Las relaciones entre la India y Canadá se encuentran en estos momentos en su punto más bajo. Las explosivas declaraciones de Justin Trudeau, primer ministro canadiense, insinuando que el Gobierno indio podría estar detrás del asesinato de un líder sij en la provincia de Columbia Británica, han propiciado un rápido deterioro de los vínculos entre ambas naciones.
Hardeep Singh Nijjar, un líder religioso especialmente reconocido en su comunidad local, fue asesinado a tiros en la tarde del 18 de junio en el aparcamiento situado frente a su gurdwara –nombre que reciben los templos del sijismo–, en la ciudad canadiense de Surrey, donde acababa de lanzar un alegato a favor de la independencia del pueblo sij. Los asesinos, dos hombres encapuchados, se dieron inmediatamente a la fuga en un Toyota Camry y continúan desaparecidos.
Nacido en la India pero naturalizado canadiense, Nijjar residía en Canadá desde 1997, donde trabajaba como fontanero y compaginaba su profesión con un intenso activismo político. Mantenía nexos con el Movimiento Jalistán y Sijes por la Justicia, organizaciones separatistas que tienen por fin la proclamación de un Estado independiente para los sijes en la región del Punyab, al norte de la India, donde son mayoría. En el momento de su muerte, se encontraba organizando un referéndum de autodeterminación entre la diáspora sij para la secesión de lo que ellos denominan Jalistán, literalmente “la tierra de los que son puros”.
En el mundo hay 25 millones de sijes, la vasta mayoría de los cuales viven en la India. Pese a conformar el quinto grupo religioso más grande del planeta, solo son un 2% de la población india. En los años 80 y 90, una insurgencia sij en el norte del país puso en jaque a las instituciones y se saldó con la muerte de decenas de miles de personas. En 1984, para tratar de aplacar la sublevación, el ejército asaltó el Templo Dorado –el más sagrado de los santuarios sijes– y expulsó a los separatistas que se habían refugiado en él. La operación, ordenada por la primera ministra Indira Gandhi, tuvo como resultado cientos de víctimas. Pocos meses después, Gandhi fue asesinada por sus propios guardaespaldas, de origen sij, en represalia. Su muerte desencadenó una auténtica masacre contra los sijes. El conflicto se prolongó durante unos cuantos años más, hasta que las Fuerzas Armadas acabaron por sofocar la rebelión. Desde entonces, el apoyo a la secesión de Jalistán ha perdido fuerza en el interior del país, pero sigue siendo reivindicada por buena parte de los miembros de la diáspora.
La noticia del asesinato de Nijjar había pasado prácticamente desapercibida para la comunidad internacional hasta que, el 18 de septiembre, Trudeau anunció en la Cámara de los Comunes que la inteligencia canadiense tenía indicios que apuntaban a una posible implicación del Gobierno indio, en lo que constituiría una “inaceptable violación de la soberanía de Canadá”. Las autoridades del país asiático habían advertido repetidamente de los supuestos vínculos de Nijjar con la Fuerza de los Tigres de Jalistán, un grupo armado al que la India acusa de haber planeado varios atentados en el Punyab y que, desde febrero de este año, recibe la consideración de organización terrorista.
Inmediatamente después de las palabras del primer ministro, Ottawa procedió a la expulsión de un alto diplomático indio, máximo responsable del servicio de inteligencia exterior de su país, por su posible conexión con el crimen. El ejecutivo de Narendra Modi se apresuró en negar las afirmaciones de Trudeau, que calificó de “absurdas”, y respondió llamando a consultas al Alto Comisionado canadiense y ordenando también la expulsión de un miembro de su cuerpo diplomático.
Pese a las declaraciones de Trudeau asegurando que no deseaba una escalada del conflicto y que esperaba la plena cooperación de Nueva Delhi en la investigación, la espiral de tensión ha continuado en aumento. La India ha llamado a sus ciudadanos residentes en Canadá a ejercer extrema cautela por el incremento de la violencia antiindia, a lo que las autoridades canadienses han replicado aconsejando a sus nacionales no viajar a la India debido a la amenaza de ataques terroristas y reduciendo el número de diplomáticos en su territorio. El 21 de septiembre, la India informó que había procedido a suspender la emisión de visados a ciudadanos canadienses por cuestiones de seguridad. Por último, las negociaciones para un acuerdo de libre comercio entre los dos países, que habían sido pausadas unilateralmente por Canadá días antes de la cumbre del G-20 en Nueva Delhi, han quedado suspendidas sine die.
En Canadá habitan casi un millón y medio de personas de origen indio; más de la mitad son sijes. De hecho, los 800.000 sijes constituyen aproximadamente un 2% de la población total del país y la mayor comunidad sij del mundo fuera del Punyab. Además, la mayor parte de los estudiantes internacionales en Canadá provienen de la India; en 2022 fueron 320.000, casi un 40%. Por otra parte, el turismo canadiense en la India, que se verá fuertemente afectado con la suspensión de la tramitación de visados, es –con cerca de 80.000 visitantes en 2021– su cuarto mercado a nivel global, solo por detrás de Estados Unidos, Bangladés y el Reino Unido.
Sin embargo, a pesar de todos los lazos compartidos, el conflicto que acaba de explotar llevaba décadas latente. El Gobierno indio había manifestado en reiteradas ocasiones su disconformidad con la protección brindada por Canadá a los activistas sijes. De hecho, en el duro comunicado emitido por la oficina del primer ministro tras su tensa reunión con Trudeau al margen de la cumbre del G-20 –poco antes de que Canadá desvelase públicamente los resultados de sus pesquisas–, Modi ya se ocupó de dejar clara su preocupación por la inacción del Gobierno canadiense ante las actividades de los separatistas sijes, que suponen en su opinión una amenaza a la integridad territorial y a la soberanía indias. La suspicacia del Gobierno de Modi –de corte nacionalista hindú– podría verse agravada, además, por el acuerdo de legislatura firmado entre el Partido Liberal de Trudeau y el Nuevo Partido Democrático, presidido por un sij practicante.
Si bien todo apunta a que Canadá recibió información de los servicios de inteligencia de la Alianza de los Cinco Ojos –de la que es miembro junto al Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos– para tratar de esclarecer el crimen, las dimensiones de la crisis diplomática desatada han pillado por sorpresa a sus aliados occidentales, muy interesados en estrechar lazos con el Gobierno de Modi en un momento en que las prioridades son aislar a Moscú y apostar por la India como gran contrapeso a China en el continente asiático. Su reacción inicial ante las revelaciones ha sido cuando menos tibia. El Reino Unido ha rehusado suspender sus conversaciones con Nueva Delhi para la consecución de un acuerdo comercial. Por su parte, Estados Unidos –que en junio firmó un acuerdo de asociación estratégica con la India y se refirió a ella como uno de sus socios más próximos, obviando el retroceso democrático experimentado en el país en los últimos años– ha afirmado que se toma muy en serio los casos de represión transnacional, pero que por el momento es necesario esperar a la conclusión de las investigaciones.
Seguramente las graves acusaciones vertidas han cogido desprevenido también a Modi, que acababa de asegurarse un gran éxito diplomático en la cumbre del G-20 y desea aprovechar sus buenas relaciones con las potencias occidentales para ejercer, a través de una calculada ambigüedad estratégica, un rol protagonista en el tablero internacional. Encontrarse de pronto ubicado en el mismo club que Arabia Saudí tras el asesinato del periodista Jamal Khashoggi no ha de ser una perspectiva muy halagüeña, si bien ese mismo caso muestra que, incluso si su participación en los hechos resultara probada, los intereses geoestratégicos de Occidente pueden acabar jugando a su favor.
De cualquier modo, si las acusaciones canadienses acabasen por demostrarse ciertas, podrían suponer un punto de inflexión en la política exterior india, cuyas agencias de inteligencia llevan tiempo implicadas en operaciones “antiterroristas” en países vecinos como Pakistán, pero nunca habían intentado una maniobra de tal calibre en una nación occidental. Curiosamente, Nijjar es el tercer líder sij acusado de terrorismo por la India que fallece en extrañas circunstancias en lo que va de año, después de que otro activista fuese asesinado en Lahore en mayo, y de que el jefe de la Fuerza de Liberación de Jalistán muriese repentinamente en Birmingham pocos días antes que Nijjar, según algunos víctima de un envenenamiento.
Será difícil recomponer en el corto plazo las relaciones entre la India y Canadá, dos países que, por otro lado, mantienen sólidas relaciones comerciales, comparten lazos a través de la Commonwealth y se encuentran entre las mayores economías del mundo. Especialmente la India, que se acaba de convertir en la quinta potencia económica global, por delante de su antigua metrópoli, el Reino Unido. Lo ha conseguido en el mismo año en que ha presidido por primera vez el G-20 –que ha aprovechado para obtener notables logros estratégicos, como la inclusión de la Unión Africana en el club–, ha fortalecido su alianza con Estados Unidos y ha superado a China como el país más poblado del planeta. Así pues, lo que es indudable es que, independientemente de cómo evolucione la crisis, la India continuará ocupando un papel cada vez más destacado en el escenario global.
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