La pregunta “¿hacia dónde va China?” no puede ser respondida fácilmente, todavía menos si se piensa en el largo plazo del país. En las declaraciones públicas de figuras relevantes del Partido Comunista, a menudo se entremezclan afirmaciones maximalistas sobre el futuro y, ante todo, reflexiones prácticas sobre los aspectos inmediatos de la gestión de gobierno.
Sí, en China gobierna el Partido Comunista; en concreto, gobierna la forma histórica que ha tomado el movimiento socialista y su Partido en el país asiático, atendiendo a las particularidades y características propias de China en las últimas décadas. Decir esto es decir mucho. Significa reconocer la condición de sujeto al Partido Comunista de China (PCCh), atribuirle dinámicas internas y dinamismo en el marco de la gestión concreta del país más poblado del mundo. Gobernar es pasar del folclore identitario a la praxis política. Y, en ese movimiento, existe un riesgo: perderse en el laberinto de la gestión y abandonar los horizontes ideológicos. ¿Le está pasando esto a los comunistas chinos?
Esta es, sin duda, una de las grandes cuestiones que dará forma al mundo. Qué forma tome con el paso del tiempo el gobierno socialista de un país que representa a cerca del 20% de la población total del globo no es poca cosa. Siendo realistas, varias puertas están abiertas de par en par. Cuando Deng Xiaoping decidió abrir a China al desarrollo de las fuerzas productivas de la mano de mecanismos capitalistas, todo cambió. Es cierto que el PCCh conservó el control del aparato estatal, desde el cual condujo y subordinó a la emergente -y hoy ya consolidada- clase capitalista nacional; pero no es menos cierto que la concentración de capital en manos privadas dotó de intereses propios a la burguesía nacional –algo, por otra parte, automático e inevitable en el marco de un proceso de desarrollo capitalista–.
El “socialismo con características chinas”, su “economía de mercado orientada al socialismo” consistió en procesos de desarrollo autocentrado en los que el capital invertido en el país -a través de diversos métodos y a menudo proveniente del extranjero- era reinvertido dentro del corpus nacional, dinamizando la economía y asegurando el progreso material de la sociedad. Téngase en cuenta que el capitalismo siempre ha ordenado el sistema internacional mediante una nítida separación entre países centrales, poderosos, exportadores de capital y países periféricos, dependientes, oferentes de materias primas y fuerza de trabajo de bajo coste. El PCCh quería valerse de las herramientas del mercado, al tiempo que evitaba la reincorporación de China a los circuitos internacionales del capital en la forma de país periférico: China no debía ocupar una posición subordinada, no debía ser un simple mercado de mano de obra barata en el cual las grandes empresas de los países centrales valorizasen una inversión y se llevasen el beneficio de vuelta a sus países.
Dicho esto, e independientemente de los objetivos, lo evidente es que el PCCh introdujo mecanismos de mercado, permitió la formación de una capa nacional de capitalistas y, de alguna forma, abrió sus estructuras partidarias a debates sobre el largo plazo del socialismo chino. Al margen de la corta etapa de la Nueva Política Económica diseñada por Lenin y aplicada en la URSS desde 1922 hasta 1928, lo cierto es que la aplicación sostenida en el tiempo de métodos capitalistas en un proyecto socialista de un gran país es territorio inexplorado. Por ello, es crucial repasar los posibles puntos de llegada de esta particular interpretación del marxismo-leninismo y del capitalismo como punto de apoyo para un andamiaje socialista. Todo ello, a su vez, en el marco de un declarado deseo de que el país se convierta, para 2049 -fecha del centenario de la fundación de la República Popular-, en un “país socialista altamente desarrollado”.
Las posibles salidas
El proceso que está viviendo el PCCh y la sociedad china en su conjunto puede devenir, pues, en formas de organización económica y política muy distintas. Y, por su peso demográfico, económico y militar, la “elección” (en realidad no será tal cosa, sino la consecuencia de procesos políticos internos y externos conectados y coherentes entre sí) tendrá implicancias globales, por no hablar de la influencia que ejercerá a lo largo del planeta sobre la izquierda en general y sobre el movimiento comunista en particular. Las salidas más probables son las siguientes: a) una reconfiguración interna de alcance radical; b) degradación del proyecto nacional y consolidación de un capitalismo no democrático; y c) transición efectiva al socialismo.
El primero de los escenarios, el de la reconfiguración interna de alcance radical es quizá el menos probable. Requeriría una profunda corrosión de la capacidad aglutinante del PCCh, el abandono del proyecto de desarrollo autocentrado, la re-periferización del país y la modificación de la correlación de fuerzas internas en favor de una gran burguesía nacional no redistributiva con capacidad de control sobre el aparato estatal. Esta salida sería profundamente beneficiosa para el bloque de Estados Unidos y sus aliados, por cuanto permitiría soñar con una futura adscripción -al menos parcial- del Gigante Asiático a su agenda internacional, al estilo de la India.
El segundo de los escenarios es probable y, como el tercero, depende en gran medida de la evolución interna del Partido Comunista. Se trataría de una consecución no socialista del sueño del desarrollo autocentrado, en la que efectivamente el país conservase y ampliase su estatus de gran jugador internacional, pero abandonase definitivamente el horizonte ideológico. En él, los asuntos de la participación popular, la redistribución o el anti belicismo como línea en política exterior serían finalmente abandonados. Esta posibilidad anularía total o parcialmente algunos de los objetivos proclamados por el Partido (léase a Xie Chuntao), como el de la armonía social, la protección del medio ambiente o el desarrollo de la democracia. El Estado, independientemente del nombre de su coalición dominante, miraría ante todo por la preservación del propio poder en la escala global y por la defensa interna de las clases capitalistas frente a las clases trabajadoras.
El último de los escenarios es también probable, aunque opuesto al anterior. Se trata, justamente, de la definitiva consecución del “sueño chino” de plena independencia a todos los niveles y de incorporación autocentrada y no subordinada en el sistema internacional, acompañada de la plena consecución de los horizontes socialistas del Partido. En semejante escenario, China se convierte en un verdadero baluarte de la solidaridad como modus operandi en materia exterior, de la redistribución interna y la ayuda al desarrollo en materia económica, de la democracia participativa como motor de la organización política, de la protección medioambiental, etc. Sería una suerte de transición hacia el socialismo o de “evolución a la izquierda”, en palabras de Samir Amin. En este sentido, China se proyectaría hacia los pueblos del mundo como un modelo alternativo que, además, conservaría la plena soberanía económica y militar.
Sin duda, existen salidas intermedias, pero probablemente esas tres constituyen el eje desde el cual puede pensarse el “largo plazo chino”. Qué camino tome el Partido lo mostrarán los hechos, las decisiones efectivas que se tomen desde el Estado y la particular forma que tome el poder político en China. Factores externos e internos van a definir con el paso del tiempo la dirección que tome el país, lo que dota de una gran relevancia al Congreso que va a acontecer en este mes de octubre.
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