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El futuro de la monarquía británica con el rey Carlos III

El rey británico Carlos III en un acto público.
El rey británico Carlos III en un acto público. Fuente: la familia real

Como los planes para la muerte y el funeral de su madre, los preparativos para la coronación del rey Carlos III llevan años en marcha. La Operación Orbe Dorado, que es el nombre en clave que recibe la organización estratégica del evento, se ensayaba periódicamente ya en los últimos años del reinado de Isabel II. En un país que acostumbra a planificar todo con la mayor meticulosidad y a preservar los ritos y las tradiciones al pie de la letra, la ceremonia supone la reafirmación de la continuidad histórica de la monarquía y de su papel en el siglo XXI. Para Carlos, es el momento que lleva esperando toda la vida. 

No obstante, han pasado setenta años desde la última coronación, aquella que consagró como reina a una joven Isabel de apenas veintisiete años, y tanto la sociedad como las circunstancias históricas son enormemente distintas a las de aquella fecha. En 1953, Gran Bretaña era propietaria de un vasto imperio que, si bien se encontraba ya en declive, incluía aún setenta posesiones de ultramar que se extendían por África, América, Oceanía, Asia y el Mediterráneo. El pueblo saludó con júbilo la coronación de su flamante soberana, en un momento histórico marcado por el optimismo fruto de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, la expansión económica y la construcción del Estado de bienestar. 

Los retos de la monarquía bajo Carlos III

En la actualidad, aunque el Reino Unido continúa siendo una de las grandes potencias globales, se halla inmerso en una profunda crisis política y económica. Además, su peso internacional está en franco retroceso, consecuencia del auge de nuevos competidores –algunos de los cuales fueron una vez parte de su imperio– y de decisiones que, como el Brexit, han contribuido a aislarlo de sus socios europeos. Así, mientras una buena parte de la sociedad británica vive con emoción estos días de festejos, existe también un sector creciente de la población que contempla el dispendio con perplejidad y escepticismo.

Para ampliar: El Marco de Windsor para salvar la Unión

Ciudadanos que llevan meses sufriendo la fuerte inflación que azota al país –que ha alcanzado un 10% en marzo– y que no ven con buenos ojos que el dinero de sus impuestos se emplee en financiar los faustos de una ceremonia de tintes medievalizantes que se les antoja completamente anacrónica. La monarquía británica es, de hecho, la única del mundo que sigue coronando a sus reyes. En las demás, se han ido sustituyendo progresivamente por ceremonias de entronización más sencillas.

Aunque las pretensiones del rey de transmitir una imagen más moderna y renovada de la institución han comportado modificaciones significativas en el protocolo, como la inclusión de representantes de las distintas confesiones religiosas que se practican en el Reino Unido, el núcleo de la coronación –invariable desde hace mil años– sigue siendo el mismo: un rito de iniciación en el que el soberano, jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra, jura solemnemente defender la ley y la fe protestante y después es ungido con aceite sagrado, símbolo de la unión del monarca con Dios y del carácter divino de su ministerio. Curiosamente, la ceremonia contará con la asistencia de un primer ministro hindú, primero no cristiano de la historia del Reino Unido; un reflejo más de lo mucho que ha evolucionado la sociedad británica en las últimas décadas.

Los intentos del rey Carlos de imprimirle un sello de actualidad a la coronación y de dar cabida a la diversidad étnica y religiosa de la sociedad británica actual han chocado con las opiniones de los círculos más conservadores, que, desde cabeceras como The Telegraph, lo han acusado de desvirtuar la esencia de la institución. Al mismo tiempo, sus propuestas tampoco parecen ser suficientes para satisfacer a aquel sector de la población que se muestra cada vez más desvinculado de la monarquía. 

Por otro lado, pese a las promesas del rey de rebajar el boato de la coronación, las estimaciones apuntan a que costará en torno a unos 100 millones de libras, bastante más que los cerca de 2 millones –50 millones al cambio actual– que se gastaron en la de su madre. Según una encuesta realizada por YouGov, el 51% de los británicos se muestra en contra de que sea financiada con dinero público, y un 41% afirma esperarla con indiferencia, sin planes de verla ni de participar en las celebraciones. 

El mismo estudio, publicado unos días antes de la coronación, señala que el apoyo a la monarquía se ha mantenido estable desde la muerte de la reina: un 62% de los británicos respalda su continuidad, y solo un 25% se declara favorable a la república. Sí se percibe un ligero descenso de soporte respecto a los niveles de hace diez años, cuando un 75% de los británicos se confesaban monárquicos. Por otra parte, un 59% valora positivamente la labor del rey Carlos como jefe del Estado, un incremento sustancial respecto al escaso 30% que, antes de su ascensión al trono, creía que haría un buen trabajo llegado el momento.

Sin embargo, los resultados de la encuesta dejan traslucir una preocupante brecha generacional: mientras que 8 de cada 10 de los mayores de 65 años son partidarios de la Corona, solo un 36% de los más jóvenes –aquellos entre 18 y 24– lo son, frente a un 40% que apuesta por la república como forma de Estado. Preguntados sobre si piensan que en cien años el Reino Unido seguirá siendo una monarquía, solo un 45% de los encuestados lo cree con certeza, mientras que un 37% se muestra más inclinado a pensar que no.

Para combatir el posible auge del republicanismo, fuentes cercanas al Palacio de Buckingham afirman que el rey Carlos III tiene un plan decenal; un proyecto de diez años para modernizar la institución y después –entrado ya en la novena década de su vida– ir cediendo el testigo de manera paulatina a su hijo Guillermo. La reina Isabel, que asumió el juramento que hizo en su coronación como un voto de servicio vitalicio, se resistió a abdicar cuando tal opción comenzó a volverse popular entre otros muchos monarcas de su entorno, y su figura acabó por convertirse para muchos británicos en símbolo de estabilidad y permanencia, en un mundo en el que todo parecía más frágil e inestable que nunca. Pero pocos son tan entusiastas con la idea de que el nuevo rey permanezca en el trono hasta la muerte.

Producto de la creciente longevidad humana, si Carlos III no da paso a su hijo a una edad prudente, la monarquía británica corre el riesgo de convertirse en una gerontocracia regida por reyes cada vez más ancianos. La renovación de la institución pasa también por aceptar fórmulas que a priori puedan despertar recelos entre los más tradicionalistas.

La monarquía británica en la Commonwealth

Desde la Unión de las Coronas bajo Jacobo VI de Escocia en 1603, seguida de la Unión de Parlamentos un siglo más tarde, la monarquía ha servido de pegamento y nexo unificador en un país que siempre se ha considerado a sí mismo una gran familia o comunidad de naciones. Naciones que, a lo largo de los siglos de historia en común, se han sentido en muchos casos sometidas o ignoradas por Inglaterra, que ocupa la mayor parte del territorio de Gran Bretaña y ha tenido siempre la hegemonía política, económica y demográfica. La monarquía, identificada mayormente con la Inglaterra dominante, es vista con antipatía por una buena parte de la población de las otras naciones.

El Brexit, que triunfó en Inglaterra y Gales y salió derrotado en Escocia e Irlanda del Norte, ha acrecentado ese sentimiento de abandono. Si bien, tras los últimos acontecimientos, el conflicto escocés parece encontrarse neutralizado, la situación es mucho más tensa en Irlanda del Norte, donde los últimos movimientos demográficos han desplazado a los protestantes como el primer grupo religioso, y la reunificación con la República de Irlanda parece cada vez más próxima. Ante estos procesos y la obligación de estricta neutralidad que el monarca debe guardar siempre en el Reino Unido – mucho mayor que en el caso español, más laxo en este sentido –, no está claro que Carlos III pueda hacer mucho.

Para ampliar: La situación crítica del unionismo en Irlanda del Norte

No son internos los únicos desafíos que enfrenta Carlos, que no es solo rey del Reino Unido, sino que también lo es de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y otros once pequeños reinos de la Commonwealth. La preservación de los lazos históricos entre estos países a través de la figura del monarca y de la Mancomunidad de Naciones es una pieza fundamental de la política exterior británica y de la influencia y el soft power que ejerce a nivel internacional. Muchos de estos países descartaron modificar su forma de Estado mientras Isabel II estuviera en el trono, pero ya en el último año de su reinado muchos analistas señalaron como inevitable que, tras su defunción, la mayoría de ellos optara por abandonar la monarquía. 

El rey Carlos III visita una base del ejército británico donde soldados ucranianos están siendo entrenados.
El rey Carlos III visita una base del ejército británico donde soldados ucranianos están siendo entrenados. Fuente: la familia real británica

En Australia, que en 1999 celebró un referéndum en que la monarquía se impuso –gracias, en parte, a la popularidad de Isabel II–, el porcentaje de apoyo a la permanencia del rey en el trono es hoy de apenas un 35%, frente a un 42% que se decanta por la república. Y en Canadá, los índices de apoyo a la institución se han desplomado: solo un 19% se muestra a favor de mantener a Carlos III como jefe del Estado, según las últimas encuestas. 

Sin embargo, por el momento el Gobierno de Justin Trudeau ha rehusado reabrir el debate, quizá por encontrarse aún muy reciente la muerte de la reina. En cualquier caso, la reforma de la Constitución canadiense se antoja algo complicada: es necesario que sea aprobada por las dos cámaras del Parlamento y por al menos siete provincias, que representen como mínimo el 50% de la población.

Por último, los múltiples escándalos y conflictos que se suceden desde hace años en el seno de la familia real, sometidos además a un minucioso escrutinio público, no ayudan a trasladar una imagen de perdurabilidad de cara al futuro. Y, sin embargo, no son pocos los que afirman que se han convertido en parte de su esencia, de la razón por la que millones de personas de todo el mundo siguen con atención las vidas de los miembros de la única monarquía global existente. La familia real, conocida también como la firma, es, en efecto, una auténtica marca global cuya imagen es capaz de generar enormes ingresos a la economía británica a través de, entre otros, el turismo y el merchandising

Y es que, seguramente, la clave del interés y de la fascinación que la monarquía británica despierta en todo el mundo reside precisamente en su capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos, en haber sobrevivido a la exposición pública y mediática más asfixiante, sin haber renunciado a sus tradiciones ni al aura de misticismo que envuelve muchas de ellas. Por eso, al salir al balcón del Palacio de Buckingham luciendo la Corona Imperial del Estado después de la ceremonia, Carlos III lo hace habiendo desafiado todas las predicciones que hace treinta años pronosticaron el fin de la monarquía, consciente de que es depositario de una institución milenaria, que encabezó el imperio más extenso de la historia, que ha superado revoluciones y guerras mientras los demás reyes caían como fichas de dominó, y que, para un país en crisis de identidad, significa más que nunca una garantía de estabilidad.

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