La noche del 23 de abril, durante la vigilia previa a la conmemoración del 108º aniversario del genocidio armenio, la Plaza de la República en Ereván se llenaba de gente, anticipando la larga marcha hasta Tsitsernakaberd –monumento dedicado a las víctimas del genocidio–. Después de que diversas formaciones políticas y organizaciones diesen sus respectivos discursos, tuvieron lugar intervenciones agresivas contra el primer ministro, Nikol Pashinyan. Miembros de la Federación Revolucionaria Armenia, más conocidos como Dashnak, acusaron al gobierno de traición. Al grito de Baykar –resistencia–, desplegaron dos gigantescas banderas de Azerbaiyán y Turquía para, acto seguido, quemarlas. Tardaron algo más de un minuto en lograr prender fuego a estas, algo bastante simbólico teniendo en cuenta las dificultades que enfrenta Armenia al lidiar con estos dos países.
Enfrentando un futuro incierto
No fue el primer acto de este tipo durante aquellas semanas. El país caucásico albergó el campeonato mundial de halterofilia de 2023 y el certamen no estuvo libre de polémica. Durante la sesión inaugural, un hombre de entre el público subió al escenario y prendió fuego a la bandera de Azerbaiyán, lo cual provocó una airada respuesta por parte de las autoridades de Bakú, la retirada de sus deportistas y cierto daño a la imagen internacional de Armenia en medios internacionales. Al preguntarles por este tipo de actuaciones a varios armenios, comentaron que estaba fuera de lugar, que no aportaba nada a la causa del país y que de hecho contribuiría a alimentar la propaganda azerí.
Tras el frágil cese al fuego logrado a finales de 2020 y ante la impotencia de muchos ciudadanos, la posición de Armenia se debilita a ritmos alarmantes. Las ofensivas diplomáticas del gobierno, que busca distanciarse de Rusia y tejer una red de cooperación con países como India o Irán, entre otros, llegan tarde. Tras décadas de dejadez por parte de las anteriores élites políticas y excesiva confianza en la dependencia de Moscú, Armenia no hace más que darse batacazos contra el eje Ankara-Bakú. Por si no fuera suficiente, el giro hacia Occidente, iniciado por Pashinyan en 2018, ha demostrado ser también errado en el cálculo. Aunque cabe decir que los sucesos internacionales ajenos al control de Armenia –véase la guerra de Ucrania– también tienen bastante que ver.
Estados Unidos y la Unión Europea no están dispuestos, ni tienen incentivos, para ayudar decididamente a Armenia, menos aún después del polémico acuerdo energético entre Bruselas y Bakú. Si bien la sombra rusa todavía planea sobre el mismo, aparte de que existen dudas sobre la viabilidad de sus objetivos de suministro a corto y medio plazo, sirve al gobierno de Aliyev para aumentar sus ramificaciones e influencia dentro de Europa.
Aliyev se crece
Mientras esto sucede, Azerbaiyán sigue fijando una serie de claros y ambiciosos objetivos que tienen muchas probabilidades de llevar a un nuevo conflicto y exacerbar las tensiones dentro de la propia Armenia.
El primero de estos objetivos es mantener el territorio de Karabaj –República de Artsaj– y los siete distritos a su alrededor, reconquistados tras el conflicto de 2020. El bloqueo del corredor de Lachin, que une lo que queda de Artsaj con Armenia, por parte de supuestos activistas climáticos azeríes se prolongó desde mediados de diciembre hasta finales de abril. Aunque se tratase de operaciones de propaganda, como evidencian varios periodistas, Azerbaiyán demostró que es capaz de presionar a Armenia y obtener concesiones sin recurrir a un excesivo uso de la fuerza y manteniendo un perfil bajo. El reciente establecimiento de puestos control operados por militares y guardias fronterizos azeríes a lo largo del corredor, así como la limitada respuesta rusa ante la evidente violación del acuerdo de 2020, hacen que la narrativa de los activistas climáticos caiga por su propio peso y que Bakú avance.
Esto es reconocido hasta por los propios autores azeríes, que durante los últimos meses se han dedicado a publicar artículos en medios y think tanks occidentales arguyendo que su país solamente busca la paz y la cooperación. A mediados de abril, Aliyev afirmó que los armenios del Karabaj debían aceptar la ciudadanía azerí u optar por vivir en otro lugar. Todo este proceso abriría la puerta al cese, de facto, de la autonomía de la República de Artsaj y a una posible limpieza étnica y cultural de los armenios de la región.
En segundo lugar, Azerbaiyán busca situaciones favorables para tratar de justificar el control sobre el territorio ocupado tras las repetidas escaramuzas posteriores al conflicto de 2020. Esto se hace a través de la creación de lo que los azeríes denominan zonas búfer o de seguridad. Se trata de franjas de territorio internacionalmente reconocido como parte de Armenia y que no forma parte de la disputa sobre el Karabaj. Desde Bakú se promueve la narrativa de que se trata de medidas encaminadas a frenar el flujo de armas entre Armenia-Artsaj.
El dilema de Zangezur
En lo referente a las nuevas concesiones está el llamado Corredor de Zangezur, que busca conectar Azerbaiyán con el exclave de Najicheván y, por ende, con Turquía. El objetivo último es lograr la ansiada unificación del mundo turco, desde los Balcanes hasta los confines de Asia Central. Si bien este corredor no se menciona en los acuerdos de 2020, Azerbaiyán presiona para implementar el mismo bajo el pretexto de que el texto de 2020 hace referencia al desbloqueo de las conexiones del transporte. Desde Bakú promueven que impulsará la conectividad regional y ayudará a las economías de todos los implicados, incluida Armenia.
Por su parte, en amplios sectores de Armenia este corredor se asocia con más concesiones de territorio, además de con los históricos desmanes sufridos a manos de los turcos hace más de un siglo. La cuestión de Zangezur también ha provocado ciertos choques entre Azerbaiyán e Irán, incluyendo demostraciones de fuerza militar a ambos lados de la frontera y especulaciones sobre el futuro de la cooperación Azerbaiyán-Israel. Pese a ello, si bien seguirá generando titulares, no cabe esperar mucho más de Teherán por el momento.
Tras meses de presiones, especialmente durante la segunda mitad del 2022, en febrero de 2023 Aliyev pareció estar dispuesto a realizar concesiones, proponiendo el establecimiento de puestos de control armenio a lo largo del futuro corredor de Zangezur a cambio de que Bakú estableciese los suyos propios en Lachin. Los recientes acontecimientos en este último llevan a pensar que Zangezur seguirá una fórmula parecida, previa coerción militar. El gobierno armenio se encuentra con las manos atadas. A pesar de algunas protestas para tratar de conservar parte de su imagen, no puede hacer mucho más por impedir el devenir de los acontecimientos, y es consciente de ello. El propio Pashinyan ya apuesta, poco a poco, por dejar de apoyar de forma activa a las autoridades de Artsaj, abandonando la política de defensa de la autodeterminación de los armenios del Karabaj.
Rusia, que cada vez está más hastiada de Pashinyan, también da señales a favor del corredor de Zangezur y las futuras concesiones. Además, su inacción en Lachin obedece objetivos mayores que poco tienen que ver con preservar la posición armenia. Tras el conflicto de 2020, Moscú pudo atar en corto a Ereván, pero la invasión de Ucrania y el debilitamiento de la posición rusa en regiones como el Cáucaso Sur han incentivado a Pashinyan girar de nuevo hacia Occidente y ser crítico con el Kremlin en múltiples ocasiones. Si bien ha tratado, fútilmente, de mantener cierta balanza dependiendo de la ocasión, en Rusia preferirían ver caer al primer ministro armenio.
Resulta anecdótico que, a pesar de su precaria situación, las autoridades armenias sigan envueltas en un simbólico tira y afloja con Rusia que no lleva a ningún sitio. Ejemplo de ello es el reciente voto favorable de Armenia en una resolución de la Asamblea General de la ONU crítica con Rusia. Dicho acto podría haber ocasionado el consecuente anuncio de “labores de mantenimiento” y el corte temporal del suministro de gas ruso a Armenia a principios de mayo.
En el caso de la Unión Europea ha quedado demostrado que su misión civil de monitoreo, muy criticada por el Kremlin, no tiene las capacidades suficientes para vigilar lo que sucede en el lado azerí ni influir en estos. Tanto Rusia como la propia Azerbaiyán han criticado a la organización, con medios de la segunda afirmando que Bruselas está detrás de las supuestas provocaciones militares armenias. El propio Aliyev llegó a cargar, contra lo que parece ser la UE, hablando de los “sucios actos” de países y fuerzas externas que según él incitan a los armenios a actuar o resistir a Azerbaiyán y la consecución de acuerdos. Por último, Estados Unidos sigue tratando de mostrarse como parte interesada en un intento por desplazar a Rusia y obtener más prestigio. A estas alturas, el líder azerí ha no contempla la mediación e influencia de ninguna otra parte en las negociaciones con Armenia.
Un conflicto interminable
En un reciente artículo coescrito por académicos azeríes y armenios, curiosamente difundido en medios de ambos países, se argumenta que las narrativas ideologizadas sobre el pasado impregnan de tal forma a las dos naciones que un debate constructivo se hace sumamente complicado. Según los autores, en Azerbaiyán predomina la propaganda hegemónica de los Aliyev, mientras que en Armenia, a pesar de una mayor libertad, hay continuos enfrentamientos entre los armenios y la diáspora, así como acusaciones de traición o falta de compromiso con el devenir del país. Los esfuerzos de Aliyev contra Armenia se enmarcan dentro de estas narrativas, ya que su objetivo último no es simplemente resolver un conflicto, sino vengar la derrota de los años 90 y enmendar las afrentas. Evidencia de esto son las zonas búfer que proponen desde Bakú, las cuales tratan de seguir una filosofía parecida a la que Armenia empleó en su momento al “liberar” los distritos aledaños al Karabaj, provocando la expulsión de población azerí. Esto generará un mayor deseo de venganza recíproco, prolongando el enfrentamiento hasta la extenuación de uno de los dos bandos.
El 1 de junio tendrá lugar la segunda cumbre de la Comunidad Política Europea en Moldavia. Se espera que Pashinyan y Aliyev acudan a la misma y es posible que se produzca el anuncio de nuevos acuerdos que puedan afectar al futuro de los armenios en el Karabaj. De ser así Pashinyan enfrentaría un futuro incierto, si bien cualquiera de sus críticos o sucesores tampoco lo tendría fácil. La Unión Europea y Estados Unidos tratarán de apoyarle en la medida de lo posible, temiendo el retorno de Kocharyan o alguno de sus análogos, más cercanos a Rusia.
Los armenios tienen claro que su situación, ya de por sí complicada, empeorará durante los próximos meses y que ninguno de sus políticos puede estar a la altura. Es altamente improbable que las elecciones en Turquía, en el caso de arrojar un resultado sorprendente en forma de derrota para el oficialismo, resulten en un cambio radical en las relaciones y el apoyo a Azerbaiyán. La guerra en Ucrania, con vistas a prolongarse durante lo que resta de año y también 2024, seguirá distrayendo a la comunidad internacional y otorgando un valioso campo de acción para el reforzamiento del mundo turco en el Cáucaso Sur.
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