El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) es un movimiento político que transitó desde la insurrección armada contra la dictadura de Somoza a la vía electoral. En uno y otro campo se convertiría en un agente hegemónico, transformando de manera determinante la vida del país. En este artículo ahondamos en la evolución histórica y el origen del movimiento.
Nicaragua como coto particular de la familia Somoza
El FSLN nace en la década de los años sesenta como una organización político-militar cuyo objetivo primordial era derrocar al dictador Anastasio Somoza e iniciar una revolución socialista. Toma su nombre del guerrillero Augusto César Sandino, quien entre 1927 y 1932 dirigió la resistencia contra la ocupación estadounidense hasta ser traicionado y asesinado por orden de Anastasio Somoza García, el padre del gobernante derrocado por el Frente Sandinista.
Tras el asesinato de Sandino, Somoza creó una dinastía familiar que gobernó con mano de hierro el país centroamericano, con hasta tres miembros siendo presidentes del país, y ejerciendo durante cuatro décadas un control total sobre la vida social, política y económica de los nicaragüenses. Este nuevo régimen se sustentó con el apoyo militar de la Guardia Nacional -creada y dirigida en un principio por marines estadounidenses-, el soporte ideológico de la Iglesia Católica y la financiación y apoyo político del gobierno de los Estados Unidos.
La familia Somoza convirtió Nicaragua en un Estado autoritario, reprimiendo con dureza todo atisbo de protesta social. Consiguió amasar una gran fortuna gracias a la liberalización económica, permitiendo a grandes compañías familiares y corporaciones estadounidenses disponer a su antojo de los recursos del país. La economía nicaragüense adaptó toda su estructura al abastecimiento de materias primas para el mercado estadounidense. Se da en los setenta un fuerte crecimiento industrial basado casi exclusivamente en la demanda externa de productos agropecuarios (principalmente café y algodón), sustancias químicas y metales.
Multinacionales como la United Fruit Company o Standard Fruit monopolizaron el sector agrícola, creando grandes latifundios y expulsando a los pequeños agricultores tradicionales. Esto condenó a la pobreza a miles de campesinos que optaron por migrar a las grandes ciudades, donde pasarían a formar parte del proletariado urbano de los suburbios. El pujante sector industrial no pudo absorber el gran volumen de población sin trabajo procedente de zonas rurales, provocando tasas de paro cercanas al 20%. Para los que sí disponían de empleo este solía ser en la mayoría de casos extremadamente precario.
La caída de los precios de productos clave como el algodón y el azúcar a mediados del siglo XX hundieron aún más la economía de muchos nicaragüenses. A su vez, la mala gestión del terremoto de Managua de 1972 que provocó miles de muertes y destruyó gran parte de la ciudad, unido al desinterés mostrado por el régimen, provocaron aún más el descontento de una población que no podía más que observar el lujoso tren de vida de la familia Somoza y sus colaboradores. Mientras tanto, experiencias como la Revolución Cubana que en 1959 derrocaba a la dictadura de Batista o la guerra de liberación librada en Argelia contra la ocupación francesa, se convierten en ejemplos a seguir para la oposición al somocismo.
Surgen entonces por todo el país movimientos descentralizados por sectores con el objetivo común de derrocar la dictadura. Quizás el más activo y representativo fue el sector estudiantil, que convirtió la universidad de los años sesenta y setenta en una plataforma de lucha social y política de la que saldrían futuros dirigentes sandinistas como Carlos Fonseca. En el campo los campesinos optaron por la ocupación de tierras, mientras en la ciudad se multiplicaban las organizaciones obreras. Estas últimas no tendrán en la mayoría de casos la carga ideológica del resto de movimientos sectoriales, lo que será aprovechado por Somoza para acallarlas a través de concesiones como los reajustes salariales.
El Movimiento Nueva Nicaragua nace con la intención de unir a estudiantes, obreros y campesinos en un solo frente opositor, lo que cristalizará en 1961 con la creación del Frente de Liberación Nacional como primer intento exitoso de unificar los tres sectores junto a la lucha de colectivos de mujeres. Será en 1963 cuando esta organización incluya de forma definitiva el término “sandinista” en su denominación pasando a ser conocido como Frente Sandinista de Liberación Nacional.
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Expansión de la base social desde la montaña
Aunque fuertemente influido por la ideología marxista-leninista, el FSLN no contará durante sus primeros años de existencia con un programa político reconocible. En su seno confluían una heterogeneidad de ideas políticas cuyo nexo de unión era la necesidad de recurrir a la lucha armada para combatir la dictadura, así como su rechazo a incluir en ella a los partidos políticos opositores convencionales, tanto conservadores como al Partido Comunista de Nicaragua, al que ciertos sectores acusaban de reformista.
El primer objetivo del Frente fue establecer un campamento base en las montañas del norte, desde donde, apoyándose en un campesinado muy pobre, debería extenderse la insurrección general por todo el país. Sin embargo, la poca experiencia militar y un armamento rudimentario provocaron su casi aniquilación tras una emboscada de la Guardia Nacional en la que fallecieron decenas de sus miembros, mientras otros se verán en la obligación de huir a la vecina Honduras.
Durante los siguientes años el FSLN iniciará una fuerte campaña propagandística con la que conseguirá popularizarse en amplios sectores de la sociedad nicaragüense. De este modo, aunque sin desprenderse del mundo rural como foco principal, conseguirá expandir su base social a un gran número de estudiantes y trabajadores urbanos, llegando incluso a obtener cierta simpatía de parte de la burguesía nacional descontenta con el régimen.
No es hasta 1969 cuando el FSLN se decide tras intensos debates a presentar un verdadero programa político con la publicación de los catorce puntos en los que resumirían sus objetivos. Entre ellos: una revolución agraria que devolviera la tierra a los campesinos, una política exterior independiente y solidaria con otros pueblos, la emancipación de la mujer, la creación de un Ejército Patriótico Popular o la disolución de la Guardia Nacional, así como otras medidas sociales y políticas que desmantelaran de arriba a abajo al régimen de Somoza.
Desde entonces y hasta 1974, la organización pasará por el periodo denominado como la “acumulación de fuerzas en silencio”. Son años sin acciones bélicas en las que se lleva a cabo la tarea de organizar y formar a sus militantes, tejiendo alianzas con otros actores internacionales como el gobierno de Cuba o la guerrilla palestina Al-Fatah. Se trataba de ampliar su base social y construir una estructura sólida evitando desde la clandestinidad la persecución somocista. Se iniciarán campañas masivas de sensibilización en las comunidades rurales, contando para ello con el respaldo de ciertos sectores de la Iglesia Católica. La incipiente Teología de la Liberación que ponía en el centro a los más desfavorecidos, y la identificación de esta con la lucha sandinista consiguió dotarla de un componente religioso.
Divergencias organizativas e insurrección armada en todo el país
El asalto a la vivienda del ministro Chema Castillo en diciembre de 1974 es considerado como el final de la fase de reagrupamiento y el punto de partida de un nuevo periodo caracterizado por la proliferación de las acciones armadas en todo el país. El FSLN irrumpió en la celebración de un homenaje al embajador estadounidense y secuestró a diversos altos cargos del gobierno e importantes empresarios norteamericanos. Somoza se vio obligado a negociar la liberación de diversos presos políticos, consiguiendo de este modo mostrar la debilidad del régimen y haciendo visible en todo el mundo la situación que se vivía en Nicaragua.
En los siguientes años se intensificará la actividad guerrillera tanto desde el campo como en zonas urbanas circundantes a las grandes ciudades. La respuesta del régimen fue la declaración del estado de sitio y el recrudecimiento de la represión contra cualquier sospechoso de colaboración con la guerrilla. En este contexto se producirá la caída en combate de uno de los más reconocidos ideólogos del sandinismo, el citado Carlos Fonseca.
Las divergencias en materia organizativa y en los distintos pareceres sobre el mejor método de llevar a cabo la revolución, derivaron en la primera división del Frente. Surgieron entonces tres corrientes con una dirección y organización independiente: El FSLN Proletario, que ponía a las clases trabajadoras de las ciudades en el centro de la insurrección; el FSLN Guerra Popular Prolongada, de influencia maoísta y que pretendía expandir la insurrección campesina desde la montaña, y el FSLN Insurreccional, partidario de acciones focalizadas y contundentes y de las alianzas con el conjunto de fuerzas anti-somocistas. Entre los miembros de esta última destaca el actual presidente del país, Daniel Ortega.
El apoyo a la guerrilla era entonces muy amplio y, tras la conocida como “ofensiva de octubre” de 1977, sus acciones afectarán ya de forma generalizada a las grandes ciudades. En 1978 se produce el asalto al Palacio Nacional por parte del FSLN Insurreccional. Al mando del comandante Éden Pastora y de Dora María Tellez, retendrá a decenas de diputados y senadores, obligando a Somoza a aceptar sus demandas como la liberación de presos políticos, la entrega de dinero en efectivo y la lectura de un comunicado en todos los medios del país en el que se llamaba a la insurrección general.
El acuerdo de unidad de las distintas corrientes sandinistas hizo posible iniciar una ofensiva coordinada en todo el país. En un intento desesperado de parar el avance del Frente, los Estados Unidos instaron a la Organización de Estados Americanos (OEA) a enviar tropas de interposición al país, y tras no conseguir los apoyos necesarios, planearon el destacamento del ejército en Costa Rica para intervenir en Nicaragua.
El fracaso de ambas opciones llevó a la administración estadounidense a planear el “somocismo sin Somoza”, frustrado por la inexistencia de una oposición moderada favorable a sus intereses, e instando finalmente a este a abandonar el cargo. Por su parte países como Costa Rica, Venezuela o México promovían abiertamente el aislamiento internacional del régimen. Somoza optó por huir al exilio, dejando en su lugar a Francisco Urcuyo y a un país ampliamente controlado por la guerrilla.
Se declara entonces a León como capital provisional, sirviendo este hecho como legitimación para el reconocimiento progresivo de distintos gobiernos latinoamericanos. Urcuyo se verá obligado a abandonar el país junto a miembros de la Guardia Nacional y del resto de altos cargos que aún permanecían en Nicaragua, permitiendo con ello la entrada del FSLN en Managua el 19 de julio de 1979.
La Revolución Sandinista combatida por los Estados Unidos
El triunfo de la guerrilla dará paso al periodo de Revolución Sandinista propiamente dicho. El primer paso fue crear una Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que debía administrar el país hasta la convocatoria de elecciones. Esta estuvo formada por tres sandinistas (Daniel Ortega como presidente, Moisés Hassan Morales y el escritor Sergio Ramírez) y dos independientes (el empresario liberal Alfonso Robelo, y la posteriormente presidenta Violeta Barrios de Chamorro). A la Junta la acompañaba un Consejo de Estado que incluía a miembros del FSLN, partidos opositores, sindicatos, patronal y a un representante del clero y de la universidad.
Entre los primeros pasos del nuevo gobierno se encontraba la recuperación de una economía maltrecha a causa del conflicto y tras décadas de acumulación de los recursos en unas pocas manos. Para ello se decidió la expropiación de todos los bienes de la familia Somoza, los cuales se calculaban en aproximadamente el 40% de toda la economía del país. Por otro lado, se llevaría a cabo la tan demandada reforma agraria que dotó de tierras a los campesinos, orientando la economía a la producción de alimentos para el mercado interno.
Pero donde puso un mayor empeño y donde cosechó los mayores éxitos fue en garantizar el acceso a la educación de todos los nicaragüenses. Se llevó a cabo la “gran cruzada de alfabetización” en todos los rincones del país, consiguiendo reducir la tasa de analfabetismo de aproximadamente la mitad de la población a tan solo un 12% en muy poco tiempo.
Todo ello le granjeó a la Revolución Sandinista una gran popularidad dentro y fuera del país, circunstancia que le permitió a Daniel Ortega la victoria electoral en 1984 en las primeras elecciones celebradas en Nicaragua en muchas décadas. Con un 75% de participación el FSLN obtuvo 61 escaños de un total de 96, logrando el resto de partidos porcentajes inferiores al 18%. A pesar de ciertas acusaciones de fraude, la pluralidad electoral sirvió al sandinismo para acrecentar su credibilidad ante la opinión pública internacional.
Los éxitos revolucionarios no eran vistos con buenos ojos por el vecino estadounidense, que en el contexto de la Guerra Fría no podía permitir un gobierno de tendencia marxista-leninista tan cerca de su territorio. Con la llegada a la presidencia del conservador Ronald Reagan, los Estados Unidos impusieron un embargo comercial sobre Nicaragua, bloqueando activos y préstamos del país en los organismos internacionales. Por su parte, la CIA no dudó en entrenar, armar y financiar a la conocida como “contra”, cuyo objetivo era derrocar al gobierno a través de la acción armada.
Formada en su mayoría por miembros de la disuelta Guardia Nacional, la “contra” llegó a contar con una fuerza de quince mil personas. Con base en Honduras, se convirtió pronto en un ejército irregular causante de numerosos crímenes contra los derechos humanos, incluyendo torturas, asesinatos arbitrarios o la quema de cosechas. Contó con el apoyo de parte de los grandes latifundistas expropiados por el gobierno sandinista, así como con el de la dictadura militar argentina. El papel impulsor de los Estados Unidos quedaría demostrado en la Corte Internacional de Justicia.
El conflicto se convirtió en una guerra de baja intensidad que obligó al gobierno a dedicar la mitad del presupuesto a asuntos militares y a declarar el servicio militar obligatorio, una medida muy impopular entre la población. La situación no hizo más que acercar a Nicaragua a la Unión Soviética, que no dudó en financiar al recién creado Ejército Popular Sandinista. La resistencia nicaragüense al imperialismo representado por Estados Unidos le hizo merecedor de la solidaridad internacionalista, mientras militantes sandinistas participaban de otros movimientos de izquierdas como el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que desde 1979 combatía al gobierno militar de El Salvador.
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La mala situación económica derivada por el bloqueo y la guerra, y el hartazgo de la población nicaragüense por el conflicto continuado provocaron la derrota electoral del sandinismo en los comicios de 1990. La Unión Nacional Opositora liderada por Violeta Barrios de Chamorro obtenía una clara victoria con la promesa de poner fin al conflicto, previo acuerdo con los Estados Unidos para la desmovilización de la “contra”. Esta coalición incluía partidos de todo el espectro ideológico nicaragüense, contando en su seno con partidos conservadores, liberales, socialdemócratas e incluso con el Partido Comunista, una unión heterogénea que no tardaría en mostrar su incapacidad para el acuerdo disolviéndose antes de las siguientes elecciones. Los sandinistas reconocieron la derrota, traspasando el poder de forma pacífica y poniendo con ello punto y final a la etapa revolucionaria.
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