Desde el 7 de octubre la guerra en Gaza ha amenazado con convertirse en un conflicto regional. La frontera sur del Líbano, controlada por el grupo armado Hezbollah, es con toda seguridad el primer frente de batalla que se abriría llegado el momento. Desde el inicio de las hostilidades se vive un intercambio constante de artillería entre los chiitas y el ejército israelí, preludio de lo que podría ser una guerra abierta si la situación continúa agravándose. No obstante, ambas partes evitan por el momento escalar aún más y muestran contención en sus ataques.
Todos los ojos miran a Hezbollah, organización mayoritaria en el chiismo libanés que ha conseguido convertirse en un auténtico Estado paralelo en el Líbano. La organización ejerce un control eficaz especialmente cerca de la frontera con Israel y en suburbios enteros de Beirut, la capital. Tal es el grado de poder e influencia que ha conseguido edificar una institucionalidad propia al punto de convertirse en la única autoridad existente en buena parte del país.
Desde el mismo 7 de octubre Hezbollah comenzó a hostigar posiciones israelíes “en solidaridad con sus hermanos palestinos”, ataques cuya intensidad han escalado progresivamente, aunque sin llegar a un escenario de choque directo a gran escala entre ambas fuerzas. El teatro de operaciones se concentra en el extremo sur, alrededor de la llamada línea azul, una demarcación dibujada por las Naciones Unidas en el año 2000 para confirmar la retirada israelí de los territorios que ocupaba en el sur del Líbano. Unos 120 kilómetros de frontera salpicada a ambos lados por pequeñas poblaciones israelíes y libanesas que ya han sido evacuadas por seguridad. Cerca de 30.000 israelíes han sido desplazados al interior del Estado hebreo y unos 19.000 libaneses a ubicaciones más al norte de su país.
Altos dirigentes de Hezbollah que desean permanecer en el anonimato afirman a Descifrando la Guerra que “Israel nos teme porque somos la única fuerza árabe que les ha derrotado –en referencia a la guerra del 2006– por eso no bombardean zonas civiles como en Gaza, porque no quieren la guerra con nosotros”.
Los ataques de Hezbollah –fundamentalmente fuego artillero, uso de misiles de corto alcance, misiles antitanque y drones– son rápidamente respondidos por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que también están empleando su aviación en la zona. Una suerte de equilibrio, una “reciprocidad” entre Hezbollah y las FDI. Ambas partes muestran contención y no desean desatar la guerra en la frontera, al menos no antes de tiempo.
En dos semanas de conflicto siete israelíes han muerto –seis militares y un civil– frente a 27 milicianos de Hezbollah y siete pertenecientes a facciones palestinas armadas que operan en territorio libanés –un factor clave, pues confirma que Hamás y Yihad Islámica tendrían presencia militar en el sur del Líbano–. Cifras abultadas que perfectamente podrían servir a ambas partes como casus belli para elevar la situación a un estado de guerra en un momento determinado.
Ni Hezbollah ni Israel desean una guerra, pero están dispuestos a asumirla llegado el caso. Ambas partes mantienen desde el 7 de octubre un pulso. Con sus ataques buscan disuadir al contrario haciendo una demostración controlada de su capacidad militar. Los chiíes no está haciendo uso de todo su músculo militar. Su armamento es mucho más sofisticado que el de los precarios polvorines gazatíes. La milicia libanesa asegura tener misiles de alta precisión y una nutrida variedad de drones iraníes. Israel lo sabe. El ministro de Defensa hebreo, Yoav Gallant, aseguró en un encuentro con periodistas el pasado 19 de octubre que “Hezbollah es diez veces más poderoso que Hamás”.
Una afirmación que no parece descabellada. Fuentes militares de Hezbollah y de otras milicias palestinas fueron coincidentes en declaraciones a Descifrando la Guerra al asegurar que entre un 20 y un 25% del ejército israelí estaría desplegado entorno a la frontera libanesa. Un porcentaje que dimensionaría la preocupación real que hay Tel Aviv por una posible escalada. En esta fase, tal y como aseguran desde la organización libanesa chií a este medio, las acciones en la frontera sur cumplen una doble función: advertir a Israel de que sus acciones en territorio gazatí tendrán consecuencias y “mantener entretenidas” a las IDF, evitando que la totalidad de la capacidad destructiva se concentre en la Franja de Gaza.
En todo caso, tanto Hezbollah como Israel tienen razones para no querer una guerra. La milicia chií sabe que el enfrentamiento contra el Estado hebreo, superior en número y armamento, tendría un gran coste humano y material que además podría comprometer a la frágil estabilidad libanesa –no sería descartable que la guerra llegase al interior–. Hezbollah ha conseguido consolidar y aumentar su poder en el país desde 2006. Ahora su estatus como actor predominante pasaría a estar en juego: una ocupación parcial del territorio libanés por parte de Israel –algo que ya ha ocurrido–, o una mengua significativa, material y humana, ponen en riesgo su hegemonía.
Por su parte, Israel pretende evitar, fundadamente, una regionalización del conflicto que tendría el frente libanés como punta de lanza. Las IDF se vieron obligadas a retirarse del Líbano en 2006 y ahora tendrían que asumir una guerra en su territorio que poco tiene que ver con la situación de Gaza –donde Israel tiene cercado y bloqueado su objetivo–. En este frente Tel Aviv no tendría el monopolio de la iniciativa ofensiva, pudiendo sufrir incursiones o ataques contra grandes ciudades o complejos industriales o militares.
No obstante, Hezbollah y el resto del Eje de la Resistencia han declarado que “no dejarán sola a Gaza”. Una afirmación de la que cabe leer entre líneas que la situación en la frontera sur escalará si se produce una ocupación de la Franja o si la resistencia palestina se ve seriamente comprometida. No son fronteras claramente definidas, pero sin duda son las líneas rojas para la milicia libanesa. Parece claro que la incursión terrestre en Gaza, confirmada pero no ejecutada, supondría la regionalización del conflicto. De materializarse, el sur del Líbano dejaría atrás el hostigamiento para convertirse en un nuevo frente de guerra.
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