El Mar Sur de China, Mar Meridional, o el “mediterráneo asiático” como algunos expertos han tenido bien en denominarlo, está compuesto principalmente por los archipiélagos de las islas Paracel, las islas Spratly y las islas Pratas. Este área lleva décadas siendo una zona geoestratégica de gran relevancia y conflictividad entre los países colindantes.
China, Vietnam, Filipinas, Taiwán, Singapur, Malasia y Brunei, buscan sacar el mayor beneficio posible de esta región, tradicionalmente pesquera, por la que transita hasta el 20% del comercio mundial y en la que se ubican reservas de crudo y gas natural nada desdeñables. En general desde hace años, el poderío militar y económico de estos países se ha incrementado exponencialmente, lo que, unido a la relativa estabilidad de sus propias fronteras, les ha conducido a poner los ojos sobre las oportunidades que ofrece el Mar Sur de China. Pero sin duda, el país más interesado en controlarlo es China no solo por las causas señaladas anteriormente, sino también porque implicaría romper la barrera, promovida por su principal rival, Estados Unidos, que le aísla del Pacífico e impide su pleno desarrollo como potencia marítima.
Para defender sus intereses, Pekín esgrime derechos históricos, ya que en varias de las islas se han encontrado evidencias de la presencia de población china, como por ejemplo, vasijas de cerámica halladas en las islas Taiping, que datan del 221 a.C. en tiempos de la dinastía Qin; relatos como la Historia de Guangzhou (266 d.C) en el que se describen las actividades de los pescadores chinos en las islas Pratas; monedas de la dinastía Tang datadas del 618 a.C en las islas Spratly; u otras evidencias como la red tributaria establecida en el Mar Sur de China por parte del famoso explorador y marino chino, Zheng He. Asimismo, en los mapas realizados entre el siglo XV y XIX en tiempos de la dinastía Ming y Qing se incluían islas como las Spratly entre el territorio imperial al igual que a principios del siglo XX, en tiempos de la China nacionalista del Kuomintang.
El origen del conflicto
Hay muchos eventos que podríamos vincular con el origen de la disputa territorial por la región del Mar del Sur de China. Pongamos algunos ejemplos.
En el año 1937, en pleno expansionismo japonés y en el contexto del inicio de la segunda guerra sino-japonesa (1937-1945), Japón invadió numerosas islas en la región del Mar Meridional de China, destacando entre ellas, el archipiélago de las Islas Pratas. En diciembre del año siguiente haría lo propio con las Spratly, también bajo dominio chino, así como con las Islas Paracel, que en ese momento se encontraban bajo jurisdicción francesa. Esta serie de conquistas en el Mar Sur de China acarraería problemas de soberanía al término de la Segunda Guerra Mundial tras la firma del Tratado de San Francisco, en septiembre de 1945, en el que Japón renunciaba oficialmente entre otros territorios a los archipiélagos que invadió en el Mar del Sur de China.
Décadas más tarde China, ya como República Popular, aprovechó la retirada de Estados Unidos de la Guerra de Vietnam para establecerse en las Islas Paracel, reclamadas también por Vietnam del Sur, y tras su derrota, por el Vietnam comunista. Vietnam ha sido uno de los países de la región que ha tenido una relación más conflictiva con China y la tensión entre ambos países alcanzaría uno de sus momentos más álgidos en 1988, cuando, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, el gobierno chino, estando interesado en las oportunidades que ofrecían los recursos marítimos de la zona y encontrandose en pleno desplazamiento de su actividad económica hacia las zonas costeras, ordenó hundir tres barcos vietnamitas que se encargaban de vigilar los movimientos de China en la zona.
Pero centrémonos en el presente. Principalmente hay tres momentos que debemos destacar en el desarrollo histórico reciente de la disputa territorial por el Mar del Sur de China:
- El primero de ellos en el año 1970, con el descubrimiento de las reservas de petróleo y gas, que lógicamente hizo que el interés en esta área geográfica se viera incrementado, especialmente en Vietnam y Filipinas, que disponen de una menor cantidad de estos recursos en sus territorios nacionales.
- El segundo momento, tuvo lugar en el año 1982 con el establecimiento de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS), en la que se definieron los derechos y responsabilidades de las naciones en el uso de las aguas circundantes basadas en las Zonas Económicas Exclusivas y las plataformas continentales.
- El tercero se sitúa en febrero de 1992, cuando China aprobó la Ley sobre el Mar Territorial y la Zona Contigua, en la que se establecían sus reclamos en el Mar del Sur en base a sus derechos históricos de soberanía, y que en esencia viene a contradecir lo estipulado en la UNCLOS, de ahí la importancia de la ley.
El conflicto llega a instancias internacionales
Lo que ha acontecido desde entonces hasta la actualidad, básicamente han sido constantes tiras y aflojas entre las partes implicadas. Entre las partes se han producido tanto acercamientos de posiciones, siendo un ejemplo de ello el acuerdo alcanzado entre la ASEAN y China en la elaboración de un código de conducta en el Mar Meridional, como conflictos, como el surgido por el reclamo presentado por Malasia y Vietnam ante la ONU para extender sus plataformas continentales, lo que implicó un claro desafío a la posición de China. Pero sin duda, fue a partir de 2012 cuando la situación se agudizó, en el momento en que el gobierno chino incluyó a los territorios del Mar Meridional en la categoría de “intereses nacionales básicos”, al mismo nivel que Taiwán o el Tíbet.
Y, por si fuera poco, en 2013, el gobierno filipino de Benigno Aquino III, amparado por el apoyo estadounidense, llevó ante el Tribunal de Arbitraje de la Haya la disputa entre Manila y Pekín en torno a las Islas Spratly. China reclama soberanía sobre un área en la que se superponen las Zonas Económicas Exclusivas de ambos países, en base a los derechos históricos de los que antes hablábamos. Finalmente, la Corte Permanente de Arbitraje rechazó como válidos los derechos históricos a los que hacía referencia Pekín al no cumplir con las delimitaciones de las ZEE determinadas en la UNCLOS. Sin embargo, lo que parecía ser un revés para China, se quedó en nada al tratarse de una decisión no vinculante, por lo que Pekín continúa defendiendo sus derechos históricos.
Las islas artificiales
Para defender sus intereses, China lleva años transformando arrecifes en islas artificiales, con fines principalmente militares, especialmente en los archipiélagos de las Islas Spratly y las Paracel. Mientras que Pekín defiende la legalidad de estos asentamientos, esta política ha despertado enormes recelos tanto en Estados Unidos como en sus aliados en la zona. Una de las principales razones de esto es que cada vez está quedando patente el enorme potencial del ejército chino y los grandes esfuerzo que se están haciendo por su modernización. En los últimos años, su gasto militar ha sido 10 veces mayor que en los noventa y aunque la marina china está aun lejos de alcanzar el potencial de la estadounidense, tiene la suficiente fuerza para hacer valer los intereses del gigante asiático en los mares de Asia. Un dato relevante es que, tal y como informó el Departamento de Defensa de EE.UU, China cuenta con un sistema de misiles capaz de alcanzar a cualquier barco que se sitúe a 1.500 kilómetros de su costa.
Pero la construcción de islas artificiales no está siendo algo exclusivo de China, en tanto que Malasia, Filipinas, Taiwán y Vietnam también están haciendo lo propio. Su intención es la de no quedarse atrás en esta carrera por conquistar posiciones estratégicas que les permita defender sus intereses estratégicos.
El conflicto de fondo: China versus Estados Unidos
Este conflicto debe ser observado desde una perspectiva amplia, más allá de los intereses de las potencias regionales. Y es que Estados Unidos actúa de garante de los intereses de los países enfrentados a China, especialmente de Filipinas, con el que mantiene importantes acuerdos en materia militar, pero también con otros como, paradójicamente, Vietnam. La estrategia de Washington de establecer una camisa de fuerza a Pekín en el Mar Meridional, busca limitar su expansión marítima e influencia regional, todo ello entendido en un contexto de ascenso de China como potencia mundial, y la rivalidad que ello supone para Estados Unidos como potencia hegemónica.
Si bien el interés estadounidense en Asia-Pacífico viene de lejos, en 2012 la Administración Obama, con Hillary Clinton al frente de la Secretaría de Estado, articuló la política conocida como Pivot to Asia, con la intención de focalizar su acción exterior en la región e impulsar sus intereses en la zona. Para conseguirlo dispusieron el objetivo de desplazar hasta el 60% de la flota para el año 2020, garantizando así, según Washington, la libre navegación, aun cuando Estados Unidos ni si quiera ha ratificado la UNCLOS. Esta política ha llevado a la intensificación de maniobras militares, apoyadas por países como Vietnam, Malasia y Filipinas.
Y aunque en la actualidad alguno de los países, como Filipinas tras la llegada al poder de Rodrigo Duterte, han adoptado una actitud mas negociadora con Pekín las tensiones entre las partes continúan y las seguiremos viendo durante las próximas décadas. Por su parte, en Estados Unidos, la Administración Trump, ha adoptado una política de mayor agresividad hacia China con medidas como la guerra comercial o el apoyo público a las manifestaciones de Hong Kong.
Para ampliar: Hong Kong ante el precipicio y La gran guerra comercial
Factor crucial en el “renacimiento” de China
La evolución de la disputa vendrá determinada por la correlación de fuerzas entre los países de la zona y el papel que juegue Estados Unidos. El Mar Meridional de China promete seguir siendo uno de los más grandes desafíos geopolíticos contemporáneos, y uno de los retos más relevantes para las autoridades chinas. Quien más se juega en el mar es sin duda Pekín, que tendrá que abordar la cuestión sin perder de vista otros frentes abiertos como el éxito de la nueva Ruta de la Seda, las protestas en Hong Kong, la reincorporación de Taiwán, y otros que podrían reabrirse como el del Tíbet, cuando llegue la sucesión del Dalai Lama. Todo ello en un contexto de ralentización económica, en el que la pujante clase media tenderá a reivindicar un mayor bienestar social. El futuro de China se muestra tan pujante como complejo. El Partido Comunista tiene la vista puesta en 2049, centenario de la proclamación de la República Popular. El tiempo dirá si se produce el tan esperado “gran renacimiento de la nación china” y si el Mar Meridional forma parte de ella.
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