El partido postcomunista, vetado hasta ahora en cualquier coalición de Gobierno, puede tener la posibilidad de formar parte de una alianza gubernamental tras las elecciones alemanas de este domingo
Las elecciones alemanas de este domingo, que marcarán el fin de la era de Angela Merkel al frente del país germano después de 16 años, pueden traer consigo una coalición gubernamental inédita hasta el momento. Según las encuestas, el candidato del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), Olaf Scholz, es el mejor posicionado para hacerse con la victoria en esta cita electoral y obtendría entre el 25% y el 26% de los votos, aunque necesitaría pactar para formar Gobierno. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania solo ha conocido tres tipos de coaliciones: entre los liberales del FDP y los democristianos de la CDU –la coalición predominante en los años 50 y 60 y, posteriormente, desde mediados de los 80 hasta el año 1998–, entre los socialdemócratas del SPD y los liberales –habitual en los años 70 y primeros 80–, la “Gran Coalición” entre democristianos y socialdemócratas –la fórmula preferida de Angela Merkel desde que llegó al poder en 2005–, y entre el SPD y Los Verdes, que fue la opción escogida por el excanciller Gerard Schröder durante su Gobierno, entre 1998 y 2005.
El candidato del SPD en esta cita electoral, Olaf Scholz, ha mostrado públicamente su preferencia por repetir esta última fórmula, la llamada “Coalición rojiverde”, pero según muchas encuestas los dos partidos no sumarían una mayoría suficiente en el Bundestag (el parlamento alemán) y podrían verse abocados a depender de un tercer socio: la formación de izquierdas Die Linke (La Izquierda). A pesar de que las encuestas pronostican un descenso en votos de este partido –del 9,2% de 2017 al 6%– sus escaños podrían ser determinantes para la configuración del nuevo Gobierno. El partido, cuya candidata en estas elecciones es la joven Janine Wissler (40 años), ha sido vetado en cualquier coalición gubernamental desde su fundación por sus vínculos con la antigua República Democrática Alemana (RDA) y los democristianos, que ven cada vez más probable su salida del poder, están basando gran parte de su campaña en azuzar el miedo a una posible coalición entre el SPD y Die Linke. Un discurso que puede llegar a ser efectivo entre algunos votantes de los estados occidentales de Alemania, que aún asocian a Die Linke con el antiguo país comunista que siempre se les presentó como amenaza.
De la RDA al debate identitario
Die Linke se formó en el año 2007 tras la fusión del Partido del Socialismo Democrático (PDS) y Trabajo y Justicia Social-La Alternativa Electoral (WASG). El PDS había surgido de la refundación del antiguo Partido Socialista Unificado (SED) –el partido gobernante en la RDA entre 1949 y 1989– el 16 de diciembre de 1989, solo un mes después de la caída del Muro de Berlín y en un momento de descomposición del antiguo Estado comunista. Con esta refundación el partido adoptaba el “socialismo democrático” como ideología y proclamaba “la ruptura irrevocable con el estalinismo como sistema”. WASG, por su parte, fue una escisión del ala izquierda del SPD en el verano de 2004, fundada por el exministro de Finanzas Oskar Lafontaine (1998-1999) al calor de las reformas del Ejecutivo de Gerard Schröder, que consideraban neoliberales. El PDS y WASG aprobaron una alianza de cara a las elecciones legislativas de 2005 y conformaron Die Linkspartei (Partido de la Izquierda), que finalmente, en 2007, pasaría a convertirse en Die Linke ya como partido unido, y no solo como coalición electoral.
Este origen heterogéneo explica que el partido tenga varias corrientes internas, donde la pugna principal se disputa entre la rama ecosocialista –en la línea de otros partidos de la “nueva izquierda” europea, y de la que forma parte la candidata Janine Wissler– y la rama postcomunista ortodoxa. Esta última, liderada por Sahra Wagenknecht, cabeza de lista del partido en las elecciones de 2017, ha levantado varias polémicas por su posición con respecto a la inmigración. Wagenknecht cargó en 2017 contra la política de asilo de Angela Merkel, y vinculó los atentados islamistas que sufrió Alemania durante ese año al “gran número de refugiados e inmigrantes”. Este discurso, dirigido a evitar el trasvase de voto de Die Linke hacia la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), levantó ampollas entre el sector más moderado del partido. Este mismo año, Wagenknecht ha publicado un libro bajo el título Die Selbstgerechten (“Los ególatras”), en el que carga contra las políticas identitarias defendidas, según ella, por lo que llama la “izquierda liberal”. “Cuando hablamos de izquierda liberal, no estamos hablando de la lucha para que reine la igualdad de las mayorías, sino de privilegiar a las minorías, no hablamos de la lucha por la igualdad, sino de la santificación de la desigualdad”, afirma en su libro, cargando contra el ala ahora mayoritaria en su partido.
Un votante diferente al de la “nueva izquierda” europea
El voto a Die Linke está muy concentrado en los estados del Este de Alemania –los que componían la antigua RDA– y en zonas urbanas, especialmente entre asalariados de clase baja y desempleados, y es un voto envejecido, al contrario que sucede con la mayoría de partidos de la “nueva izquierda” europea, cuyo caladero se encuentra más entre jóvenes de clase media-alta con estudios universitarios. Esta peculiaridad se suma a que Die Linke tiene que competir por un mismo tipo de votante con los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AfD) –en las elecciones de 2017 se dio un trasvase de más del 10% de votantes de la formación izquierdista a AfD– que también cuentan con más apoyos en los estados orientales del país. El programa del partido para estas elecciones se basa en una serie de medidas sociales combinadas con políticas climáticas, que muestran que el ala ecosocialista se ha impuesto en la formación, al menos de momento. Proponen la aprobación de un salario mínimo de 13 euros por hora, un precio máximo para el alquiler de viviendas, una pensión mínima a partir de los 65 años de 1.200 euros al mes, y un impuesto a la propiedad basado en una tarifa progresiva según la renta. Entre las medidas climáticas, destaca que proponen que Alemania sea climáticamente neutra en 2035 y la total eliminación del carbón para 2030.
La parte más polémica de su programa, y la que provoca más reticencias entre las filas del SPD a la hora de pactar con ellos, es la relativa a la política exterior del país. Die Linke aboga por finalizar todas las misiones exteriores de la Bundeswehr (las fuerzas armadas alemanas) y se oponen a la existencia de la OTAN, apoyando la creación de un sistema de seguridad colectiva del que forme parte Rusia. El SPD, que no es contrario a mejorar las relaciones con el país eslavo, sí que aboga por la permanencia en la OTAN y el reforzamiento de las relaciones trasatlánticas con EEUU en la nueva era de Joe Biden, algo a lo que Die Linke se opone. Además, los socialdemócratas son partidarios de mantener la participación de las fuerzas armadas alemanas en operaciones exteriores.
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A pesar de estas diferencias, el candidato socialdemócrata Scholz no ha descartado el pacto con Die Linke en una hipotética coalición que incluyera también a Los Verdes en ninguno de los debates electorales que se han celebrado, si el resultado de las elecciones de este domingo así lo requiriese. No obstante, en un debate electoral el pasado mes de agosto, Scholz marcó las líneas rojas en el caso de que ese hipotético pacto se produjese. “Todos los gobiernos de Alemania deben comprometerse claramente con la asociación transatlántica, con la pertenencia a la OTAN y con una UE fuerte y soberana”, afirmó de manera rotunda. La formación de izquierdas, por su parte, no se conforma con apoyar desde fuera un hipotético nuevo Ejecutivo de izquierdas, y pretende formar parte del Gobierno. Así lo aseguró Bodo Ramelow, primer ministro del estado de Turingia desde 2014 y único jefe de gobierno regional de Die Linke, el pasado lunes en una entrevista a El Periódico. Los resultados del domingo, y las ecuaciones parlamentarias resultantes, decidirán si la izquierda alemana deja de estar proscrita a nivel federal.
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