Para poder analizar y entender las dinámicas internas de China es preciso tener en cuenta la existencia de luchas en el seno del partido. El Partido Comunista de China (PCCh) no es un ente monolítico, está compuesto por facciones con diferentes corrientes ideológicas, económicas y políticas que tienen intereses o visiones que pueden ser opuestos a los de la cúpula de poder. El oficialismo y los medios estatales aseguran luchar contra las “camarillas y pandillas”, pero el faccionalismo es una característica inherente al partido desde su propia creación en 1921. En la actualidad existen tres grandes bloques: las elitistas, representadas por la Banda de Shanghái de Jiang Zemin y la Banda de Xi del actual mandatario chino y la populista, liderada por la Liga de la Juventud Comunista de China de Hu Jintao.
Partiendo de esta base, se puede afirmar que Xi se ha convertido en uno de los líderes más poderosos desde la proclamación de la República Popular en 1949. Jiang Zemin respaldó y auspició su candidatura para suceder a Hu Jintao con el objetivo de evitar un nuevo mandato de un integrante de la Liga de la Juventud Comunista y porque veía en Xi un líder más manejable que podría garantizar los intereses de la Banda de Shanghái. Sin embargo, no solo ha conseguido forjar una red patrón-cliente en todo el sistema chino, sino que también ha debilitado el poder de las dos facciones que hasta la fecha habían dominado las dinámicas del partido.
En líneas generales, Xi ha materializado su consolidación de poder de tres formas principales: a través de la lucha contra la corrupción y el reforzamiento ideológico del partido, mediante el nombramiento de sus aliados en los principales órganos de poder y reestableciendo un sistema centralizado y cuasi unipersonal.
Lucha contra la corrupción y campaña ideológica
“Aún queda un largo camino por recorrer para evitar que todo tipo de grupos de interés converjan y corrompan a nuestros burócratas. Todavía queda un largo camino por recorrer para abordar de manera efectiva la corrupción más invisible y arraigada y todavía tenemos un largo camino por recorrer para erradicarla por completo”. Con estas palabras alentó Xi a los funcionarios de la poderosa Comisión Central de Control Disciplinario (CCDI) a continuar con los esfuerzos para extirpar la considerada como “enfermedad” crónica que pone en peligro la legitimidad del partido.
Desde que asumió el poder en 2012 el mandatario chino ha consolidado la lucha contra la corrupción -una práctica que se extendió por todo el sistema debido al vertiginoso crecimiento económico experimentado en las últimas cuatro décadas- como una seña de identidad de su administración. La caza de “tigres” y “moscas” ha sido constante desde entonces, con más de tres millones de burócratas de todos los niveles investigados y casi dos millones procesados, entre ellos 120 altos funcionarios. Los antecesores de Xi también llevaron a cabo campañas similares, pero la magnitud y el alcance de la actual es mucho mayor. Por ejemplo, tan solo en 2019 las autoridades chinas investigaron a 62 oficiales que formaban parte de la cúpula de poder, 14 más que en todo el periodo de 15 años de liderazgo de Jiang Zemin.
En este contexto, si bien la corrupción, los sobornos, el abuso de poder o la malversación son una lacra que amenazan la estabilidad del PCCh, Xi ha utilizado la campaña como una herramienta política para justificar purgas de sus adversarios. Ejemplos significativos son Sun Zhengcai y Bo Xilai de la Banda de Shanghái o Zhou Yongkang, Ling Jihua o Guo Boxiong de la Liga de la Juventud Comunista.
Esta estrategia ha ido acompañada por un reforzamiento de la disciplina e ideología del PCCh y del “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas en la nueva era”. En este sentido, la “Resolución sobre los importantes éxitos y las experiencias históricas del PCCh en su centenaria lucha” aprobada el pasado 10 de noviembre exige a los “cuadros dirigentes” que “permanezcan fieles al Partido, lo obedezcan y cumplan sus responsabilidades” para evitar el resurgimiento de “problemas como la falta de rigor en el autodisciplinamiento”. No respetar la disciplina suele ser una acusación habitual para expulsar a aquellos que no son suficientemente leales al “núcleo” del partido y a su ideología.
Asimismo, como menciona Huang Xianghuai, investigador principal de la Escuela Central del Partido del PCCh, es imprescindible que los funcionarios chinos reconozcan que “el marxismo es la ideología rectora fundamental en la fundación del partido y el país” para evitar el “balanceo en los ideales” que pone en peligro la estabilidad interna como ocurrió en la Unión Soviética a finales del siglo XX. Tang Aijun, profesor de la misma institución, también considera que garantizar la “seguridad ideológica” del partido es necesario para evitar que las “fuerzas extranjeras occidentalicen y dividan China a través de la infiltración ideológica” y socaven el poder del régimen y sistema político.
Estas preocupaciones se ven reflejadas en el documento oficial “Opinión sobre el fortalecimiento y mejora del trabajo ideológico y político en la nueva era” emitido por el Comité Central y el Consejo de Estado en julio de 2021. En el mismo se establece una serie de indicaciones para que los cuadros “realicen bien el trabajo ideológico” e “implementen concienzudamente los requisitos de la constitución y los reglamentos del partido”. En definitiva, fortalecer la naturaleza disciplinaria e ideológica del PCCh permite a la élite política, liderada por Xi, legitimar su poder, controlar todos los niveles del partido y asegurar la lealtad de los funcionarios.
Las investigaciones iniciadas en el marco de las campañas anticorrupción y disciplinaria-ideológica han sido especialmente intensas en el aparato legal y judicial. Xi mantiene una enorme desconfianza hacia estos órganos, vitales para asegurar un tercer mandato, dado que hasta la fecha están repletos de aliados de Jiang Zemin. Por estos motivos, en 2020, la Comisión Central de Asuntos Políticos y Jurídicos (CPLC) -agencia que supervisa la policía, la seguridad nacional, las agencias judiciales, los fiscales y los tribunales- inició una campaña para “rectificar la educación”, expulsar a los “elementos corruptos” y asegurar que “el ejército encargado de hacer cumplir la ley sea absolutamente leal, puro y confiable para el Partido Comunista”. Chen Yixin, secretario general de la CPLC, comparó la cruzada con el Movimiento de Rectificación de Yan’an, una purga ideológica que inició Mao Zedong en 1942 para purificar ideológicamente el partido y expulsar a sus adversarios “contrarrevolucionarios”. Entre febrero y julio de ese mismo año más de 178.000 funcionarios fueron investigados y castigados.
El caso más significativo es el de Sun Lijun, ex viceministro de seguridad pública vinculado a la Banda de Shanghái, acusado de tener “ambiciones políticas desmesuradas”, aceptar sobornos, manipular los mercados de valores y posesión ilegal de armas, entre otros delitos. Poco después de su detención, el ministerio de Seguridad Pública estableció una comisión especial para “erradicar la influencia venenosa de la facción política” de Sun que buscaba “controlar departamentos clave, socavando gravemente la unidad del partido”. El hecho de que otros tres ex viceministros de seguridad pública -Li Dongsheng, Meng Hongwei y Wang Like- hayan sido destituidos en los últimos años evidencia la urgencia de Xi de mantener bajo control este órgano.
El Ejército Popular de Liberación (EPL) también ha sido objeto de importantes investigaciones y reorganizaciones. Como ocurrió con Mao y Deng, Xi ha impulsado una limpieza del ejército para asegurar que es completamente leal al partido y evitar que se originen facciones hostiles en las fuerzas armadas. De la misma forma que el “poder político surge del cañón de un arma”, como decía el Gran Timonel, el poder militar también puede promover alzamientos o golpes de estado si no está bajo absoluto control. Xi ha purgado a más de 40 oficiales de alto rango desde 2013, destacando especialmente Guo Boxiong y Xu Caihou, ex vicepresidentes de la Comisión Militar Central (CMC) y vinculados a la Banda de Shanghái de Jiang, por aceptar “grandes sobornos” y vender puestos como el de comandante regional a cambio de 3.25 millones de dólares. Se cree, asimismo, que estos dos generales socavaron sistemáticamente el liderazgo de Hu Jintao y su primer ministro Wen Jibao. Esta mentalidad no encaja con las demandas de ser “absolutamente leal, absolutamente limpio y absolutamente confiable” que exigió el propio Xi un mes después de asumir el poder.
Las purgas en el EPL se han complementado con una profunda reorganización de las fuerzas armadas destinada no solo a impulsar la modernización, sino también a consolidar la autoridad de Xi a través de la implementación de un “sistema de responsabilidad del presidente de la CMC” en lugar de un “sistema de responsabilidad del vicepresidente de la CMC” donde las decisiones militares importantes son adoptadas por el presidente de este órgano.
Nombramiento de aliados
Desde el primer año que asumió el liderazgo de China, Xi ha forjado una coalición de aliados en todo el sistema del partido-estado con el objetivo de mantener la autoridad interna. Como ocurre con cualquier político internacional, más en regímenes autoritarios, Xi no podría haber materializado sus propias políticas sin un círculo cercano que muestre su lealtad. Por este motivo, el dirigente chino ha consolidado su facción en el seno del PCCh nombrando a sus aliados en los puestos más importantes de los principales órganos de poder. Los miembros de este bloque han tenido vínculos amistosos o profesionales con Xi desde que era un niño. Guoguang Wu identifica hasta siete grupos de donde proceden las personas que han estado conectados con el mandatario chino hasta la actualidad: la segunda generación roja -príncipes del partido-, Shaanxi, la Universidad de Tsinghua, Hebei, Fujian, Zhejiang y Shanghái.
Para entender la magnitud de esta estrategia tomemos como ejemplos el Comité Permanente del Politburó y el Politburó, dos de los órganos más importantes del partido. En el XVIII Congreso Nacional del PCCh celebrado en 2012 el primero, formado por siete miembros, contaba con únicamente un aliado y el segundo, compuesto por 25 integrantes, con cinco. Un lustro después, en el XIX Congreso Nacional, Xi consiguió colocar en el Comité Permanente del Politburó a tres aliados y en el Politburó a 15.
Estos movimientos se han producido en todos los niveles del partido, el estado y el ejército. Algunos casos prácticos:
- Los secretarios generales de las seis ciudades más importantes del país en términos económicos -Tianjin, Beijing, Shenzhen, Shanghái, Cantón y Guangzhou- son protegidos de Xi. El líder chino asegura de esta forma que los futuros altos funcionarios del partido sean leales debido a que forjar una carrera profesional en las principales metrópolis chinas concede muchas más posibilidades de ascender, especialmente si es Shanghái dado su enorme peso económico.
- Los vicepresidentes de la CMC, Xu Qiliang y Zhan Youxia, son aliados de Xi. Precisamente, en el XIX Congreso Nacional del PCCh, este órgano militar fue reducido a 7 miembros para consolidar su poder.
En este contexto, la facción más afectada por estos nombramientos ha sido la Liga de la Juventud Comunista, que hasta 2017 era la más numerosa en el Politburó gracias, en parte, a los mandatos de Hu Jintao. La facción ha pasado paulatinamente a un segundo plano, llegando a reconocer en 2015 estar “paralizada del cuello para abajo”.
Centralización de poder y liderazgo unipersonal
Mao Zedong se aventuró en cierta ocasión a afirmar que el “Sexto Pleno determinará el futuro de China”. Se trata de una importante sesión que lleva a cabo el Comité Central del PCCh meses antes de celebrarse el Congreso Nacional para determinar los cambios que se producirán en relación con los miembros de los principales órganos de liderazgo, así como para establecer las líneas político-económicas generales que China deberá seguir en los próximos cinco años.
Siguiendo la tesis esbozada por Mao, los Sextos Plenos liderados por Xi -en 2016 y 2021- evidencian su afán por convertir el partido en un régimen mucho más personalizado y centralizado en el que él y su pequeño círculo de aliados tengan la última palabra en los asuntos de interés nacional.
En el organizado en 2016, el Comité Central nombró oficialmente a Xi como “líder central”, estatus considerado “de vital importancia para el país y el partido”. Asimismo, también aprobó el documento “Varios principios sobre la vida política en el partido bajo la nueva situación”, una revisión del informe elaborado por Deng Xiaoping en 1980 bautizado como “Varios principios sobre la vida política en el partido” en el que establecía los principios que debían regir la era posmaoísta.
El nuevo documento eliminó la segunda sección de la versión de 1980 titulada “Adherirse al liderazgo Colectivo y oponerse a la regla arbitraria personal”, que rechazaba el culto a la personalidad y el mandato unipersonalista y sentaba las bases para introducir el liderazgo colectivo. Si bien durante el conclave el Comité Central aseguró que “la dirección colectiva democrática es el principio organizativo fundamental del Partido”, resultaba evidente que Xi buscaba disminuir la relevancia de este principio en un intento de legitimar su consolidación de poder. Si el líder chino no eliminó completamente las referencias al liderazgo colectivo fue para evitar una mayor oposición interna y evitar críticas a nivel doméstico e internacional.
Cinco años después, el Comité Central aprobó la “Resolución sobre los importantes éxitos y las experiencias históricas del PCCh en su centenaria lucha”. Merece especial atención el siguiente párrafo de la resolución sobre los objetivos del PCCh que podría dar pistas sobre las intenciones políticas de Xi Jinping:
“(…) la disposición estratégica de impulsar la consecución del objetivo de lucha fijado para el segundo centenario [se basa] en dos etapas: en la primera, del 2020 al 2035, la modernización socialista debe hacerse básicamente realidad; y en la segunda, desde el 2035 hasta mediados del siglo, hay que transformar nuestro país en un poderoso país socialista moderno”.
Es imposible, a priori, que Xi pueda permanecer en el poder hasta 2049 -fecha en la que se ha de alcanzar el “sueño chino”- por un problema natural: tendrá 96 años. Por lo tanto, la introducción de un nuevo hilo temporal -2035- en la resolución y en las estrategias del PCCh hace indicar que buscará gobernar dos mandatos más -hasta 2032-, cuando cumplirá 82 años, una edad más realista para poder dirigir la segunda mayor potencia global y reivindicar la autoría de la “modernización socialista”. Sea como fuere, la resolución pone en evidencia que Xi Jinping no tiene, de momento, una oposición real que amenace su poder, reforzando de esta forma su posición como figura central.
En definitiva, el líder chino busca reestablecer el centralismo en el PCCh y reforzar la supremacía central sobre todo el sistema del partido-estado, disminuyendo de esta forma la influencia de otros actores como los organismos gubernamentales, las administraciones locales o provinciales y las empresas estatales. Ejemplos significativos pueden ser conceder a los pequeños grupos de liderazgo -muchos de ellos encabezados por el propio Xi- un mayor peso para supervisar la implementación de las políticas adoptadas por la élite burocrática y mantener el control de los funcionarios estatales o aumentar el número de comités del partido en el sector empresarial, incluyendo las compañías privadas.
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