A la sombra de la guerra en Ucrania, las semillas plantadas por China a principios de la década de los 2000 en Oceanía han empezado a dar sus frutos. El primero ha sido un acuerdo bilateral con las Islas Salomón que les abre la puerta a la posible instalación de una base militar en el archipiélago.
El tratado entre ambas naciones supone el pistoletazo de salida para una carrera, que por el momento parece limitarse a la diplomacia, entre las principales potencias presentes en el teatro del Indo-Pacífico, por el control de una región que hasta el momento se había mantenido al margen de las disputas internacionales.
El acuerdo, asimismo, servirá como muestra para el resto de naciones insulares de la zona de las posibilidades y los riesgos que les ofrece un mayor acercamiento con China. Por el momento, la asociación entre ambos países se está materializando en una mejora sustancial de la posición interna del primer ministro Manasseh Sogavare, mejora que viene acompañada de un significativo aumento del autoritarismo.
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En esta línea el borrador del acuerdo filtrado muestra que el punto más importante es la posibilidad de despliegues de fuerzas policiales y militares chinas con el fin de “mantener el orden social” y proteger las inversiones de Pekín en el archipiélago. El documento también establece que los buques del gigante asiático podrán “hacer visitas, llevar a cabo un reabastecimiento logístico y hacer escala” en los puertos del país insular.
Cabe destacar los riesgos que puede conllevar para el gigante asiático dicho pacto, puesto que este vincula directamente los intereses de la superpotencia a una nación que sigue estando desgarrada por los conflictos armados inter-étnicos acontecidos durante el cambio de milenio.
Pese a ello, Pekín ha decidido redoblar la apuesta, dándose así una gira del ministro de Exteriores, Wang Yi, por ocho países de Oceanía -Islas Salomón, Kiribati, Samoa, Fiyi, Tonga, Papúa Nueva Guinea, Vanuatu y Timor Oriental- con el objetivo de fortalecer los vínculos multidisciplinares. Si bien finalmente no ha conseguido materializar el acuerdo comercial y de seguridad regional con 10 naciones insulares, el canciller chino ha firmado más de 50 acuerdos de forma bilateral, abriendo la puerta a una plausible intensificación de la presencia china en la región.
La reacción anglosajona
El sonido de la obertura de dicha puerta ha hecho estremecer a las naciones anglosajonas que hasta la fecha controlaban incontestablemente el Pacífico Sur: Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
China ha conseguido con este movimiento que las tres cancillerías hayan perfilado prácticamente al unísono un objetivo en común: la contención de la influencia del gigante asiático en el continente. Aun así, las posibilidades de una respuesta uniforme y homogénea son bajas debido a que cada una de las naciones mencionadas tiene una área de influencia propia que defender.
Así, el nuevo gobierno laborista de Australia, cuyos intereses geopolíticos están concentrados principalmente en Melanesia, ha replanteado, de mano de la nueva ministra de exteriores, Penny Wong, su política exterior con respecto a sus vecinos norteños. De este modo, las líneas generales de la reestructuración diplomática australiana son las siguientes:
- Un compromiso, hasta ahora inédito, de Australia en la lucha contra el cambio climático.
- La alteración de las formas en la que Camberra se relacionaba con sus vecinos, transitando de una especie de “neocolonialismo” hacia un trato como socios a las naciones de su vecindario.
- Una advertencia implícita a quienes se planteen una profundización de sus relaciones con Pekín, especialmente en el ámbito militar.
Para Washington, la posibilidad del establecimiento de bases militares chinas en Oceanía supone una amenaza directa a su estrategia de contención de la flota china en el Océano Pacífico. Para evitar que dicha amenaza se materialice, la Casa Blanca ha optado por hacer uso de su músculo financiero y tratar de incluir al conjunto del continente oceánico en el Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad (IPEF). Por el momento, la única nación que se ha mostrado predispuesta ante dicha sugerencia ha sido Fiyi. Cabe destacar que la aceptación o la repudia unánime de esta propuesta en la región tiene el potencial de determinar a largo plazo los equilibrios geopolíticos del área.
A esto, debe sumarse también los esfuerzos diplomáticos de Washington, que por el momento se han concentrado en la reapertura de una embajada en las Islas Salomón, los cuales tienen la pretensión revertir el alto grado de limitación de la presencia diplomática estadounidense en esa parte del mundo.
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Finalmente, Nueva Zelanda, que hasta el presente momento había tratado de ponerse de perfil ante las crecientes tensiones entre China y sus socios anglosajones con el objetivo de desenvolverse cómo un plausible enlace entre ambos contendientes, ve ahora truncada dichas aspiraciones. Y es que la intromisión de Pekín en Polinesia, el “patio trasero” de Wellington, obliga a esta a desestimar sus intenciones de mantenerse neutral y fuerza un posicionamiento asertivo en verso del gigante asiático. Dicha asertividad tan solo ha sido expresada verbalmente por la administración de Jacinda Ardern debido en buena medida a la falta de una estrategia para contener la intromisión de una potencia externa en su área de influencia. Pese a todo, es esperable que en el medio plazo la respuesta neozelandesa se materialice.
¿Un mordisco agridulce?
La mezcla de pobreza, amenaza climática y falta de interés occidental ha permitido a los diplomáticos chinos extender notablemente su influencia por toda Oceanía. No obstante, la visita del canciller chino Wang Yi no ha obtenido todos los resultados esperados, especialmente considerando que la presencia de la influencia china en el continente se remonta a inicios de siglo.
Así surge la siguiente cuestión: ¿por qué una región tan pequeña y pobre no ha sucumbido inmediatamente a las ambiciones de una de las mayores potencias del mundo?
La respuesta es tan escueta y sencilla cómo compleja: por la diversidad. Los archipiélagos que componen el continente oceánico, por su condición insular, contienen grupos humanos que, pese a tener evidentes conexiones entre sí, son altamente autónomos y diferenciados, cosa que dificulta la creación de los Estados-nación. A su vez, la condición embrionaria de los Estados de muchas de estas naciones dificulta enormemente su capacidad para llegar a acuerdos bilaterales y compromete a dichos pactos ante una elevada inestabilidad interna.
De este modo, a lo largo y ancho del continente encontramos tres situaciones políticas predominantes:
En primer lugar, Estados poco o nada asentados cuyos territorios se ven azotados periódicamente por oleadas de violencia intercomunitaria, como son los casos de Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón o Vanuatu.
En segundo lugar, Estados cuyo poder sobre la población local emana indirectamente del apoyo que reciben por parte de las potencias anglosajonas, y que, por lo tanto, opondrán fuertes reticencias a un acercamiento con Pekín. Un ejemplo de ello son las Islas Marshall y los Estados Federados de Micronesia, cuyos líderes han sido los más asertivos ante China.
En tercer lugar, territorios cuyo dominio sigue en manos de una metrópolis colonial y que en consecuencia cualquier trato con ellos enfrentaría a China directamente con la administración colonial. Este es el caso, por ejemplo, de Nueva Caledonia.
Entre toda esta falta de consolidación estatal destaca, como excepción que confirma la regla, Fiyi. Este estado ha conseguido consolidarse bajo el liderazgo de Frank Bainimarama un militar marcadamente nacionalista que llegó al poder a través de un golpe de Estado en 2006 contra un gobierno de la etnia indo-fijiana. En los dieciséis años de dominio de Bainimarama, dicho país ha sido capaz de desarrollar una política exterior altamente diversificada que le ha permitido ser independiente del eje Australia-Nueva Zelanda, tratar de liderar un bloque regional propio y acercarse a poderes externos a la zona como India, Estados Unidos y en especial China, con quien ha reforzado los vínculos significativamente durante la última década. Por ello, el reciente acercamiento con Washington puede interpretarse en el marco de una estrategia de diversificación de socios estratégicos con la finalidad de evitar verse envueltos en una “nueva guerra fría”.
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Todo y este éxito diplomático limitado, Pekín aún tiene al menos dos posibilidades de expansión que pueden terminar por inclinar la balanza regional a su favor: Timor Oriental y el “confeti del imperio”.
Llamando a terceras potencias
La multipolaridad hace de los juegos de suma cero una utopía, así, el inicio de un conflicto velado entre China y una alianza anglosajona compuesta por Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda por la hegemonía en el Pacífico Sur no deja indiferente al resto de potencia, tanto nacientes cómo en retroceso, que tienen intereses en dicha región.
Primeramente, la destitución de Scott Morrison en favor del gobierno laborista de Anthony Albanese ha sido recibida por el Elíseo con gratitud debido a los rencores provenientes de la firma del tratado AUKUS y de la ruptura del contrato de compra de un numeroso lote de submarinos franceses.
Así, con un Emmanuel Macron con un mandato renovado, Francia tiene la tarea por delante de reconstruir su relación con las potencias anglosajonas y revertir los graves errores cometidos en Nueva Caledonia con el adelantamiento pobremente justificado del tercer referéndum de independencia con el motivo de evitar que dichas debilidades sean explotadas por el gigante asiático.
Por último, el éxito diplomático chino en Timor Oriental, que es la última expresión del aumento progresivo y sostenido de la influencia china en dicha nación, amenaza con sumar a esta intrincada ecuación geopolítica regional la postura de Indonesia. Los intereses geoestratégicos indonesios, que pasan por evitar la intromisión de otras potencias tanto en Timor Oriental como en el conflicto independentista en Papúa Occidental, se fusionan en esta ocasión con los intereses puramente políticos de la administración de Joko Widodo.
Dicho mandatario, quien debe afrontar un malestar interno generalizado por el aumento del precio del aceite de palma y por las suspicacias frente a la posibilidad de que permanezca en el cargo más tiempo del constitucionalmente permitido, se verá obligado por su socio y rival Prabowo Subinato, un ferviente nacionalista, a adoptar una postura mucho más asertiva en política exterior si pretende conservar su apoyo.
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