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Por Alejandro López.
El primer logro de la presión rusa tras los ejercicios de abril de 2021 fue la reunión entre Joe Biden y Vladimir Putin que tuvo lugar en junio, así como el siguiente éxito del posterior incremento numérico a finales de año se materializaría en la conversación del 7 de diciembre. Posteriormente a esta reunión, que llegó después del choque político entre Polonia y Bielorrusia a cuenta de la migración dirigida hacia la Unión Europea, llegaría la publicación de los dos borradores de acuerdo que Rusia expuso para su firma con Estados Unidos, uno en el marco de la OTAN y otro a modo bilateral.
¿Hacia unas garantías de seguridad?
Los puntos clave de esta propuesta incidían en la no expansión de la OTAN, la contención de ejercicios militares y el control de los despliegues de armas de corto y medio alcance. Sobre esta cuestión hay mucho que cabe analizar. En primer lugar se encuentra la posibilidad de que Rusia esté dispuesta a mover su mencionada línea roja (expansión de la OTAN), lo cual podría ser reducido a un reconocimiento escrito –en cualquier formato- de la no aceptación de Ucrania y, potencialmente, Georgia, Moldavia o incluso ningún país. Rusia ha señalado que no sería suficiente con un compromiso estadounidense de que Ucrania no entraría en los próximos años, sea cual sea la conclusión, lo cual pasaría como mínimo por la reversión de la invitación a unirse a la alianza dada en el memorándum de Bucarest de 2008. Las promesas incumplidas por Occidente a este respecto son algo frecuente en el discurso ruso desde el fracaso de Boris Yeltsin en asegurar que dichos compromisos fueran por escrito.
La cuestión de los despliegues de contingentes y la conformación de infraestructura o bases de la OTAN cada vez más al este hace referencia al punto del no-despliegue de países de la OTAN previos a 1997 en los incorporados posteriormente. Aquí los puntos de tensión pueden ser Polonia y, en menor medida, Rumanía. Pero todo el este de Europa –salvo Hungría- ha virado a la órbita estadounidense, con importantes ejercicios y aportes militares en Estonia, Letonia, Lituania o Polonia. Esto podría ser suavizado con una distensión en la región ya que, según Rusia, las tropas de todos esos países de la OTAN pre-1997 se encuentran cada vez más cerca de las fronteras rusas mientras ellos no tienen tropas en Canadá o México. Más allá de la cuestión de la tensión militar, uno de los puntos clave de esa distensión sería la tensión política, ya que lo sucedido en Lituania, Georgia, Armenia, Ucrania y el intento en Bielorrusia de 2020 sirvió para promocionar gobiernos que virasen hacia posiciones pro-occidentales o directamente antirrusas. Hungría, con buenas relaciones con Moscú, ha sido uno de los artífices del bloqueo durante al menos 3 años en instituciones occidentales como la OTAN del caso más extremo entre esos movimientos antirrusos: la política étnica de la Ucrania post-Maidán. Y es que la política nacionalista ucraniana se impuso desde el primer momento tras el triunfo del Maidán, afectando a las demás lenguas: ruso, rumano, búlgaro, polaco o húngaro principalmente. Además de esto, cabe mencionar las críticas rusas a la posibilidad de que se promueva finalmente una revolución de color en la misma Rusia, incidiendo en promocionar a Sergey Navalny como líder opositor en Occidente –sin atención a la realidad local política y étnica rusa-, con la ayuda del espacio post-soviético del mismo modo que Lituania ha servido de punta de lanza en el caso bielorruso.
Para saber más: La frontera imposible: Transcarpatia.
En cuanto a la posibilidad de acercamiento en el tercero de los aspectos destacados, el del control de los despliegues de misiles de corto y medio alcance, parece viable la negociación de un marco similar a un tratado INF –roto unilateralmente por Estados Unidos durante la era Trump-. Una de las claves en este aspecto es que Rusia señala la cercanía del territorio de Ucrania con Moscú (en torno a 500 km) y otros puntos sensibles rusos, por lo que podrían incurrir en una crisis de los misiles europeos desde el lado occidental. Otros tratados rotos por Estados Unidos pero de más complejo arreglo serían en orden ascendente de dificultad el JCPOA –acuerdo nuclear iraní-, el de Cielos Abiertos y el ABM de misiles antibalísticos.
¿Hacia el éxito de la diplomacia?
El 30 de diciembre tendría lugar una segunda llamada entre los líderes Biden y Putin en menos de un mes para preparar el terreno a las conversaciones diplomáticas que vendrían a tratar todo lo dispuesto en el mes de enero. La negativa a la más mínima cesión crecía desde Europa del Este, con énfasis en Estonia, que ya había decidido armar a Ucrania con material comprado a Estados Unidos.
Y en enero llegarían las grandes cumbres: Rusia-EEUU el día 10, Rusia-OTAN el día 12 y la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) el día 13. Las reuniones tendrían lugar en Ginebra, Bruselas y Viena, respectivamente, y arrojarían un saldo aparentemente positivo para ambas partes (EEUU y Rusia) puesto que se mostraron dispuestos a nuevos encuentros. En la semana siguiente no llegarían respuestas a las demandas rusas pero sí se concretaría una nueva e importante reunión entre el Ministro de Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, y el Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, el viernes 21 (en Ginebra). A pesar de que Lavrov representaba un ala mucho más diplomática que la de los sectores del entorno de Defensa o los Viceministros de Exteriores Alexander Grushko (en Bruselas) y Sergey Ryabkov (en Ginebra), tras la falta de concreción de las tres primeras reuniones, Lavrov pasó a ofrecer una posición ligeramente más dura: “La paciencia de Rusia con las acciones de Occidente ha llegado a su fin, hemos estado durante mucho tiempo, ahora es el momento de irse”. En cualquier caso, la decisión del devenir de la crisis se encuentra, sin duda, en la figura de Vladimir Putin, por lo que también es relevante lo expresado por el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov: “Las relaciones de Rusia con la OTAN se acercaron a la línea roja debido al apoyo militar de la alianza a Ucrania”. Peskov urgía al tiempo para obtener una respuesta, volviendo a la necesidad de no agotar la paciencia rusa tras décadas de promesas no cumplidas y no dilatar más la negociación sobre seguridad que comentó Lavrov. “El tiempo importa”, expresaba el portavoz.
Para saber más: Rusia lanza su órdago: análisis de los borradores de acuerdo Rusia–OTAN y Rusia–EEUU.
La diplomacia parecía dar ciertos frutos ya que Rusia concedía nuevas semanas a las conversaciones, aunque señalando siempre las líneas rojas. Incluso Ryabkov señalaba lo prometedor de dicho diálogo, aunque no se hubiera tornado en negociación. Estados Unidos, tras una semana de rebaja de amenazas de sanciones y la negativa a ceder en cuestiones propias de la “soberanía” de cada país en la entrada en la OTAN, finalmente ofreció su disposición a responder por escrito a Rusia, tal y como ésta había solicitado. Estados Unidos prometió en el segundo encuentro de Ginebra dicha respuesta escrita y una nueva reunión con Lavrov pero lo fue retrasando hacia final de mes. El día 26 de enero llegarían con la advertencia pública previa de que podrían no satisfacer las demandas rusas.
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