Carlos Franganillo (Oviedo, 1980) es comunicador audiovisual y periodista. Cursó sus estudios universitarios en Madrid y se inicia en el oficio de periodista en La Nueva España, un periódico local de Asturias. Aterriza en Televisión Española después de aprobar una oposición en 2008 y tras pasar por los “Desayunos de TVE” se embarca en la sección de internacional. Será el enviado especial de la cadena pública en Oriente Medio, Alemania, Grecia o Tailandia… Además fue corresponsal en Moscú y Washington. En 2018 deja el extranjero y vuelve a la redacción de Madrid para dar las noticias en la segunda edición del Telediario. Confiesa que se siente más reportero que presentador. Quizás por esa conexión que mantiene con el lugar en el que ocurren las noticias, él y su equipo se trasladaron a Murcia para cubrir el temporal de la Gota Fría en 2019 y también presentó el Telediario desde un colegio de Toledo. Sus “crónicas directas y certeras” desde Rusia y Estados Unidos le valieron el Premio Anual de Corresponsales del Club Internacional de Prensa. Franganillo también recibió un Ondas y el Premio Salvador de Madariaga de Periodismo.
– ¿Cuál es la primera noticia internacional que recuerdas?
Cuando se derrumbó la Unión Soviética. Recuerdo que iba en el coche con mis padres y escuché por la radio todo aquel episodio en el que Gobarchov estaba retenido.
Aunque quizá hubo alguna noticia anterior, como la caída del Muro de Berlín. La madre un compañero de clase era de Alemania, habían estado allí, y él trajo un trozo del Muro que fue enseñando por las clases. En aquel momento le prestamos mucha atención a eso. Yo tendría nueve años, pero conservo un recuerdo bastante nítido. Entonces ya ponía el oído y la vista en las noticias.
– ¿Qué impacto tuvo en ti?
Me pareció algo muy trascendental y que tenía una gran relevancia en el momento. Supongo que tampoco comprendía el alcance de todo aquello ni como estaba estructurado el mundo. Pero sabía que era algo que iba a tener consecuencias graves; quizás por la dimensión que le estaban dando los medios de comunicación.
Con el tiempo, he ido recuperando algunos escritos de un periódico local, La Nueva España, de mi ciudad Oviedo, donde había una sección infantil en la que los niños enviábamos cartas sobre lo que queríamos ser de mayores. En una de ellas, tendría yo unos ocho o nueve años, me refería a algunas de estas cosas, afirmaba que quería ser periodista y mencionaba a algún líder de la época; hablada de Honecker y de varios líderes de la República Democrática Alemana. Evidentemente algo me llegaba, porque si lo citaba en aquellas cartas y sabía esos nombres, está claro que ya con 9 años le prestaba atención.
– Comenzaste redactando noticias en una máquina Olivetti cuando eras todavía un niño, pero era lo audiovisual e incluso el cine lo que más te atraía. ¿Cómo crees que el cine ha configurado la visión que tenemos del mundo que nos rodea?
Pues de una manera total. Nuestra cultura está cambiando enormemente en los últimos años debido a las nuevas plataformas de la comunicación, pero el cine sigue siendo el gran vehículo cultural de las últimas décadas y del último siglo.
Una gran parte de nuestras ideas sobre lo que nos rodea están muy marcadas por el cine. Es un medio muy rápido, impactante y sintético. Las películas son productos culturales eficientes. En una hora y media consiguen un relato muy contundente que incluso puede marcarte de por vida. Una novela requiere más tiempo, más dedicación y atención. Aunque ha pasado bastante tiempo desde su aparición, muy poco si lo comparamos con la literatura, a día de hoy el cine sigue gozando de muy buena salud.
Es verdad que los cambios tecnológicos y la manera de consumir la información ha variado mucho, pero el producto en sí no ha cambiado tanto. Un documental que se emite hoy en Netflix o en Youtube no es muy diferente a un documental que se hiciera en los años 60 o 70. El lenguaje no es tan distinto en comparación con la plataforma y la manera de compartirlo.
– ¿La visión que presentan algunas películas sobre la realidad internacional nos ayuda a tener una idea más completa del mundo o puede que también sea responsable de fijar ciertos estereotipos?
Existen todo tipo de productos. Igual que pasa con los libros: los hay que son más superficiales y otros más profundos. Algunas películas aportan claves que se parecen a la realidad y otras se quedan en los estereotipos.
Desde el punto de vista cultural hay algunos rasgos que se van compartiendo en muchas películas y tienen un origen muy concreto. La potencia de nuestro tiempo es Estados Unidos –pero cada vez tienen un mayor peso China y otros actores– y ha ejercido una influencia cultural enorme. Aunque los estadounidenses no tenga un plan definido de manipulación planetaria, ni mucho menos, es lógico que una industria que tiene un origen en un punto concreto del planeta transmita su visión del mundo. Eso nos ha marcado a todos.
Durante la Guerra Fría había películas de EE.UU que tenían un enfoque muy determinado de lo que era la Unión Soviética. En algunas ocasiones se asemejaba a la realidad, pero otras veces también estaban marcadas por estereotipos.
No hay que olvidar que nosotros estamos en una parte de este mundo, con una posición estratégica y unos aliados concretos, al margen de la ideología que cada uno pueda tener. Es lógico que haya un mayor impacto del cine occidental en España, que el que puedan ejercer las producciones indias, por ejemplo. Supongo que en este tema también tienen mucho que ver las áreas geográficas y culturales.
El cine configura una idea de las cosas, cuando vas a los sitios reafirmas algunos elementos y otros no. Pero es el bagaje que todos llevamos. Creo que si tenemos la capacidad de administrarlo bien y hay una inquietud por ahondar y no quedarnos en la superficie, esos productos culturales son muy válidos para ayudarnos a entender las cosas.
Puedes quedarte con las noticias que te envían por WhatsApp, que posiblemente estén intoxicadas en un alto porcentaje, o también se puede indagar y contrastar las informaciones con varios medios de la prensa internacional.
– Al hilo de lo que comentas, ¿quizás estar bien informado requiere un trabajo por parte de los periodistas pero también de la audiencia que recibe las informaciones?
Sí, por supuesto. Es una labor compartida. Creo que a veces se hacen críticas un poco infantiles a los medios de comunicación, como si la audiencia o el lector fuera un ser un poco pasivo y no debe ser así. Es como querer escurrir el bulto y obviar nuestra responsabilidad ante las cosas.
Cualquier individuo debería ser responsable y tener iniciativa para saber en qué mundo vive, contrastar las informaciones, compararlas con varias fuentes y así configurar una idea propia de lo que sucede.
Se hace muy buen periodismo pero también muy mal periodismo. Igual que hay ciudadanos bien informados y otros no tanto. A algunas personas les vale con tener información afín a sus ideas y no quieren ponerlas en cuestión. Otras tienen una lucha constante con sus propios prejuicios para tratar de obtener una imagen lo más nítida posible de lo que pasa alrededor.
Es una tarea que implica a las dos partes. No toda la culpa es de los medios ni toda la culpa es de los ciudadanos.
– ¿Cómo se logra alcanzar la profundidad en los temas desde el formato audiovisual y que ventajas y desventajas tiene frente a la prensa escrita?
Depende, hay muchos formatos dentro de la comunicación audiovisual y también diversas variantes en la narración literaria o escrita. A veces es difícil comparar.
En líneas generales, la noticia audiovisual tiene una enorme potencia. Sí se hace bien, en un minuto y medio se pueden contar más cosas que en tres páginas de un periódico. Se pueden llegar a transmitir algunas cuestiones en pocos segundos que necesitarían varios párrafos para definir con precisión. Evidentemente todo depende del talento del equipo que configura esa noticia audiovisual y del que la escriba para la prensa.
El medio audiovisual tiene a veces el riesgo, o la mala fama, de quedarse en lo superficial, pero yo creo que depende de cómo se utilice la herramienta. En televisión se puede hacer una noticia magnífica en un minuto y medio, con una enorme riqueza y profundidad, acercando al espectador de una manera clarísima a lo que esta pasando en otro punto del mundo. Te permite también elaborar un documental de cuarenta minutos que cuenta con muchas voces mientras se transmite el ambiente, el sonido y la imagen.
Con la palabra escrita esto se logra, pero creo que la pegada que sigue teniendo la imagen y el sonido es imbatible en cuanto a la comunicación, la inmediatez y la capacidad de difusión. La imagen y el sonido siguen siendo unas herramientas muy poderosas. Las redes sociales básicamente funcionan a través de ellos. Todo esto sin quitarle capacidad de profundizar al texto escrito.
– Cuando vemos la imagen de un periodista en el extranjero informando desde el propio escenario de la noticia, no solo nos informa también transmite una visión de otro estado.
Sin duda. Además hay una cuestión que yo considero negativa, pero es real y está pasando: cada vez es más difícil atraer la atención del espectador. Los medios escritos también se han ido adaptando, aunque hay excepciones. Sin embargo, atraer a un lector a un texto muy largo es complejo a día de hoy.
Nuestra manera de interactuar con la información es más superficial. Existe un déficit de atención porque hay más distracciones. Algunos canales nos están salpicando con datos constantemente, también en el teléfono nos llegan alertas a cada momento. En estos tiempos se vuelve complicado que una persona se pueda sentar tranquilamente durante varias horas a leer un libro.
En este sentido, la televisión tiene una ventaja y mantiene casi intacta esa capacidad de atención. Además puede transportarte rápido a un escenario. No hace falta describirlo con enorme precisión. Con un golpe de vista ya se sabe si estás en Manhattan rodeado de taxis amarillos y luces de neón, en cinco segundo el espectador ya esta metido en esa escena.
– Las fronteras no existen solo entre los países, también están presentes en su interior, entre las diferentes regiones, entre el campo y la ciudad… ¿Los corresponsales corren el riesgo de instalarse en una realidad social concreta que de alguna manera pueda alejarlos del resto de tendencias que existen en el país?
Este es uno de los peligros que tiene tanto el corresponsal como el periodista que vive en Madrid y habla de lo que pasa en el resto del país. El entorno nos condiciona, pero un buen periodista tiene que tener la capacidad de viajar, si puede hacerlo, claro. Nosotros vivíamos en Moscú y cuando salía iba a los sitios de moda, donde hay gente más liberal o que tenía unas ideas más occidentales, digamos. Es un mundo que existe en Rusia y que hay que ver, pero si te aíslas en esta burbuja no vas a saber lo que pasa en el país.
Esto también pasa en Estados Unidos. Si estás en Washington parece que Trump es un extraterrestre, no se entiende como alguien puede haberle votado. Viajar es importante, pero también tener la capacidad de saber que quienes te rodean piensan mayoritariamente de una manera muy concreta. Hay que conocer qué pasa en otros puntos del país y en otras realidades sociales.
Yo tuve la suerte de trabajar con un gran equipo en la corresponsalía de Moscú y eso te ayuda mucho a situarte. Algunas personas llevan décadas trabajando para Televisión Española y han recorrido todo lo que era la Unión Soviética. Escucharles y dejarte orientar, sobre todo cuando acabas de llegar y no tienes idea de prácticamente nada, te abre mucho la mente.
En Estados Unidos nos pasó lo mismo, si te desplazabas a una hora en coche desde la capital, ibas a encontrar condados donde el apoyo a Trump era del 65 por ciento y ahí entendías muchas cosas.
– Vivimos en un tiempo “acelerado” donde impera una dinámica de impacto-olvido a la hora de cubrir muchos acontecimientos del panorama internacional. ¿A que crees que se debe esto? ¿Se debería cambiar esta tendencia?
Pienso que es muy perjudicial pero no sé como se podría cambiar. Es un reto enorme encontrar un culpable, por llamarlo de alguna manera. Todos estamos dentro de ese circuito y no considero que sea únicamente responsabilidad de los medios, que también se han visto obligados a subirse a ese carro del frenesí constante. Quizás se debe más a las nuevas maneras de interactuar con las redes sociales, que han moldeado la manera de consumir información.
Por desgracia estamos en un situación en la que necesitamos impactos constantes, nos cansamos de las cosas muchísimo antes y queremos novedades todo el tiempo. Esto tiene en parte que ver con las propias dinámicas de las redes sociales y a partir de ahí los medios de comunicación han empezado a utilizar ese tipo de lenguajes.
No sé si nos hemos visto desbancados o atropellados por ese ritmo, que nos cuesta mucho seguir. Los ciudadanos nos hemos acostumbrado y cada vez es más difícil mantener una historia a lo largo del tiempo. Hay un efecto de desgaste temprano.
El ritmo y el lenguaje de las redes sociales ha transformado muchas cosas: la manera de hacer política, de informar e incluso la forma de relacionarnos entre nosotros. Al margen de los medios y de la información, ahora las personas buscan pareja por las aplicaciones, por ejemplo. Hay gente que no tiene mucha vida social pero en cambio sí tiene una inmensa actividad en Facebook.
El mundo ha cambiado radicalmente, todavía no somos capaces de interpretarlo con precisión y los medios tampoco hemos encontrado la vía de mantener – y puede que nunca la volvamos a recuperar– una posición central en la jerarquización de la información y las noticias.
– Con respecto al tema de la influencia de las redes sociales, desde Estados Unidos ha llegado el fenómeno del factcheking, muy popular ahora mismo en España. Pero, ¿no es la verificación de los hechos una labor propia del periodismo?
Yo soy bastante escéptico con eso. Creo que es una moda periodística que puede servir para impulsar algún negocio concreto y crear una marca. Sinceramente me parece que es poco novedoso y sigue siendo una labor que el periodista tiene que hacer. El periodismo siempre ha sido precisamente eso: contrastar la información y tratar de sacar las contradicciones.
Es probable que esto forme parte de la crisis del periodismo al estar un poco desubicado en este momento. Yo tampoco tengo la varita mágica y no sé cual será el camino correcto, aun así no tengo clara la eficacia de esas estrategias.
He estado varios años en Estados Unidos cubriendo el ascenso de Trump y la primera parte de su presidencia; fue justo en esa época cuando se empezó a popularizar la verificación y el factcheking. Puede ser popular dentro del mundillo periodístico y si está bien hecho puede tener pegada en la sociedad, pero no sé si tiene una trascendencia suficiente como para desmontar algunas cosas. En los debates entre Trump y Hillary Clinton, que son los que cubrí con más intensidad, se hacía un factcheking constante y al minuto, pero no considero que haya modificado ni un solo voto. ¿Cuál su eficacia social? pues no lo sé, supongo que convencer a los que ya están convencidos y poco más.
Vivimos en un mundo en el que cada vez más gente no atiende a hechos concretos y verificados. Cada uno tiene una posición ideológica muy definida y le va a parecer que esa labor de verificación la hace una parte interesada.
– Muchas veces nos puede la emoción frente a la razón a la hora de informarnos mientras asistimos a una falta de credibilidad en los medios
Poner en cuestión a los medios es sano. Los medios están compuestos por personas que se pueden equivocar o incluso tener la tentación de manipular con fines ideológicos. Es algo que siempre ha existido.
Hay grupos mediáticos privados que con toda legitimidad tienen una línea editorial marcada por una ideología concreta, lo cual me parece muy bien. En el panorama mediático hay que tener muy claro de dónde viene la información.
Por desgracia vamos hacia un mundo cada vez más sectario y más polarizado. Pero no le echaría toda la culpa a los medios de comunicación –que son actores muy importantes en la sociedad– la clase política tiene responsabilidad en todo esto y también los propios ciudadanos. Todos podemos cometer a veces ese pecado: es más cómodo que la realidad coincida con tu manera de ver las cosas. Si no se hace un esfuerzo específico es difícil romper esta tendencia.
– Centrándonos en la información internacional, ¿actualmente se le dedica el suficiente espacio y atención a la sección de internacional en los medios españoles?
Yo creo que sí. Después de vivir en Estados Unidos considero que la prensa española, y también la europea, tiene muchísimo interés en la información internacional.
En Estados Unidos la atención por lo que pasa fuera es muy escasa. Hay muchísimas publicaciones especializadas que llegaron a sectores de la población que están interesados en estos asuntos, pero lo que ve el espectador medio en la televisión estadounidense es información nacional.
En ese sentido, España es bastante excepcional. En general nos importa lo que pasa fuera. La información internacional tiene un peso muy importante en el telediario de TVE porque tenemos una de las redes de corresponsalías más amplia de las televisiones en España; y en cuanto a medios en general, posiblemente de las mayores. Por este motivo se le dedica bastante tiempo y hay programas específicos solo de temas internacionales. Siempre puede tener un lugar mejor dentro de la parrilla, obviamente.
– A finales de octubre se celebró el Quinto Plenario del Partido Comunista Chino, donde los líderes del país debatieron sobre los ejes que deberán guiar la política china de los próximos 5 y 15 años. Aunque todavía es un borrador, se trata de un documento importante para ver la dirección que va a tomar Pekín en el futuro próximo. Si comparamos este acontecimiento con la cobertura mediática de las primarias en EE.UU, este hecho no tuvo una gran repercusión. ¿Cómo valoras la cobertura de este tema en comparación con el despliegue mediático en las elecciones de EE.UU?
Hay un factor de previsibilidad y novedad en las elecciones de Estados Unidos. Además, en el primer caso se trata de una noticia abierta mientras que la otra no. China es una dictadura y en ese sentido no tiene el juego democrático que ofrecen los Estados Unidos .
Las primarias estadounidenses, o la propia campaña, son procesos abiertos donde hay muchos factores en juego y el resultado va a depender de los votos de la ciudadanía. Como elemento informativo de novedad, que además tiene cierto gancho, la parte de Estados Unidos lleva una ventaja posiblemente. Con referencia a China, creo que en los Telediarios contamos de manera abundante lo que ocurre en allí.
Es cierto que últimamente estamos muy centrados en la pandemia, como casi toda la información internacional, pero también se han cubierto muchos eventos políticos chinos. Se ha hablado de las líneas principales de la política de Pekín y también abordamos la competición tecnológica.
Sin embargo es mucho más intenso el seguimiento que se hace de Estados Unidos por estos factores. Sigue siendo la primera potencia mundial y es la referencia para el mundo occidental. Además es una democracia muy viva y China no lo es.
Quizás en este año todo está siendo un poco raro. Muchos corresponsales se quejan de que algunos aspectos de la vida política de los países que cubren no han tenido mucha visibilidad. Este 2020 está marcado por la pandemia, ojalá que pudiésemos estar contando otras cosas.
– Aun así los grandes medios continúan centrados en una parte específica del mundo, muy vinculada a Estados Unidos y a Europa, a pesar de la relevancia que están alcanzando otras regiones como Asia-Pacífico, donde también hay países democráticos. ¿Qué papel tiene la prensa anglosajona a la hora de fijar la agenda en los medios españoles?
Los grandes medios de comunicación siguen siendo anglosajones. Se da un efecto de cascada y son referentes. No hay que olvidar que es un mundo marcado por la primacía de lo estadounidense.
Estoy de acuerdo en que habría que prestar más atención a Asia y a China en concreto. Quizás se le podría dar mas relevancia por el peso que China está alcanzando, pero hay muchos códigos culturales que también juegan en ese sentido. La BBC tiene muchas noticias de la India o de Pakistán, porque ha tenido un vínculo histórico muy claro, como con el caso de las antiguas colonias británicas. En este sentido nosotros damos muchas noticias de América Latina y tenemos muchos corresponsales allí.
Siempre vamos a estar más atentos a las elecciones de Paraguay de lo que puede estarlo un medio anglosajón. Nosotros tenemos intereses concretos y habría que potenciarlos mucho más. No nos fijamos lo suficiente en el mundo hispanohablante, teniendo una enorme potencialidad como cadena en esa parte del mundo. Eso es un fallo de TVE y de España como país. La Televisión Española debería tener mucha más vocación hacia América Latina, porque otros canales y países que no tienen ese vínculo de la lengua y de la cultura con América, sí que están metiéndose en esa zona desde hace mucho tiempo. Saben que es una región interesante. A veces no estamos a la altura de esos vínculos culturales.
Los medios tienen esa agenda de vínculos históricos que no se puede eludir, y quizás nosotros con China, particularmente, no tenemos esa intensidad de relación pero es cierto que se le podría prestar más atención.
– Tu primera corresponsalía fue en Moscú, ¿cómo cambió tu forma de comprender el país una vez que lo conociste de primera mano?
Al principio yo no era un periodista muy especializado en Rusia ni tenía un vínculo muy directo. Rusia fue un país que descubrí en base a los prejuicios que todos podemos tener y que pueden venir del cine, de las novelas y las noticias que nos llegan aquí. Algunas cosas sí se fueron confirmando, pero otras no.
El hecho de vivir en el país te aporta muchísimas claves. Si el corresponsal las sabe aprovechar, puede enriquecer muchísimo el producto y la información que ofrece al espectador. Ser corresponsal tiene un peligro, si estás muy poco tiempo no acabas de alcanzar esas claves y no consigues tener la dinámica del país. En cambio si estás demasiado tiempo, acabas adoptando una visión demasiado local de las cosas y muchos acontecimientos ya no te sorprenden personalmente, mientras que sí serían interesantes para el espectador. Hay un término medio en las estancias de un corresponsal que no debería pasar de cinco o seis años en cada destino.
Durante esos años pude viajar un poco por Rusia y todo el equipo, salvo una persona, era de Rusia. Esa convivencia tan estrecha me amplió la visión y me dio muchos matices de lo que pasaba allí. La riqueza de las corresponsalía es ir comprendiendo algunos puntos de vista, pero sin dejarse arrastrar, esto enriquece mucho el discurso y se pueden interpretar mejor los pasos que se dan en política.
– ¿Cuál es el gran logro del presidente Putin hasta ahora?
Putin aprovecha algunas circunstancias económicas e históricas que le vienen bien. Pero también hay que mencionar su propio talento para mantenerse en el poder y para equilibrar a los diferentes actores allí. Él apareció en un momento de gran zozobra en el que había un enorme descrédito de la democracia.
La llegada de las ideas democráticas tras el derrumbe de la Unión Soviética coincide con un momento económico muy complicado para los rusos. Aparece una especie de trauma nacional en el que se asocia la apertura del país al empobrecimiento y a una cierta competición de clanes por ocupar el poder y aprovecharse del caos.
Los años noventa fueron muy caóticos y duros para el ciudadano medio. En ese momento de hartazgo aparece Putin. Es un líder duro que viene del aparato de inteligencia y seguridad y tiene la suerte de coger una ola de económica favorable con los altos precios de los hidrocarburos. Eso le permite dar oxígeno a los ciudadanos y aportar estabilidad.
A parte de esto, ha sabido mantenerse en el poder porque es una persona hábil y capaz de insuflar de nuevo ese orgullo nacional al país. Rusia es un estado nacionalista con un gran orgullo que se había visto herido con el fracaso de la URSS y tenía una sensación, no sé si acertada o no, de cerco occidental hacia ellos y de un cierto desgaste interesado del país.
Rusia ha vuelto a tener una voz poderosa en la escena internacional después de un período muy complicado y gran parte de la ciudadanía lo valora. En los años en los que estuve allí, Putin tenía un amplio apoyo, al margen de que en las elecciones hubiese manipulaciones en algunos colegios electorales.
– En abril de 2020, el centro independiente Levada publicó una encuesta en el que el 59% de las personas aprueba la gestión del presidente ruso. A pesar de que el porcentaje ha bajado, supera a muchos otros líderes europeos. Sin embargo, algunos medios suelen incidir en los movimientos de la oposición, ¿hay un equilibrio en la prensa a la hora de presentar esta realidad: la de los que están conformes con el sistema, frente a la visión del país más vinculada a la oposición?
Es un debate difícil. Cuando yo estuve en Rusia traté de reflejar esa situación. Es verdad que la oposición es muy minoritaria y quizás tiene más impacto en las grandes ciudades como Moscú o San Petersburgo.
Tanto yo como otros corresponsales tratamos de reflejar ambas visiones porque forman parte de la realidad rusa. Es posible que muchas veces nos fijemos en las acciones de la oposición distorsionando un poco su representatividad. En ocasiones, los medios cometen algunos errores. Por ejemplo, en una manifestación a la que han asistido un millón de personas y unos cientos se involucran en los disturbios, este hecho va a salir en televisión. Es parte de la realidad, sí, pero acaba descompensado la visión de lo que ha ocurrido.
Hay que plasmar las dos cosas. Pero no hay que normalizar las circunstancias de un gobierno, como el ruso, que tiene muchos déficits democráticos. Cuando se le da esa voz a la oposición, que es minoritaria, se puede dibujar con más claridad la naturaleza de las cosas allí. Posiblemente en China la disidencia sea también muy minoritaria, pero hay que poner el foco en ese tipo de movimientos porque ayudan a transmitir con más precisión la características de un determinado régimen. Buscar el equilibrio en estas cuestiones es recomendable, pero a veces hay que ahondar en aspectos concretos porque también definen con claridad lo que pasa en el país.
El gobierno ruso es muy hábil a la hora de impedir que cualquier iniciativa política de disidencia llegue a tener representación parlamentaria ya que se crean procesos penales que llevan a la gente a la cárcel antes de que empiecen a despegar como figuras políticas. No culparé al gobierno de Rusia, ni mucho menos, pero todos conocemos casos de intimidación, de agresión e incluso de muerte de opositores. Todos estos aspectos no hay que obviarlos.
Quizás no tienen más representación porque el sistema les impide desarrollar ciertas iniciativas y exponerlas públicamente como debería ocurrir en una democracia.
– Fuiste testigo de la crisis de Ucrania en 2014. ¿Qué fue lo que más te impactó de aquella cobertura?
Sobre todo ver la evolución de los acontecimientos. Nosotros empezamos a cubrir este tema en noviembre de 2013, cuando las protestas eran muy pacíficas y el perfil de los manifestantes era muy concreto: tenían un carácter muy europeísta, jóvenes cultivados con carreras universitarias que querían viajar y tener un futuro más cercano a Europa.
Después fue degenerando hasta que había carne de cañón por las calles. Gente que muchas veces estaba movilizada por milicias radicales o de ultra derecha en algunos casos. Pienso que todo eso ocurre en los procesos revolucionarios: pueden empezar de una manera, con unos planteamientos muy idealistas y promovidos por sectores sociales muy determinados, pero cuando las cosas empiezan a degenerar y la situación se vuelve violenta, quienes toman la delantera son los más radicales. La lección que aprendí al ver un proceso de degradación tan rápido y tan de cerca, fue que las cosas que parecen estables y seguras pueden descarrilarse en cuestión de días o de semanas.
Fue una crisis espectacular desde el punto de vista periodístico porque se juntaron muchos elementos: una protesta social en un país con un nivel de corrupción elevado y unos movimientos geopolíticos de gran intensidad entre Rusia, Europa y Estados Unidos. Estos factores hicieron que la crisis tuviese un gran eco en los medios. Muy pocas coberturas de este tipo se mantuvieron en primera página durante tanto tiempo. La gente estaba muy implicada porque tenía una gran transcendencia en la política mundial.
– En aquella época algunos sectores de la prensa y de la política se mostraron muy entusiasmados con los cambios en Ucrania tras el denominado “Euromaidán”. Con el paso de los años aquel movimiento decepcionó a muchos en el interior del país y también en el exterior, ¿en aquellos momentos hubo un exceso de entusiasmo, un cierto desconocimiento de la realidad del país o había algún otro interés?
Yo en ese sentido no lo veo así, por lo menos en lo referente al trabajo que hicimos en Televisión Española; creo que fue muy aproximado a lo que estaba pasando y contamos todos esos riesgos. Reflejamos el descontento de la gente que había salido a manifestarse y veía que el país estaba de nuevo en las manos de unos oligarcas con intereses muy concretos.
No creo que idealizáramos las protesta, indicamos como habían ido degenerando y cómo los mismos actores de siempre volvían a liderar el movimiento.
Dentro de la élite política y económica de Ucrania es difícil encontrar trigo limpio. Aunque hay movimientos muy interesantes en de la ciudadanía, que es una población muy educada con un enorme potencial, el nivel de corrupción es elevadísimo y había intereses de oligarcas en prácticamente cualquier sector. Todo eso se contó.
Cuando suceden estas cosas es muy importante tener a gente sobre el terreno que conozca la situación y que haya estado anteriormente. Nosotros ya habíamos realizado reportajes por Ucrania un tiempo antes y conocíamos a los principales actores políticos. Si las crónicas se hacen desde la lejanía y no se está viviendo el día a día, ni se conoce a los protagonistas ni el contexto, se puede cometer la imprudencia de idealizar movimientos que a la larga pueden ser peligrosos.
Por desgracia cada vez los medios apuestan menos por tener a gente sobre el terreno y por especializar a los periodistas en alguna parte concreta del mundo, y eso se nota a la hora de simplificar y ofrecer imágenes adulteradas de lo que está pasando.
– Dejas Rusia y tu siguiente destino es Washington. Desde allí ves como Trump llega a la presidencia, ¿cuáles fueron las claves de su éxito en 2016 y de su fracaso en 2020?
Conocer el mundo en el que vivimos fue una de las claves del éxito de Trump. Sobre todo en lo que tiene que ver con el panorama mediático y las maneras de comunicarnos, aislarnos y reforzar nuestros propios prejuicios. Creo que es alguien muy inteligente y con un gran instinto. Él ve los huecos en el electorado y en los discursos de los partidos y los aprovecha.
Se habló muchísimo del trabajador blanco del medio oeste y de las industrias que estaban en decadencia. Trump puso el foco en ese sector, que tradicionalmente votaba demócrata, pero le vendió un discurso un poco híbrido de proteccionismo y contra la élite de Washington que olvida al trabajador blanco por las fábricas en China. Apostó por un mensaje antiglobalista y con muchos elementos del populismo.
Trump tiene una gran cultura televisiva. Es un empresario más mediocre de lo que piensa, sin embargo, es un gran producto de televisión. Todo el país lo conoce y no necesita presentación. Era consciente de que Estados Unidos estaba en un clima de enorme polarización, que venía de los tiempos de Obama, y supo utilizarlo. Además, sabe que las nuevas vías de comunicación le permiten llegar a un público muy amplio.
Los medios de comunicación están desacreditados por todo el ecosistema mediático que hay y Trump lo asocia a las élites políticas. De esta manera incentiva la polarización y la desconfianza hacia las instituciones y las élites tradicionales. Es entonces cuando se gana a unos sectores muy específicos que le dan la victoria electoral, a pesar de que tuvo casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton. Aquello fue un movimiento muy quirúrgico: centró su campaña en los Estados que le hicieron ganador de las elecciones.
Por otro lado, se ha creado un movimiento casi religioso alrededor de Trump en el que muchos estadounidenses han visto que sus voces eran escuchadas y podían salir del ostracismo. Ha habido factores culturales, económicos y sociales con unas grandes dosis de populismo. Pero sobre todo, él es una persona que conoce muy bien como funcionamos los medios de comunicación y sabe que ir al choque contra la prensa le beneficia.
– Una de las características de la presidencia de Trump ha sido, precisamente, su relación con los medios y su propia manera comunicar. ¿Cómo ha cambiado la relación entre el poder político y la prensa y que efectos sociales produjo?
Trump crea un producto muy goloso para los medios de comunicación. Él sabe que diciendo barbaridades los medios le van a hacer caso y van a transmitir todos sus mítines al completo. Coloca una idea absurda y crea el marco de debate, lo hizo con el muro de México. Esta idea del muro no tiene demasiado sentido práctico, ni económico, ni puede detener algunas entradas de drogas o de armas, seguramente él lo sabe desde el principio. Pero insiste en crear ese marco, y los medios se hicieron mucho eco de esto porque era un gran producto de entretenimiento. Durante días y semanas la prensa estuvo discutiendo sobre el tema, mientras otras cuestiones relevantes para los estadounidenses no tuvieron ni una décima parte de ese espacio.
A partir de ahí los medios han tratado de configurarse, saben que su papel social ha cambiado mucho. Yo creo que algunas grandes cabeceras se han pasado a la militancia. Muchos estadounidenses que odian a Trump han entendido que suscribirse al Washington Post o al New York Times, o militar en medio de comunicación era una manera de activismo. Con todo mi respeto para esos medios que hacen un gran trabajo periodístico.
Ha habido medios a los que Trump les ha venido económicamente bien y han conseguido más suscriptores o más audiencia que nunca. A veces también se realizaron campañas descarnadas contra Trump.
Se han planteado grandes debates y hubo muchos dilemas con respecto a la cobertura de la presidencia de Donald Trump, porque está poniendo trampas constantemente. A veces no está muy claro si hay que dar relevancia a todos sus mensajes de Twitter. Algunos no tienen demasiada transcendencia social pero generan un mensaje muy rupturista y muy llamativo. Si los arrinconas no das cobertura al presidente de los Estados Unidos. Cómo cubrir a Trump es una discusión que yo personalmente no tengo resuelta porque no deja de ser el presidente estadounidense diciendo cosas muy graves.
Cuando las cadenas lo cortaron mientras se daban las proyecciones del resultado electoral, o se ha interrumpido la conexión con la portavoz de la Casa Blanca, se han planteado cuestiones que no existían antes y dejan a los medios un poco descolocados. Yo no comparto que haya que cortar al presidente en directo.
– ¿Se ha extendido esta tendecia a otro lugares?
Sí, a todo Occidente. Estados Unidos es una referencia aunque a veces no queramos asumir la enorme importancia que tiene. Biden va a tener una gran influencia en los próximos años desmontando a Trump. Aunque esa semilla que Trump introdujo es difícil de quitar; ha abierto la veda a determinados mensajes dentro de la política mundial que antes eran muy difíciles de escuchar en público.
Se han roto algunas reglas en la convivencia democrática y en la relación entre las instituciones que va a ser muy complicado reconducir de nuevo. Esto se ve en partidos extremistas y populistas pero también las formaciones políticas tradicionales han asumido mensajes y lenguajes que hasta hace cinco años eran muy difíciles de ver.
– Desde que se conoció la noticia de que Joe Biden era el presidente electo, los grandes medios se mostraron muy entusiasmados con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. ¿Se están generando muchas expectativas con Joe Biden?
Habrá cosas que no volverán a ser como antes, pero muchas de las líneas principales de la política estadounidense no van a cambiar. No creo que la estrategia hacia China vaya a ser muy diferente, por ejemplo.
Aunque Trump ha utilizado un estilo personal, con mensajes muy duros y llamativos, los intereses estadounidenses pasaban por ahí. Más allá de las cuestiones de discursos, Washington estaba llamado a tener fricciones con China por temas económicos, tecnológicos… Biden seguirá esa línea porque la primacía estadounidense va a ser uno de los facotres fundamentales en las próximas décadas.
En otras cosas espero que sí haya cambios. Uno de los elementos más negativos de la Administración Trump ha sido erosionar la relación con los aliados. Seguramente tenía razón en muchos puntos, como en la falta de aportación económica o militar por parte de socios de la OTAN. Pero al margen de esa crítica legítima, se ha deteriorado la relación con actores importantes como Alemania, Francia y la Unión Europea en general.
Una de las grandes riquezas de EE.UU era esa red de alianza tan potente por todo el mundo, que le permite desplegarse en cualquier parte en cuestión de horas. Trump se equivocó desgastando esa fortaleza y puede que Biden sea capaz reconducirla y darle cierto vigor.
El mundo ha cambiado, va muy rápido, ya no es el mismo que hace cuatro años. La pandemia ha acelerado mucho las tendencias. En este sentido Europa tiene un papel difícil sabiendo que hay actores muy potentes a ambos lados. No vamos a volver a un mundo unipolar y va a ser más difícil moverse en un escenario tan cambiante y con potencias en fricción.
– Después de Moscú y Washington solo te falta Pekín, ¿te ves en China en el futuro?
La verdad es que me encantaría, pero ahora mismo lo veo complicado. China es la otra gran potencia de nuestro tiempo y es el país que me parece más interesante después de haber conocido Estados Unidos y Rusia.
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