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Descifrando las Islas del Pacífico (VII): Timor Oriental, fantasmas de un genocidio olvidado

Bandera del Frente Revolucionario de Timor Oriental (FRETILIN)
Bandera del Frente Revolucionario de Timor Oriental (FRETILIN)

¿Cuándo acaba una guerra? ¿En qué medida un conflicto bélico puede enraizar en una sociedad y determinar sus decisiones durante las décadas posteriores a su fin? Las respuestas a dichas preguntas parecen concentrarse desdichadamente en Timor Oriental, una nación azotada por la violencia y la guerra desde su nacimiento. En la actualidad, en un mundo multipolar, la creciente complejidad del contexto internacional, amenaza con forzar una probablemente prematura réplica timorense a las susodichas cuestiones. Así pues, para comprender los motivos que han llevado a la sociedad y gobierno timorenses a tan compleja problemática, es contingente realizar un análisis desde tres prismas diferentes: el histórico, el sociológico y el geopolítico.

Tragedia inducida en Timor Oriental

Históricamente, la isla de Timor se ha encontrado en medio de una dicotomía entre el aislacionismo y la apertura –frecuentemente forzosa– al mundo exterior. Durante el período pre-colonial, la ínsula se mantuvo simultáneamente en contacto con el exterior, vía el comercio internacional de sándalo, y aislada de las influencias foráneas por una densa fragmentación étnica, social y cultural, fruto de su accidentada orografía, que impedía el asentamiento efectivo de poderes extranjeros. 

Este equilibrio de tendencias se vio alterado por la presencia europea, específicamente la holandesa y la portuguesa, quienes atraídos por el comercio de especies se disputaron y repartieron la isla. No obstante, dicha alteración, al menos en el lado portugués, fue ciertamente parcial, ya que el dominio del territorio se cimentaba sobre una política pactista entre élites locales y coloniales, con el objeto de maximizar la extracción de recursos de los segundos e implantar el catolicismo. 

La llegada del siglo XX inclinó progresivamente la balanza en favor de la apertura. Siendo la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial la catarsis del proceso, puesto que en el conflicto nipones y anglosajones utilizaron la isla como una pieza más de la partida de ajedrez por obtener la hegemonía sobre el Océano Pacífico. De este modo, las elevadas dosis de violencia suministradas a la población civil por parte de ambos bandos tuvieron por efecto la completa deslegitimación de la presencia lusa y la detonación del orden social pre-europeo

De las ruinas del conflicto surgió un movimiento anticolonial liderado por una élite mestiza, que gracias a su acceso al sistema educativo luso entró en contacto con la filosofía marxista. Paralelamente, las heridas de la guerra dividieron a población y élites por partes iguales en función de su papel jugado durante la ocupación japonesa, haciéndoles más o menos proclives al independentismo. Así, a medida que el Estado Novo de António Oliveira Salazar daba signos cada vez más evidentes de agotamiento, el futuro de la aún colonia portuguesa parecía encaminado a una de las siguientes tres opciones:

La independencia manteniendo estrechos vínculos con la metrópoli, a modo de fomentar la creación de una Commonwealth lusa. Esta posibilidad encontró una acogida favorable entre el grueso de la élite local, siendo representada por la Unión Democrática Timorense (UDT) de Mário Vegas Carrascalo.   

Una independencia total con vistas a la creación de un estado socialista. Defendido por el Frente Revolucionario de Timor Oriental (FRETILIN), partido de corriente abiertamente marxista y liderado por la élite intelectual mestiza.  

El traspaso de soberanía de Lisboa a Yakarta, integrando a Timor Oriental en la floreciente federación de Indonesia. Dicha opción encontró un reducido apoyo debido a la vinculación de sus defensores, la Asociación Democrática Popular Timorense (Apodeti), con la ocupación del Imperio Japonés y la minoría musulmana.

Para ampliar: Descifrando las islas del Pacífico (I): la difícil encrucijada en la que se encuentra Oceanía

La incertidumbre provocada por la Revolución de los Claveles y el anuncio de la retirada portuguesa hacían prever el surgimiento de un vacío de poder, que tanto Indonesia como Australia, con el agravante de que este fuera ocupado por el FRETILIN, no podían dejar ocurrir. Así, una Australia temerosa de una eventual implantación del comunismo en su patio trasero y ávida por asegurar unas condiciones ventajosas a sus empresas en la explotación de los recursos gasísticos situados en la frontera marítima de ambas naciones, transmitió su apoyo a la posibilidad de una anexión de Timor Oriental por parte de la Indonesia del general Suharto.  

Con la luz verde de Canberra, la inteligencia militar indonesia, conocida como BAKIN, realizó contactos con miembros de los partidos Apodeti y UDT, en los que se les brindaba financiación y se les sugería la posibilidad de realizar un golpe de Estado en prevención del ascenso al poder del FRETILIN. Los frutos de dichas acciones maduraron incluso antes de la retirada lusa, produciéndose de manera infructuosa el golpe. El fracaso resultó en la toma del poder efectiva por parte del FRETILIN, radicalizando al partido, el cual realizaría una declaración unilateral de independencia. Ante esto, y visto el desentendimiento con respecto a dicho asunto por parte del nuevo gobierno de Lisboa, el régimen de Suharto reaccionó invadiendo Timor Oriental con una fuerza de unos 45.000 efectivos, entre los que se encontraban las unidades de élite del ejército indonesio.  

El despliegue militar indonesio consiguió ocupar las principales urbes, todas situadas en la franja costera, desatando una salvaje oleada de represión contra la población civil a su paso. En respuesta, un FRETILIN dotado de armamento moderno dejado por los portugueses a su retirada, se atrincheró en el interior montañoso, desde donde consiguieron estancar y perpetuar el conflicto. En este punto, Suharto y su camarilla militar, enfangados en una guerra de guerrillas, cambiaron la estrategia.

Optaron por el asedio de las fuerzas rebeldes en las montañas, empleando bombardeos masivos, con armas químicas inclusive, y el reclutamiento forzoso de nativos, tratando sin éxito de que el FRETILIN abandonase sus posiciones seguras en las áreas montañosas. El cambio estratégico resultó en un infierno en el que perecieron entre 50.000 y 200.000 personas, en una población de alrededor de 600.000 habitantes. Paralelamente, la ocupación indonesia se institucionalizó a través de los partidos Apodeti y UTD, cuyos miembros ocuparon destacados cargos en la administración y de la construcción de infraestructuras. 

La guerra se mantuvo estancada, en un cruel punto muerto, hasta que en 1997 la conocida como Crisis de los tigres asiáticos se llevó por delante al régimen de Suharto, siendo sucedido este por un nuevo gobierno con aspiraciones de transicionar a la democracia. Así, el nuevo statu quo, integrado en gran medida por el núcleo militar de la anterior dictadura, y encabezado por el actual ministro de defensa del gobierno de Joko Widodo, el ex-general Prabowo Subianto, necesitado del apoyo occidental, cesó las hostilidades y convocó un referéndum de independencia que resultó en la misma.  

No obstante, grandes sectores de la cúpula militar que había rodeado al anterior dictador aprovecharon durante dicho mandato para expoliar las riquezas de Timor Oriental, al tiempo que cometían flagrantes vulneraciones de los derechos humanos. Por ello, ante la posibilidad de ser juzgados y de perder su fortuna, buena parte de la élite marcial indonesia apoyó la formación de numerosas guerrillas pro-indonesias que se dedicaron a desatar el terror en el recién independizado vecino, a modo de advertencia para aquel que osara poner en riesgo sus intereses. 

Las masacres llegaron a su fin cuando la ONU se personó en el terreno y se pudieron celebrar elecciones libres, de las cuales resultó un gobierno formado íntegramente por miembros del FRETILIN considerados héroes nacionales. Una vez victoriosos, aquellos que habían formado parte de la élite intelectual mestiza, se dispusieron a crear la nación con la que teorizaron durante las décadas de los 60 y 70, pero no contaron con que el país que habían conocido había dejado ya de existir. 

¿Cicatrización infructuosa? 

Sobre las ruinas de la anterior colonia portuguesa, se construyó un nuevo Estado-nación basado en una narrativa nacionalista erigida sobre la mitificación de la resistencia contra la ocupación indonesia, dando como resultado la llegada al poder de los líderes del FRETILIN Xanana Gusmao y Mari Alkatiri a modo de presidente de la República y primer ministro respectivamente. 

Ubicación de Timor Oriental
Ubicación de Timor Oriental.

Pero el discurso que en la teoría iba a servir de elemento cohesionador de la nueva identidad timorense, influido drásticamente por un contexto caracterizado por la depresión económica y el desplazamiento forzoso de grandes cantidades de población, dicotomizó la sociedad entre aquellos que supuestamente habían colaborado con los ocupantes, o en su defecto, mantenido neutrales, y aquellos que habían librado la guerra de independencia. Nacía así una división entre los llamados loroase, provenientes de la mitad oriental del país, quienes se autoadjudican los méritos bélicos y, por lo tanto, el derecho meritorio a dictaminar la agenda política nacional, y los loromonu, originarios de las regiones occidentales, sobre los cuales recaen sospechas de colaboracionismo y que según ellos eran tratados como ciudadanos de segunda. 

Todo ello –sazonado con: las disputas por el poder entre el primer ministro y el presidente de la República, la formación de pandillas juveniles al borde de la clandestinidad regidas por consideraciones etno-regionalistas y una ingente tasa de paro– llevaron a una significativa fracción del ejército –formada en su mayoría por loromonu– a sublevarse bajo el mando del coronel Alfredo Reinado. 

La guerra volvía a sacudir Timor Oriental, cebándose de nuevo con Dili, la capital, donde ambas comunidades conviven. En este contexto, el recién nacido Estado se desmoronó, necesitando para su propia supervivencia la intervención de tropas australianas bajo el auspicio de la ONU. Esto, junto a la dimisión de Mari Alkatiri, que contaba por entonces con una imagen pública pésima, se demostró suficiente para mantener el Estado, pero no así para acabar con la insurrección. 

La presencia de tropas extranjeras sirvió para encarcelar a su líder, Alfredo Reinado. Ahora bien, esta acción no condujo a un cese de las hostilidades, sino que abrió un período de negociación en la que ambas partes se posicionaban con objetivos maximalistas en un constante tira y afloja. Por consiguiente, el conflicto se enquistó, y siguió su curso cuando Reinado escapó de la cárcel e inició una guerra de guerrillas en las montañas del occidente del país. Ante esto, el recién creado Estado debió apoyarse en una campaña de acoso y derribo contra Reinado llevada a cabo por las Fuerzas Especiales australianas y neozelandesas, fragmentando su base de apoyo y llevándole a cometer acciones desesperadas. 

La crisis de seguridad culminó dos años después cuando en un intento de magnicidio por parte de los rebeldes, Reinado fue abatido y el resto de miembros de su facción optaron por rendirse. En una serie de acontecimientos que a día de hoy siguen necesitando esclarecimiento, y que, visto el desarrollo del país, pueden ser vinculados al tratado del 2006 –año de inicio de la rebelión– entre Australia y Timor Oriental para la explotación conjunta de gas y petróleo en el Mar de Timor. 

Se inicia así un período de estabilidad y paz, en la que el sistema democrático timorense tuvo la madurez necesaria para canalizar el conflicto interno en forma de un sistema bipartidista, sustentado en el FRETILIN, quién representaba a las regiones orientales, y el Congreso Nacional para la Reconstrucción de Timor (CNRT), quien hacía lo propio con las occidentales. Con todo, las vicisitudes traídas por el convulso panorama internacional han llevado a que las elecciones nacionales de 2022 hayan sido muestra de una elevada polarización política, en la que CNRT y FRETILIN se vieron absorbidos en una vorágine de desprestigios mutuos durante la campaña, cosa que deslegitima en sobremanera el statu quo. 

Y es que la apoplejía que experimenta el orden post-independencia amenaza con volver a poner en valor uno de los mayores males que padece Timor Oriental: su valor geopolítico único.  

El talón de aquiles de Yakarta 

El 11 de noviembre de 2022, tras más de una década de solicitud de adhesión a la ASEAN, Timor Oriental fue oficialmente aceptado, si bien la membresía completa está aún pendiente. Ante esto surgen las siguientes cuestiones: ¿Por qué ahora el proceso de adhesión se ha descongelado? ¿Quién ha sido el responsable de dicha agilización? 

La segunda pregunta tiene la resolución más evidente. Y es que, a todas luces, las décadas subsiguientes protagonizarán un conflicto de escala aún indeterminada por el liderazgo mundial entre Estados Unidos y China, cuyas consecuencias todavía son poco predecibles. Aun así, el paso de los meses y el progresivo aumento de las tensiones reflejan con certeza la siguiente afirmación: en dicha disputa Indonesia está llamada a jugar un papel esencial. 

Si bien Indonesia es manifiestamente un claro aspirante a convertirse en una potencia de primer orden, esta nación, de abundante riqueza y población, así como de privilegiada situación geográfica, cuenta con una bomba de relojería en su interior: su diversidad. Con más de 17.000 islas, la heterogeneidad indonesia es de carácter étnico-lingüístico y religioso. Esta ha sido reprimida sistemáticamente por las autoridades federales, en cuyas cúpulas se asienta una élite javanesa de confesión islámica con pretensiones homogeneizadoras. El resultado de dicho empeño ha sido un constante conflicto en las regiones periféricas, especialmente en Papúa Occidental, en las Islas Molucas y en las Islas Célebes.

Ante esto, Timor Oriental, con una población fruto del mestizaje entre portugueses, malayos y papúes e imperativamente católica, se alza a modo de desafío al conocido como “Pancasila” –valores promovidos desde Yakarta–. Así pues, Dili actúa en la práctica a manera de “puerta trasera” para poderes foráneos que pretendan ingerir en la estabilidad interna de Indonesia. 

Aunque la autoría indonesia en la inclusión de Timor en la ASEAN es clara, aún queda pendiente la cuestión de los “tiempos políticos”. De esta manera, para resolver la incógnita se debe fijar la atención sobre la actual administración de Joko Widodo. Jokowi, como se le conoce popularmente, se encuentra en una situación precaria debido a la emergente crisis económica en los países en vía de desarrollo y a los rumores sobre sus pretensiones de perpetuarse en el poder. A todo esto se le debe añadir el carácter consensual del sistema político indonesio, el cual le obliga a pactar con sus dos principales rivales políticos: los islamistas y los herederos del régimen de Suharto, aunados bajo el paraguas del GOLKAR. Entre las filas de sus socios se contabilizan personajes de dudosa reputación como Eurico Guterres, un criminal de guerra condenado por sus atrocidades en Timor durante el proceso de independencia y miembro del lobby islámico Muhammadiyah, o Prabowo Subianto, quien ejerce de ministro de defensa, quien tiene lazos familiares con Suharto.

Así, el afianzamiento de la cooperación entre Pekín y Dili durante el saliente año 2022 hace chirriar los engranajes de la estructura política que sustenta a Joko Widodo en el poder, forzándole a poner los medios necesarios para influir en la política de su vecino, convirtiendo, 20 años después de su independencia, a Timor Oriental en un factor importante dentro de la política interna de Indonesia. De esta forma, la importancia del país sujeto de análisis trasciende el plano local y se enmarca en las dinámicas geopolíticas regionales.

Apoyándose en Pekín

La única forma realista de preservar la soberanía nacional ante el gigante indonesio es mediante la diversificación de socios internacionales estratégicos. Para ello, Timor se podía servir de tres opciones: la Comunidad de países luso-parlantes (CPLP), el Grupo Punta de Lanza de Melanesia y China. Ahora bien, dicho albedrío era en buena medida falaz, puesto que las dos primeras opciones no tienen el impulso suficiente como para contrapesar a Yakarta, quedando, por lo tanto, a merced de Pekín.   

Y es que, la combinación de colonialismo y guerra han forjado una economía extremadamente dependiente de la extracción de hidrocarburos, la cual no ha hecho más que perpetuar la pobreza de gran parte de la población, debilitando a su vez a las cuentas públicas e incapacitando al Estado en el desarrollo de infraestructuras. En consecuencia, la amenaza existencial que representan las altas tasas de pobreza estructural han abierto la puerta a una oleada de inversión china que aspira a dotar de infraestructura a la nación, y que ha catapultado al gigante asiático a convertirse en el segundo mayor socio comercial y uno de los principales acreedores del país insular. 

Los diplomáticos chinos, conocedores del carácter endeble de la estabilidad en Timor Oriental, juzgan la situación como una oportunidad de garantizarse un suministro estable de gas natural mediante la construcción de plantas regasificadoras en territorio insular que acaben con el monopolio australiano sobre este. 

Pese a todo, los prospectivos beneficios económicos palidecen ante sus contrapartes geoestratégicos. Primeramente, Timor supone una llave de acceso a las aguas territoriales de Indonesia, especialmente al Mar de Banda, hecho que cercenaría de facto el control de Yakarta sobre sus islas más orientales, además de poner en entredicho las capacidades occidentales de cerrar el tránsito marítimo en estrechos clave, como por ejemplo el de Lombok.  

Rutas marítimas de Australia. Al norte, cerca de Timor Oriental, se encuentran algunas de las más importantes.
Rutas marítimas de Australia. Al norte, cerca de Timor Oriental, se encuentran algunas de las más importantes. Fuente: gobierno australiano

A su vez, en paralelo al aproximamiento entre China y las Islas Salomón, el acercamiento entre Dili y Pekín representa una amenaza directa para la seguridad de Australia. En primer término, justo como se vio durante la Segunda Guerra Mundial, la presencia de una potencia foránea en Timor es una amenaza directa a la ciudad norteña de Darwin, donde además se estaciona una parte importante de las fuerzas estadounidenses desplegadas en Australia. Seguidamente, la preponderancia china en el conocido como Arco de Inestabilidad implícita la posibilidad de un bloqueo de dos de las principales rutas comerciales marítimas que conectan a Canberra con sus socios comerciales asiáticos, permitiendo a China estrangular a placer la economía australiana –altamente dependiente de la exportación de los hidrocarburos–, al tiempo que encierra a la potencia anglosajona en sus propias aguas territoriales.    

El referido confinamiento geopolítico que permitiría realizar Timor Oriental a China, en verso a Australia, resulta no solo en una amenaza para la seguridad de Canberra, sino que atenta directamente contra las bases de la alianza AUKUS –Australia, Reino Unido y Estados Unidos–, puesto que de esta manera limitaría en gran medida las conexiones australianas con sus socios estratégicos. 

A pesar de todo, las consecuencias del devenir de los acontecimientos en su vecino norteño pueden tener implicaciones más profundas para el país de los canguros.   

¿Atrapados por su modelo productivo? 

El papel de Australia en la invasión indonesia de 1975, y la consiguiente polémica en torno a los chantajes perpetrados por los servicios de inteligencia australianos a los diplomáticos timorenses en las negociaciones post independencia con respecto a los yacimientos de gas natural son un reflejo de la naturaleza predominante en las relaciones entre Australia y su vecindario más cercano durante las últimas décadas. 

La índole de dichas relaciones es atribuible en buena medida al gran peso que tienen las actividades extractivistas en el modelo productivo australiano, ya que, estas mismas evitan el desarrollo de unos vínculos comerciales estrechos y equilibrados entre las dos orillas de los mares de Coral y de Timor. Así, el papel de Melanesia en las doctrinas australianas se ve relegado al ámbito de la seguridad.  

Ello conlleva que los gobiernos de la región que cuentan con el beneplácito de Canberra tengan una base legitimadora escasa, puesto que son altamente sensibles a ser tachados de meros mecanismos de manutención del “neocolonialismo”, al tiempo que, al tener siempre el comodín de la estructura de las relaciones internacionales, las élites locales tengan vía libre para concentrar en sus manos las riquezas nacionales.  

Por tanto, la suma de pobreza estructural, juventud, cambio climático y creciente convulsión internacional abre la puerta a la injerencia china y al esparcimiento de discursos anticolonialistas. Así, la administración del liberal Anthony Albanese debe enfrentar un dilema ideológico-estratégico: promover una nueva orientación para su política exterior en la región, haciendo énfasis en el uso del soft power, o mantener la línea de los gobiernos anteriores. Y, en el centro de la mencionada cuestión se encuentra Timor Oriental, cuya história y creciente asociación con China, le llevan a tratar en la medida de lo posible a rediseñar el statu quo regional, tal y como se ejemplifica en la expresión pública del presidente timorense José Ramos-Horta de seguir estrechando lazos con Pekín. Cosa que nos aboca a la siguiente reflexión, a tenor de las preguntas realizadas en la introducción.

La lacra geográfica de Timor Oriental

El caso de Timor, desde un punto de vista subjetivo, muestra como un conflicto de larga duración marca irremediablemente a una sociedad, y por inercia, a sus decisiones políticas. Si bien el paso del tiempo y el reemplazo generacional sanan las heridas, estas son susceptibles a reabrirse por obra y gracia del contexto geopolítico, puesto que la geografía, contraria al caso de los humanos, es perpetua, y por tanto condiciona indefectiblemente el actuar político de los mismos.

De esta manera, cuando las corrientes de fondo de la política internacional se han movido siguiendo una lógica unipolar, tal cual como ocurrió tras el derrumbe del bloque soviético, la situación en Timor ha tendido a la pacificación, mientras que cuando la región Asia-Pacífico se ha visto en medio de una conflagración entre potencias, las características geopolíticas de la nación estudiada han actuado a modo de lacra para la misma.     

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