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Dust Bowl (II): Hoover y el capitalismo en tiempos de catástrofe

Escrito por José Ferreira Matos.

Roturación del terreno con un tractor de vapor Reeves tirando de un arado de 12 hileras en el condado de Haskell, Kansas, a principios del siglo XX. Fuente: F.M. Steele / Center for Great Plains Studies.

Primera parte – Segunda parte – Tercera parte

La depresión agrícola antes de la Gran Depresión

Si en 1917, durante la Primera Guerra Mundial, lo importante era garantizar el suministro de trigo a los países aliados; en 1918, con una cosecha abundante y la firma del Armisticio en noviembre de 1918, la situación alimentaria mundial cambió de forma radical. Menos de dos meses antes de la firma del Armisticio, en septiembre de 1918, el presidente Wilson no solo extendió sino que aumentó el “precio justo” -o “precio garantizado”- del trigo a la cosecha de 1919. No existía ninguna razón para pensar que la guerra no duraría más tiempo. Por eso la cosecha de trigo de 1919 fue aún más abundante que la de 1918. En concreto, fue la segunda más grande de la historia de EE.UU. hasta ese momento, después de la de 1915, alcanzando un total de 151 millones de toneladas.

Para garantizar la comercialización de toda la cosecha de trigo de 1919, la Ley de Control de Alimentos de 1917 fue prorrogada de forma temporaria. En esa ampliación consistió la Ley de Garantía del Precio del Trigo (Wheat Price Guarantee Act), aprobada por el Congreso en febrero de 1919. Con un fondo total de 1.000 millones de dólares, la finalidad última de la ley era garantizar a los agricultores las ganancias que esperaban obtener si la guerra no hubiese terminado. Su periodo de vigencia terminó el 1 de junio de 1920. A partir de entonces, el mercado del trigo estadounidense volvió a los canales comerciales, sin regulación o control. Con su abolición, terminaba, efectivamente, la Primera Guerra Mundial para los agricultores de EE.UU. y empezaba una depresión agrícola que duraría toda la década de 1920.

En las Grandes Llanuras, desde la llegada de los primeros colonos, el volumen de endeudamiento y la proporción de tierras hipotecadas registró un aumento continuo. En 1910, el valor total de hipotecas agrícolas en los diez estados de las Llanuras (Dakota del Norte y del Sur, Montana, Nebraska, Wyoming, Kansas, Colorado, Oklahoma, Texas y Nuevo México) alcanzaba casi 840 millones de dólares. Diez años después, en 1920, ese valor subió hasta los 2,1 mil millones de dólares; y, en 1925, hasta los 2,7 mil millones de dólares. En media, los agricultores de las Grandes Llanuras se endeudaron más que los demás agricultores de EE.UU.

Porcentaje de granjas hipotecadas al Federal Land Bank y al Land Bank Commissioner entre 1933 y 1934. Se observa que una parte significativa de las hipotecas se concentra en el norte de Texas y en la zona noroccidental de Oklahoma, el epicentro de la Dust Bowl. Fuente: The Future of the Great Plains, 1936.

Es incuestionable que la situación de endeudamiento elevado, agravada por la caída de los precios, contribuyó para la quiebra de los bancos rurales que financiaban a los agricultores. Sin embargo, la relación entre el estado de los balances de los bancos rurales y la crisis bancaria general que marcó el inicio de la Gran Depresión es más difícil de demostrar, pese a que Friedman y Schwartz, en su “Historia monetaria”, señalen que “un contagio de miedo se extendió entre los depositantes, comenzando por las áreas agrícolas, que habían experimentado el impacto más fuerte de las quiebras bancarias en la década de 1920”.

De la amplia producción legislativa que, a lo largo de la década de 1920, pretendió solucionar la fuerte depreciación de los productos agrícolas, la más destacada y polémica de todas fue la Ley McNary-Haugen. O Proyecto de Ley, ya que nunca llegó a ser puesta en práctica. Después de dos intentos de aprobación fallidos por parte del Congreso (el primero en 1924, el segundo en 1926), recibió, finalmente, los votos favorables del Senado y la Cámara de Representantes en 1927. Pero fue vetada por el presidente Coolidge. En su mensaje de justificación del veto, Coolidge argumentó que la tarifa que la ley proponía aplicar sobre la producción de los agricultores para compensar los gastos del gobierno en la compra de los excedentes agrícolas era, pura y simplemente, una medida de fijación de precios. ”La fijación de precios por parte del gobierno, una vez iniciada, no tiene justicia ni fin. Es una locura económica de la que este país tiene todo el derecho a ahorrarse”, declaró Coolidge. Un año después, en 1928, la Ley McNary-Haugen volvió a contar con los votos mayoritarios de las dos cámaras del Congreso, siendo de nuevo vetada por Coolidge. Su secretario de Comercio era Herbert Hoover.

El Laissez Faire en tiempos de catástrofe

La frase más conocida atribuida a Herbert Hoover, prácticamente un aforismo para definir el vértigo especulativo que antecedió la irrupción de la Gran Depresión, es: “Si un hombre no ha ganado un millón de dólares hasta que cumpla cuarenta años, no vale mucho”. Una frase que le perseguiría cuando, al finalizar su mandato, en 1933, la tasa de paro en EE.UU. alcanzó el 24,9 %. Herbert Hoover que, en cuanto administrador de alimentos de EE.UU., dio su nombre a un verbo, to hooverize”, que significaba economizar alimentos, en cuanto presidente de EE.UU. bautizó los miserables asentamientos de chabolas, la mayoría de los cuales coches destartalados al borde de las carreteras, donde vivieron los desplazados por el hambre, el paro y el polvo al principio de la década de 1930. Las Hoovervilles. Así terminaron los asentamientos de las Llanuras.

Hooverville de Bakersfield, California. Foto de Dorothea Lange. Fuente: https://www.loc.gov.

La respuesta tradicional a lo que hizo Hoover para hacer frente a la Gran Depresión suele ser: nada. Si el hombre de la calle recuerda algo de Herbert Hoover, como señala, con ironía, Robert Higgs, es que su apellido era laissez faire. Cuando la Bolsa de Nueva York se desplomó en octubre de 1929, dentro de la administración Hoover surgieron dos líneas de actuación: los liquidacionistas, liderados por el secretario de Tesoro, Andrew W. Mellon, que entendía que el gobierno debía mantenerse alejado y dejar que la depresión se liquidase a sí misma, por lo que la única fórmula era “liquidar mano de obra, liquidar acciones, liquidar agricultores, liquidar bienes inmobiliarios”; y los que creían, entre los que se incluía Hoover, que el gobierno federal debía tomar medidas para amortiguar y revertir el declive económico. Esta última fue la estrategia finalmente adoptada.

En sus Memorias, Hoover señala que la Gran Depresión no empezó en EE.UU., sino en Europa, por no haber sabido controlar las inestabilidades económicas y financieras derivadas de las interpretaciones sobre el cumplimiento (o, por encima de todo, el incumplimiento) de lo acordado en el Tratado de Versalles. En este sentido, la caída de la bolsa en octubre de 1929 no fue más que el inicio de una recesión normal, originada por causas internas, de la que EE.UU. estaba saliendo cuando, en abril de 1931, las dificultades europeas golpearon el país con la fuerza de un huracán. La gran sequía, iniciada en agosto de 1930, entraba, para Hoover, dentro de la categoría de catástrofes, como el reiterado bloqueo de los Demócratas a sus políticas o la irresponsabilidad de Europa.

Para saber más: Apocalipsis financiero: El crack del 29.

El instrumento más relevante creado durante la administración Hoover para intentar solucionar los problemas agrícolas fue la Federal Farm Board, la Junta Federal Agrícola, creada en el marco de la Ley de Comercialización Agrícola (Agricultural Marketing Act), aprobada por el Congreso el 15 de junio de 1929. La Federal Farm Board tenía dos campos de acción principales: fortalecer las cooperativas de agricultores y participar en operaciones directas de estabilización de precios con un fondo de 500 millones de dólares. Este fondo permitiría conceder préstamos a las cooperativas a tasas de interés subsidiadas para comprar y mantener, temporalmente, la producción fuera del mercado y desarrollar mejores redes de comercialización y distribución. Mediante préstamos y compras de excedentes, la Federal Farm Board fijó un precio mínimo para el trigo y el algodón. Según Hoover, alivió a los agricultores en el momento más difícil de la comercialización del invierno de 1929-1930. Solo entre los inviernos de 1929 y 1930, la Federal Farm Board “perdió” -el verbo es de Hoover- cerca de 100 millones de dólares en operaciones de estabilización de los precios, especialmente del trigo, “pero ahorramos muchas veces esa cantidad a los agricultores”, escribió Hoover.

Demasiado pronto la Federal Farm Board se quedó sin capital, ya que el precio que pagaba por los productos agrícolas que compraba (principalmente trigo y algodón) era más elevado que el valor por el cual podía venderlos. Este esfuerzo se consideró, en parte, un fracaso, ya que las compras fueron insuficientes para estabilizar los precios. Al inicio del New Deal, en mayo de 1933, la Federal Farm Board se disolvió y sus activos se transfirieron a la Farm Credit Administration.

Viñeta publicada en la edición del New York Tribune del 16 de diciembre de 1929 en la que se caricaturiza los beneficios para los agricultores de la Federal Farm Board. Fuente: Class Projects Cornell College.

En la encrucijada liquidacionista surgida en el interior de su propia administración, Hoover eligió un camino intermedio, literalmente intermedio, en cuanto al tipo de ayuda que concedió a los agricultores. Incapaz de asumir el concepto demasiado colectivista de las ayudas directas, adoptó la estrategia de financiar a grandes instituciones que servirían de agencias intermediarias entre el gobierno federal y la población más afectada –Intermediate Credit Banks, Federal Land Banks, Agricultural Credit Banks. Había que poner dinero en el campo, pero no directamente en los bolsillos de los agricultores, un gesto intolerable de control y coerción del gobierno federal sobre la libertad individual, sino a través de organizaciones de crédito que financiarían, no a individuos, sino a cooperativas voluntariamente organizadas.

Hoover creía que la salida de la Gran Depresión pasaba por alentar la parte final de la cadena de producción, ayudando a las fábricas y a los propietarios de negocios a ponerse nuevamente en marcha. Se seguirían produciendo bienes, la prosperidad continuaría. Según Hoover, la recuperación real de la economía estadounidense empezó en julio de 1932 y fue interrumpida, primero, por la derrota del partido Republicano en las elecciones del Maine, celebradas a finales de septiembre y, principalmente, por las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 1932, que dieron la victoria a Roosevelt. Para Hoover, si no hubiese sido por las políticas implementadas por los New Dealers, que pretendían transformar Estados Unidos en un sistema colectivista, la economía norteamericana debería haberse recuperado por completo 18 meses después de 1932, como lo hicieron una docena de otros países con una economía libre. Pero, solo en 1932, el año en el que empezaron las tempestades de polvo en la Dust Bowl, las empresas estadounidenses tuvieron unas pérdidas netas de 3,4 mil millones de dólares.

La principal crítica a las políticas adoptadas por Hoover durante la fase inicial de la Gran Depresión se refiere a que fueron diseñadas deliberadamente para ajustarse a su compromiso con el individualismo y la tradición estadounidense de gobierno federalista. Pero el país y, en especial, las organizaciones agrícolas no estaban en la disposición de escuchar lecciones sobre las virtudes de la responsabilidad individual, sino que pedían, desesperadamente, que un gobierno visiblemente más intervencionista y empático tomase el mando. En las elecciones de 1932, su rival Roosevelt obtuvo el 73% de los votos en Oklahoma y el 88% en Texas, los dos estados en el centro de la Dust Bowl.

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