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Por Alejandro López.
Valentín Paniagua no era el que debía ocupar la Presidencia de Perú según la sucesión de vacancia constitucional con la salida de Fujimori, pero con una importante crisis política entre el tumulto social se siguieron caminos alternativos. El Vicepresidente primero de Fujimori había renunciado, la oposición se negó a reconocer al Vicepresidente segundo, se destituyó a la Presidenta del Congreso y se eligió al opositor Paniagua como su sustituto legislativo, recayendo así también la Presidencia del Perú sobre él. El retorno a la democracia liberal permitió el regreso a la política nacional del ex Presidente Alan García, que se encontraba exiliado.
Alejandro Toledo
Alejandro Toledo, que había ejercido de acicate opositor durante el fujimorato, ganó las elecciones de 2001 a un renovado liderazgo aprista en segunda vuelta. Toledo obtuvo un 53% frente al 47% de Alan García. Los partidos de derecha se unieron en una coalición -el partido Unidad Nacional- que por poco no logró alcanzar al resucitado aprismo en primera vuelta, pero García consiguió apoyo en la costa noroccidental de Trujillo y Cajamarca.
Toledo había sido brevemente secuestrado por el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en 1996 y se había presentado a las elecciones de 1995, 2000 y 2001. El momento político de Toledo supuso la primera desilusión popular tras la emergencia posterior al fujimorato, ya que intentó insistentemente privatizar la industria, comenzando con las empresas energéticas nacionales que prometió no privatizar, lo cual le costó una fuerte contestación social, con epicentro en la ciudad sureña de Arequipa. Las privatizaciones corrieron a cargo del liberal Pedro Pablo Kuczynski, Ministro de Economía de Toledo, al que las protestas le costaron el puesto. Del mismo modo, los apristas y algunas organizaciones obreras trataron de oponerse en las calles a sus políticas.
Finalmente no pudo privatizar las empresas energéticas pero firmó numerosos acuerdos de libre comercio y quiso bajar los impuestos para cumplir con los compromisos adquiridos con el FMI. De nuevo, para poder abordar la presión por la agenda social, se tuvieron que subir algunos impuestos. El empleo y el PIB crecieron a buen ritmo y en general se descentralizó la administración.
Pero con Toledo destacó la transición del fujimorato, tensándose las relaciones con Japón, que protegió al ex Presidente Alberto Fujimori y no dio respuesta a la petición de extradición. Fujimori organizó su regreso a la política y, en 2005, viajó a México y a Chile al tiempo que organizaba una nueva coalición llamada Alianza por el Futuro entre Cambio 90, Nueva Mayoría y otros partidos menores. Fujimori fue detenido de inmediato en Chile pero se le liberó bajo fianza en 2006. El año anterior había intentado presentarse desde Chile a las elecciones japonesas para lograr protección, pero no logró representación. México no le detuvo a su paso y Chile se negó a extraditarle hasta 2007 tras una nueva detención domiciliaria.
Además, Toledo tuvo que enfrentar en 2005 una insurrección armada pidiendo el regreso a la Constitución de 1979 –abolida con Fujimori- por parte de un pequeño sector del ejército liderado por Antauro Humala, hermano de Ollanta Humala, quienes ya habían protagonizado un intento contra Alberto Fujimori a finales del año 2000, siendo amnistiados por Paniagua. Pero en esta ocasión, Antauro Humala enfrentaría un juicio por su insurrección contra un gobierno liberal en lugar de uno autoritario.
Alan García
Alan García volvería a gobernar en 2006. Ya desde 1991 se venían investigando sus vínculos con tramas corruptas, retirándosele temporalmente su condición de senador vitalicio. Durante el gobierno de Fujimori se requirió su extradición en varias ocasiones desde Colombia, donde se encontraba asilado, ante investigaciones por enriquecimiento ilícito, sobornos y corrupción. En 1995 fue rechazada su extradición al haberse marchado a Francia, pero se le retiró la inmunidad parlamentaria. No regresaría a Perú hasta no haber prescrito sus presuntos delitos, en el año 2001. Tras presentarse a las elecciones y perder en el mismo 2001, García ofreció cierto apoyo a Toledo pero buscó alianzas con otras fuerzas durante toda la legislatura con vistas a una nueva campaña para 2006.
En esta ocasión la ruptura del sistema de partidos ya se estaba fraguando y cuajó con más de una veintena de candidaturas presidenciales.
El partido de Belaúnde, Acción Popular, tuvo que renovarse tras la muerte del ex Presidente en 2002 pero su falta de liderazgo le hizo apoyar una candidatura coaligada, Frente de Centro, con otros partidos de derecha antifujimorista como Somos Perú, con Paniagua como candidato –como hizo con Vargas Llosa en 1990-. El partido logró salir de la irrelevancia y superar el nuevo umbral de representación congresual pero se quedó en el 5%. La coalición que Alberto Fujimori creó desde el exilio, Alianza para el Futuro, logró apenas un 7% del voto tras impedirse su candidatura personal. Por otro lado, la coalición derechista que se había formado en 2001, Unidad Nacional, con los democristianos a la cabeza logró un 24%. La coalición derechista se rompió en 2008. El aprismo volvió a pasar a la segunda vuelta por la mínima sobre la derecha con Alan García, como le ocurrió en 2001 contra Alejandro Toledo. La diferencia es que en esta ocasión el partido de Toledo, Perú Posible, presentó dos candidatos que renunciaron, dejando vía libre a García. Uno de ellos fue el hijo de Belaúnde, mostrando un inicial acercamiento con Acción Popular. Y en cabeza cristalizó otro partido viejo con nuevo rostro: Unión por el Perú. El antiguo partido de Pérez de Cuéllar y San Román ahora se apoyaba sobre el militar insurrecto contra Fujimori y Toledo, Ollanta Humala. Y su estilo nacionalista caló fuertemente levantando a un 30% un partido que San Román había dejado en la irrelevancia. Pero aunque Humala no logró imponerse en la segunda vuelta a Alan García, impregnó de un fuerte personalismo su Partido Nacionalista Peruano. Se presentó mediante Unión por el Perú por un problema al registrar su candidatura con el Partido Nacionalista, pero ese partido nunca volvería a tener los resultados que logró con Humala.
El segundo periodo presidencial de Alan García supuso una continuidad con las políticas liberales de Alejandro Toledo y la firma de acuerdos de libre comercio, con una derechización del aprismo a pesar de su origen izquierdista. Esto convirtió a Ollanta Humala en el líder de la oposición, dada la colaboración por momentos que se vivía con los líderes de partidos de derecha. Alan García trató de restaurar la pena de muerte en el país, apostó por políticas austeras salvo para reforzar la financiación policial y aunque hizo reformas para reducir el analfabetismo, mantuvo una tensa relación con Humala por su apoyo a las movilizaciones sociales en las calles contra García. De hecho uno de los episodios más críticos fue el de las protestas indígenas por la facilitación que García estaba haciendo de la explotación de la selva, negando que hubiera tribus sin contactar y calificando de “extremistas” a los que defendían la no explotación de su territorio. Destacó la movilización en torno a Bagua, entre Cajamarca y Amazonas, con al menos 33 muertos, así como la organización de más de 1.300 comunidades indígenas en la AIDESEP para defender sus derechos. Los awajún, descendientes de los jíbaros, lograron la suspensión de una concesión para la minería en su territorio y preservar los derechos de las tribus no contactadas. Gran parte de estos proyectos de explotación de la selva surgieron al calor de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
En los años de gobierno de Alan García se produjo la llegada de Fujimori al país, condenado entre 2007 y 2009 en varios juicios por allanamiento, usurpación de funciones, secuestro, homicidio [en las masacres durante la represión de su gobierno], asesinato, apropiación de fondos, peculado (malversación), corrupción, cohecho, violación de secretos, escuchas ilegales y atentado contra los derechos humanos. Los juicios continuarían hasta 2020 y hubo 5 condenas distintas. Al menos 25 años de prisión en la sentencia más ambiciosa, más de 50 años de prisión entre todas las condenas y una inhabilitación temporal fueron el cómputo arrojado tras los diversos juicios, pero había gozado de gran popularidad así que por un lado la población pedía un indulto y, por otro, el movimiento fujimorista continuaría gozando de buena salud política en los años posteriores a Alan García.
Ollanta Humala
En 2011 finalizaba el último mandato de Alan García y, como cabía esperar, el ex militar Humala y su partido basado en un nacionalismo étnico incaico capitalizaron el descontento. Nuevamente un candidato de tendencia izquierdista como se presuponía al aprismo, volvía a tornarse derechista y caía en el descrédito para con sus bases. Los hermanos Humala habían presionado hasta el punto de la rebelión militar contra Fujimori, contra Toledo y la agitación social contra García. Antauro Humala lo pagó con una condena de 25 años de prisión en 2009. Desde entonces ha logrado gran popularidad como líder nacionalista para unas eventuales elecciones tras su hipotética excarcelación, recibiendo apoyo desde sectores del Partido Nacionalista Peruano hasta la Unión por el Perú, que en 2006 había apoyado al derrotado Ollanta Humala.
Humala ya no concurría en 2011 con Unión por el Perú como hizo en el 2006 sino que se creó una coalición personal a base de partidos comunistas, socialdemócratas y nacionalistas. La coalición se llamó Gana Perú y empleó la simbología del Partido Nacionalista Peruano que Humala dirigía. Algunos partidos de la agrupación bebían del velasquismo y de la Izquierda Unida de los tiempos del primer mandato de Alan García. En esta nueva etapa de personalismos, el partido de Ollanta Humala compitió con la fórmula de turno de Alejandro Toledo, la del fujimorismo y la de las derechas antifujimoristas. Toledo contó con su partido –Perú Posible-, el partido Acción Popular –tras el fallecimiento de Paniagua en 2006- y Somos Perú, repitiendo la alianza de Paniagua. También contó con algunos movimientos regionales de Arequipa, Loreto y Puno. Los fujimoristas articularon un éxito partidista al lograr fusionar bajo las siglas Fuerza 2011 a las bases que hasta entonces se coaligaban en la Alianza para el Futuro, pero sin Cambio 90. El éxito de la candidatura residió en el papel conciliador de Keiko Fujimori, hija del ex Presidente Alberto Fujimori, para acercarse al APRA durante la legislatura derechista de Alan García y para unificar las bases de apoyo fujimorista. Tal fue el cambio que el fujimorismo logró pasar a segunda vuelta tras el fracaso de 2006. La derecha antifujimorista se presentó apoyando a la coalición de Pedro Pablo Kuczynski -ex Ministro de Belaúnde y de Toledo-, la Alianza por el Gran Cambio formada por conservadores, liberales y democristianos como el Partido Popular Cristiano. El APRA, por su parte, se presentó sin candidato tras la renuncia de Mercedes Aráoz y sufrió una nueva debacle. Tras los partidos de Humala, Fujimori, Kuczynski y Toledo se encontraba un quinto partido liberal apoyado por antiguos fujimoristas (Cambio 90) y antifujimoristas (Unión por el Perú), que terminó de hundir a sus integrantes.
Ollanta Humala y Keiko Fujimori llegaron a una segunda vuelta que no ilusionaba a ningún liberal. Humala representaba al mayor izquierdismo desde el velascato pero el nombre Fujimori asustaba tantas voluntades como las despertaba. Incluso Vargas Llosa, que alertaba contra el gran peligro de la izquierda, criticó la posibilidad del retorno al fujimorismo. Un Humala mucho más a la izquierda que en 2006 ganó a Fujimori por apenas 3 puntos y dio inicio a la primera legislatura donde el fujimorismo se había convertido en líder de la oposición en Perú. Tras la victoria de Ollanta Humala, los partidos-instrumento se reestructuraron: Fuerza 2011 de Fujimori pasó a llamarse Fuerza Popular, manteniendo su característica K; Pedro Pablo Kuczynski disolvió la Alianza por el Gran Cambio y fundó el partido con sus siglas Peruanos Por el Kambio (PPK); y Alejandro Toledo disolvió su Alianza Perú Posible, quedando los partidos disgregados (Perú Posible desaparecería en 2016, Somos Perú apoyaría a otro candidato y Acción Popular -partido de Belaúnde- se presentaría con sus siglas por primera vez desde el año 2000).
El Presidente Ollanta Humala dio el pistoletazo de salida al etnocacerismo político, un nacionalismo con raíces incaicas que, en cierto modo, evolucionaba el americanismo del aprismo tomando la herencia prehispánica. El giro a la izquierda de Humala se venía fraguando desde la campaña de 2006 en que perdió contra Alan García, cuando recibió el apoyo de Hugo Chávez y Evo Morales. Aunque tanto Humala como García reivindicaban más la figura de Lula da Silva. Al ganar Alan García y convertirse Humala en el líder opositor, este llamó a la sociedad a unirse para forzar a García a cumplir con las demandas populares y para ello se apoyó en sectores socialistas, resquebrajándose su alianza de centro. Pero en 2011 su izquierdismo contó con el apoyo de una gran cantidad de liberales en segunda vuelta como Alejandro Toledo para evitar que llegara el fujimorismo, calificado por un liberal como Vargas Llosa de “dictadura”. Sin embargo, otros vínculos no tan lícitos saldrían a la luz como la supuesta financiación con $3 millones para su campaña desde Odebrecht.
La gesticulación fue notoria hasta que tocó asumir el cargo. El mismo juramento de toma de posesión fue polémico, ya que Humala lo hizo por la Constitución del 1979 en lugar de la de 1993, la aprobada tras el autogolpe de Alberto Fujimori en la convocatoria de elecciones constituyentes. Ello podía entenderse en términos simbólicos, como ocurre en distintos países válida y legalmente, pero el fujimorismo entró en cólera y quiso invalidarlo. El simbolismo recaía en el reclamo para un cambio constitucional o la abolición de la Carta Magna fujimorista, que redujo sustancialmente el peso del Estado en la economía con respecto a la del 79 y dio paso al neoliberalismo del que ha bebido Perú desde entonces. Sin embargo, Humala nunca pasaría de aquel simbolismo en su pretensión de restaurar el ordenamiento constitucional pre-fujimorista.
El periodo gubernamental de Humala fue, de nuevo, mucho más moderado de lo que se decía en campaña. Lejos del velasquismo y las tendencias comunistas, se realizó una política socialdemócrata luchando contra la pobreza y tratando de aumentar los salarios. Ollanta apostó por programas sociales, tantos que decidió crear un Ministerio de Inclusión Social para coordinar nuevas pensiones y otros programas como la asistencia alimenticia a niños sin recursos –bajo requisitos sociales como la asistencia a la escuela o la vacunación-. Pero la explotación de recursos y las concesiones con empresas pronto causarían escándalos. Las protestas en Cajamarca estallaron contra el proyecto minero que suponía un incumplimiento de la palabra de Humala antes de llegar a la presidencia. El saldo fueron varios muertos y un Estado de Emergencia. Del mismo modo, el gobierno no pudo controlar la amenaza del narcotráfico, como se vio con el secuestro de 36 personas en 2012 que acabó con varios agentes muertos. Pero sobre todo sufrió por varios casos de corrupción como fue el caso de su vicepresidente, del que se filtró una reunión con la policía para favorecer a una empresa. Pero hubo varias investigaciones en torno a un exasesor y sus vínculos financieros con la primera dama, así como el mencionado caso Odebrecht.
Avanzaba así una década y media de antifujimorismo que, bajo diferentes calificativos como aprismo, etnocacerismo o neoliberalismo, perpetuó el proyecto económico iniciado por Fujimori. El sistema político, no obstante, logró mantener en el ostracismo la tendencia autoritaria que había roto con el estatismo pero sin romper con su legado. Así la Constitución posterior al autogolpe fujimorista seguiría en vigor, ya que tranquilizaba a los poderes oligárquicos. Y ese nuevo liberalismo político se impulsó con unas normas básicas plantadas por el primer liberalismo económico y el último autoritarismo del Perú. Por mucha retórica liberal que se viviera, el fujimorismo era parte nuclear del sistema. Y su crecimiento era una realidad según se disipaba el recuerdo autoritario. Se aplicaban cordones sanitarios transversales sobre él pero su normalización, como fuerza valedora del statu quo que era, solo era cuestión de tiempo.
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