargo, las reivindicaciones oromo van mucho más allá y cabe encajarlas como una resistencia a las políticas centralizadoras del gobierno etíope. El llamado etnofederalismo, en el que cada región es dominada por una de las etnias mayoritarias, había mantenido cierto equilibrio de poder entre las élites de carácter étnico. Cualquier intento por socavar su independencia derivará en enfrentamientos, y Abiy Ahmed debe decidir si quiere mantener su proyecto político a base de más violencia.

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