
La historia de Taiwán es tan singular como el carácter insular del territorio, situado en una posición estratégica del océano Pacífico, entre China, Filipinas y Japón. Desde 1949 esta isla ha ostentado una significación especial, tanto por el conflicto existente en torno a la política de «Una sola China» como por la creciente rivalidad que viven Beijing y Washington en el Pacífico.
De los exploradores europeos a dominio nipón
La República de China se encuentra asentada sobre la antiguamente conocida como isla Formosa («hermosa» en español), registrada con este nombre en el siglo XVI por unos marineros portugueses que exploraban la zona. Hasta esa época la isla se había mantenido en una situación de cierto aislamiento respecto a la China continental, estando habitada mayoritariamente por población aborigen, los denominados «Yuanzhumin». Durante el siglo XVII, al calor de la expansión comercial europea, en Formosa llegaron a instalarse los españoles y los holandeses, que dominaron algunas porciones de terreno el norte y el sur de la isla, respectivamente.
La presencia europea tuvo una corta duración. En 1641 los españoles abandonaron sus asentamientos en Formosa. Dos décadas después los asentamientos neerlandeses cayeron ante las fuerzas del noble chino Koxinga, que instauró un reino propio en la zona. Koxinga era un noble leal a la antigua dinastía Ming que se oponía a los Qing, entonces en ascenso. Puede decirse que bajo el denominado reino de Tungning se estableció la primera administración propiamente china en la isla, aunque esta solo controlaba una parte del territorio meridional. En cualquier caso, la experiencia de Tungning no llegó a tener un largo recorrido y en 1683, tras una derrota militar, el territorio acabaría rindiéndose a las fuerzas de la dinastía Qing.
Durante los siguientes siglos la isla estuvo bajo una teórica soberanía Qing, si bien este control del territorio fue en muchos casos más nominal que real. Para las autoridades imperiales se trataba de un territorio de escaso interés. Un buen ejemplo de esta situación lo encontramos en la masacre que algunos aborígenes taiwaneses perpetraron contra 54 pescadores de las islas Ryūkyū en 1871. Ante las quejas niponas, las autoridades imperiales de Beijing se excusaron en que aquellos aborígenes no se encontraban bajo su soberanía. El incidente acabaría, cuatro años después, con una expedición de castigo por parte de Japón y una breve ocupación de parte de la isla.

La posición estratégica de la isla Taiwán despertó el interés de los estrategas japoneses de la era Meiji. Al término de la Primera guerra sino-japonesa (1894-1895), desastrosa para el Celeste Imperio, las autoridades de Beijing cedieron Formosa a los japoneses como parte del tratado de paz. Aunque algunos notables chinos llegaron a proclamar una efímera «República de Formosa», aprovechando el momentáneo vacío de poder, las fuerzas niponas acabarían asegurando el control de la isla en cuestión de semanas. En contraste con lo ocurrido durante la administración Qing, las autoridades niponas practicaron una política mucho más intervencionista en el territorio.
Dentro de una estrategia más amplia que buscaba la progresiva japonización de Taiwán, bajo la estela del Sol Naciente la isla conoció un importante desarrollo económico, urbano, etc. Por primera vez desde una administración se implementó la construcción de infraestructuras y obras públicas a gran escala. Por otro lado, cabe señalar que las bases militares niponas en la isla jugarían un papel importante durante la Segunda guerra sino-japonesa (1937-1945) y la Guerra del Pacífico (1941-1945).
Bajo soberanía unificada. La Guerra Fría
La derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial supuso que las autoridades de Tokio cedieran el control de Taiwán a la República de China. Aunque el proceso se presentó como una retrocesión, lo cierto es que era la primera vez que la isla pasaba a estar bajo la administración moderna china, esto es, de la República. En aquella época la capital se encontraba en Nankín. Las autoridades del Kuomintang no tardaron en implementar política de homogeneización sobre una población que había medio siglo que había dejado de estar bajo soberanía china. Esto además se produjo en un clima de fuerte represión anticomunista, pues la Guerra Civil china se había reiniciado.
En 1949 los comunistas lograron imponerse en el campo de batalla y se hicieron con el control de la China continental. Las fuerzas del Kuomintang huyeron hacia Taiwán, donde se refugiaron y desde Taipei trataron de reconstruir la República Nacional en contraposición con la recién fundada República Popular. Además de los principales jerarcas del Kuomintang y funcionarios de la administración, más de un millón de personas huyeron hacia Taiwán. Así pues, para 1950 la antigua isla Formosa volvía a encontrarse bajo una soberanía distinta a la que existía en la China continental.
En ese momento las autoridades de Beijing se concentraron más en consolidar su poder y terminar con las últimas resistencias en el continente. Por otro lado, carecían de una Armada capaz de permitir una invasión de Taiwán, mientras que las autoridades de Taipei contaban con el apoyo estadounidense. Bajo la estela de la Guerra Fría, en 1954 se firmó el Tratado de defensa mutua entre los Estados Unidos y la República de China, que llevó al establecimiento de unidades militares norteamericanas en Taiwán. Cabe señalar que de cara al exterior la mayoría de naciones e instituciones internacionales continuaron reconociendo a las autoridades de Taipei como los representantes de China.
Durante la década de 1950 se produjeron dos graves incidentes en el estrecho de Taiwán por la disputa en torno a las islas Matsu y la isla Quemoy. En ambos incidentes llegaron a realizarse intercambios de fuego y hubo numerosos muertos por ambas partes, si bien la situación regresaría al statu quo. Estos enfrentamientos cabe enmarcarlos en el clima de la Guerra Fría, pues trascendieron el propio conflicto interno chino. De hecho, desde los Estados Unidos se realizaron amenazas atómicas contra China.

Este estado de cosas se mantuvo prácticamente inalterable durante los siguientes años, hasta que en la década de 1970 se alteró el tablero de juego. En 1971 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución n.º 2758, mediante la se reconoció a la República Popular de China (RPC) como el único representante legal de China ante la ONU. A este hecho trascendental se sumaba el reconocimiento de la RPC por parte de varias naciones occidentales desde la década de 1960. Los Estados Unidos iniciaron un acercamiento a la RPC que terminaría en 1979 con el establecimiento de relaciones diplomáticas mutuas, y que implicó la retirada de sus fuerzas militares de Taiwán.
Paralelamente, mientras la China nacionalista se quedaba virtualmente aislada, soplaban nuevos vientos en Taiwán. Tras el fallecimiento de Chiang Kai-shek en 1975, se avanzó hacia una cierta apertura que introdujo reformas económicas en la isla. También se iniciaron algunos tímidos contactos a ambos lados del estrecho de Taiwán.
De la República de China a Taiwán
La política y la administración de la República de China habían estado dominadas desde la década de 1950 por aquellos sectores oriundos del continente que se había refugiado en Formosa. Como parte de las reformas emprendidas en la década de 1980 se rompió el monopolio político del Kuomintang y los nacidos en Taiwán comenzaron a ocupar puestos relevantes en la administración. Esto llevaría al surgimiento de movimientos que abogaban por la ruptura con China y la independencia de Taiwán como nación propia, mientras que otros sectores abogan por una futura unificación.
Por su parte, las autoridades de la República Popular de China han patrocinado el llamado «Principio de una sola China», que enunció Deng Xiaoping en 1979. Según esta tesis, la reunificación de Taiwán y China debería realizarse de forma pacífica bajo la premisa de un «un país, dos sistemas», similar a lo que con posterioridad se aplicó en Hong Kong tras el final de la presencia británica. Esta eventualidad ha sido apoyada dentro de Taiwán desde algunos ámbitos, singularmente por Eric Chu Li-luan y ciertos sectores del Kuominantg. Eric Chu Li-luan llegó a apoyar esta vía en una histórica visita que realizó a Beijing en 2015, durante su etapa como presidente de la República.
No obstante, la reunificación también es rechazada por numerosos sectores de la sociedad taiwanesa, agrupados en torno al Partido Progresista Democrático, formación que aboga por la singularidad de Taiwán frente a China. Los hay también quienes plantean directamente la separación de Taiwán. Estos sectores no solo no consideran a China una especie de «hermano mayor» con el que reencontrarse, sino que además la ven como un país hostil. Para muchos todavía están frescos los recuerdos de la tercera crisis del estrecho de Taiwán (1996), que se suman a las nuevas tensiones de los últimos años entre China y el bloque liderado por los Estados Unidos en el Pacífico.

El reciente ascenso económico y político de China ha sido percibido por muchos taiwaneses con recelo y temor, en un contexto de tensiones entre Beijing. La nueva presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen (del Partido Progresista Democrático), no comparte la óptica de su predecesor hacia China y ha adoptado un perfil mucho más crítico con la RPC. Entre los círculos gubernamentales de Taipei ya se habla abiertamente de la posibilidad de una invasión china de la isla, en línea con la rivalidad que sostienen Beijing y Washington. Incluso en fechas recientes el nuevo líder del Kuomintang, Johnny Chiang, ha marcado distancias respecto a la reunificación en base al «Principio de una sola China» y ha expresado su recelo los movimientos desde el continente.
En esta deriva también ha influido la gestión que las autoridades de Beijing han hecho de las protestas de Hong Kong, considerada por algunos como un ejemplo de lo que eventualmente acabaría ocurriendo en Taiwán si se produjera una reunificación.
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