El pasado 4 de febrero Vladimir Putin se convirtió en el primer mandatario extranjero en reunirse de forma presencial con Xi Jinping desde que estalló la pandemia a principios de 2020. En Beijing, mientras los atletas competían por una medalla en los Juegos Olímpicos de Invierno, ambos mandatarios firmaron la “Declaración Conjunta de la Federación Rusa y la República Popular China sobre las Relaciones Internacionales Entrando en una Nueva Era y el Desarrollo Sostenible Global”, un documento que aborda diversos aspectos sobre las preocupaciones en materia de seguridad y los principios que consideran que han de regir las relaciones entre los estados.
Si bien toda la atención la recibió la parte en la que ambas potencias expresan su apoyo mutuo en cuestiones que enfrentan particularmente a cada una de ellas, existen otros puntos interesantes que merecen ser contextualizados y analizados. Uno de ellos es el relativo a las iniciativas promovidas por Moscú y Beijing. La declaración mencionaba lo siguiente:
“Las partes apoyan intensificar el trabajo para vincular los planes de desarrollo de la Unión Económica Euroasiática y la Iniciativa de la Franja y la Ruta para profundizar la cooperación práctica aumentar el nivel de interconexión entre Asia-Pacífico y regiones euroasiáticas (…) Rusia y China tienen como objetivo fortalecer integralmente la Organización de Cooperación de Shanghái”.
Asia Central constituye uno de los focos principales de la Unión Económica Euroasiática (EAEU), liderada por Rusia, así como de la Nueva Ruta de la Seda (BRI) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), encabezadas por China. Si bien ambos países han conseguido coordinar sus intereses estratégicos en esta región, muchas veces contrapuestos, no han conseguido o no han querido hasta ahora fortalecer la integración entre las iniciativas que promueven cada uno de ellos.
División del trabajo en Asia Central
Desde que proclamaron su independencia en 1991 tras la disolución de la Unión Soviética, China ha procurado establecer relaciones bilaterales amistosas con las cinco repúblicas de Asia Central. En un primer momento, la preocupación del PCCh residía en solucionar las disputas fronterizas con Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, así como estrechar la cooperación en defensa para proteger sus intereses en la zona y erradicar los movimientos extremistas en Xinjiang. Beijing consideraba que la estabilidad en esta región autónoma pasaba por fortalecer la seguridad con sus vecinos para detener el flujo de combatientes e interrumpir el apoyo logístico a grupos terroristas como el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental (ETIM por sus siglas en inglés).
No obstante, si bien los intereses de China en Asia Central en una fase anterior se centraban en materia de seguridad, en la última década se han extendido a otros ámbitos como el energético. En 2010 el gigante asiático se posicionó como el mayor consumidor de energía del mundo, estatus que obligó a Beijing a buscar nuevos proveedores para satisfacer sus necesidades. Por este motivo, en 2011, Beijing apostó por fomentar la cooperación con Asia Central a través de la construcción de nuevos oleoductos y gasoductos y el incremento de las adquisiciones de materias primas.
Asimismo, Asia Central también es una de las ubicaciones más importantes de la nueva Ruta de la Seda, proyecto consolidado como la piedra angular de la política exterior de China. La región se presenta como un valioso corredor comercial que conecta al gigante asiático con los mercados europeos a través de las infraestructuras de transporte, además de albergar numerosos ductos con destino Xinjiang. De hecho, Xi Jinping presentó oficialmente la iniciativa en la Universidad Nazarbayev de Kazajistán aludiendo a los viajes que Zhang Qian, enviado imperial de la dinastía Han, realizó “hace más de 2.100 años” que sirvieron para “abrir las puertas a los contactos amistosos de China con los países centroasiáticos”.
Especialmente relevante es el puerto seco de Khorgos, ubicado en la frontera sino-kazaja. Dado que China y las antiguas repúblicas de la Unión Soviética tienen un ancho de vía diferente, las compañías del gigante asiático que buscan comerciar con Europa a través de la ruta ferroviaria utilizan Khorgos para transferir la carga en diferentes vagones.
La presencia china en Asia Central, por tanto, ha aumentado considerablemente en los últimos años a través de comercio, inversiones, préstamos y proyectos de infraestructura. China se ha convertido en uno de los mayores socios comerciales, con un comercio bilateral que supera los 40 mil millones de dólares -20 veces más que a principios de siglo- y que representa aproximadamente el 20% de todas las exportaciones y el 37% de las importaciones de los cinco países de la región. Asimismo, Beijing también se ha convertido en un socio confiable para los regímenes centroasiáticos en tanto en cuanto adhiere su política exterior al principio de no interferencia en los asuntos internos de los Estados, el respeto a la soberanía y la integridad territorial o la no agresión.
Rusia, por su parte, continúa considerando Asia Central como su tradicional esfera de influencia y mantiene una fuerte presencia en la región. Si bien perdió relevancia económica y política tras la disolución de la Unión Soviética, Moscú se presenta como un actor imprescindible para poder entender las dinámicas regionales, especialmente por dos motivos.
En primer lugar, pese haber perdido peso económico debido al vertiginoso crecimiento de China y su expansión hacia el oeste, Rusia es un importante socio de Asia Central. Los intercambios bilaterales en 2018 fueron de 18.5 millones de dólares y las remesas de los migrantes que se trasladan a Rusia para trabajar representan un importante porcentaje del PIB de los países centroasiáticos, especialmente en Kirguistán (31.3%), Tayikistán (26.7%) y Uzbekistán (11.6%). Según el Banco Mundial, la guerra en Ucrania y las sanciones impuestas por occidente contra Rusia podrían provocar que los flujos de remesas disminuyan de media hasta un 25%, afectando notablemente las economías locales. Moscú también mantiene una mayor influencia entre las élites locales -generalmente más cautelosas con las intenciones de sus contrapartes chinas- y unos fuertes vínculos históricos, culturales y lingüísticos con Asia Central.
En segundo lugar, la cooperación en materia de seguridad y defensa es crucial para los países centroasiáticos. Moscú es el principal suministrador de armas de Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, además de tener bases militares en estos tres países -en Sary Shagan y Baikonur; Kant y Dushanbe; y Okno respectivamente-. El despliegue de tropas rusas en Kazajistán en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) durante las revueltas de enero o los simulacros militares realizados con el ejército tayiko y kirguís poco después de la llegada al poder de los talibán en Afganistán se presentan como ejemplos significativos del papel ruso en la región.
Rusia y China, en este contexto, han establecido una “división del trabajo” no excluyente en materia económica y de seguridad que se ha mantenido en las última década -pese a los intereses contrapuestos que pueda haber- por la visión compartida de mantener la estabilidad en Asia Central y evitar la excesiva presencia de otras potencias globales. Asimismo, Moscú y Beijing entienden que reforzar los vínculos bilaterales, aumentando la cooperación en la región y repartiéndose los beneficios, es mucho más importante que apostar por un juego de suma cero en el que una parte es la fuerza dominante en todos los ámbitos. Estas declaraciones de Putin se presentan como un buen resumen: “Tenemos muchos campos de cooperación con China. Uno de ellos se refiere a nuestro trabajo en terceros países. Está muy avanzado, pero puede ampliarse aún más. ¿Por qué? Porque compartimos los mismos enfoques y principios”.
Ambos países son conscientes de cuáles son los intereses estratégicos del otro en Asia Central e intentan respetarlos en la medida de lo posible. No obstante, esta colaboración no está exenta de competición. Rusia ve con cautela la creciente influencia económica -también en defensa y seguridad- de China en Asia Central puesto que a largo plazo podría poner en peligro la “división del trabajo” y, en última instancia, su influencia en la región. Esta divergencia se ha podido apreciar en la falta de integración entre las organizaciones e iniciativas que promueven Moscú y Beijing: la Unión Económica Euroasiática (EAEU), la Nueva Ruta de la Seda (BRI) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).
Organizaciones rusas y chinas: falta de integración
Nueva Ruta de la Seda (BRI): proyecto de conectividad liderado por China
Unión Económica Euroasiática (EAEU): Rusia, Kazajistán, Bielorrusia, Armenia y Kirguistán
Organización de Cooperación de Shanghái (OCS): China, Rusia, India, Pakistán, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán
Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO): Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Armenia
La Organización de Cooperación de Shanghái
La Organización de Cooperación de Shanghái, promovida por China, fue establecida formalmente el 15 de junio de 2001 tras la firma de la “Convención de Shanghái”. En los primeros años de existencia, la asociación se fundamentaba especialmente en materia de defensa al establecer como objetivo primordial hacer frente al “terrorismo regional, el separatismo étnico y el extremismo religioso”, triada denominada por Beijing como los “tres males”. Así, mediante la OCS, China buscaba fortalecer la cooperación en seguridad entre los Estados miembro para cortar los vínculos entre los grupos radicales islamistas existentes en Xinjiang y Asia Central. Del mismo modo, el gigante asiático también pretendía garantizar los sistemas políticos de sus vecinos, defender la integridad territorial y educir las luchas étnicas como estrategia orientada a mantener la estabilidad interna y regional.
Si bien el contraterrorismo sigue siendo uno de los objetivos, China ha visto en la OCS una buena oportunidad para proyectar su poder y crear nuevas oportunidades para elevar a un nivel superior las relaciones con los países de Asia Central. Son varios los factores que han impulsado al gigante asiático a incrementar su colaboración.
- En primer lugar, el PCCh ha llevado la batuta en la institucionalización de la organización para fomentar la cooperación e integración entre los países participantes. De este modo, el gigante asiático podría consolidar sus intereses económicos y financieros en la región, así como asegurar su acceso a las vastas reservas de hidrocarburos.
- En segundo lugar, el gobierno de Xi Jinping promociona los principios y normas propios de la “diplomacia de gran potencia con características chinas”. La OCS ciñe sus valores entorno al denominado “Espíritu de Shanghái” -confianza mutua, respeto mutuo, igualdad, respeto por las diversas civilizaciones y búsqueda del desarrollo compartido-, el cual tiene similitud con los “Cinco principios de coexistencia pacífica” que caracterizan su política exterior.
- Por último, la OCS sirve como un contrapeso a la influencia de Estados Unidos u otras potencias regionales.
No obstante, si bien la OCS ha conseguido alcanzar hasta cierto punto sus objetivos en materia de seguridad, el gigante asiático ha fallado en su deseo de profundizar la integración económica y política en la organización. La desconfianza existente entre los países miembro, inherente a los procesos regionales en el continente asiático, ha originado desacuerdos e intereses contrapuestos especialmente entre China y Rusia, la otra gran potencia.
Moscú continúa considerando a la OCS como una organización centrada casi exclusivamente a la estrategia en el ámbito de la defensa y no acepta una mayor integración político-económica por temor a que Beijing consiga aumentar su influencia en Asia Central, donde tradicionalmente ha ejercido de hegemón. Así, por ejemplo, Rusia rechazó en 2010 la creación de un banco de desarrollo y un área de libre comercio, ambas iniciativas promovidas por Beijing, bajo el paraguas de la OCS. De hecho, el Kremlin ha liderado otras instituciones que suponen una clara competencia a la OCS, como la EAEU o la OTSC. Estas desavenencias también se pudieron observar en 2017, cuando la OCS extendió la membresía a Pakistán y la India. El oficialismo chino mostraba su recelo a la adhesión de Nueva Delhi puesto que podría reducir su peso en la agrupación, propósito que sí perseguía Moscú.
La falta de voluntad política, por lo tanto, ha sido un gran obstáculo que ha frenado la profundización de la integración en la organización y de sus aptitudes para resolver los desafíos existentes en Asia Central, como las crisis de gobierno en las repúblicas exsoviéticas o la escasez de infraestructura en la región. Otros analistas, por su parte, se muestran mucho más pesimistas con la capacidad real de integración de la OCS, al considerar que la obsesión de los Estados miembro por mantener el status quo resta efectividad a la OCS.
La nueva Ruta de la Seda y la Unión Económica Euroasiática
Si bien podemos considerar que China no ha obtenido los resultados esperados, -al menos hasta la fecha-, a la hora de alcanzar sus objetivos en Asia Central a través de la OCS, el gigante asiático ha buscado nuevos mecanismos para poder garantizar sus intereses comerciales, económicos y políticos en la región. Entre ellos destaca particularmente la nueva Ruta de la Seda, una iniciativa centrada en fortalecer la conectividad física, monetaria, política, financiera, comercial y cultural en Eurasia. Dado que Asia Central se ubica en el corazón del continente, la región se ha convertido en un punto importante del BRI: hasta la fecha y desde que se anunció oficialmente en 2013, China ha firmado en conjunto más de 260 proyectos con los cinco países que componen Asia Central.
Beijing lleva años intentando impulsar la vinculación e integración entre el BRI y la EAEU, estando especialmente interesado en firmar un acuerdo de libre comercio para poder aprovechar la reducción de las barreras al comercio ya existente en el bloque liderado por Rusia y transportar sus mercancías más fácilmente desde la frontera con Kazajistán hasta Bielorrusia antes de alcanzar el mercado europeo.
En 2018 China consiguió una victoria limitada: ambas partes firmaron el Acuerdo de Cooperación Comercial y Económica que buscaba “simplificar aún más los procedimientos de aduanas y reducir el costo del comercio de bienes”. Además, el entonces presidente de la junta de la Comisión Económica Euroasiática Tigran Sargsyan declaró que estaban “discutiendo 40 proyectos específicos en los sectores de transporte ferroviario, transporte por carretera y otros tipos de infraestructura”.
Sin embargo, el acuerdo es “no preferencial” y todavía no se han establecido reducciones arancelarias. De hecho, el presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, reconoció el año pasado que se “está avanzando muy lentamente” pese a que Beijing “siempre ha mostrado y seguirá mostrando interés”. El motivo parece evidente: el Kremlin promueve la EAEU con el objetivo de liderar la reintegración política y económica de su antigua esfera de influencia e inundar el bloque de productos chinos más competitivos sería contraproducente para sus intereses. La cooperación entre China y Rusia en relación a los proyectos conjuntos de infraestructura, por otro lado, no ha sido muy profunda hasta la fecha. El tren de alta velocidad entre Moscú y Kazán, uno de los tramos más importantes para la modernización del transiberiano, fue pospuesto en 2020 debido al elevado precio de la construcción.
El futuro de las dinámicas sino-rusas en Asia Central
China y Rusia entienden que fortalecer la cooperación en Asia Central es más beneficioso que iniciar una competición de suma cero por alcanzar la supremacía. El kremlin acepta el rol económico que tiene el gigante asiático en la región y Beijing comprende que Moscú sigue siendo la máxima autoridad dado que es su tradicional zona de influencia. La colaboración, no obstante, como en todas las relaciones internacionales, no está exenta de competición. La divergencia se ha podido apreciar en la falta de integración entre las organizaciones e iniciativas que promueven Moscú y Beijing: la Unión Económica Euroasiática (EAEU) y la Nueva Ruta de la Seda (BRI) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), respectivamente. La OCS es testimonial debido, en parte, al rechazo del Kremlin cuando China quiso llevar a cabo una profundización político-económica y los avances para vincular el BRI y la EAEU podrían ser más ambiciosos.
En este contexto, la invasión rusa de Ucrania y los cambios que el conflicto producirá en todo el sistema internacional, así como el deterioro de las relaciones de ambas potencias con Occidente y la llegada de los talibán en Afganistán provocarán que ambas potencias fortalezcan más la cooperación a medio plazo para salvaguardar sus intereses estratégicos más amplios, aunque es previsible que se produzca de forma bilateral y no a través de las iniciativas que promueven cada una de ellas.
Suscríbete y accede a los nuevos Artículos Exclusivos desde 3,99€
Si escoges nuestro plan DLG Premium anual tendrás también acceso a todos los seminarios de Descifrando la Guerra, incluyendo directos y grabaciones.
Apúntate a nuestra newsletter
Te enviaremos cada semana una selección de los artículos más destacados, para que no te pierdas nada.